Liberación

¡Revitalizada! ¡Nueva! ¡Mejorada! Quizás todo eso junto y más... así despierto la mañana siguiente, un domingo radiante, y el haber dormido como un bebé, abrazada a la certeza de que ‟le gusto a Luiferˮ tiene todo que ver con el benévolo hormigueo que se extiende por cada célula de mi cuerpo.

¡Soy feliz, feliz como nunca antes y jamás pensé serlo!

Convencida de eso, apoyo mi codo en la cama y recargo mi peso en este, mientras agarro mi teléfono que está sobre la mesita de noche y busco sus mensajes, que vuelvo a leer borracha de felicidad, a pesar de que en cada uno de estos su confesa atracción por mí se vea opacada por la sombra de un peligro que cuelga sobre mi cabeza como una guillotina.

«¡Peligroso!» así se había descrito él y los recientes hechos lo confirmaban, pero ¿Qué tanto? Y lo más importante, ¿Hasta dónde llegaba y cuál será la naturaleza de su peligrosidad? Pues, estaba claro que esta no se debía a que fuera una criatura mítica sedienta de muerte o sangre. Sonrío avergonzada, no puedo creer que le haya preguntado si era un vampiro o uno de esos mutantes de la tele ¡Santo Dios! debo dejar de leer tanto Anne Rice y Bram Stoker y de ver tanto los X-Men.

Él, Luifer, mi psicótica y ya no tan secreta obsesión es humano, aunque parezca como salido del mismísimo olimpo, por lo que, solo me queda una opción con la que especular: los monstruos reales, los que a diario esparcen caos y muerte en todo el mundo y andan entre nosotros cobijados bajo el anonimato y misterio, dos requisitos que él llena a la perfección.

¡No! ¡No puede ser! ¡No puede ser un despiadado asesino!

Un timbrazo repentino termina con mi tormento.

Es leo:

― ¡Alo! ― le contesto.

― ¿Ya estás lista cabezota?

¡¿Qué?! ¿Lista para qué?

― ¿De qué hablas, Leo?

― ¡Por Dios del cielo, Elizabeth! Anoche quedamos en que hoy iríamos a desayunar con las chicas en el puesto de empanadas de Doña Mirna, la tía de Rafa, ¿se te olvido? ― me recuerda.

Ni idea de qué habla, pero igual miento.

― ¡Ah, Ok!...

― No me digas que todavía no estás lista ― me interrumpe.

― Pues no, pensé qué iríamos... ― miro el reloj en la pared ¡Madre mía! las 09:00 a.m. ― bueno dame 15 minutos ¿sí?

― Está bien, 15 minutos más cabecita dormilona ― acepta, disimulando la risa con su tono gruñón.

Cuelgo.

Como un rayo, me levanto de la cama y me quito la ropa, ¡Oh Dios, su ropa! que miro durante segundos avergonzada al ponerla sobre mi cama, antes de salir disparada hacia el baño. De camino a este, tomo mi toalla colgada en el pomo de la puerta en plena carrera y, sin mediar palabras, como todas las mañanas, estando ya bajo la regadera dejo que el chorro de agua fría me caiga encima.

Con afán, después de mi baño relámpago, comienzo a cepillarme los dientes y el alma me cae al suelo cuando veo en el espejo mi propio reflejo: pálida, ojerosa, con los ojos hinchones y los labios agrietados por la resequedad, ese es mi aspecto, el menor de mis males si lo comparo con las marcas rosadas punteadas de morado alrededor de mi cuello.

Horrorizada de verme así de demacrada, enjuago mi boca y salgo del baño sin dar crédito a la pinta de muerta viviente que tengo. ¡Uao!... yo sí que parezco una criatura mitológica sedienta de sangre. Y mientras camino de regreso a mi cuarto, cabeceo en negativa, como si ese tonto gesto fuera suficiente para sacudir de mi cabeza esa espantosa imagen y el horror vivido las últimas horas.

En fin, intento no martirizarme con eso y concentrarme en lo importante y necesario: encontrar en mi closet una blusa apropiada que cubra las marcas del estrangulamiento en mi cuello, devolverle un poco de humanidad y sonrojo a mi rostro y salir de mi habitación aparentando estar más fresca que una lechuga.

09:23 a.m.

Con una franela cuello de tortuga, que solo uso cuando mi ropa favorita está toda sucia, un legging negro y mis cómodos Converse, salgo de la residencia en compañía de Leo; quien me propone caminar hasta el puesto de empanadas de la tía de Rafa, dada mi reciente experiencia con los taxis y porque el sitio queda un poco cerca. Aunque a decir verdad, creo que la sugerencia de mi amigo obedece a otra razón menos noble, ¡Ja ja ja ja! le había prometido desmenuzar mis momentos con Luifer y que mejor oportunidad que esta, mientras los dos caminamos por las calles de San Juan de los Morros bajo un apacible y tibio sol de domingo.

― ¿Y bien, empiezas tú o empiezo yo? ― pregunta sin anestesia.

― Mejor tú ― prefiero, no sé por dónde atacar su curiosidad.

― ¿Te llevó a su casa después de...? ― su mandíbula se tensa hasta que las palabras que ninguno de los dos quiere oír, se ahogan dentro de su boca ―...bueno, ya sabes.

― Supongo que sí.

― ¡Supones que sí! ¡¿Pero, qué respuesta es esa?! ¡¿Cómo que supones que sí?! ¿Dónde pasaron todo el día de ayer, entonces?

― Leo... ― hago una pausa, y pasado unos segundos, decido que lo mejor es no entrar mucho en detalle ― bueno, sí estuvimos en su casa.

― ¿Te trató bien? ¿No te hizo una de las suyas, verdad?

― Leo, me salvo la vida, si me hubiera tratado después como una bolsa de basura no tendría importancia, pero no, me trató muy bien, mejor de lo que esperaba y debía, fue muy amable ― le confieso la estricta verdad.

Mi amigo sonríe satisfecho, luego suspira, me ve y con sus ojos consumidos por el alivio, me confiesa después.

