Y el Infierno continúa

Tres días. Tres largos e infernales días y nada de Luifer.
Sin llamadas.
Sin mensajes.
Sin nada de nada.
Se suponía que debía llegar anoche.

Ansiosa por la falta de noticias y el acusador miramiento de Adriana, doy otro sorbo a mi jugo, me arrellano en mi silla y, tras ignorarla por enésima vez, vuelvo a involucrarme en la animada conversación del grupo. No soporto ver su cara de palo, lanzándome cada dos por tres silenciosos y enconosos reproches, que honestamente, no termino de entender, y al paso que íbamos, no lo haría nunca.

En fin, el buen rollo en la mesa es palpable, todos hablan de sus planes para las venideras vacaciones de Semana Santa. Leo y Diana se lo pasarían en Camaguán en casa de esta última, pues el enamorado Romeo por fin pedirá formalmente a los padres de esta la mano de su amada Julieta. Rafa y Antonio por su parte, viajarían a Barquisimeto a la finca de sus abuelos maternos, y muy posiblemente, la mini piraña ceñuda de cabellera rojiza que tengo sentada frente a mí se iría con ellos también, y yo... bueno, me conformo con que Luifer no protagonice otra de sus misteriosas desapariciones durante esos días.

Quince minutos después, luego de desayunar y hablar hasta por los codos sobre sus magníficos y románticos planes, abandono en compañía de mis amigos la cafetería de la facultad con algo de prisa, hoy todos los estudiantes de economía teníamos a media mañana un foro conjunto sobre «retenciones tributarias» y por la hora en mi teléfono, las 09:40 a.m., íbamos a llegar tarde para, según el cerebrito de Leo, escoger los mejores asientos.
Tal como sospechábamos, es entrar al pequeño y abarrotado auditorio y tener que ubicarnos en los puestos del fondo, en donde no solo la vista del podio es mala, sino también la compañía. A un par de metros de nosotros, están instaladas, la oxigenada y su sequito de víboras, a quienes le llamean los ojos de solo verme.

¡Genial!
¡Esto pintaba de aburrido a psicoterror!

Leo, que de inmediato nota lo mismo que yo, tras acomodarse en el pupitre contiguo al mío, ríe silencioso y murmura entre dientes en mi dirección.

- Tu club de fans no puede con tanta emoción.

Y su irónico comentario, inevitablemente, desata un extraño adormecimiento en mi estómago, pues ciega no soy y sé que las asesinas miradas del grupo de lagartas solo significaban una cosa: problemas. Por lo que, luego de fulminarlo con la mirada, le gruño en el mismo tono secreto.

- ¡Muy chistosito!

Es terminar de hablar y la oradora de orden, la profesora Ramos, anunciar por los altavoces el inicio del evento. ¡Por fin! Necesito ocupar mi mente en otra cosa que no sea Luifer, las estupideces de Leo ni el cuarteto de víboras ponzoñosas.
En cuestión de segundos, todos toman sus lugares, una silenciosa espera se apodera del lugar y las luces se apagan. La única iluminación que queda encendida es la que emite el videobeen que el profesor Herrera, uno de los tres ponentes apuntados en el programa, utilizará para impartir su engorrosa catedra. Pero tal como sospechaba y temía, una hora después, nada de lo que se ha explicado ha logrado apartar a Luifer de mi cabeza. ¿Por qué diablos no me llama? ¿Dónde está? ¿Dónde está? ¿Dónde estaaaaaaaá?
«Tengo que salir de aquí» decido. Agobiada por mis propios pensamientos, tomo mi bolso y, tras susurrarle a Diana que voy al baño, salgo de allí decidida a terminar con mi tortura.
Voy a llamarlo.
Saco mi teléfono del bolso y marco al suyo sin titubeos.
1 repique.
3 repique.
6 repique.
10 repique y nada.
Intento varias veces más y lo mismo. No contesta.
Frustrada, empuño con fuerza el bendito aparato y resoplo en un intento por contener mis lágrimas, hasta que, a duras penas, el doloroso nudo en mi garganta cede y un poco de serenidad regresa a mi cuerpo. No sé a ciencia cierta cómo me siento, si furiosa, dolida, preocupada o todo eso junto y más, es difícil definir mis emociones cuando se trata de él, la vida en sí me resulta una constate guerra conmigo misma desde que lo conocí.
Como sea, resignada a la agobiante espera, entro al baño y sigo directo hacía uno de los lavamanos, en el que cegada por el sofocante calor refresco mi frente y cuello. Sudo como un puerco.

De pronto, la puerta se abre y mi corazón, inevitablemente, se sacude violeto al ver entrar a la fulana Tatis junto a las otras tres lagartas -Sonya, Brenda y Paola-que la siguen como sus perras falderas. El gesto altivo y desafiante del cuarteto de brujas lo dice todo... ¡Los problemas acaban de encontrarme por fin! y, posicionándose luego frente al lavabo más cercano a la puerta, en cuyo espejo comienza a examinar sus voluptuosos labios, la oxigenada suelta un venenoso chillido.

- ¡Arg! ¡Qué asco! ¿Qué hiede tan asqueroso?

