Mientras Dormia (parte 1)

¿Qué lo salve? ¿De qué o quién?
¿Acaso los mensajes encriptados son un mal de familia?
Miro la hora en mi celular, 04:56 a.m.
La afligida Betzabeth, tras soltarme aquella enigmática frase se acurruca entra las sábanas y no dice nada más, tampoco amaga dormirse a pesar del notorio cansancio acumulado en su llorosa y enrojecida mirada. Aunque a decir verdad, yo tampoco podría si acabaran de darme una noticia como la que Luifer ha soltado sobre ella sin pena ajena ninguna.
¡Luifer!
¿Por qué es tan cruel con ella? ¿Dónde estará?
Ese es otro que debe estar pasándola de la patada, y para colmo, solo. «Tal vez deba ir a buscarlo» se me cruza por la mente, pero al recordar  el salvajismo en su mirada de hace un momento decido que, es mejor darle su espacio para que se tranquilice. Creo que todos necesitamos calmarnos.
Suspiro con pesadez.
Estoy muerta de cansada. Y sin saber qué más hacer, excepto, esperar a que las aguas bajen, me acomodo a un lado de mi desolada cuñada y la insto, con cariño.
Intentadormirunpoco.
Ella me sonríe sin ganas en respuesta, y poco después veo como, obedeciendo a mi solidario consejo, apaga sus dilatados e intranquilos ojos verdes conforme su respiración se vuelve un calmado sube y baja. Y más atrás, siento como también yo, sin poder evitarlo, me sumerjo poco a poco en un profundo sueño hasta que toda conciencia de mí desaparece por completo.

***

Mis parpados se abren con pesadez. 
¡Dios, pero qué es esto!
Mi cabeza, es un tambor constante y sonante.
Adormilada aún, y sintiendo que la sesera en cualquier momento se me parte en mil pedacitos, estrujo mis ojos hasta que siento que me he desesperezado, o al menos, eso es lo que creo.
Todo está en silencio y las cortinas corridas en su totalidad, pero a través del azul pálido de estas la brillante luz del sol logra filtrarse y teñir con una lúgubre claridad el interior de la habitación. 
Como puedo, ya que el martilleo en mi cabeza es feroz, me incorporo sobre la superficie acolchada en la que estoy tendida y bien abrigada, y lo primero que noto es que estoy más íngrima que el ánima sola.  
La aniñada rubiecita brilla por su ausencia. 
Y Luifer…
Me angustio, ya que lo primero que se me cruza por la mente es que, esos dos puedan estar agarrados otra vez como perros y gatos y… ¡No, no, y no!
Desecho cualquier pensamiento fatalista de mi cabeza y de un salto me levanto de la cama para ir en su busca.  Con los pies descalzos y ataviada aún con el vestido discotequero, salgo de la habitación a toda prisa  presa de la angustia y de un mal presentimiento, que se convierte en miedo una vez bajo las escaleras y lo que veo, mejor dicho, a quien veo y no reconozco al desembocar por estas me deja en el sitio y con el corazón bombeando a toda marcha en mi garganta.
¿Quién es él? 

- ¡Buen día, señorita! — me saluda, el individuo junto al inmaculado sofá en forma de ‟U” dispuesto  en medio de la enorme estancia. 

Es un hombre alto, de tez clara, cabello corto y canoso, entrado en años pero de cuerpo impostado, en cuyo rostro asimétrico y de líneas rectas se lee una recatada impaciencia.    

- ¡Buen… buen día! — mascullo a un paso del infarto.

- Mi nombre es Stephano— se presenta de forma educada, y sin detener su discurso, me informa al tiempo que se acerca a mí con un sobre carta en una de sus manos —  el señor Fernández me ha ordenado que la lleve de regreso a San Juan de los Morros y que le entregue esto.