― ¡Ay cabecita loca! casi me vuelvo loco cuando llegué a la residencia y Renzo me dijo que no habías llegado.

― ¿Renzo? ― repito el nombre de su compañero de cuarto sin emoción en la voz.

― Sí, él estaba estudiando en el pasillo cuando llegué. Enseguida que me dijo que tú no habías llegado me imaginé lo peor, Liz. Comencé a llamarte, pero el teléfono repicaba y repicaba hasta que caía la contestadora. Luego pasé de la preocupación al pánico, menos mal que Renzo estaba despierto y conmigo cuando Luifer me llamó.

― Luifer, ¿Te llamó? ― lo interrumpo, incrédula.

― Sí, como a los quince minutos después de mi última llamada. De broma no me dio un infarto cuando me dijo lo que ese maldito enfermo había intentado hacerte cabecita loca ― me confirma, y el tormentoso recuerdo en su cabeza humedece sus ojos.

― ¡Oh, Leo!

― No debí permitir que te fueras sola, Liz ― se culpa e, intentando restarle tensión a su voz, agrega ― debí amarrarte a la silla con mi correa.

― ¡Leo, no! ― me cuelgo a su brazo y tumbo mi cabeza en su hombro ― no es culpa tuya ni de nadie lo que me pasó. Ya deberías saber que soy más terca que una mula, y cuando digo algo es eso aunque se me caiga el mundo encima.

― Eso dices tú porque no te viste hecha verga ― me reprende dolido, besa mi cabello con ternura y añade ― no quiero ni pensar en todo lo que te hubiera pasado si Luifer no te hubiera seguido.

― ¡¿Seguido?! ― repito esto último simulando asombro, ya que si de algo estoy segura luego de la enmarañada conversación que tuve con mi inesperado salvador, es que las casualidades no son lo suyo.

― ¡Vamos, Liz! ¿En serio no creerás que te encontró por casualidad o que detectó que estabas en peligro con sus antenitas de vinil como las del chapulín colorado? ― concuerda burlón, Leo.

― ¡Vaya sospechas las tuyas cabezota! ― me uno a su risa.

― Y a todas estas cabezota, aparte de salvar tu trasero, darle su merecido a ese desgraciado que te atacó, ser tu enfermero particular, amenazar a un médico para que te atendiera en su auto y no en la sala de emergencia, Luifer y tú... digo ¿lograron aclarar el rollito que se traen? ― me pregunta, luego de apagar sus carcajadas.

Sorprendida, por el vacío de información en los sucesos que antecedieron su pregunta, levanto mi cabeza de su hombro y le dedico mi patentada mirada de «¿de qué demonios estás hablando?» en la que mi amigo, intuitivo como él solo, descifra de inmediato cuál es la parte que ignoro.

― No te dijo lo del hospital ni lo del mal nacido ese ¡Eh! ― murmura, como si reflexionara para sí mismo.

― No ― niego para atraer su atención.

― Y no lo culpo ― pestañea una y otra vez aturdido por lo que sea que ha comenzado a recordar y, continúa ― cuando él me llamo de tu teléfono, Renzo y yo estábamos saliendo en su moto de la residencia para ir a buscarte a no sé dónde o para poner la denuncia a la policía. Recuerdo que cuando contesté apenas si pude entenderle mi nombre, el tuyo y la palabra hospital, estaba «cabreado» como dicen los tíos de la madre patria, salimos como locos Liz, pensé en lo peor ― me mira culpable y aliviado a la vez, yo estrecho más fuerte su brazo para reconfortarlo y decirle que todo estaba bien, además de animarlo a continuar con su relato.

»»

― luego cuando le pasó la crisis, me explicó mejor lo que te había pasado mientras Renzo y yo ya íbamos en camino. Pero cuando llegamos, las cosas se pusieron más feas Liz, sin extenderse en detalles ni en saludos nos ordenó, cuando nos acercamos a ustedes, que nos quedáramos contigo mientras él entraba al hospital por ayuda. ¡Rayos cabezota! Pensé que te morirías, estabas súper pálida, sudabas a chorros, temblabas y todo lo que decías era su nombre, lo llamabas desesperada como si de él dependiera tu vida, y cuando el desdichado te escuchaba llamarlo así se volvía más loco. Y cuando digo loco, no exagero, estaba histérico.

Hace una pausa para tomar aire y continúa.

»»

― Y luego de un rato salió de emergencia casi arrastrando a un médico, discutían mientras caminaban, incluso, lo templó del cuello un par de veces, pero de repente apareció otra doctora y calmó la situación, le dijo algo al otro doctor y este entró de nuevo al hospital. Ella fue la que al final terminó atendiéndote, y por el trato entre ellos dos de inmediato me di cuenta que se conocían, supongo que por eso no hizo ningún tipo de preguntas ¡Dios, Elizabeth! Ese hombre estaba que echaba fuego por los ojos, y no se apartó de ti ni un solo momento durante las cuatro horas que estuvimos allí.

― ¡¿Cuatro horas?! ― interrumpo.

― Sí, cuatro horas, en las que te vigiló como un león a su presa. Casi amaneciendo la doctora dijo por fin que estabas mejor, que los efectos de la droga estaban pasando y le indicó a él cómo retirar el yelko de tu vena cuando se acabara la solución, después vino el momento crucial, ¿Qué hacer contigo? Aunque a decir verdad él ya tenía todo resuelto y decidido: te irías con él y él mismo te cuidaría. Yo solo lo ayudé a fabricar una de las coartadas.

― ¿Una de las coartadas? ― pregunto, con el corazón bombeando a mil por segundos.

― Sí, la de decirle a la señora Prudencia que te quedaste en la residencia de las chicas y que pasarías el día con ellas estudiando para los exámenes de la universidad, lo que significaba que tu madre también sabría esa misma versión, y a las chicas, que tú y yo nos habíamos ido con Archi para Maracay a visitar a una de sus tías enferma, lo cual, te informo, en parte es cierto, a su tía Violeta la operaron de la vesícula.

