Capítulo 4

Capítulo 4

Cercanos

Narrador omnisciente

Támara y Lucas se acercaron a la sala de estar, justo en donde se encontraban sus padres y la abuela de su amiga Isabela. Aun temiendo de lo que pudiera pasar luego de contarles todo lo que había ocurrido durante lo que quedaba de la noche anterior y parte de la mañana, decidieron no callar más.

—Nosotros... Tenemos que hablar con ustedes —decía la joven, mientras sus manos temblaban sin que ella pudiese hacer algo al respecto.

—Es sobre... Isa —afirmó Lucas, bajando la mirada.

—¿Qué sucede? ¿se siente mal? —inquirió su abuela, muy preocupada. De tanto pensar en su difunto había olvidado por completo a su pequeña.

—Ella.... No está en su habitación.

—¿Cómo? ¿A qué se refieren? —preguntó desconcertada.

—Tampoco sus cosas. Ella escapó... anoche —empezó a relatar lo sucedido—. Intenté alcanzarla, pero no pude entre tanta oscuridad. Lo siento.

Marisol ahogó un grito por la sorpresa.

—¿Desde anoche? —emitió el padre de Lucas muy desconcertado—, ¿Y en este momento lo dices?

—Es que... queríamos encontrarla nosotros. Lo sentimos —intervino Támara, mientras su padre la observaba con desaprobación.

Marisol no pudo contener las lágrimas y estalló. Sintió como si llevarán otra parte de su corazón y de su vida. La noticia y la propia angustia la llevó a desmoronarse en frente de todos.

—¡Encuéntrenla, por favor! —rogó, antes de quedar fuera de sus sentidos.

Lucía, madre de Lucas pudo sostenerla con ayuda de Miranda madre de Támara. Ambas la llevaron hasta su habitación para recostarla. Había sufrido muchos acontecimientos en tan poco tiempo y eso afectaba su salud. Mientras Mathius y Luciano padres de ambos, avisaban a todo el pueblo de la desaparición de Isa, ellos se dirigieron a sus casas a dormir un poco, para por la tarde seguir con la búsqueda.

Cuando todos los vecinos de la familia se enteraron de la noticia, se comprometieron a ayudar en la búsqueda de la pequeña. Un grupo se dirigió al bosque, otros a las comisarías y estaciones de tren más cercanas.

...

Támara despertó algo cansada. La búsqueda de la noche la había dejado muy agotada. Quería y necesitaba dormir más, pero cuando lo intentaba, el rostro triste de su amiga se asomaba a su mente, haciendo que su corazón se llenara de preocupación. Así que, salió de su cama y se dirigió a la cocina para comer algo antes de comenzar su búsqueda.

En cuanto a Lucas, él durmió lo suficiente -según su criterio-. Estaba tan preocupado por Isa, que ni siquiera pudo comer tranquilo. Esperaba que ella se encontrara bien. Al salir de casa observó al cielo y suspiró, para después posar su vista en el horizonte y decir:

—Perdón.

Fue hasta casa de Támara para juntos ir al bosque. Cuando se encontraron se saludaron con una sonrisa melancólica y sin decir una sola palabra, caminaron hacia su destino. Mientras iban avanzando, Lucas no dejó de pensar en el comportamiento de su amiga en la noche que llegó. Su alegría le había batido el corazón, hasta ahora se había dado cuenta de cuanto la extrañaba y le había sido falta.

—La encontraremos, lo haremos —susurró Támara, notando su mirada nostálgica.

—Eso espero.

Al cabo de un rato, ambos se hallaron en un incómodo silencio. Por primera vez, el bosque no hacía lo suyo, simplemente no ayudaba. Lucas empezaba a molestarse por no obtener buenos resultados.

—¡Esto es...!

—Lo sé, a mí también me agobia no tener noticias.

—No tenemos ni una sola. ¡Debí seguirla más! Pero no pude, creí que me perdería —suspiró—, esto pasó por mi cobardía.

Se sentía tan culpable, que le fue imposible no echar un golpe a un tronco cercano.

—Lucas, cálmate. Así no conseguiremos nada —recomendó su otra amiga.

Él la observó y asintió sin ganas, para seguir caminando a la vez que gritaba el nombre de la desaparecida. Támara lo siguió, comprendiendo su sentimiento. Ella también creía que de haber estado más cerca y al pendiente, nada habría pasado.

En el transcurso de su caminata, fueron recordando algunas cosas de su niñez. Ella revivió el momento en que Lucas intentaba trepar un árbol sin saber que tenía una colmena llena de avispas. Se carcajeó llamando su atención.

—¿Sucede algo? —preguntó , totalmente confundido.

Támara le miro y rio aun más que antes, sacándole un par de sonrisas a él.

—Aquí te picaron las avispas —dijo, y siguió riendo—. ¡Qué cara tenías!

—¡Ya deja de reírte! Era un niño, no sabía lo que hacía.

—¡Mira, Támara! —repitió—¡Soy un gran trepador!

—¡Támara!

Hola, querido/a lector/a. ¿Qué tal todo?

Melany V. Muñoz

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