Que la tal Sonya, de inmediato, contesta igual de ponzoñosa.
Creo que a cucaracha podrida, Tatis.

- Pues a mí me hiede es a rata -continúa otra de las lagartas, la fulana Brenda; quien repasándome de arriba abajo con sus ojos repletos de repugnancia y altivez, añade a su propia y maliciosa indirecta - a ese tipo de alimañas puedo olerlas a kilómetros.

Pero, la asiliconada rubia, que ha escuchado todo mientras se miraba en el espejo y pintaba sus labios con un labial rojo sangre, tras terminar de colorear su hinchada boca rellena de Botox, se acomoda con una irritante paciencia su melena y articula lo que mi cerebro, de inmediato, procesa como una franca y directa amenaza.

- No queridita, huele es a zorra muerta. Estoy completamente segura, y lo sé porque no es la primera vez que me topo con una y la elimino de mi camino.

E, instintivamente, mi estómago se encoge y todas las alarmas de mi cuerpo se activan ipso facto, pues además de su venenoso comentario, la forma maquiavélica en la que el grupo de bichas me miran logra ponerme literalmente los pelos de punta. Me siento atrapada en un nido de víboras, y convencida cada vez más de que si abro la boca soy Liz muerta, empuño mis manos en un intento por contener mi naciente furia y no digo ni "mu", a pesar de desear con todas mis fuerzas poder arrancarles hasta el último pelo decolorado de sus cabezas y decirles hasta del mal que se van a morir.
Y en esas estoy, tratando de contener el leve temblor de mi cuerpo y calculando cómo salir de allí en una pieza, cuando de repente, suena el teléfono de la otra rubia descerebrada de nombre Paola; quien tras mirar la pantalla de este, le pregunta con su chillona voz a Barbie silicona.

- Tatis, es mamá, te manda a preguntar si te aparta la cita en el Spa para esta tarde.

A la que, se le dibuja una maliciosa sonrisa en el rostroconforme apartar su larga y oxigenada cabellera de su hombro y se gira en mi dirección con una expresión depredadora en sus ojos, ytras afincar esta en mi rostro, le contesta a su secuaz en un tono bastante mordaz y chocante.

- ¡Por supuesto, queridita! tengo que estar divina para cuando regrese mi HOMBRE - y, usando el mismo deje ponzoñoso, le añade a su acusador comentario - al parecer ya se cansó jugar con zorras recién aparecidas y quiere regresar con su única y auténtica Diosa.

¡Que, qué!
¡La madre que la parió!
¡Ahora sí que le retuerzo el pescuello!
La furia y los celos patean mi puerta, y a mí me entran los temblores de la muerte. Pero, antes de que pueda si quiera parpadear y mandar a la bandada de arpías decoloradas a freír monos al Congo, la Barbie oxigenada se da la vuelta y sale del baño junto a su séquito riendo como una manada de hienas.
Pero... pero... pero...
¡Aaaaaah! ¡Las oooooodiooooo!
Suelto el aire contenido y atajo el humillante y rabioso llanto picando en mis lagrimales. Si lo que las brujas esas buscaban era joderme aún más el día, pues lo han logrado. En lo único que puedo pensar, es en Luifer masajeando el multioperado cuerpo de la Peliteñida como lo hacía en la discoteca.
¡Arg! el asco me sobreviene al recordar esa fatídica imagen.
«¡Baaaastaaaaa!» me ordeno furiosa, mientras humedezco de nuevo mi pálido rostro e internalizo que no debo dar crédito a nada de lo que digan las víboras esas, y mucho menos, darles el gusto de verme afectada por sus sartas de estupideces.
En fin, hecha un caos de emociones, seco mi rostro y salgo de allí con las lágrimas anudadas en mi garganta y, tras recorrer el largo pasillo de regreso al auditorio, ingreso al atiborrado ambiente segura de ser la protagonista del silencioso y vil cuchicheo que sostiene la oxigenada y su jauría de hienas.
Es sentarme en mi pupitre y apartar mi vista de ellas, pero la expresión en mi rostro es tal que, de inmediato, el listillo e intuitivo de Leo, luego de encimárseme un poco, me pregunta por lo bajo.

- ¿Qué mierda te hicieron Tatiana y sus clones? fueron detrás de ti, ¿verdad?

- Nada - le miento sin mucho convencimiento.

- ¡Aja! y yo me chupo el dedo -murmura escéptico de vuelta, y mirándome acusador, agrega - en lo que salgamos de aquí cuenta con que te obligo a decirme todo, de la "a" a la "z" cabezota.

Segura de que, Leo, se las ingeniaría para cumplir al píe de la letra su afirmación, viro mis ojos e intento centrar mi atención en la tediosa explicación de la profesora Ramos, pero mi cerebro solo puede procesar una única, insistente y tormentosa pregunta, que me mantiene durante la siguiente hora y media totalmente ensimismada.
¿Dónde estás, Luifer?

