En los brazos de Lucifer
― Elizabeth, ¿estás ahí muchacha? - insiste una voz, tras la puerta de mi habitación luego de darle un par de toques a esta.
Es mi casera... ¡Doña Prudencia!
Pero... ¡qué son estas horas de andar molestando!
Abro mis ojos, pesados como piedras, y le doy señales de vida.
― Sí, señora Prudencia ¿Qué pasa?
― Mijita, que le contestes el teléfono a tu mamá que te está llamando desde hace horas - me informa a gritos.
¿Horas? ¡¡Mamá! ¡Rayos! ¿Cuánto llevo durmiendo?
Alarmada, me quito la sábana de encima y recojo mi teléfono tirado sobre mi arrugado vestido y, le aseguro.
― ¡Ok. gracias! Ahorita la llamo señora Prudencia.
Enciendo el bendito aparato, y este, vuelve a apagarse de inmediato por falta de carga. ¡Pedazo de perol! Al ver que no me va a dar ni la hora, lo conecto al cargador que está al lado de mi cama y lo enciendo de nuevo. Tras varios segundos, el condenado trasto comienza a pitar como loco y lo primero que aparece en la pantalla es el aviso de las 25 llamadas perdidas de mamá.
¡Mieeeer...!
Sin pensarlo dos veces, remarco su número y tres timbrazos después, ella me contesta, histérica.
― ¿Se puede saber por qué rayos no me contestabas?
Respiro profundo, internalizo que su mal humor es porque está preocupada por mí y respondo su amargo saludo con dulzura.
― ¡Hola, ma! ¡Buenos días, bendición!
― ¡Dios te bendiga! ¿Dónde estabas? ¡Llevo horas llamándote! - refunfuña de vuelta igual de estresante.
― Estaba dormida mamá y el teléfono se me descargó - le explico.
― ¿Estás enferma? -supone de cajón, lo que no me extraña, pues no es normal que yo duerma hasta tan tarde.
― No, mamá. Te dije que iba a salir anoche a dar una vuelta con unos compañeros de la universidad y Archi, que está aquí en San Juan visitando a su tío Manuel - le recuerdo, y basta mencionar el nombre de mi amigo el bombonazo para escucharla soltar una de sus acostumbradas perlitas.
― ¿A su tío Manuel o a su tiita Manuelita? Elizabeth, me vas a decir que...
― ¡Mamá! - la freno, antes de que ennegrezca mi humor con sus insinuaciones - ¡Por favor no comiences sí!
Resoplo. ¿Cuándo será el día en que, tanto ella como la madre de Archi, van a entender por fin que él y yo solo somos y seremos buenos amigos? No sé qué es peor, que me cele de cuanto hombre se me acerca o que siempre quiera arrojarme a los brazos del hijo de su mejor amiga.
¡Qué doñita!
― Está bien, no te digo más nada, pero después no digas que no te lo advertí, ¿Compraste los libros que necesitabas? - se da por vencida, y para mi fortuna, cambia de tema de forma radical.
Veinte minutos más tarde; luego de haberse quejado casi todo ese tiempo de la Tía Roberta y de su nuevo novio, además de escuchar mis lamentos sobre una que otra materia que me están sacando canas verdes, la prejuiciosa, resentida y sobreprotectora de mi madre, cuelga.
La amo con toda mi alma, pero a veces se pone...
Conociéndola, debe estar haciéndole la vida imposible a la tía Roberta, no quisiera estar es sus zapatos, pero... ¡Diablos! de pronto, me doy cuenta que estoy en una situación mucho más delicada que la de ella. ¿Qué pensará mamá de Luifer cuando lo conozca? o peor ¿me dejará él presentárselo a mamá algún día? ¡Qué lio! Paso de ese tormento sin fin y decido mejor leer mis mensajes. Tengo dos en mi buzón de entrada. Y, apenas oprimo la tecla de «leer mensaje» me arrepiento al ver el primer nombre que aparece en la pantalla.
«Adriana» ¡Lo que me faltaba!
Tentada estoy de pasar de este; la conozco y sé que su texto es un presagio de la tormenta que se me viene encima, pero al final decido leerlo.
¡Al mal paso hay que darle prisa!
De: Adriana.