Sin darle crédito a lo que el recién presentado me ha dado a entender  — que Luifer se ha ido sin decirme nada y me ha dejado casi abandonada en manos de un completo extraño — tomo el sobre me tiende, y sin decir ni ‟mu”pues apenas si puedo respirar, me doy la vuelta y regreso a la habitación sintiéndome más muerta que viva.
Estoy en shock.
Sin abrir el dichoso sobre ya imagino lo que contiene.
Una vez entro en el enorme cuarto, bloqueada, cierro la puerta, camino hasta la cama, y sintiendo que estoy atrapada en una especie de pesadilla, me dejo caer sobre esta segura de una sola cosa en mi vida: Luifer ha cumplido su palabra. El muy canalla se ha ido, y  yo… yo…
Lloro.
Sin poder evitarlo, lloro.
Me tiemblan las manos, los labios, todo el cuerpo, el alma, la vida.
Me ahogo.
Inhalo – exhalo.
No siento alivio.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? 
Miro el trozo de papel en mi mano, lo empuño con fuerza hasta volverlo un acordeón. No quiero abrirlo, no quiero, pero antes de que pueda si quiera darme cuenta de lo que estoy haciendo, despego la pestaña y saco del interior de este una hoja doblada en cuatro partes, en la que distingo a primera vista la perfecta caligrafía de Luifer, incluso, detrás de algunos tachones.
¡Luifer!

Pequeña Nena Elizabeth

Lo lamento. Quisiera poder retroceder el tiempo pero 
Podría decirte inventarte mil motivos por los que esto debe terminarse, pero lo cierto es que sólo hay uno. Con o sin condición, no soy bueno para ti y nunca lo fui, aunque quise creerlo con todas mis fuerzas.  La verdad es que sigo siendo un demonio, a pesar de que en tus ojos llegué a verme como el ángel que nunca llegaré a ser. El ángel siempre has sido tú…
Perdón, y mil veces perdón. Es lo mejor.
He girado instrucciones precisas a Stephano para que te proporcione todo lo que necesites para facilitar tu regreso.

¿TERMINARSE ESTO?  ¿MEJOR?
¿FACILITAR MI REGRESO? ¿ES… ES EN SERIO?
¡Ahora sí que este me va a conocer!
¡Va a saber lo que es enfrentarse a un verdadero demonio!
Hecha una fiera, limpio con mis temblorosos dedos el llanto que sale a borbotones de mis ojos y camino hasta la mesa de noche junto a la cama, de donde recojo mi teléfono.
Sin rodeos, marco al número del infame creador de semejante retahíla, y para mi rabia y frustración absoluta cae directo al buzón de mensaje. Repito la operación un par de veces más y lo mismo… ¡Apagado! ¡Apagado! ¡Apagado!

Decido no dejarle ningún mensaje. Lo que tengo que decirle quiero hacerlo frente a frente. Pero de pronto, caigo en cuenta de que la posibilidad de volver a verlo es tan improbable que duele, duele y mucho imaginar si quiera no…
Mi llanto recrudece, no puedo evitarlo, así como tampoco puedo evitar que mi cuerpo deje de temblar, no sé ya si de rabia o desesperación, mientras este a su vez pierde altura y cae desparramado en el piso.
Lloro.Lloro.
Y lloro sin descanso, hecha una bola sobre la fría baldosa como a un animal herido, hasta que, la dolorosa opresión  en mi pecho se vuelve un cansado y profundo jadeo. Cuando la hinchazón de mis ojos no es capaz de derramar una sola lágrima más, me levanto, y sin saber cómo es que todavía tengo fuerzas para algo,  me meto en el baño para asearme un poco antes de largarme de allí y salvar lo poco que queda de mí…¡Soy una imbécil, una completa imbécil!