***

El tiempo pasó más lento de lo normal.
La actividad académica ha terminado y yo solo quiero llegar a la residencia y dormir para no pensar en nada de nada, pero Leonardo, dispuesto a cumplir su papel de hermano sobreprotector, tras haber dejado a su amorcito, Diana y a Adriana, se deslinda de la animada conversación que lleva con Antonio y Rafa y me pregunta en tono ultra secreto.

- ¿Vas a decirme por fin qué pasó con Tatiana y sus amiguitas o tendré que ponerme intenso para que me lo digas? - y, anticipándose a una nueva mentira de mi parte, me advierte -y ni se te ocurra decirme que nada. Todos nos dimos cuenta de que las lobas esas salieron detrás de ti como pirañas atraídas por la sangre. Así que cuenta, ¿Qué rayos te dijeron para que regresaras después con esa cara de amargada que te gastas aún?

Mi gesto se tuerce.
Lo menos que deseo es hablar de lo ocurrido, aunque también, una parte de mí necesita drenar la asfixiante tensión acumulada en todo mi cuerpo, y que mejor que con Leo. Por lo que, luego de cerciorarme de que Antonio y Rafa siguen enfrascados en su propia conversación sobre quién de los dos llevaría su confortable camioneta al mecánico, acorto aún más la distancia entre nuestros cuerpos y le cuento sigilosa todos los detalles del inquietante encuentro con el cuarteto de víboras, que él escucha atento y sin pestañear.
Tras terminar de hablar su expresión lo dice todo. Está súper indignado, pero no dice nada, sí nada de nada, lo que me resulta muy extraño e intrigante, Leo siempre tiene algo que decir de todo y más cuando durante la conversación sale a relucir el nombre de Luifer. «¿Qué estará maquinando ahora esa cabecita loca?» me pregunto, mientras lo observo descansar de nuevo su espalda en el asiento y cavilar durante largos y silenciosos minutos, hasta que, mi paciencia al fin se agota y le pregunto mordaz.

- ¿Y bien, algún sabio consejo que quieras darme?

Y mi punzante tono, no solo logra atraer su atención otra vez a mi rostro, sino también, sacarle por fin a sus labios una forzada oración, que me eriza todos los vellos del cuerpo.

- Que te mantengas alejada de las lobas esas. Tatiana y sus amiguitas no son famosas por ser unas mansas corderitas precisamente. Esascuaimas son de cuidado, Liz.

No pregunto más, no es necesario, pues el inquieto brillo titilando en sus pupilas es suficiente para hacerme una idea del verdadero motivo de su silenciosa actitud. Ahora, éramos dos los preocupados y los que estábamos seguros de que, la pechugona artificial y sus clones, oficialmente, me habían declarado la guerra y que el episodio del baño estaba lejos de ser lo más peligroso a lo que tendría que hacerle frente.
Cinco minutos después, llagamos a la residencia y, luego de agradecerles el aventón y despedirnos de Rafa y Antonio, nos adentramos en esta rodeados de un sepulcral silencio, en el que me refugio el resto de la tarde mientras termino varias investigaciones pendientes de la universidad. Pero, llegado el crepúsculo, el cansancio y la falta de noticias de Luifer me agobian de nuevo, por lo que, decido parar de leer e intentar una vez más llamarlo.
5 intentos después... nada de nada. No contesta y yo lanzo frustrada el teléfono sobre mi cama antes de abandonar mi habitación, dispuesta a prepararme algo de cenar. Ya en la cocina, decido hacerme un poco de avena cocida, que en cuestión de minutos está lista y humeando deliciosa, y mientras sirvo un poco de la pastosa crema en un plato, noto un trozo de papel imantado a la puerta del refrigerador con mi nombre escrito en un intenso rojo chillón.
Sin pensármelo dos veces, camino hasta allí y cojo el pliego. Es una nota de mi casera, informándome que estará en una actividad de la iglesia hasta tarde y que en la mañana ha recibido un paquete a mi nombre, que rápidamente, tal como me indica su escrito, ubico sobre la mesa de centro en la estancia. Es una caja de regalo de medianas proporciones. ¡Qué extraño! no tiene ninguna tarjeta de remitente, aunque, de pronto, mi corazón se acelera al sospechar su procedencia...¡Luifer!
E, inevitablemente, en mis labios se acentúa una discreta curva llena de felicidad, mientras mis manos, impacientes y temblorosas, desatan con torpeza el decorativo moño aterciopelado anudado sobre la cara superior de la caja, pero, al levantar la tapa de esta toda la expectante emoción en mi cuerpo se convierte en terror puro, cuando veo aquellos vidriosos y enfurecidos ojos serpentearse en el aire directo hacia mí.

- ¡Aaaaaa! - grito a todo pulmón súper histeria, conforme logro esquivar de un ágil movimiento el alargado y resbaladizo cuerpo de la víbora, que cae briosa a unos cuantos pasos de mí erguida como cobra asesina.

Por segundos, permanezco paralizada sin saber qué hacer, excepto, observar como la enfurecida y retinta serpiente, tras enrollar veloz su propio cuerpo, comienza a soltar en mi dirección feroces mordidas. Una... tres... cinco... estas cada vez chaquean más y más cerca, pero, son los repentinos y angustiosos gritos de Leo en la puerta los que me hacen reaccionar y sacarme del trance paralizador en el que he caído.