08/02/2014
09:45 a.m.
Menuda bruja e hipócrita que eres! ¿Cuándo ibas a decirnos que estabas enredada con el imbécil ese? Lo que más duele no es saber que estás clavada del engendro con cara de Thor, lo que indigna es lo mentirosa y mosca muerta que resultaste. Tremendo teatro el que montaste con eso de "él me odio sin razón". Tanto que aborreces a las riquitas presumidas descerebradas que se la pasan con él y mírate, resultaste peor que ellas.
*Adri love*
Lo que leo me deja estupefacta, esperaba un poco de hostilidad de su parte, pero esto es una declaración abierta de guerra, ¿Qué le pasa? No entiendo nada, juro que no entiendo el porqué de tanta rabia.
Decido no responder, no por falta ganas de mandarla por un tubo y nombrarle a toda su generación, sino porque me conozco, con la cabeza caliente puedo terminar diciendo cosas de las que muy quizás termine arrepintiéndome después.... ¡Otro problema que resolver!
Respiro hondo.
Intento calmarme, y para lograrlo, resuelvo pasar al siguiente mensaje y...¡Puafff! Mamá. Adriana, mi rabia, mi nombre... todo se me olvida.
De: Luifer.
08/02/2014
07:30 a.m.
Buen día, hermosa! ¿Aún en brazos de Morfeo?
*L. A. F. R. *
Bum, bum, bum y bum....¡Me da... me da el teleleeeee!
Sin que pueda evitarlo, la sangre comienza a latirme con violencia por todas partes del cuerpo, en especial, las zonas donde sus dedos habían hecho magia escazas horas atrás.
De forma automática, los míos teclean:
Para: Luifer.
08/02/2014
10:32 a.m.
Buen día!!! Recién levantada, pero con ganas de seguir en brazos de Morfeo. ¿Tú cómo estás? Ah por cierto!!! Feliz de leer tu mensaje.
*Liz *
Casi de inmediato, la respuesta de mi peligroso amor llega:
De: Luifer.
08/02/2014
10:32 a.m.
Bien, Hermosa! Algo impaciente por verte. Estoy aquí afuera, en el pasillo con el Señor Ferrer, esperándote. Ah por cierto! Deseando ser el afortunado Morfeo.
*L. A. F. R. *
¡WHAT!
¡¿Qué está en dónde?!
¡No puede ser, no puede ser! ¡¿Luifer, aquí?!
Con las pulsaciones a tropecientos mil, camino hasta la puerta, y tras quitar el seguro de esta, la jalo hasta abrir solo una hendidura, por la que, con cuidado, asomo mi incrédulo ojo derecho...
...Y ¡zas!... parpadeo... en efecto, mi peligroso amor está en el pasillo al otro lado del enrejado, cotorreando con el mañoso de Leo como viejas de vecindad, mientras sus ojos, sigilosos, vigilan mi puerta.
¡Meeeeee-muuuu- eeeeeeee- rooooooo!
― Al fin despegas el ojo, cabezota - pitorrea por lo bajo mi amigo al notar mi presencia también.
¡Es pa' matarlo! Él y sus chistecitos tan inoportunos.
Y, antes de que yo pueda decir algo, un guapísimo Luifer, murmura, imitando el apagado tono de voz de Leo.
― ¡Hola!
― ¡Hola! - sonrío ojiplática aún.
¡Guao! está de muerte lenta con esos monos deportivos y la franela Adidas azul celeste que lleva puesta, y que para deleite de mis ojos marcan todo lo mejor de su cuerpo.
Suspiro embelesada.
Interminables segundos después, en los que Luifer y yo, nos dijimos todo y nada con la mirada ante la sonrisa guasona de Leo, la voz de Doña Prudencia termina con el significativo silencio.
― Elizabeth, mijita ¿Quieres panqueca? - me pregunta a viva voz, mientras sube las escaleras que dan a mi cuarto.
Me entra el pánico.
Si la vieja descubre que Luifer, a quien de verdad busca es a mí y no a Leo se me arma la grande. Pero... no, no, no, no quiero que se marche. Resignada a mi mala suerte, vuelvo a mirar a mi peligroso amor con ojos de disculpa y cierro la puerta con cuidado, dejándome caer de espalda contra esta después mientras mis dedos teclean a toda mecha:
Para: Luifer.