Entre secos sollozos me desvisto, y sin pensármelo mucho, entro en la regadera y dejo que el copioso y frío chorro de agua me caiga encima, anestesiando de momento todos y cada uno de mis tormentosos pensamientos. No sé cuánto tiempo permanezco allí, inmóvil y abrazada a mi cuerpo como si temiera que este se desarticulara en cualquier momento, pero cuando mi conciencia retorna a la realidad, me doy cuenta de que estoy a un paso de la hipotermia, por lo que, termino de bañarme lo más rápido que puedo y salgo del baño enrollada como un tamal en una  enorme toalla.  
De vuelta en la habitación,  en estado casi zombi, saco de mi maleta unos Jean, ropa interior, una blusa de algodón azul celeste, medias y mis Converse, y me visto con la poca rapidez de la que soy capaz. Una vez lista, me agarro el cabello en una coleta alta y empaco mis pocas pertenencias en mi bolso viajero, en el proceso, miro el montón de bolsas de las distintas y exclusivas tiendas apiladas sobre el diván junto al ventanal y se me retuerce el estómago. Todas están repletas de cosas que me compró y recuerdan a quien con tanta desesperación intento desterrar de mis pensamientos, Luifer… mi… contengo las lágrimas y decido dejarlas.
¡Todo se acabó!  ¡Entiéndelo de una maldita vez¡ 
¡Qué se las dé a su próximo proyecto de esclava!
Herida por tal pensamiento, cuelgo el asa de la maleta en uno de mis hombros y salgo escopetada de la habitación, dispuesta a mantener intacta la poca dignidad que me queda.  Y, sintiendo que me desgarro por dentro, recorro después cuesta abajo las escaleras sin aflojar la prisa en mi paso hasta que desemboco a la enorme sala de nuevo, donde continúa parado como estatua el tal Stephano; quien al verme bajar como caballo desbocado los escalones se alerta y, acercándoseme, pregunta.

- ¿La ayudo con sus maletas, Señorita?

No le contesto. No me da la gana. Que se pudra él y su jefecito.
Y, sin prestarle la menor atención a su interrogación, ni a él, sigo mi precipitada marcha directo hacia la puerta principal de la lujosísima casa, por la que salgo como un rayo perseguida por el individuo.  Puedo escuchar con claridad sus pisadas detrás de mí.

Un minuto más tarde, luego de rodear la enorme fuente y atravesar el largo y enlosado pasillo que da al enorme frente de la ostentosa casita de playa, y por ende a la salida de aquel infierno con pinta de paraíso, me detengo bajo el sol inclemente al comprender que,  no tengo ni la más puta idea de cómo salir de aquella  isla a la que nunca antes había venido… bueno, mejor dicho, sé por comentarios de mi tía Roberta que una simple mortal  como yo, sin un avión privado como el que Luifer uso para traernos aquí, puede hacerlo abordando un Ferry, pero el pequeñísimo detalle es que no sé dónde queda la estación del dichoso Ferry.

¡Genial!
En ese instante, la imponente voz de mi perseguidor, proveniente de algún lugar de detrás de mí, deshace mis tortuosas cavilaciones.

-:Señorita ¡Por favor! regrese a la casa. El señor me ha ordenado…

La insistencia del fulano me pone peor de rabiosa, por lo que, sin voltearme a verlo, como hace instantes, le respondo por fin como quisiera responderle en ese preciso momento al canalla manipulador que osa llamar señor, antes de ponerme de nuevo en marcha no sé a dónde. 

- Dígale a su señor que se vaya al mismísimo infierno y no regrese ¡NUNCAAAA! Ahora, hágame el favor usted y déjeme en paz. Puedo cuidarme muy bien.

El hombre no dice más. Y tampoco yo, no me molesto tan siquiera en cerciorarme sí se ha alejado de mí como le pedí, lo único que quiero es cerrar los ojos y despertar de la pesadilla en la que se convirtió mi vida.

De pronto, un nombre cruza mi mente como un rayo de esperanza…«¡Katherine!» de seguro ella sí sabe cómo salir de aquí.
Saco mi teléfono de uno de los bolsillos de mi bolso y, tras seleccionar su número en WhatsApp,  tecleo.

Katherine Gossec
Ult. vez hoy a las 08:22 a.m.

¡Hola Kat, por fis necesito tu ayuda ¿Dónde queda la estación del Ferry?   09:45 a.m.