Y, mirando de la clara interrogación titilando en mis ojos, agrega.

»»

― Con respecto a lo otro, no sé mucho más que tú cabezota. Solo, que sea lo que sea que haya hecho para que ninguno de los dos terminara involucrado en toda esa locura funcionó a la perfección, míralo tú misma ― finaliza, antes de sacar del bolsillo trasero de su Jean azul claro un trozo de papel.

Parece un recorte de periódico, que de inmediato tomo y desdoblo, para después llevarme la impresión de mi vida.

«CAPTURADO PELIGROSO VIOLADOR» se lee en el encabezado de la hoja, y centímetros más abajo una nota de prensa de media cuartilla se despliega y, justo en medio de esta, grande y a todo color, reconozco de inmediato la fotografía del monstruo que casi acaba con mi vida.

Todo mi cuerpo se estremece de pies a cabeza, pero con esfuerzo, logro mantener el control para no alarmar a Leo y, tras dar un hondo suspiro, comienzo a leer el texto, enfocando mi atención solo en las partes de mi interés.

«... de acuerdo a las declaraciones del Comandante de la policial, el sujeto fue traslado al nosocomio de la capital guariqueña por varios efectivos de seguridad, debido a que presentaba dos impactos de bala propinados por sujetos desconocidos(...) trascendió además durante las averiguaciones que, la víctima resultó ser un delincuente de alta peligrosidad con varias órdenes de captura y un amplio prontuario delictivo, por lo que no se descarta que el móvil del hecho sea el ajuste de cuentas(...) al cierre de esta edición el estado de salud del peligroso antisocial era de pronóstico reservado.

― ¿Es... es...? ― intento hablar.

― Sí, es de hoy ― me confirma al intuir lo que quiero saber y, por si fuera poco el exceso de información infartante, agrega en el mismo tono cardíaco ― él mismo me llamó está mañana para decirme que ojeara la noticia en el periódico, según dijo, era su forma de retribuir mi voto de confianza.

― ¡¿Voto de confianza?!

― Sí, cabezota, voto de confianza. Esa madrugada antes de llevarte a no sé dónde, Renzo y yo lo encaramos, nosotros también estábamos muy nerviosos y llegamos a pensar incluso que había sido él quien te drogó. Pero lo cierto es que el hombre no titubeo cuando lo amenazamos con llamar a la policía, al contrario, nos retó a ir al comando para que pusiéramos nosotros mismo la denuncia, pero además nos advirtió que de hacerlo la única perjudicada ibas a ser tú al verte involucrada en toda esa mierda.

»»

― Y debo confesarte que eso sí me asustó más cabezota, ¿cómo rayos íbamos a darle semejante noticia a tu madre? ¡Tú a punto de ser asesinada por un psicópata e involucrada en toda esa mierda de policías! ¿Te imaginas? por eso fue que accedimos a que te llevara con él y a seguir todos sus planes ― en este punto del relato ya no sé si mi corazón late, por lo que Leo, al verme incapacitada para si quiera pestañear, añade ― él me aseguró que lo solucionaría todo, ¡y vaya que lo solucionó!

Perpleja, sin habla y atropellada por aquel relato digno de Stephen King, tumbo de nuevo mi cabeza en el hombro fiel de mi amigo e intento digerir los ignorados y reveladores detalles de mi rescate.

¡Luifer! ¡Por Dios! ¿Qué otra locura, aparte de las que ya sabía y acabo de saber, habrá hecho por mantenerme a salvo?

― El tipo de plano es peligroso y de armas tomar, de eso no hay dudas, además de tener suficiente maña para escurrírsele a la policía, y lo más inquietante del asunto es que hay que ser ciego para no darse cuenta que está súper clavadísimo contigo y al parecer dispuesto a todo por ti, de no ser por él cabecita loca no la habrías librado, eso es más que seguro ― continúa, con una notoria admiración en su voz.

― Sí, me salvo Leo pero... ― mi voz se apaga de a poco, al no saber con exactitud cómo expresar mis pensamientos.

― ¡Sí, sí, sí! Tienes miedo y es muy comprensible, hasta yo tengo miedo. Tu peligroso Romeo casi mata a ese tipo por defenderte, claro que yo en su lugar quizá hubiera cometido una locura peor, pero igual, eso más que un acto heroico es la indudable prueba de que tiene muchos trapos sucios escondidos, solo piénsalo ¿Qué cristiano anda por la vida así nada más con un arma encima? ― reflexiona.

Y su pregunta me pone a pensar, pero ante mi renuencia de expresar mis peores sospechas, él saca raudo sus propias conclusiones.

― Las posibilidades son muchas, podría ser desde un sicario, mafioso, jefe de algún cartel o en el mejor de los casos un policía, agente secreto del C.I.C.P.C. del C.E.O... ¡Qué sé yo! o algún heredero multimillonario, pues como todos sabemos quién tiene dinero tiene el poder de hacer lo que quiera. En fin, hay tanto con qué especular. ¿Tú que crees?

Sí, buena pregunta, ¿yo qué creo?

― Ni idea Leo, solo sé que me asusta no saber en lo que estoy metida ― le confieso.

― Bueno, bueno, bueno... tampoco caigamos en crisis antes de tiempo, ¿Lograron al menos aclarar algo de su situación? ¿Llegaron algún entendimiento sobre ustedes?

― Si insinuarme que le importo y luego pedirme que me aleje de él es llegar a un entendimiento, entonces llegamos al mejor de los entendimientos.

Leo, al escuchar mi absurda respuesta, me mira con diversión y suelta una risotada contagiosa, que hace que mis labios se curven de alegría también a pesar de sentirme tan confundida por dentro.

― ¿Quieres mi opinión? ― me ofrece sincero, luego calmar un poco sus risas.

― ¡Por favor! ― acepto.

― Has justo lo que te pide, eso sí, asegúrate de que en el proceso sea él quien termine muriéndose por estar cerca de ti todo el tiempo ― me aconseja.