08/02/2014
10:37 a.m.
¿Está usted loco, Señor Fernández??? ¿No se mide??? ¿Sabe usted que su presencia aquí se llama acoso, y es un delito en este país y en cualquier otro??? ¿Cómo qué esperándome???...
*Liz *
Oprimo la tecla «enviar mensaje» y mis labios se curvan llenos de picardía.
Los pasos de mi cacera no tardan en hacerse notar frente a mi puerta, y con su chillón tono de voz, insiste.
― Elizabeth, mijita ¿qué si quieres panquecas?
― No, señora Prudencia, voy a salir - le devuelvo, al tiempo que mi celular avisa que he recibido mi tan ansiada contesta.
La mandíbula casi me cae al piso al leer el contenido de esta.
De: Luifer.
08/02/2014
10:39 a.m.
¿Loco yo? Sí, y usted Señorita Marcano tiene toda la culpa de eso. ¿Acosador? Por supuesto que también. Y como ya le dije, usted ni se imagina cuan largos son los tentáculos de mi acoso, estos no conocen de límites. SÍ esperándola, muero por besarla otra vez, a usted y a la linda vaquita en su trasero. Por favor no me haga esperar mucho.
*L. A. F. R. *
¿Qué quiere besar a quién en dónde?
Calor, calor y más calor.
¡Qué alguien me eche un balde de agua fría encima!
Con los dedos temblorosos y la respiración entrecortada, le contesto:
Para: Luifer.
08/02/2014
10:40 a.m.
¿Solo besarnos??? Señor Fernández, deberá esforzarse más si quiere que mi vaquita y yo le demos ese sí que tanto desea. En 15 minutos estoy lista.
*Liz *
Sorprendida de mi desvergüenza y con el corazón latiéndome como locomotora entre pecho y espalda, comienzo a desvestirme mientras espero su respuesta, que llega segundos después.
De: Luifer.
08/02/2014
10:42 a.m.
Por el momento sí, solo besarlas, su premio por buena conducta usted y su vaquita lo gastaron todo anoche, Señorita Marcano. En cuanto a mis esfuerzos, ambas verían resultados más que satisfactorios si en vez de tratar de chantajearme de nuevo, su despreocupada madurez juvenil se dedicara a estudiar a fondo mi propuesta ¿no cree?
*L. A. F. R. *
Los ojos me quedan en la cara como un par de huevos fritos. ¡Toma tu yuca! ¿Por qué? ¿Por qué todo tiene que llevarnos a esa maldita condición?
Resoplo. Y con el humor, ahora, un poco oscurecido, tecleo de vuelta, evitando mencionar lo que de verdad pienso de su descabellada propuesta.
Para: Luifer.
08/02/2014
10:42 a.m.
Si no hay de otra...trataré de no hacerlo esperar tanto.
*Liz *
Lanzo mi móvil sobre la cama y salgo escopetada hacia el baño. No importa si me gusta o no su estúpida condición, saberlo necesitado de mí basta para que mis dudas pierdan forma en mi cabeza, al menos por un rato.
En tiempo record, me ducho, y tras hurgar en la poca ropa limpia que hay en mi closet, decido ponerme lo mejorcito que encuentro. Y, con la ansiedad hirviendo en mis venas, salgo de mi cuarto metida en un vestidito hindú blanco hueso y otro par de mis cómodas Converses a juego con el modelito, mi bandolero cruzado al pecho y una coleta alta pendiendo de mi calenturienta cabecita.
Cuando atravieso la puerta, la mirada divertida de Leo; quien todavía está parado en el pasillo tras el enrejado como un fiscal de tránsito, me dan un aviso de stop y mis pies obedecen ipso facto.
― ¿A dónde crees que vas, cabezota? - inquiere, levantando una de sus cejas.
― ¿A dónde crees tú que voy, cabezota? - le contesto, devolviéndole la risita guasona.
― A juzgar por la poca tela de tu vestido yo diría que a buscar lo que no se te ha perdido, cabezota - insinúa, repasándome con sus ojos pícaros de arriba abajo.
― ¡Leo! - chillo, sonrojándome.