Rezo por qué mi amiga vea el mensaje rápido y se lo envío. Unos segundos después, mientras aún sigo caminando bajo el intenso sol sin saber qué hacer, suena mi teléfono, pero no es un mensaje como espero, sino, una llamada lo que me devuelve la mentalizada… ¡Dios!
Con la voztemblorosa, le contesto. 

- ¡Alo!

- ¿Dónde  estás? ¿Qué te ha hecho el troglodita ese? — brama indignada, apenas me escucha.

- Nada — le miento, intentando disimular el llanto contenido que quiebra mi voz. No quiero hablar de nada de lo que ha pasado, y menos, cuando en realidad ni yo misma sé a ciencia cierta qué coño es lo que ha pasado.

- ¡Elizabeth! —protesta.

- No quiero hablar de eso ahora Katherine, solo dime cómo salir de aquí ¡Por favor!  — le suplico.

Pero ella es mucha Kat, e insiste implacable.

- Yo quiero saber ¡YA! Si ese truhan se atrevió a hacerte algo  ahora sí que se va a enterar de lo fiera que puedo llegar a ser. 

- Hemos roto — sintetizo, segura de que mi amiga es capaz de eso y más sino le explico algo y, añado — déjame digerirlo y después te cuento ¿sí?

- ¡Si será imbécil! — refunfuña, y tras varios segundos en los que su agitada respiración es lo único que se escucha través de la línea, se rinde comprensiva —  está bien, luego hablamos llorona ¿Tienes cómo movilizarte?

Hago cálculos de cuánto dinero llevo en mi monedero y le contesto. 

- Sí, tengo algo de dinero y la tarjeta de débito de mi mamá.
¡Bien! entonces escucha lo que tienes que hacer — comienza a indicarme, y yo, con atención la escucho mientras sigo caminando directo a la casilla de seguridad que observo a lo lejos —  súbete a un taxi y dile al taxista que te lleve a las oficinas de Con ferry en Punta de piedra,  compras en una de las taquillas de atención al cliente  un boleto en uno de los rápidos hasta puerto la cruz, y una vez salgas de allí te subes a otro taxi y le dices que te lleve hasta el puerto de Guamache. De las oficinas al puerto son como media hora, y el viaje hasta puerto la cruz dura alrededor de unas 3 horas.

Una vez asimilo todas sus indicaciones, respiro más aliviada y hago lo que me dicta el corazón.

- Kat ¡Gracias! Yo…

- ¿De qué tonta? — me corta con un hilo de voz, y en el mismo tono apagado y sensiblero, continúa — solo prométeme que vas a estar bien, Liz. Yo voy a tratar de hablar con ese…

- Ni se te ocurra — ahora soy yo quien la ataja. Sé lo que planea hacer y de ningún modo pienso dejar que se involucre en esto — te lo ruego Kat, no lo llames, déjalo así ¡Por favor!

Mi petición  no le gusta, lo sé por el fiero resoplido que golpea mi tímpano desde el otro lado de la línea, pero dispuesta a que entre en razón, insisto.

- Esta es mi batalla ‟fuego contra fuego” ¿lo recuerdas? — y seco las lágrimas que bañan de nuevo mis mejillas.

Mi evocación de su consejo logra su cometido, apaciguar su rabia y hacerla comprender lo complicado de la situación, por lo que, ya con la respiración más alivianada, mi amiga, accede a mi petición soltando veneno puro en el proceso.  

- Está bien, como quieras. Solo prométeme que le harás pagar con creces al  manipulador y tirano ese la bestialidad que está cometiendo contigo ¡Ánimo, llorona! Y tampoco te me derrumbes, tú aunque no lo creas eres más fuerte que él. Además, no sé qué haya pasado entre ustedes, pero de lo que no me queda dudas es que ese troglodita te quiere y tarde o temprano…

- ¡Ya, Kat, por favor! — la detengo. Lo menos que me apetece es escuchar algo de lo que ya ni siquiera estoy segura: el amor de Luifer por mí. 