Lo miro patitiesa, ¿Desde cuando Leo es tan mañoso y malévolo? Definitivamente, mi amigo es toda una cajita de sorpresas.

― Leonardo Ferrer, ¿me estás aconsejando que me le insinúe a Luifer como una churnia?

Me sonríe pillo y pone sus ojos en blanco.

― Eso sería un juego de niños cabezota. Lo que te estoy proponiendo es que utilices toda la artillería pesada ― me específica, o eso intenta, metafórico. Pero yo, sigo sin captar el mensaje en sus palabras y el desconcierto en mis ojos así se lo hace saber, por lo que, exasperado, agrega ― ¡Uy cabezota! hablo de que despiertes el peor de los demonios que pueda torturar a un hombre... ¡LOS CELOS! Te aseguro que un poco de competencia le pondrán los pelos de punta al hombre.

¡Malévolo! ¡Pérfido! ¡Perverso! así suena el plan de Leo y, precisamente, por eso tenía altas probabilidades de funcionar. Sí, para que negar lo fabuloso de su idea, pero, existía un pequeñísimo problema.

― Leo, no voy a pagarle a nadie para que ande conmigo y mucho menos voy a empatarme con el primer aparecido solo para darle celos a Luifer, además, eso sería injusto, andar engañando y utilizando a la gente no es lo mío ― le hago ver la costura de su torcido plan.

― Primero, no vas a tener que pagarle a nadie. Segundo y tercero, si quien tengo en mente para este trabajito acepta, no será ningún aparecido y menos un manso corderito engañado, si acaso utilizado ― aunque, habilidoso como él solo, de inmediato, ofrece sonriente la solución.

― ¿Qué estás tramando pequeño demonio?... ― comienzo a protestar, pero, su dedo en mis labios, lo evita.

― ¡Ah-Ah! Nada de preguntas, ni de arrepentimientos, Elizabeth.

Intento aparentar enojarme, pero no puedo, la sinceridad y cariño en su mirada imposibilita que sienta por él otra cosa que no sea ternura y agradecimiento.

― Yo no he dicho que sí a tu tonto plan ― protesto, juguetona.

― Ni falta que hace, como tú misma lo has dicho ya estás metida en esto, solo hazme un favor ¿Sí?

― ¿Qué?

― Que seas cautelosa, Liz. Mafioso, policía o jeque árabe, si ese tipo mantiene esa doble vida en secreto es por algo ¿no crees? ― y, sin esperar una respuesta de mi parte, en el mismo tono serio y paternal, añade ― y que quede claro, voy ayudarte en esta locura porque sé que diga lo que diga para convencerte de lo contrario tú igual no vas a quedarte tranquila después de todo lo que pasó, y a decir verdad yo tampoco, pero prométeme... ¡Júrame por tu madre! que al menor peligro te alejarás de ese Luifer.

― Sí ― acepto, al borde del llanto.

Lo miro conmovida, solo Leo podía ser tan permisivo y protector a la vez, un amigo fiel, un confidente excepcional, el hombre perfecto para mi dulce e inocente amiga, Diana.

Y en respuesta, él sonríe tierno a la emoción refleja en mis ojos unos instantes, para después, tumbar su cabeza sobre la mía y continuar caminando acompañados de un silencio cómplice. Todo ha sido dicho, el tema de Luifer está zanjado, al menos por ahora...

***

El resto del día es, para mi sorpresa y alivio, de relajación y alegría total. Todo el grupo nos la pasamos en la residencia donde viven Diana y Adriana; cuya dueña es un ‟AMORˮ en mayúsculas. Mis amigas, habían planeado una deliciosa parrillada con, Antonio y Rafa, mientras nos esperaban en el negocio de empanadas de la tía de este último.

Y, para mi continuada fortuna, el romance entre Adriana y Antonio iba tan viento en popa que mantenía a la pareja de tortolitos en una nube de felicidad, lo que me libró de un incómodo interrogatorio sobre el episodio de la discoteca con Luifer. Diana en cambio, es más observadora, siempre lo es, se fija hasta en los detalles más mínimos, con un asombro contenido mira la palidez de mi rostro y la amoratada mancha que dejó la aguja del yelko en mi mano, pero, no dice ni pregunta nada, la discreción es también una de sus muchas virtudes.

Esa noche, por segunda vez desde que conocí a Luifer, caigo de nuevo en un sueño profundo y aliviador, con su sedosa sudadera Adidas abrigando mi cuerpo y la emocionante certeza de que le gusto, cosquilleando por todo mi cuerpo.

Lunes...

No va a la Universidad. No me escribe, no tiene porqué, quiero hacerlo yo, pero... ¿Con qué excusa? No quiero parecer una rogona fastidiosa, dejo mi teléfono en la mesita de noche y caigo en un intranquilo sueño.

Martes...

Tampoco va a clases. La angustia en mi pecho crece más y más, mi intuitivo mejor amigo lo nota y trata de animarme diciéndome a cada rato; «¡tranquila, ya aparecerá!» Recibo los resultados de mi examen de matemáticas, de milagro lo paso. Gracias a Dios!!! el rollito entre Adriana y Antonio sigue viento en popa, no tengo ganas de pelear con ella por negarme a contestar sus imprudentes preguntas. Diana, es otra historia, me observa preocupada y cautelosa consumirme en la ansiedad. Llego a la residencia, me escondo bajos las sábanas de mi cama y comienzo a teclear: «¡Hola! ¿Cómo estás?» borro el mensaje, me parece tonto e inapropiado, él no quiere que me acerque, pero... pero... me muero por saber al menos si está bien. Escondo mi teléfono bajo la almohada y me lanzo sobre esta sin poder hacer nada para dejar de llorar. Lloro, lloro y lloro hasta que las sombras de su ausencia me vencen por completo.

Miércoles...