Y, dispuesto a no darme tregua, agrega en el mismo tono ocurrente, antes de darse la vuelta y desaparecer por la puerta de su cuarto.
― ¡Anda! Ve a reunirte ya con tu desquiciado Romeo, te está esperando en el auto. Trata de que Doña Perfecta no se dé cuenta que te vas con él o te va a ir como en feria. Ya sabes lo venenosilla que tiene la lengua. Ah por cierto!... dile a tu trastornado galán que para la próxima se traiga unas tenazas y rompa el candado.
¡Qué chistosito!
Tras varios segundos, en los que medito con seriedad la advertencia de Leo, opto por fisgonear a mitad de la escalera hasta dar con el paradero de mi casera, que ubico de forma rápida en la cocina junto a la nevera, muy entretenida dándole una limpiadita.
Es el momento perfecto para escapar, y así lo hago.
Con sigilo, termino de bajar los escalones restantes, destrabo la puerta y camino a hurtadillas directo a la verja exterior, que cierro con el mismo cuidado al salir.
Una vez fuera de mi prisión, doy un hondo suspiro al sentirme libre, pero, la vivificante sensación se esfuma de mi cuerpo tan pronto me fijo en el reluciente y costosísimo auto de Luifer estacionado frente a mí. ¡Dios! Las piernas comienzan a temblarme, y sin razón aparente, empiezo a sudar y la respiración a espesárseme. Me quedo parada como tonta en la acera, bloqueada, mientras mis ojos; amplios como faros, intentan distinguir el rostro de mi peligroso amor detrás del vidrio polarizado, que se abre de forma inesperada.
― Señorita Marcano, ¿va a subir o hará que extienda uno de mis tentáculos? - bromea, tras el volante de su carro con una esplendorosa sonrisa colgada en sus labios.
Basta mirarlo para que, todas las células de mi cuerpo, comiencen a palpitar enloquecidas. No respondo. No soy capaz, apenas si logro arrastrar un poco de aire a mis pulmones y mantenerme en una pieza. Como puedo, consigo apartar la mirada de su encantador rostro y caminar hasta su auto, que rápidamente abordo. Es arrellanarme en el asiento y sentir cómo sus ojos; ocultos tras sus Ray Ban de aviador, me devoran, me recorren sigilosos.... ¡Qué vaporon!
Continúo mirando a cualquier parte menos a él y le pregunto, casi a susurros.
― ¿Cómo estás?
Pasados varios segundos, en los que mi respiración aumenta sus revoluciones, me contesta.
― Sorprendido de que mi cercanía la ponga nerviosa aún, señorita Marcano, ¿y usted?
Bum, bum, bum y bum.
¿Nerviosa? ¡Ja! Si él supiera...
― Sorprendida de ser aún la Señorita Marcano y no Elizabeth - le regreso sardónica.
Mi mañoso recordatorio lo hace reír.
¡Dios!... como me gusta su risa, esta me relaja un poco.
― Béseme y la llamaré cómo usted quiera, Señorita Marcano - me chantajea, con ese tono subyugador en su voz al que soy incapaz de negarle algo.
No necesita pedirlo otra vez. Con el pulso galopando a paso vivo por mis venas, me vuelvo hacia él, y tras mirar su rostro de ensueño unos segundos que, parecieron mil años, inclino mi cuerpo en su dirección y asalto sus labios, que me reciben con verdadero anhelo.
Lo beso.
Me besa.
Nos besamos con pasión. La posesividad de su boca al explorar, chupar y mordisquear la mía doblega por completo mi voluntad, hasta que, la falta de aire nos obliga a separarnos, y luego de varios segundos, en los que ambos permanecemos nariz a nariz bebiendo nuestros agitados alientos, él me pregunta.
― ¿Lista para recibir otra pequeña muestra de lo que te espera si aceptas mi propuesta, princesa?
¡Tucun - tucun! ¿Otra muestra de qué...?
Lo que dice, pone mi mente a volar hacia una sola dirección: sexo.
― Sí - asiento con la boca seca.
Él, de forma ávida lee en mis ojos lo que pienso y sonríe, antes de aclararme en un tono bastante provocador.
― Solo quiero que pases el día con este aburrido psicótico nada más ¿quieres?