- ¡Elizabeeeeeeeht! ¿Estás bien? ¿Qué son esos gritos, cabezota? ¡Abre la puerta! ¿qué está pasando?

¡Diablos! No logro expulsar las palabras.

- Una... una... una... ¡SERPIENTEE! - exploto aterrorizada por fin.

- ¡Queeeeeé! ¡Abre! ¡abre la puerta yaaaaaaaa, cabezota! - lo escucho ordenarme de vuelta azaroso, mientras del mismo modo golpea la puerta principal, hacía la que corro como alma que lleva el diablo y sin mirar atrás.

Y al darle alcance, en dos temblorosos movimientos, quito el seguro y la abro. Es verme aparecer por esta y Leo halarme hacia afuera con rapidez antes de volver a cerrarla tras de mí y preguntarme bastante alarmado.

- ¡¿Pero de dónde ha salido ese animal?!

No le contesto, apenas si puedo respirar y evitar que mis rodillas se doblen como fierro oxidado ante su demandante y nerviosa mirada. Estoy en shock, y el estupor en mi rostro es tal que, en cero como un segundo Leo me abraza sin titubeos y me mantiene cobijada entre sus brazos hasta que mi corazón ralentiza su ritmo y el zumbido en mis oídos desaparece. No sé cuánto permanecemos así, pero cuando creo sentirme mejor, doy un hondo suspiro y abro mis ojos despacio mientras a su vez despego mi cuerpo del suyo, de mi oportuno salvador. De no ser por él de seguro seguiría petrificada allí dentro siendo convertida en coladera por esa horrible víbora.
Por lo que, al verme mucho más tranquila, me insta a sentarme junto con él en la escalera que da a las habitaciones externas mientras insiste en saber cómo es que esa rastrera criatura ha terminado dentro de la casa, y tras contarle todo lo ocurrido, se levanta de nuevo y gruñe hecho una fiera.

- ¡Esa Tatiana es una mal nacida! ¡Si esa serpiente te hubiera mordido te MATA, ELIZABETH! ¡TE MATAAAAAA! es que ya decía yo que la susodicha esa no se iba a quedar con los brazos cruzados. La escenita en el baño fue solo la punta del iceberg, cabezota ¡Pero ahora sí que se pasó de la raya, voy a matar la culebra esa y se la voy a enrollar en el pescuezo de jirafa ese que tiene!

- Leo, no sabemos a ciencia cierta si ella... - intento calmarlo, pero él...

- ¡Ay por favor, cabezota! pata de cochino, oreja de cochino, cola de cochino... ¡No puede ser una rana! ¡Por Dios! Tatiana, te la juro está mañana, y esto no solo demuestra que está totalmente loca, sino que además la condenada es más peligrosa de lo que todos piensan. Por eso, hay que decirle esto de inmediato a Luifer - suelta todo aquel brioso argumento, interrumpiéndome.

- ¡Noooo! - me niego en redondo, poniéndome de pie.

Sé que tiene razón, que este ataque y las amenazas de la arpía esa no es algo que deba tomarme a la ligera, pude haber muerto y de una forma espantosa y dolorosa, pero no ha pasado nada, además, ir de chismosa con Luifer solo empeoraría las cosas de una manera catastrófica. De solo imaginar lo que este le haría a la lagartona se me paraliza el corazón, ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! No quiero que se meta en más líos y menos por mi culpa, suficiente con saberlo en peligro constante por lo que sea que hace y por lo que le hizo al infeliz taxista. ¡Dios!

- ¿Algún razonable motivo por el que no debamos informar a Luifer sobre la canallada que te ha hecho la loca psicópata de su ex? - refunfuña de vuelta.

- ¡PORQUE NOOOO! - me altero.

- ¡¿Y por qué rayos NOOO?! -insiste.

- No... no... no quiero - titubeo, pero al final continúo pues sé que compartirá mi preocupación dado los recientes acontecimientos - si él se entera de esto, ¿qué crees que haga? ya... ya le disparó a ese hombre, quiero que...

- Bueno sí - no me deja terminar, se pasa nervioso las manos por su cabello y añade al entender la naturaleza de mi resistencia -pero, ¿Y qué harás entonces, dejar que te mate? - inquiere menos chocante, cruzando sus brazos.

Y antes, de que su sermón se torne más cansino y acusador, además de angustiante, adoso mis manos al apretado candado sobre su pecho y le pido en un tono suplicante y tranquilizador.

- Ya pensaré en algo, por ahora, solo no nos alarmemos ni alarmemos a nadie más y ayúdame a sacar esa horripilante criatura de la casa antes de que llegué Doña Prudencia. ¡Por fa... sí! - y, sin esperar ningún tipo de respuesta, tiro del mazo de brazos al que estoy sujeta y lo arrastro junto conmigo directo a la puerta, no muy segura de estar haciendo lo correcto.