El alma me regresa al cuerpo cuando bajo del autobús y veo su ostentosa Harley Davidson estacionada donde siempre «¡Oh sí, ha regresado!» Con mucha discreción, libero una sonrisa en mis labios, mientras el hormigueo jubiloso vuelve hacer de las suyas en todo mi ser. Sigo caminando, no tengo idea de cómo, siento mis piernas gelatinosas y fuertes a la vez ¡Qué extraño! Pero sigo andando y apuntando con disimulo mis ojos a cualquier lugar donde supongo pueda estar. Sí, sí, allí está, junto al auto del profesor Fernández hablando con él. ¡Madre Santa! está de infarto, lleva puesto unos Jean blanco y una camisa manga corta negra a juego con sus zapatos de cuero e, incrustados en el tabique nasal de su rostro, unos súper polarizados Ray bam.

Lo miro al pasar hacia el interior del edificio, no sé si me ha visto, pero la sensación de que sí hierve en mis venas y estalla en mis mejillas, devolviéndole a mi rostro algo de candor y felicidad.

A media mañana, tal y como ansío de forma secreta y nerviosa, coincidimos en la cafetería de la universidad. Pasa a un lado de mi mesa, donde siempre desayuno con mi ahora nutrido grupo de amigos ― Leo, Diana, Adriana, Antonio y Rafa ― derrochando como siempre puro atractivo, que deja sin aliento en aquel sitio a más de una tonta, incluyéndome.

Sin poder evitarlo, la sensación de que me mira tras sus espejuelos vuelve a invadirme y a cocinarme por dentro ¡Dios!...es una locura lo que siento ¿Cómo? ¿Cómo alguien que parece tener el poder de revivirme con solo verme podría llegar a lastimarme?

― ¿Lista? ― me pregunta de repente Leo, interrumpiendo mis pensamientos.

― Sí ― asiento, indecisa aún de seguir su maquiavélico plan, pero, ya no hay marcha atrás.

1 minutos.

3 minutos.

5 minutos.

10 minutos... y, entra a la cafetería, triunfal, mi flamante galán. Leo, no ha querido decirme de quién se trata, cada vez que le preguntaba, aplacaba mis dudas diciéndome que el susodicho quería darme una sorpresa y secarle la sangre en las venas a Luifer. ¡Y vaya qué sorpresota me he llevado! una de las más gratas de mi vida.

― ¡¿Archi?! ― articulo su nombre, perpleja.

Espigado, cobrizo, atlético, rizos a lo David Visbal, ojos almendrados, alegre, en fin... mi amigo Archi, el bombón, se acerca a mí con su franca, encantadora y cómplice sonrisa.

Sí, esto en serio promete.

― ¡Mi lizzi! ― celebra él al verme, y después, travieso, rodea mi cintura con sus manos y estrecha nuestros cuerpos antes de estampar sus carnosos labios en mi mejilla, rozando en el proceso, la comisura derecha de los míos.

Estupefactos, el resto de mis amigos y, espero Luifer también, inspeccionan a Archi de arriba abajo, mientras yo, alucinada por la sorpresa, le doy un sincero abrazo a mi alocado compinche.

― ¡Pero miren nada más lo hermosísima que estás! ― me repasa, con un simulado deseo brillando en sus ojos conforme descuelga mis manos de su cuello y, tomándolas después, me hace girar sobre mi propio eje.

― ¿Quieres que yo también te dé la vueltita? ― interviene Leo bromista, al acercarse a nosotros.

Archi, suelta una risotada y lo abraza, y con sus manos aún sobre los hombros de nuestro mutuo amigo, responde su broma con otra.

― Ni de chiste, Leito. Con esa pinta dudo que levantes la mitad del polvo que levanta esta hermosura.

Los tres, reímos a todo pulmón y disfrutamos de nuestro reencuentro unos segundos, antes de formalizar la llegada de Archi a los demás chicos; quienes expectantes y curiosos, nos ven fraternizar con él de lo más relajados.

― Amor, chicos, él es Archi, un amigo de Calabozo. Archi, ella es Diana mi novia y unos amigos ― Leo, presenta a todos.

― ¿Con que tú eres la chica que tiene a Leito soltando la baba? ― aborda amistoso Archi a Diana, dándole además un beso ceremonial en la mano ― ¡Mucho gusto! Debo decirle que las palabras de mi amigo no le hacen justicia a su belleza señorita.

― ¡Un placer! ― dice la alagada, ruborizándose.

― ¡Hola! ¿qué tal? ¡Soy Antonio! ― se presenta él mismo, y con un tono de voz un poco territorial, hace lo propio por su gotita de amor pelirroja a su lado ― y ella es mi novia, Adriana.

Ambos le sonríen y estrechan la mano de Archi; quien provocador, no aparta la otra de mi cintura.

― ¡Un gusto muchachones!

― ¡Y yo soy Rafael compadre! ― cierra el ciclo de presentaciones Rafa, tendiéndole la mano también.

― ¡Hola! ¿qué tal compadre? ― corresponde amistoso mi fingido ligue.

Media hora después, Archi, como era de esperarse, ya se ha convertido en el centro de atención del grupo y echado al bolsillo a todos mis amigos, y además, le ha brindado suficientes caricias a mis mejillas como para hacer explotar a cualquier chica de gozo. Pero, yo no soy cualquier chica, soy su amiga enamorada de un peligroso y escurridizo rubio al que él ha jurado helarle la sangre en las venas de los celos.

Sí, ese había sido su juramento y Archi, aparte de encantador es un provocador en potencia. No en vano había envenenado cada roce de sus dedos con alguno que otro beso en mis nudillos y hombro, a los que accedí nerviosa y avergonzada, preguntándome, si este coqueteo perverso con mi amigo me daría los frutos esperados, es decir, un Luifer celoso y desesperado por tenerme.

Y sin mirar atrás, abandono la cafetería con mis amigos colgada del brazo de Archi.

***

Esa noche, como cada miércoles, vamos a la «calle del hambre» Adriana, Antonio y Rafa ya están allí cuando Leo, Diana, Archi y yo llegamos en el Jepp descapotado de mi atractivísimo, encantador y coqueto amigo.