No es lo que mis calenturientas hormonas desean, pero igual, la idea no deja de parecerme fantástica.
― Sí -acepto sin dudar, convencida de que, en efecto, mi peligroso amor podría resultar un psicótico y más, pero ni de chiste un aburrido.
Tras mi asentimiento, vuelvo a arrellanarme en el asiento del copiloto sonriente, mientras Luifer, se coloca de nuevo sus sexys y polarizados espejuelos y enciende el motor del auto.
El día promete, sí, promete y mucho.
Veinte minutos después, en los que no hizo falta más que mirarnos para sentirnos compenetrados, llegamos al centro. Es sábado por la mañana y todo está congestionado, por lo que termina estacionando el auto varias cuadras atrás del centro Comercial Galería, al que nos dirigimos después bajo un sol radiante y, para mi absoluto delirio, tomados de la mano.
Ya en el lugar, mi peligroso amor y yo, entramos a una zapatería que queda en el primer nivel, cuyos aparadores están repletos de puras bellezas, veo los precios de algunas al adentrarnos en la tienda y me escandalizo, tendría que dejar de comer varios meses para reunir y comprarme unos zapatos así.
Ojiplática y pegada Luifer como una garrapata, lo sigo con tranquilidad hasta que de pronto... una piraña, que lo repasa de arriba abajo con una risita de loba que me calienta la sangre, se nos acerca y le dice:
― ¡Buen día, Señor! ¡a la orden!
Pero... ¿qué le pasa a la churnia esta?»
De forma instintiva, como todo una celópata recién estrenada, me aferro más a la mano de Luifer y le dedico a la piraña esa una patentada miradita de ‟desaparece zorraˮ que de inmediato ella entiende y hace que el entusiasmo de su risita baje.
Él, que no es tonto, se da cuenta de mi reacción y sonríe antes de darme un beso en la coronilla, que me calma y le deja claro a la lagarta esa quién es la que manda. ¡Toma pa' que seas seria! y luego, la mira como a cualquier mortal y le pregunta, de forma educada.
― ¿Se encuentra, Juan Pablo?
Pero, antes de que la lagartona responda, un hombre canoso, entre los treinta y tantos, aparece en escena por la puerta del fondo y grita abriendo los brazos.
― ¡Hombre, pájaro de mar por tierra!
Luifer, sonríe al ver al recién aparecido y está claro que lo conoce, por lo que, suelta mi mano y acercándose a él, le da un fuerte abrazo. Cuando las palmadas en la espalda de ambos cesan, se da la vuelta de nuevo y hace notar mi presencia con una sonrisa orgullosa que me llega al alma.
― Amigo, te presento a la Señorita Marcano.
El hombre, con sus ojos miel llenos de llaneza, se acerca, me sonríe amable, y tras mirarme con detenimiento unos segundos, me extiende su mano que estrecho con la mía.
― ¡Un placer! ¡Soy Juan Pablo! ¡A sus pies, Señorita Marcano!
Me sonrojo.
― ¡Un placer! ¡llámeme, Elizabeth! - le respondo, con un hilo de voz.
Hechas las presentaciones, los tres nos dirigimos después hacia el mostrador de la tienda, donde Luifer y su amigo Juan Pablo, se sumergen en una aburrida conversación sobre zapatos. Este último, ha recibido para su negocio un nuevo pedido en el que está incluido un modelo nuevo de Puma que mi peligroso amor quiere comprar.
Yo, al ver que la charla no va a mejorar, con sigilo me aparto de ellos y recorro la tienda bajo el venenoso ojo visor de la lagarta cara de palo que nos abordó al llegar. La ignoro, no, hago algo mucho mejor, me pavoneo como toda una diva para su total tormento... ¡Qué bruja soy!
Quince minutos después; luego de probarme en mi mente todos los modelitos bellísimos y exclusivos de plataformas que me encantaron y de hacerle ajustes absurdos a mi presupuesto mensual con la esperanza de comprarme unas, Luifer, se acerca a la vidriera donde estoy hipnotizada, me sonríe como si viera la cosa más divina del mundo en vez de a mí y, tomándome de la mano, me saca de allí.
