Capítulo 11
Capítulo 11
Mía
Narrador omnisciente
Más de una boca abierta cierta tuvo atorada en su garganta un «¿Quién es ella?». Los asombros por parte de los muchachos dejaron molestas a más de una, y las chicas sólo observaron a la joven con mucho recelo. Gissella hizo pasar a Mía y le indicó a su padre que no se preocupara, que ella y sus compañeros la pondrían al corriente.
—Chicos, espero que le den una excelente bienvenida a su nueva compañera —dijo—. Mía, acércate a mi escritorio, por el momento ese será tu lugar. Ahora sí tendrán que darme otro lugar.
Mía no despegó la mirada de Lucas en todo el tiempo que duró la clase. Los murmullos desenfrenados atascaron sus oídos, aunque con preguntas indirectas, pero al fin y al cabo sobre ella. Él la miró solo un par de veces, ella le sonrió. Y esto no tardó en hacerse una bomba que explotó cuando uno de los amigos de Lucas, empezó a analizar sus miraditas, desatando una ola comentarios.
Las clases terminaron y cada uno salió del salón. No obstante, ninguna de las chicas se fue a su hogar, sino que todas se reunieron para hablar del baile y de la nueva muchacha. Anny y Lucy esperaron a que Isabela y Támara se reunieran, para así comenzar con la charla, mientras los chicos tomaron su rumbo habitual: el terbal. No obstante, Mery ya se había empezado a analizar a su nueva compañera de clases sin que ella se percatara.
—Parece ser muy callada —comentó.
Anny asintió.
—No lo sé. Puede que quizá se aloque con el tiempo —agregó Lucy, observando sus uñas—. Así le pasó a Isabela.
Todas rieron.
—Yo no me aloqué —se defendió.
—No por la escuela, eso es seguro. Pero tal vez por un chico llamado... —insinuó Tamara.
—Esteban es mi amigo. Punto final.
Isabela negó y se separó de las chicas para acercarse a la nueva, con la duda de si era ella de quien Lucas se había enamorado antes. Támara, al notar su intención, la siguió dejando a las demás en medio de una conversación de chicos. Cuando ambas conectaron miradas con Mía, se acercaron más y le hablaron:
—Hola —saludó Támara—. Ella es Isa y yo soy Támara —sonrió, extendiendo su mano, esperando a que ella la tomara.
Mía observó fijamente la mano de Támara, que hubo un punto en el que la hizo poner nerviosa. Sus ojos celestes la escanearon tanto que se sintió como a un bicho raro. Por otra parte, a Isabela no le gustó para nada ese gesto, por lo que también hizo lo mismo con ella. Su amiga bajó la mano avergonzada.
—Hola —murmuró Mía, al final.
La simpatía no era una de sus virtudes. O eso le decían. Las amigas notaron el tono hostil y tajante al oírle hablar, pero lo dejaron pasar. No la conocían así que no solo por un gesto o palabra la iban a juzgar. Ellas no eran así.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Isabela—. ¿Te gustaría reunirte con nosotras? Todas vamos por el bosque, si quieres...
—No, está bien. Gracias —contestó interrumpiéndola.
Isabela asintió y Támara la observó. Ambas volvieron a insistir.
—Si buscas a alguien podemos ayudarte a encontrarlo —se ofreció Isabela.
Támara asintió.
Pero una vez más Mía les demostró que no quería ni necesitaba su ayuda. Ella evadió sus preguntas mientras buscaba frenética e impacientemente con la mirada a Lucas. Al dar con él, junto a su grupo de compañeros de clase, simplemente sonrió y se marchó tras él sin decir una palabra. Tamara observó todo muy atenta, y se reprendió haber sido tan cortés.
—Es ella, ella es Mía, la chica que le gustaba a Lucas —dijo Támara—. Aunque, no son tan cercanos como creí.
Isabela le vio a ambos conversar a lo lejos y sintió algo removerse en su pecho.
—Ah, bueno —murmuró a su amiga—. Vamos con las chicas, tenemos mucho que tratar.
De pronto algo la hacia sentir ajena a si misma. La mirada de Mía sobre Lucas, le causaba cierta incertidumbre. Ambas volvieron a su grupo y prefirieron no tocar el tema de la inexistente conversación de la chica nueva, aunque sus amigas les rogaron por ello.
Todas se dirigieron al bosque mientras contaban sus chismes hogareños, sobre la fiesta y todo lo que eso implicaba y les emocionada: los vestidos, zapatos y accesorios. Se dieron consejos de cómo verse bien durante el baile, qué colores eran los más adecuados para usar en el vestido y cómo no caer ni morir en el intento.