Cinco minutos después, luego de una búsqueda cuidadosa y exhaustiva en cada rincón de la sala, localizamos a la escurridiza víbora enroscada en el cortinero de la ventana y, antes de que la ágil criatura pudiera ver venir su negro destino, Leonardo estampa repetidas veces sobre su cabeza el pesado madero de la escoba en sus manos hasta matarla, terminando así con la amenaza.
Esa noche, apenas consigo pegar los ojos y desconectar mi mente un par de horas del caos reinante en mi cabeza, pues Luifer aún seguía sin dar señales de vida, y a la zozobra causada por la falta de noticias suyas, se le sumaba la angustia generada por el espantoso recuerdo de lo ocurrido en la tarde y las incontables advertencias que, durante horas, me hicieron llegar a mi teléfono los preocupados dedos de Leo.

***

La mañana siguiente, tal como imagino el día no da señales de mejorar, las pronunciadas ojeras en mi rostro son visibles a kilómetros, trato de cubrirlas con un poco de compacto pero es inútil, parezco un zombi, y por si fuera poco, Luifer sigue sin contestar mis llamadas, no tengo ni idea de cómo ponerle un alto a los instintos homicidas de la bruja oxigenada y, al asomar la cara por el puerta, lo primero que veo es a Leo esperándome junto a la verja semejante a un perro guardián.
¡Genial!
Mi gesto se tuerce, pero no digo nada y sigo caminando, sé que diga lo que diga no lograré hacerlo desistir de convertirse en mi sombra, aunque a decir verdad, agradezco tanta sobreprotección, pues quiera o no admitirlo, saberlo al pendiente de mí me hace sentir a salvo y segura. Aunque, esa reconfortante sensación se esfuma tan pronto llegamos con el resto de nuestros amigos a la Facultad y siento decenas de miradas curiosas volar directo a nosotros, o eso creo, pues no sé porque me da la impresión que todos los ojos me apuntan a mí.
¿Qué rayos?
Y no soy la única que nota lo mismo.

- ¿Qué, acaso tenemos monos en la cara? ¿por qué mierda nos miran tanto? - refunfuña al instante, Adriana.

- Ni idea, pero presiento que pronto lo averiguaremos - intuye Rafa, mirando el tumulto de estudiantes aglomerados en la puerta de mi salón de clases.

Al que llegamos, en escasos segundos y entre el que quedo como estatua al descubrir el motivo de tanto alboroto.
¡Me quiero mooooriiiir!
Los ojos me quedan en la cara como un par de huevos fritos. Por todas las paredes y, en un negro ultratumba, está mi nombre escrito junto a una infinidad de obscenidades que van desde "maldita zorra chupa pollas" hasta " puta rastrera salida de los infiernos"
De pronto, me entran los temblores de la muerte, todo a mi alrededor comienza a dar vueltas y mi estómago a contraerse violento, y aturdida por la falta de aire también, me suelto de las delicadas manos de Diana posadas en mis hombros y me alejo a prisas dejando a todos los presentes, incluidos mis amigos, boquiabierta.

- ¡Liz! ¡Liz! ¡Liiiiiiiiz! - escucho la voz de Leo llamarme, pero yo solo deseo desaparecer de allí a pesar de no tener la más remota idea de a dónde ir.

Ni siquiera sé cómo me siento, quiero llorar tanto como enterrarle mi zapato en el puto culo oxigenado a la arpía y a todo su ejército de brujas asiliconadas. Porque sí, no hay que ser adivina para saber que esto ha sido obra de la perraca de quinta y sus secuaces, y convencida de la autoría de esta nueva canallada en mi contra, decido entrar al baño y de un fuerte portazo cierro la puerta tras de mí, antes de aflojar el nudo en mi garganta y permitir que las lágrimas atoradas en esta broten como ríos a través de mis ojos.
Me tiembla todo el cuerpo.
Y en esas estoy, rechinando los dientes del coraje y casi ahogada con mi propio y humillante llanto dentro de uno de los cubículos individuales, cuando escucho la voz de Diana pronunciar mi nombre. No le contesto, no puedo, pero mis hipidos son suficientes para que sepa con exactitud donde me encuentro hecha un verdadero guiñapo y, parándose frente a la puerta tras la que estoy resguardada, me dice en tono benévolo y cariñoso.

- Liz, el profesor Pinto de Bienestar Estudiantil está buscándote, quiere hablar contigo, dice que te espera en su oficina - y, ante mi continuado silencio, añade insistente- amiga, ¡Por favor, abre la puerta! ¡Vamos, estoy aquí, estamos aquí para lo que necesites! ¿Verdad, Diana?

- ¡Ujum! -sisea de mala gana la recién nombrada.

¡Genial! ¡Qué consuelo!
«¿Es que los problemas no se van a acabar nunca?» protesto en mi fuero interno, y mientras los silenciosos segundos siguen avanzando, consigo tranquilizarme un poco y poner en orden mis convulsas emociones e ideas. Para cuando por fin abro la puerta, ya tengo claro cómo responder los ataques de la psicópata oxigenada, por lo que, tras lavar los restos de llanto en mi rostro y dedicarle una apagada sonrisa a las chicas como prueba de que estoy mejor, salgo del baño en su compañía dispuesta a darles una lección al cuarteto de mapanares.
No pienso darles el gusto de verme asustada y mucho menos vencida.