- ¡Bueno, bueno, no digo más!  Me llamas cualquier cosa ¿sí? Mira que me dejas muy preocupada.

- ¡Prometido, y gracias de nuevo! — le digo, cortando la llamada después.

Y sin saber qué rayos significa eso de ‟fuego contra fuego”, y menos, porque se lo dije a Kat, sigo caminando luego de atravesar la barra de la casilla policial que cruza la calle que da acceso al lujoso complejo residencial, desde cuyo interior, un par de vigilantes me ven pasar como alma que lleva el diablo.
Necesito alejarme de allí, y lo más importante, necesito averiguar por qué Luifer ha decidido acabar con mi vida mientras yo tan solo dormía…
Una vez llego a la orilla de la transitada carretera, le hago señas al primer taxi que se cruza en mi camino, y al detenerse,  me subo destrozada, pero a la vez, invadida por una sensación inexplicable de libertad latiendo por todas mis venas.

- A las oficinas de Con ferry ¡Por favor! — le indico, al señor canoso y de enormes lentes tras el volante.

Es escucharme y el hombre de avanzada edad poner en marcha el vehículo. Largos minutos después, sigo mirando la nada a través de la ventanilla mientras una única pregunta sin respuesta se repite en mi cabeza «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?» hasta que por fin, llegamos a mi destino: una estructura hecha de ladrillos con una enorme valla publicitaria en vinotinto y negro, donde reza «La nueva Conferry, oficina: PUNTA DE PIEDRA» y tras pagarle al taxista, me bajo del auto y al entrar en esta me uno de inmediato a la tumultuosa fila de personas formadas frente a la taquilla de atención al cliente.
Espero.
Espero.
Y espero como una zombi mi turno para comprar mi boleto, no sé si a mi libertad o al mismísimo infierno, y luego, de lo que me parece una eternidad, la chica rubia tras el mostrador de madera me suelta una retahíla que mi cerebro no alcanza a procesar del todo, pero igual, cinco minutos después, ya estoy saliendo de allí con un pasaje de regreso en Ferry  directo a Puerto la Cruz. 
Una vez afuera, tras varios minutos más de espera, abordo otro taxi, a cuyo chofer le indico a dónde debe llevarme tan pronto recuesto mi tensa espalda en el asiento del copiloto. Media hora después, tal como lo predijo Katherine, llego al dichoso puerto Internacional el Guamache. La vista esplendida del mar por segundos logra maravillarme y hacerme olvidar que me siento peor que un muerto viviente, pero, la mágica sensación desaparece tan pronto salgo de mi letargo mental y soy consciente de la cantidad de personas y carros en ese lugar… ¡Dios!
Me pongo nerviosa. Quiero llamar a Kat y decirle que ya estoy aquí para que me diga qué hacer ahora, pero…  ¡Calma! ¡Calma! ¡Calma!¡No la preocupes más de lo que lo has hecho ya! Luego de forzarme a controlar mis nervios, en vez de molestar  de nuevo a mi  amiga, decido hacer lo que mejor se debe hacer en estos casos: preguntar.
«Preguntando se llega a Roma» así decía mi abuelita.

Quince minutos más tarde, ya estoy formada en la larga fila de personas que esperan igual de impaciente  en el muelle listas para abordar el Ferry. Y es allí, mientras estoy siendo tostada por el radiante sol y mi cabello vapuleado por los frescos susurros del mar, donde el cansancio y el estrés acumulado en cada célula de mi cuerpo por fin explotan. Para cuando abordo el Ferry y me acomodo en unos de los largos y duros asientos de madera de tercera clase, los ojos ya se me cierran solos, pero antes de apagarlos con la intención de descansarlos un poco, le escribo un mensaje  a mi preocupada amiga.

Katherine Gossec
En línea.

Ya voy en el Ferry rumbo a Puerto la Cruz. Te escribo apenas pueda, mi teléfono se está descargando. Gracias Kat!!! y de verdad estoy bien.     11:05 a.m.