Tras finalizar separarse para ir a sus casas, la conversación quedó pendiente para el siguiente día. Nuevamente, Támara tuvo otra misión que cumplir, por lo que no pudo acompañar a su amiga durante el trayecto. Isabela avanzó su camino con pasos lentos, yendo serena entre la tarde-noche que se pintó sobre ella, en el cielo.
Los pajarillos reflejados como sombras, pasaron sobre ella, haciéndole brillar sus ojitos ante el espectáculo. Un tornado pequeño, revuelto de hojas secas y viejas, atacó su cuerpo de una manera veloz, alzando su vestido amarillo y sus cabellos de fuego. Sonrió cuando comenzó a girar como dicho tornado, hasta que...
—¿Emocionada por la fiesta? —oyó un susurro que la hizo brincar.
Esteban rio a carcajadas, bajo su fulminante mirada.
—¡Me diste tremendo susto, tonto! —golpeó su hombro.
—Lo siento, lo siento —se disculpó, desordenando su cabello.
—¡Déjame!
—Ya, ya. No te alteres —se separó un poco—. Volviendo al tema. ¿A ti te gusta bailar? —preguntó dudoso—. Pregunto porque quiero saber si debo despedirme del primer lugar con tiempo, pues resulta que estás hablando con el mejor bailarín de toda la historia —fingió tristeza.
Ella bufó.
-Quisieras. Estás hablando con la mejor —informó.
—Eso veremos —comentó desafiante, acercándose a su rostro de una manera tan...
¡Le puso los pelos de punta!
Ella sonrió nerviosa y se alejó discretamente.
—¿Qué te pareció la nueva? Noté que tú y Támara se le acercaron.
Isabela recordó su comportamiento.
—Es complicado. Nosotras nos acercamos, pero no sé si eso le molestó —confesó—. Realmente no sé cómo tomar su actitud.
—Ser nuevo a veces no es tan lindo. Dale tiempo —escondió sus manos en sus bolsillos—. ¿Quieres que te lleve a casa?
Ella negó con una sonrisa.
—Es tarde, ve a casa. De todos modos, no estoy tan lejos.
Esteban dudó, pero supo que tenía razón cuando vio el cielo oscurecerse.
—De acuerdo, nos vemos mañana —se dio la vuelta para alejarse.
—Adiós —se despidió y emprendió paso a casa.
Pensando en todo y en nada a la vez, e imaginando que su abuelo estaba con ella en estos momentos, una lágrima rodó por su mejilla. Él solía acompañarla a los eventos que había en la escuela al igual que su abuela. Eran únicamente ellos tres y aunque esta vez él no estaría para acompañarle, sabía que no estaba sola, no obstante, necesitaba sentir su presencia más allá de la espiritual. Necesitaba su tacto, su apoyo, sus palabras. Tenía a su amiga, a su abuela y a su tía Mai, pero le hacía falta algo muy importante: él.
...
—¡Lucas! —escuchó su llamado.
—¿Sí? —contestó a su madre.
—Te pregunté cómo te fue hoy —puntualizó—. Estás ido, cariño. ¿Pasó algo?
Lucas negó volviendo a la realidad.
—Me fue bien, mamá. Hoy escogieron las parejas para el baile que se dará en la plaza este sábado.
—¡Qué maravilloso! —su madre saltó de alegría—. ¿Quién es tu pareja? ¿Támara? ¿Isa?
Rio. A su madre le encantan las fiestas.
—No. Otra amiga —respondió.
—Bueno, ¿Has visto a papá? —era tarde—. Ya debería haber vuelto de trabajar.
—Debe estar en camino —sonrió—. Terminé, lavaré mi plato e iré a mi habitación.
—De acuerdo, hijo. Descansa —le besó la mejilla—. Buenas noches.
—Igualmente.
Lucas fue hasta la cocina e hizo lo dicho. Caminó hasta su habitación y se echó en su cama para ponerse a recordar todo su día y así analizar cada detalle en él. Suspiró cansado. Observó la luna a través de su ventana y a las luminosas pero muy distantes estrellas.
Volver a ver a Mía fue algo... totalmente inesperado. Eso lo supo desde el momento en que llegó a casa. Le fue difícil asimilar que volvía a verla, pues creyó que todo contacto se perdió desde que decidió quedarse.
—Tal vez papá tenga algo que ver en todo esto.
El muchacho admitía el hecho de haber sentido algo por ella cuando residió en Washington. Sin embargo, ahora esa sensación se había desvanecido y había sido reemplazada por otro. Ya no era el mismo sentimiento, aunque si le agradó volverla a ver.
—Un baile —rio desganado—, hasta en un baile, ella está junto a él.
Hola, querido/a lector/a.
Cuéntame qué te parece esta coincidencia no coincidente.
Melany V. Muñoz
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