***

Una hora después, salgo de la oficina de Bienestar Estudiantil luego de ser sometida a un implacable interrogatorio por parte del profesor Pinto; quien además de no haber quedado satisfecho con mi renuente actitud y esquivas respuestas, no perdió oportunidad para repetirme hasta el cansancio las posibles sanciones que recaerían sobre mí y todos los implicados en los actos vandálicos de conocerse su identidad y repetirse algo similar dentro de las instalaciones de la Universidad.
Pero, aquel intimidante discurso resulta ser una canción de cuna en comparación con la exacerbada reacción de algunos de mis amigos, al escucharme decir que, a diferencia de lo que ellos y la mayoría en la facultan imaginaban, no hice ningún acusación en contra de la tal Tatiana y su combo de sanguijuelas oxigenadas.

- ¡Definitivamente, aparte de tonta, masoquista! - refunfuña Diana, y antes de que pudiera ponerle mi cara de póker, la diminuta arpía de cabellos borgoña se aleja histérica por el largo pasillo en compañía de Antonio.

- ¡Bebé, espérame! - le pide este, mientras redobla la velocidad de sus pasos para alcanzarla.

Diana, en cambio, se acerca y, tras abrazarme y sonreírme tranquilizadora, celebra animada mi polémica actitud.

- Fue lo mejor, Liz, evitar no es cobardía. La mejor pelea es la que no se tiene. No hay que rebajarse a su nivel. Además, la única que está quedando como una loca y ardida es ella, ¡Por favor! todos aquí saben la clase de perra que es y que lo que busca es vengarse de ti por lo de Luifer. Pero ya se cansará, Liz. Yaverás.

- ¡Sí, claro! - murmura escéptico Leo, antes de revolear su mirada de modo reprobador y agregar sin titubeos -solo espero que sea antes de que alguno de nosotros tenga que ir a reconocer su cadáver a la morgue.

- ¡Ya! no seas tan exagerado, amor. Ya verás que tarde o temprano las bichas esas se cansan y dejan de fastidiar -lo reprende la inocente, Diana.

Pero, su adorado tormento, seguro de todo lo contrario, se abraza mimoso a su cuerpo y, tras besar su mejilla y observar por largo rato la chispa de rebeldía titilando en mis ojos, nos dice.

- ¡Ojala, amor! bueno, ya vámonos ¿quieren? es hora de seguir dándole comida a los buitres -y, poniéndose en marcha y llevándome casi arrastra junto con ellos, me ordena al comprender por fin mis intenciones - y tú pon tu mejor sonrisa, el enemigo sufre cuando nos ve feliz. Si lo que quieres es hacerla vomitar la sangre, créeme, nada como reírse en su cara de su desesperación.

Segundos después, tal como lo predijo Leo, no había ojo curioso que no se fijara en mí mientras avanzaba a través del largo pasillo en su compañía, era como si los ofensivos grafitis en vez de estar tintados en las paredes de salón estuvieran tatuados por todo mi rostro. Así de franca era la morbosa curiosidad de todos, y el masoquismo mío por alentarlos a disfrutar del humillante espectáculo, negándome a bajar mi cabeza como de seguro era el deseo de la lagartona desteñida de la Tatiana, a la que sin dudas le iban a salir raíces de tanto esperar tal cosa.
«¡Víbora!» resoplo con los dientes apretados y, con esa sensación de impotencia y una falsa sonrisa de despreocupación en mi rostro, resisto el bombardeo de miradas y el sigiloso cuchicheo a mis espaldas durante el resto del día. Para cuando por fin logro esa noche cerrar mis ojos, otro infierno mucho peor que el vivido horas atrás seguía creciendo de a poco en mi estómago como un abismo, en cuyo fondo hervía prisionera y deseosa por devorarme gran parte de la verdadera desesperación que a duras penas lograba disimular...
¡Luifer, aún no daba señales de vida!

***

La mañana siguiente, es despegar los parpados y tener la certeza de que mi futuro próximo tampoco pintaría nada bueno como los últimos tres días de mi existencia. Me duele la cabeza horrores, y por si fuera poca tortura sentir que el cerebro me va a explotar en cualquier momento, la falta de noticias de mi "desvirgador oficial" y objeto de mi delirante amor, por no decir obsesión, al parecer seguiría siendo la orden del día.
«¿Dónde rayos estará?» pienso preocupada a la par de nerviosa, mientras dejo caer de nuevo mi teléfono sobre la cama y lucho contra la tentación de llamarlo, pues de hacerlo, estaría yendo "otra vez" contra la castrante condición impuesta por él y a la que accedí cegada por la esperanza de algún día poder romper sus silenciosas cadenas. «¡Mejor me apuro o llegaré tarde!» mentalizo, y hecha un manojo de emociones confusas, entro al baño y durante lo que me parece una eternidad dejo que el agua fría que sale a borbotones por la regadera calme los dolorosos latidos en mi cabeza, hasta que, observo el recordatorio escrito en rojo chillón en el espejo del lavamanos y mi cerebro se reactiva de golpe.