Una vez en el lugar, bajo del auto, de forma instintiva mis ojos escanean los alrededores buscando a Luifer. No está. Suelto el aire contenido en mi pecho y dejo que Archi me arrastré de su mano hasta el puesto de hamburguesa, donde nos esperaran los chicos. Como el grupo es grande, unimos dos mesas y nos sentamos a tontear mientras esperamos nuestras órdenes.

Estoy nerviosa, me inquieta que Luifer piense que soy una churnia descarada, y no una chica enamorada de él desesperada por llamar su atención. Archí, de inmediato nota la tensión acumulada en mis hombros, la angustia acelerar mi respiración y el nerviosismo empequeñece mis ojos, por lo que toma mi mano, echa a un lado su papel de seductor y me dice amistoso y tranquilizador al oído.

― ¡Calma Lizzi! Si ese tipo es inteligente reaccionará y se dará cuenta de la chica dulce y valiente que eres.

Le sonrío.

Solo él puede prestarse para semejante locura.

Una repentina vibración pone fin a nuestro momento de complicidad.

Un mensaje.

Leo en la pantalla de mi móvil «Luifer» y mi corazón comienza a tamborear como loco. Tembloroso, mi dedo pulgar oprime la tecla de «leer mensaje»

De: Luifer

05/02/2014

08: 14 p.m.

Es bueno ver que usted y su despreocupada madurez juvenil están mejor de lo que imaginaba, por lo que veo.

*L. A. F. R.*


¡Está aquí!

¡Está aquí!

Al borde de un colapso nervioso, le lanzo una significativa mirada a Archi y después comienzo a mirar a todos lados, disimuladamente. No lo veo, pero sí observo un ostentoso automóvil negro, su automóvil, orillado en la calle, posterior a los puestos de comida rápida.

Sin creer lo que está pasando: Luifer, mordiendo el anzuelo, le contesto:

Para: Luifer

05/02/2014

08:15 p.m.

Mi despreocupada madurez juvenil y yo, en efecto estamos bien, dudo que usted y su psicótica mente, nos hayan tenido en sus pensamientos.

*Liz*


10 segundos, respuesta confusa:

De: Luifer

05/02/2014

08: 15 p.m.

Mi mente psicótica y yo no poseemos el don de la despreocupación.

*L. A. F. R.*


5 segundos, contestación inquisitiva:

Para: Luifer

05/02/2014

08:15 p.m.

¿Y cuál es su don??? ¿Acaso la provocación y el rechazo tortuoso???...

*Liz*


Interminables segundos después, responde mal humorado:

De: Luifer

05/02/2014

08: 18 p.m.

¿Me acusa usted de provocador a mí? Me parece que no soy yo quien le está sonriendo como quinceañera enamorada a ese tipo. Y para su información, mi mente psicótica y yo solo intentamos protegerla.

*L. A. F. R.*


¿Molesto? Quizás. Pero celoso, sin duda. Y para que se sienta peor, le dedico una adorable sonrisa a Archi, que en el fondo es para él.

Contestación, cínica:

Para: Luifer

05/02/2014

08:19 p.m.

Le sonrío alegre y despreocupada a un amigo, no es mi culpa que su mente psicótica tuerza de forma siniestra un gesto inocente. Y para su información, no necesito su de castradora protección.

*Liz*


Respuesta, inmediata e inquisitiva:

De: Luifer

05/02/2014

08: 19 p.m.

¿Castradora?

*L. A. F. R.*


Contestación resentida:

Para: Luifer

05/02/2014

08:19 p.m.

No creo que el término le resulte extraño a usted o a su mente psicótica, jamás he sabido que un simple beso haya matado a alguien.

*Liz*


Respuesta, destroza ilusiones:

De: Luifer

05/02/2014

08: 20 p.m.

YO Sí. Y es un peligro al que no la expondré.

*L. A. F. R.*


¡Hora de sacar la artillería pesada!

Contestación, contundente y desafiante:

Para: Luifer

05/02/2014

08:20 p.m.

Pues entonces le tocará ver como los besos de otro me matan.

*Liz*


Respuesta, demasiado estoica para mi gusto:

De: Luifer

05/02/2014

08: 20 p.m.

No haga nada de lo que pueda arrepentirse después.

*L. A. F. R.*


Contestación, altamente venenosa:

Para: Luifer

05/02/2014

08:21 p.m.

Mejor arrepentida que reprimida...

*Liz*


Respuesta, reacción esperada:

De: Luifer

05/02/2014

08: 21 p.m.

¿Y quién será el conejillo de indias de sus arrebatados instintos carnales, su AMIGUITO el de la sonrisa inocente?

*L. A. F. R.*


Contestación, aguijonazo más venenoso:

Para: Luifer

05/02/2014

08:21 p.m.

Tal vez!!! ¿Quieres que pruebe a ver si está dispuesto?...

*Liz*


Respuesta, desafiante y castigadora:

De: Luifer

05/02/2014

08: 22 p.m.

Hágalo y seguirá teniendo de mí solo una protección castradora perpetua.

*L. A. F. R.*


Su chantaje me indigna, y no dispuesta a bailar al son que él toque, le devuelvo.

Contestación, más desafiante y ultimátum:

Para: Luifer

05/02/2014

08:22 p.m.

Libéreme de su castradora protección y no lo haré, de lo contrario, obsérveme... usted y su psicótica mente, tienen un minuto para decidirse.

*Liz*


Con el corazón a mil, oprimo la tecla de enviar y pongo mi teléfono en la mesa. Un minuto, un minuto y Luifer abriría su juego o lo cerraría para siempre. Miedo, vértigo, ansiedad, dolor, nervios y más hierve en mi estómago, pero con una voluntad de acero, domino aquel vendaval de emociones y echo mi cabeza sobre el pecho de Archi; quien consciente de mi mensajeo, entra en su papel de seductor y la recibe con un beso en la frente.

― ¿Está funcionando? ― ríe mi amigo por lo bajo para que solo yo escuche.