Luego de salir del centro comercial, caminamos unas cuadras más calle arriba por la Avenida Bolívar y entramos en otro negocio, una joyería para ser exacta. Casi suelto un silbido al ver tanta platería junta además de espectacular, pero, al acercarnos al mostrador y ver los precios, me sucede lo mismo que en la zapatería: mi moral cae al piso.
― ¡Buen día! ¿en qué los puedo ayudar? - nos aborda un joven, de inmediato.
― ¡Buen día! -le responde cordial Luifer, yo sonrío - Amigo, ¿hacen aquí trabajos de grabados?
― Sí, señor - afirma el muchacho.
― Quisiera mandar a grabar una inscripción a este reloj - le solicita, soltando mi mano, para después sacar del bolsillo de su mono deportivo un señor reloj dorado Christian Dior con incrustaciones de pequeños Swarovski blancos alrededor de la mica... ¡Vaya joyita! debe costar una buena pelota de real. Y, tras mostrándoselo, como si se tratara de cualquier baratija, prosigue - pero me gustaría saber si podría estar listo para el lunes en la tarde.
― Por supuesto Señor - la segura el chico y, tomando un talonario, le pregunta - ¿A nombre de quien hago el recibo?
― Luis Fernández - especifica él.
― Ok, señor Fernández. Por favor pase por aquí para terminar de tomarle los datos y para que usted mismo le explique al joyero qué clase de trabajo quiere - le indica el vendedor, apuntando con su mano una puerta lateral.
― Ya vuelvo, hermosa - me asegura mi peligroso amor, dándome un casto beso en los labios antes de desaparecer por esta.
Una vez sola, por puro masoquismo comienzo a detallar las bellezas que hay en las vidrieras - zarcillos, relojes, pulseras, cadenas, dijes, anillos, etc... etc... etc - pero las que me dejan enamorada son unas mariquitas salpicadas de hermosos y brillantes Swarovski de diferentes colores.
¡Uaaaaao! ¡Qué lindas!
― ¿Te gustan? - me pregunta Luifer, cerca de mi oído de forma sorpresiva.
Doy un salto.
¡Qué susto! ¿Cuándo ha regresado?
Quiero gritarle a él y al mundo que me encantan, pero me contengo. No estoy para darme este tipo de gustos, con los gastos de la universidad mi mamá ya tiene suficiente.
― Son lindas - le comento apática, encogiendo mis hombros.
Pero, la desilusión en mi rostro debe ser tal, que Luifer sin dudar y para mi asombro, le ordena al joven que lo atiende.
― Amigo, ¡Por favor! Facture también estas mariquitas.
¡Queeeeeeeeeé! ¡Si cuestan un dineral!
Lo miro escandalizada. Quiero oponerme, lo menos que necesito es que piense que soy una lagartona vividora que quiere aprovecharse de él, pero, antes de que pueda decir algo, sus dedos, ahora sobre mis labios, lo impiden.
― Se verán hermosos en ti, dame ese gusto, Pequeña.
¡Pequeña!... esa forma de llamarme me derrite.
― Son demasiado caras, Luifer, no - me niego.
Aunque él, ignorando lo que digo, le quita de las manos el estuche al joven vendedor; quien sonríe de oreja a oreja por la jugosa compra, y saca de este las bellas mariquitas. Intento impedir que me las ponga tapándome las orejas con las manos, pero él es él, ¡Irresistible el condenado! y tras darme un beso que, me deja viendo la vía láctea y sus alrededores, termina colocándomelas.
― Se ve preciosa con ellas, Señorita - me elogia el joven desde el otro lado de la vitrina, con los ojos muy dilatados como un auténtico vendedor de prendas.
― No, las mariquitas son las que lucen preciosas en esta hermosa Señorita - lo corrige mi peligroso amor, y luego, estampa sus labios con dulzura en los míos otra vez.
¡Oh cielos!
Si esto es un sueño no quiero despertar jamás.
Hecha un pozo de mantequilla derretida, correspondo la suave succión de estos, que me devoran durante segundos con verdadera necesidad. El momento es mágico, perfecto, y cuando creo llegar al pico más alto de la felicidad, una chillona voz, que reconozco de inmediato, aparece para bajarme de un solo tirón.
― ¡Hola, Luifer!
¡No puede estar pasándome esto!