«Próximo sábado entrenamientos de Voleibol»

¡Rayos!
Sí, hoy es ese sábado, en el que por fin iniciare mis tan ansiados entrenamientos con el equipo de Voleibol de la Universidad, un suceso que hasta hace solo unas horas despertaba en mí una vibrante emoción, ahora empañada por una angustiante sensación anidada en la boca de mi estómago como un puñado de avispas, por lo que a prisas, tras enrollar alrededor de mi cuerpo mi toalla de la Sirenita, salgo escopetada de la ducha dispuesta, a pesar de todo el infierno desatado sobre mí, a no dejar que este siguiera restándole felicidad a mi vida.
Hora y media después, hago mi entrada triunfal junto con Leo en el recinto deportivo, en el que una festiva y emocionada Diana nos espera ya con su mejor pinta deportiva: licras cortas, rodilleras, franelilla ajustada y sus cómodos Pumas. Es verse y los dos tortolitos ignorar al resto del mundo y a mí e intercambiar sus acostumbrados arrumacos, y mientras besos van y viene, ubico al resto de nuestros amigos sentados en las gradas del lado oeste del gimnasio, incluida Adriana; quien para variar es el reflejo de la amargura ambulante.
«¿Hasta cuándo va a seguir en ese plan?» me pregunto, apartando mi mirada de ella y fijándola luego en la pantalla de mi teléfono. ¡Son las 09:00 a.m.! Justamente, la pactada por el entrenador Julio Hidalgo; que al notar mi presencia, sonríe a lo lejos y me hace señas con su mano desde el interior del rayado, donde se encuentra reunido ya con algunas chicas que, de inmediato, presumo son mis nuevas compañeras de equipo.
Sonrío, es inevitable, y del mismo modo incontenible, mis lágrimas amenazan con desbordar mis ojos, pues ver al canoso, pequeño y atlético hombre es recordar a quien fuera su inseparable amigo y compañero de batallas, al que acompañó hasta en el último aliento de vida... ¡Papá!
Con el corazón hecho un mar de sentimientos, suspiro profundo y apuño mi garganta hasta lograr contener mi llanto y recuperar un poco el aliento, cuando por fin estoy segura de sentirme mejor, reavivo mis pasos directo hacia él mientras siento como las miradas del grupito de chicas a su alrededor se concentran en mí; algunas de forma risueñas y amables, y otras tantas, de puro repelús, en especial, la de una morena de rasgos achinados y melena abundante. Actitud que, de verdad, no me sorprende dado mi reciente debut como "La chupa polla, Marcano". Una infamia de la que aún debe estar hablando toda la Universidad y hasta el perro del chichero de la plaza Bolívar.
¡Desgraciada bruja pelos de escoba!
En fin, decidida a no mostrarme afectada por esa canallada, sigo caminando firme conforme invoco a toda la generación de las lagartijas oxigenadas y mantengo en mi rostro mi mejor sonrisa, que mi adorable padrino corresponde con el mismo entusiasmo luego de darme un cálido abrazo.
Sí, es genial volver a verlo después de tanto tiempo.
Cinco minutos más tarde, tras nuestro caluroso saludo y la breve presentación de Diana y mi persona al resto del equipo, el estricto entrenador da inicio al riguroso entrenamiento. Y contra todo pronóstico, mi día comienza a mejorar. Realizo mis ejercicios de estiramiento y calentamiento como si mi vida dependiera de ello, y mientras más corro y mis pulmones arden debido ala extenuante actividad, mi mente logra desconectarse poco a poco de Luifer, del acoso de la psicópata peliteñida y sus dementes amigas, de todo...
Hasta que de pronto, el entrenador suena su silbato, y conforme este divide el grupo en dos bandos para jugar un partido final, Diana aprovecha para acercárseme y comentar.

- Esa vieja la tiene cogida contigo, Liz.

Desconcertada, pues no sé a qué rayos se refiere, doy un trago a mi agua y le pregunto.

- ¿Quién? ¿De qué estás hablando?

Y, con cara de querer darme un guantazo por despistada, me fulmina con sus dilatadas pupilas y contesta.

- ¡La china, Liz! ¡La china! te ha estado lanzando todo su arsenal. Saques, remates, colocadas y ha intentado bloquear todos tus ataques. Lo único que falta es que lance canicas en el suelo para que te caigas.