― No lo sé, si mi celular timbra antes de que te bese, sí ― le confieso, soltando una risita histérica.

― Bueno, cuando quieras Lizzi, no hagamos esperar a tu escurridizo galán.

Al borde de un ataque cardíaco, dejo que los dedos de Archi levanten mi rostro de la barbilla. ¡Dios ¿qué estoy haciendo?! siento como los nervios se apuñan en la boca de mi estómago, estrangulándolo, pero ya no hay cabida para los arrepentimientos. Y mientras sus ojos; divertidos y cómplices, se amplían cada vez más sobre los míos, la distancia entre nuestras bocas también es acortada por mi intento desesperado de poseer lo que con locura anhelo: Luifer, mi peligroso y castrador amor.

«¡Luifer, por favor! ¡Por favor!» suplico en mi fuero interno. Mis lágrimas, se asoman producto del nerviosismo, y Archi, extrañamente confiado en que Luifer impedirá nuestro beso, susurra a centímetros de mis labios al tumbar su frente en la mía.

― Lo hará, Lizzi, ese mariquita mandará el mensaje si sabe lo que le conviene ― y luego, toquetea mi nariz con la suya antes de morder su labio inferior y lanzarse a la caza de los míos, que tiemblan en un santiamén al sentir su aliento acercarse semejante al vapor de una locomotora.

¿Acaso no piensa mandar el estúpido mensaje? Y cuando creo, que su beso es un hecho y el malévolo plan de Leo un absoluto fracaso, mi teléfono se estremece sobre la mesa y yo junto con este.

¡Uff! salvada por la campana.

La agobiante espera ha terminado, y yo, suelto un respiro de alivio máximo, en el que dejo salir toda la tensión fuera de mí y Archi advierte nuestro éxito, por lo que, tras lanzarse una risita triunfal, separa nuestros cuerpos y me deja el camino libre para agarrar mi celular.

Respuesta, esperada y amenazante:

De: Luifer

05/02/2014

08: 24 p.m.

Queda usted liberada! Atrévase a poner sus labios en los de ese hombre y mi recién suspendida castradora protección, le parecerá un juego de niños comparada con mi NO aplicado rechazo tortuoso kármico.

*L. A. F. R.*


Contestación, agradecida, directa y descarada:

Para: Luifer

05/02/2014

08:25 p.m.

Liberación aceptada y celebrada!!!... el que no ponga mis labios en los de mi amigo, ni en los de ningún otro hombre dependerá solo de usted, de cuanta disponibilidad tenga de los suyos.

*Liz*


Respuesta, no sé cómo describirla:

De: Luifer

05/02/2014

08: 25 p.m.

Amenaza procesada! Me sorprende su capacidad para el chantaje, pero no sea tan optimista, no soy de los que tropieza con la misma piedra dos veces, no siga tentando su suerte ¿no querrá perder su recién adquirida liberación por andar de besucona, cierto?

*L. A. F. R.*


¡No! ¡Claro que no!

Contestación, salva situación y no hay que abusar de la suerte:

Para: Luifer

05/02/2014

08:25 p.m.

NO!!!... pero nada se pierde con intentar.

*Liz*


Respuesta, satisfecha y en tono de despedida:

De: Luifer

05/02/2014

08: 26 p.m.

Recapacitación aceptada y celebrada! Espero que su despreocupada madurez juvenil y usted se mantengan juiciosas durante mi ausencia.

*L. A. F. R.*


Contestación, precipitada:

Para: Luifer

05/02/2014

08:26 p.m.

¡¿Ausencia?!

*Liz*


Respuesta, a lo Luifer; sin mucho detalle y misterio latente:

De: Luifer

05/02/2014

08: 27 p.m.

Voy saliendo de viaje, regresaré el viernes, entretanto no ponga en peligro el fruto de su habilidoso chantaje.

*L. A. F. R.*


Contestación, madurez juvenil NO tan despreocupada:

Para: Luifer

05/02/2014

08:27 p.m.

Hasta el VIERNES???...

*Liz*


Respuesta, explicación carente de detalles, advertencia y manifiesto acoso:

De: Luifer

05/02/2014

08: 28 p.m.

Sí, hasta el viernes. Compromisos Ineludibles. Hasta entonces mantenga sus sonrisitas descaradas e inocentes lejos de su amigo y de cualquier otro hombre. No crea que por no estar aquí no sabré lo que usted y su despreocupada mente juvenil están haciendo.

*L. A. F. R.*


Estupefacta y alucinada por su confeso espionaje, tecleo temblorosa.

Contestación, aceptación y despedida:

Para: Luifer

05/02/2014

08:28 p.m.

Advertencia procesada y acatada!!! Mi despreocupada madurez juvenil y yo nos portaremos juiciosas. Sorprendida por los largos tentáculos de su acoso. Buen viaje!!!.

*Liz*


Respuesta, manifiesto acoso exagerado o ¿no? y elogio estremecedor:

De: Luifer

05/02/2014

08: 28 p.m.

Usted no tiene ni idea de cuán lejos llegan los tentáculos de mi acoso. Gracias! Cuídate Hermosa.

*L. A. F. R.*


¡Wow! ¡Hermosa!

Y perdida en las mieles de aquella palabra que no me abandonó el resto de la noche, cierro mis ojos y duermo abrazada al recuerdo de mi misterioso, psicótico y celoso amor.

Jueves...

Sin noticias suyas pero feliz. Pensar que en cualquier lugar donde él esté piensa en mí logra que su ausencia no sea tan angustiante.

Viernes...

Día de su regreso. No sé a qué hora lo hará, o si nos veremos o si me escribirá, pero con el corazón súper eufórico, yo espero noticias suyas en cualquier momento. Y, para amainar la ansiedad de la espera, organizo junto con las chicas, en su residencia, un almuerzo especial para Archi, durante el cual, además de pasárnosla de lujo planeamos una escapada a la disco en la noche. Después de todo, lo que mi alocado, atractivo, fiel y alcahuete amigo hizo por mí merecía una despedida por todo lo alto.