Lo último que le aseguro en mi texto es una absoluta mentira, ‟bien” está bastante lejos de ser mi estado actual, me siento como si una aplanadora me hubiera pasado por encima, pero igual, se lo envío antes de recostar mi espalda junto con mi cabeza en el espaldar del banquillo dispuesta a recuperar algo de paz sí o sí.
Por fin cierro mis ojos, y a pesar de que quiero caer rendida en un profundo sueño entre aquella dispersa muchedumbre de extraños para olvidarme de todo, no lo logro… ¡Maldición!

«¡Luifer! ¡Luifer! ¡Luifer!» mentalizo su nombre una y otra vez sin poder evitarlo. Quiero odiarlo con todo mi ser, pero mi corazón masoquista, se niega a despreciar como se merece al canalla ese.
Harta de mi tortura mental, inhalo una gran bocanada de aire y levanto mis parpados mientras una aliviadora sensación ensancha mis pulmones,  pero, los ojos me quedan en la cara como un par de huevos fritos cuando estos se topan con el tal Stephano, sentado en uno de los bancos ubicado a dos de distancia de donde me encuentro…¿Pero qué coños?
Todo rastro de sensatez y cordura abandonan mi cuerpo. La sangre se me espesa en las venas y sin detenerme a pensar en las consecuencias de lo que voy hacer, me levanto enceguecida de rabia, cuelgo el asa del bolso en mi hombro y camino con paso fuerte hasta donde está el individuo; quien al verme caminar hacia él como un toro embravecido, encuadra aún más su espalda contra el respaldo de la banqueta a la espera de mi ataque.    
Y sin más, una vez le doy alcance, lanzo mi primera estocada al infeliz directo a su rostro, algo desencajado por un gesto altivo de asombro y entendimiento que no comprendo ni me interesa entender.

- Quiero hablar con su jefe. Y ya que el muy cobarde no se atreve a contestar mis llamadas, márquele usted.

- Disculpe señorita, creo que eso no va a ser posible, el señor Fernández solo me ha ordenado… — comienza a negarse…

Pero yo, hasta el gorro del Señor Fernández y de todas sus pendejadas, incluyendo, la flamante idea de mandar a su perro de caza tras de mí, lo interrumpo, lanzándole una contundente exigencia, que logra levantar algunas miradas curiosas alrededor, lo que me importa un semerendo rábano. 
¡Estoy que mato y como del muerto!

-:¡Lo que le haya ordenado el bicho ese me importa un cuerno! ¡HE DICHO QUE LE MARQUE!

- Si se calma un poco… — intenta aplacar mi furia.  

- ¡Estoy calmada, créame! — le aseguro, con un envenenado y tenso murmullo.

- Como le dije, no puedo, el Señor Fernández no me ha ordenado… — se resiste de nuevo.

Negativa que, supera los límites de mi paciencia y… ¡EXPLOTOOOOOO!

- El señor Fernández puede besar mi trasero ¡QUÉ LE MARQUE HE DICHO!

Bajo mi implacable miramiento, el canoso hombre, ahora,  más divertido que intimidado, saca su celular de uno de los bolsillos de su Jean morrón oscuro, y tras teclear un par de veces, me entrega el plateado aparato, que cojo de mala gana mientras acentúo mi venenosa mirada sobre él.

- ¡Bien! ya que lo pide de forma tan amable.

Un repique.
Tres repiques.
Cinco repiques y,… ¡Voilà!

- ¿La encontraste? —  pregunta sin rodeos la voz de Luifer al otro lado de la línea.

Es escuchar su azarosa interrogación y sentir como la sangre se me espesa y enciende aún más en las venas, y mi primer instinto, es escupir fuera de mi boca todo lo que tengo atorado entre pecho y espalda desde hace un buen tiempo.

- Dile a tu perro de caza que deje  de perseguirme. Si tan seguro estás de que yo soy el peor error que has cometido en tu miserable vida, entonces, déjame en paz de una… ¡MALDITA VEZ! ¡olvídate de que existo, así como yo me olvidaré de haberme cruzado en el camino de un perturbado, egoísta y manipulador como TÚ!