Sé perfecto a quién se refiere, e intrigada por su comentario, miro sigilosa a la susodicha en cuestión y, en efecto, esta me mira de forma insistente y desafiante, parece como si deseara arrancarme la piel pedacito a pedacito.
¡Pero qué rayos! ¿Y a esta que mosca le picó?
De inmediato, mi cerebro comienza a trabajar a mil por segundos, tratando de recordar si la he visto en alguna otra parte, pero nada en su rostro me resulta familiar, sin embargo, por la intensa hostilidad que emana de sus achinados ojos al mirarme, es fácil suponer que, además de conocerme, muy posiblemente forme parte de su lista de enemigos, la pregunta era, ¿por qué?
¡Qué extraño! no es que yo sea la Madre María de San José, pero tampoco soy de andar cosechando enemigos a mi paso. En fin, «seguro me está confundiendo con alguien más» supongo, tiene que ser, y segura de eso, aparto mi vista de ella y le contesto a Diana, tras beber otro poco de agua.
Pues ni idea de cuál sea su problema. No la conozco de nada.
Justo en ese momento, el silbato vuelve a sonar y todas regresamos a la cancha a ocupar nuestras posiciones asignadas, por las que rotamos durante veinte minutos más sudorosas y animadas por el calor de la competencia. Jugadas van y vienen de lado y lado, y punto a punto no solo la adrenalina vuelve a invadir mi cuerpo, un extraño e incómodo peso también se asienta en mi estómago conforme noto la franca vigilancia con la que los achinados ojos de la chica siguen cada uno de mis movimientos.
Era claro que un mal presentimiento se estaba haciendo espacio en la parte más neurálgica de mi cuerpo, pues aquella amedrentadora mirada solo podía significar una cosa: más problemas. «¿qué acaso este infierno no va a terminar nunca?» protesto, mientras intento adivinar la razón por la que esa chica, de melena abundante y negra y de tez blanca como la leche, parece querer asesinarme.
Pero, antes de que alguna teoría conspiratorio termine de agravar mi paranoia, un nuevo pitazo suena y Diana ejecuta un potente saque en suspensión, que va a dar directo a los antebrazos de la libero del equipo contrario y, tras ejecutar una diestra recepción, la misma redirige en balón hasta su armadora, una ágil y atenta morena de al menos 1,60 de estatura; quien viendo la ausencia de bloqueo en la red, arma una jugada rápida con la chica de rasgos achinados, y esta, de un cañonazo clava el balón a centímetros de mí. Apenas, si puedo parpadear antes de que la esférica pase como un rayo por mi lado.
¡Rayos!
Segundos después, sus camaradas gritan emocionadas y ejecutan un abrazo grupal en mitad de su cancha. Ella es su heroína y como toda una diva la susodicha se deja vitorear. Mi equipo, en respuesta, aplaude para subir el ánimo y una de las chicas, de nombre Federica y espíritu altamente competitivo, desde la posición sagüera, grita eufórica.

- ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos, chicas! enseñémosle cómo se gana un partido.

Su aguerrida actitud, de inmediato, nos contagia, es obvio quién sería la futura capitana del equipo. Y más notorio aún era el hecho de que, tanto yo como el resto de las jugadoras debíamos esforzamos el triple si queríamos asegurar la titularidad en este. Por lo que, opto por pasar del acusador miramiento de la achinada morena y concentrarme en lo verdaderamente importante, pero yo, soy yo, curiosidad y masoquismo puro, y al cabo de unos segundos, tras un certero y contundente remate de una de mis compañeras desde puesto dos, sigo el curso de la rotación hasta el centro la cancha, decidida no solo a ocupar mi nueva posición, sino también a confirmar mis sospechas.

- ¡Excelente remate! - le digo en tono amigable a mi mal encarada observadora, ubicada frente a mí al otro lado de la red.

Y, tal como lo suponía, mi amistoso comentario solo empeora su cara de mala leche, es demasiado obvio que soy yo y nadie más que yo la causa de su visible reconcomio, pero la gran pregunta era... ¿por qué? hago de nuevo memoria y su rostro sigue resultándome por completo desconocido, no, no la conozco, y mientras continúo rebuscando entre mis recuerdos, siento como además el molesto peso en mi estómago comienza a palpitar, exageradamente.
Hasta que de pronto, cuando creo que su mirada altiva y desafiante es lo único que recibiré por respuesta, la susodicha da dos pasos hacia mí con una repentina y misteriosa sonrisa en sus descarnados labios y, tras apartar teatral su larga y espesa cola de caballo de uno de sus hombros, me dice en un tono bastante ponzoñoso.

- ¡Lindas mariquitas! -que, de inmediato, logra cortarme el aliento en seco.

Y, de la misma forma súbita, mis ojos se ensanchan al máximo y un horrible presentimiento cruza mi pecho... ¡Luifer! Sí, Luifer, es en todo lo que pienso, mientras una paralizante descarga se extiende por todo mi cuerpo como un rayo y la observo retroceder hacia la posición saguera con un malicioso gesto colgado en su achinado rostro. No tengo oportunidad de hacer nada más, ni de parpadear, apenas si soy consciente de mi corazón late aún. Todo ocurre demasiado lento y rápido a la vez a mi alrededor. En un segundo, suena de nuevo el silbato, al otro, el balón cruza sobre mí hasta la otra cancha, y al siguiente, la feroz y rasgada mirada de aquella chica se encumbra hinchada de saña directo hacia mí y... !BUM!
Un fuerte impacto sacude mi cerebro y todo se vuelve negro....

Holas mis irremediablemente enamoradas 😘😘😘 como les prometi, poco a poco voy subiendo mas y mas sobre esta parejita 😘😘😘😘 Esto cada vez se pone mas peliagudo jajaja ¿Quien sera la malvada china? ¿Qué creen hará nuestro Luifer cuando regrese y se entere de todo?
No olviden votar y comentar mis niñas

Besos apasionados 😘😘😘😘😘

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