***

09:00 p.m.

Leo, Archi, Diana y yo vamos rumbo al «Night Club fandango» en el Jeep descapotado del homenajeado. Todavía no tengo noticias de Luifer, pero, no dejo que la preocupación enturbie mi diversión.

En cuestión de minutos llegamos a nuestro destino, que como siempre está a reventar de gente, y una vez entramos del todo en el antro, nos ubicamos en una de las mesas frente a los reservados, en donde Adriana, Antonio y Rafa por poco lanzan fuegos artificiales para llamar nuestra atención.

Es sentarnos y pedir una ronda de deliciosas Smirnoff para todos, y tras conversar un poco mientras no las acabábamos, la tanda de salsa comienza y en banda saltamos a la pista enseguida. Yo, antes doy un vistazo a mi teléfono, no hay mensajes de Luifer, por lo que suspiro desganada y dejo que Archi me lleve de la mano a la pista de baile atestada de gente.

Dos horas más tarde, seguimos bailando sudorosos, esta vez, al son de las ‟rokolitas merengueras de los 80ˮ. Mi amigo es un maestro del baile, no en vano siempre lo escogía como pareja en las clases de la tía Roberta, tiene un ritmo increíble y fácil de llevar.

El DG cambia la pista.

Comienza a retumbar la batería del grupo «Mana con, Hechicera», otra joya musical, una canción tan íntima, desgarradora y apasionada que no me apetece bailar con Archibombón; quien con un repentino brillo travieso en sus ojos, me anuncia.

― Tenemos público, Lizzi.

¿Qué? ¿Público?

Y, sin darme chance a procesar sus palabras, tomas mis manos y me hace dar un giro, mostrándome, la mirada penetrante de mi acosador acechándome desde las sombras de los reservados.

¡Luifer!

¡Dios mío! ¡Dios mío!

Mis entrañas se retuercen en un santiamén.

Pero... ¿Cómo sabía que estaba...?

¡No importa!

Él parece saberlo todo, y su advertido acoso deja de ser eso para convertirse en una perturbadora y excitante realidad, que desata en mi carne electricidad pura, por lo que, sobrecargada de emociones, me aferro a los hombros de Archi para no caerme.

¡Calor!... Siento que me quemo por dentro poco a poco.

― Es hora Lizzi, y la canción perfecta, hechiza a tu hombre ― ríe mi amigo y comienza a mover su cuerpo sensual.

¿Qué hago? ¿Qué hago? y sin otra opción, resuelvo hacer lo que me dice, dejo que sus manos tomen las mías y comienzo a imitar su provocador y diabólico contoneo... ¡Oh sí!

Luifer me mira, sé que está mirándome, y la sensación me desgarra por dentro de formas inconcebibles. Mis nervios desaparecen. Ardo, sí, ardo de deseo, muero por sentir su cercanía bañando mi piel. Pienso en su acusación, «Provocadora» Yo jamás me he considerado tal cosa, pero, en ese momento... ¡Dios! deseo provocarlo con cada fibra de mi ser.

La música sigue sonando y adueñándose de mí cuerpo, y mientras me entrego de a poco a esta sin ninguna restricción, Archi, responde mis atrevidos movimientos con otros sin despegar sus avellanados ojos de los míos, que abochornados a causa de mi desvergüenza le dicen lo que quiero: a Luifer, sí, a Luifer. Por lo que, sin detener el sensual bamboleo de sus caderas, alza mis manos y me insta a bailar con más soltura para mi acosador oculto entre sombras.

Posesa de lujuria, imito su provocador contoneo, muevo mi cintura lenta y rítmicamente de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, soy consciente de que todos allí miran mi escandaloso espectáculo, pero me vale, quien quiero que me vea lo está haciendo y haré lo que sea para atraerlo hasta mí.

Y mientras Archi, sigue exhibiéndome como si fuera alguna especie de medallón colgando de su cadena, mi acechador, mi amor, mi peligro, mi rubia obsesión de ojos petrolizado sigue observándome desde las penumbras, puedo sentirlo.

¡Me quemo!

Toda la piel me arde, ¿Cómo es posible que provoque llamaradas como esas en mi interior con tan solo mirarme? Cierro mis ojos, me abandono al fuego de la lujuria, a la sensualidad con que mi cuerpo lo llama y al deseo acechador de su mirada.

Archi, suelta mis manos de repente.

Alarmada, abro mis ojos y busco los suyos enseguida.

Me mira, lo miro, y en su mirada risueña y cómplice, antes de alejarse de mí y perderse entre la multitud, leo un claro «misión cumplida» Mi respiración enloquece.

¡Luifer! ¡Sí!

Me quedo como estatua en medio de la pista.

De pronto, siento su pecho en mi espalda, mi espalda pegada a su pecho. ¡Oh Dios, me muero! ¡Me quemo! Las piernas me tiemblan, mi corazón late endemoniado, y mis labios... ¡Madre mía! Sueltan un estrangulado gemido al percibir su posesivo agarre en mi cintura.

Todo lo demás desaparece.

Solo somos él y yo, su cuerpo y el mío encontrándose y dominados por el lujurioso momento, por lo que, dispuesta a ir en contra de mi propia cordura, dejo caer mi cabeza desfallecida en su hombro, pues todo lo que escucho y quiero sentir es su agitada y anhelosa respiración estremeciendo mis tímpanos. Y mientras además, el cadencioso movimiento de nuestras caderas se hace uno solo a un ritmo diabólicamente lento, su tibio y erótico murmullo resbalando sobre la piel expuesta de mi cuello me desarma.

― A esto llama portarse juiciosa, señorita Marcano?

Tiemblo.

― Sí — suelto otro ahogado gemido, y en ese momento, en el que pienso que ya nada más puede hacerme enloquecer, siento sus manos abrirse camino sobre mi vientre.

¡Me muero!

¡Me quemo!

Pero, bendigo la «liberación» por la que he luchado a toda costa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top