¡Madre mía, lo que le he dicho!
Mi cerebro procesa de inmediato que lo que acabo de hacer es una bestialidad, pero mi herido corazón, siente que mi verdugo se merece eso y más a pesar de no sentir el regocijo que debería, por lo que, con un amargo sabor de triunfo nadando en mi boca y el cuerpo temblándome de la rabia, corto la llamada antes de que él pueda decir algo y le devuelvo el teléfono a su dueño; de ojos risueños sentado en frente de mí, y tras dar un medio giro sobre mi propio eje, camino directo hacia uno de los bancos en la última hilera a mi mano derecha, lo más lejos posible de mi perseguidor.
En cuestión de segundos, ya estoy sentada sobre la dura madera de este,  victimizada por un asfixiante alivio que, está lejos de ser el efecto gratificante que creí me provocaría el haberle escupido a Luifer gran parte de las verdades que tenía reservadas para él…¡Qué sensación tan perturbadora! Pero antes, de siquiera tener tiempo de reflexionar sobre lo que acabo de hacer o lo que estoy sintiendo, soy sorprendida por el repique de mi teléfono.
Miro la pantalla de este y es… ¡Luifer!
El corazón, de pronto, me da un vuelco. No contesto. En un momento de lucidez decido dejar que el bendito aparato suene, suene y suene. De atenderle la llamada sé que terminaré diciendo más cosas de las que quizá me arrepienta después o empeoren todavía más la situación de lo que ya ésta. Después de la quinta sucesión de repiques, mi celular vuelve a emitir un sonido diferente, esta vez, es un mensaje. 

Luifer (Amor) 
En línea.

CONTESTAAAAAA!!!                                                                                                    11:20 a.m.

¿Pero qué… qué mierda?
De forma instintiva, mis dedos comienzan a teclear una respuesta a la tiránica orden sostenida en mayúscula reflejada en la pantalla de mi teléfono, digna de la bestia rabiosa que me tiene posesa.

Luifer (Amor) 
En línea.

   Qué parte de déjame en paz de una maldita vez no entendiste???11:20 a.m.

Escasos segundos después, un nuevo repique anuncia la llegada de otro mensaje, que logra hacerme  escupir fuego.

Luifer (Amor) 
En línea.

   Si los perturbados, egoístas y manipuladores como yo no entendemos de límites mucho menos de razones, usted ya debería saberlo, ATIENDA el teléfono YAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!                                         11:21 a.m.

Nuevas mayúsculas, nuevas olas de furia recorriendo mi cuerpo y nueva respuesta envenenada a la enésima potencia.

Luifer (Amor) 
En línea.

NO, NO Y NOOOOO… púdrete!!!11:21 a.m.

Envío el WhatsApp y apago el bendito aparato.
¿Qué estoy haciendo?

Sin poder detenerme, mis ojos comienzan a derramar delgados hilos de lágrimas, no sé ya si de rabia o de dolor, tal vez ambos, todo es un caos en mi interior.
Y aturdida por mis confusas emociones, limpio con el dorso de mis manos el llanto desbordado en mis mejillas y cierro mis ojos, deseando que todo lo que está pasando sea una pesadilla, una absurda pesadilla de la que pronto despertaré.

Nota: Hola holaaaaa mis irremediablemente enamoradas 😘😘😘 mil disculpas por la asencia, pero problemas imposibles de eludir se han presentado en mi camino 😢😢 pero aqui estoy de vuelta, con otro apasionante capitulo de estos tortolos que ya se aproximan a el final de este primer libro...

Lean, disfruten, opinen, comenten, enamorense, pero sobre todo no quieran matar a Luifer jajaja 😝😝😝 el las ama con Locura 😍😍😍.. No olviden votar mis amores...

Y recuerden, las super quiero 😘😘😘😘
Hasta el proximo capitulo 😘😘😘

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top