El aludido, al escuchar su nombre suelta mi boca, y tras dar un resoplido que hace aletear su nariz como un toro, vuelve su rostro con expresión de entuerto y le contesta cortante a la dueña de la estridente voz, que en efecto, como sospecho, resulta ser una de las creídas amiguitas de la... ¡Arg! siento nauseas de solo recordar a la peliteñida multioperada exnovia de Luifer, ¿ o será su novia aún?
― ¡Hola, Sonya!
La inoportuna víbora, ignora la expresión de ‟vete a la mierdaˮ en los sombríos ojos de él, y tras repasarme de arriba abajo con altivez, le pregunta mañosa.
― ¿Andas con Tatis?
¡Ahora sí que se subió la gata a la batea!
Asumo que la tal ‟Tatisˮ es la desteñida y sus intenciones al preguntar por ella es ‟molestarme". Lo logra. Se me calienta la sangre. No soy violenta, por norma soy una pacifista entregada, pero cuando una lagarta de estas me busca... ¡Aiyayai me encuentra! pero, cuando voy a decir la primera barbaridad que se me cruza por la cabeza, mi psicótico y peligroso amor, conózcase como Luifer; que al parecer no es ninguna perita en dulce, enarca una de sus cejas y sin que le pese la lengua, le responde cortante a la enésima potencia.
― ¿La ves por aquí?
¡Anda! ¡Toma lo tuyo!
Mis labios se mantienen rectos, pero por dentro, estoy que bailo jarabe tapatío. Los ojos de la bicha se vuelven un poema, está que se revienta de la rabia, aunque, como toda una actriz de Hollywood disimula su arrechera y, apartándose el cabello de sus hombros, contraataca.
― No, pero sí estoy viendo a su novio.
¡¿Qué ha dicho?!
¡Esa sí me dolió!
Aturdida, por lo que la alacrana ha dicho, miro a Luifer; quien con ojos maliciosos, me pide calma antes de volver su rostro hacia esta y soltarle otra perlita.
― ¡Ah sí! ¿Dónde que no lo veo?
¡Torta en la cara, bruja!
Su contestación, hinchada de ironía, me revive. No es su novia. Al parecer, cuando me aseguró que la idiota esa le importaba una mierda, era verdad.
Suspiro aliviada, y el taconeo del jarabe tapatío se reactiva en mi interior. Ahora, la desencajada es la lagartona; quien parpadea aturdida al verse apabullada por la franca sacada de culo de, Luifer.
Él en cambio, le da la espalda más ancho que pancho, me mira con una diversión que con honestidad no comprendo, y tras arropar mis mejillas coloradas con sus manos, me besa, me besa y me besa hambriento de mi boca, hasta que de pronto, la voz del vendedor nos obliga a separar nuestros labios.
― Señor Fernández, aquí tiene su tarjeta y el recibo con el que puede retirar su reloj el lunes en la tarde.
Con amabilidad, y con esos aires de suficiencia con los que camina por la vida, Luifer, toma lo que el joven le tiende y contesta.
― ¡Gracias, amigo!
Y, sin más, toma mi mano, finge como un verdadero maestro que la tal Sonya; quien no deja de mirarnos mosqueada, no existe y me saca de allí.
¡Vaya!
¿Qué demonios ha sido todo eso?
Ya afuera, bajo el sol radiante de la Avenida Bolívar, la tensión de lo ocurrido, que hierve como acido en mi estómago vacío, por fin me aplasta. Siento un mareo horroroso y comienzo a sudar más que un camello. Luifer, al ver mi estado se asusta, y sujetándome de la cintura, me pregunta alarmado.
― Elizabeth, ¿estás bien?
― Sí - miento, pero la cara de fatiga que tengo me delata.
― ¡Ven! Vamos para que te tomes y comas algo.
― Está bien - accedo.
Sin apartar sus manos de mí, me lleva hasta una panadería que está a media cuadra de dónde nos encontramos y le pide a la chica en el mostrador un vaso con jugo de naranja natural, una botella de agua mineral y un sándwich con todo. Después, nos sentamos en una de las mesas laterales. De verdad me siento fatal, y ante la angustia de no saber qué más hacer para aliviar mi malestar, mi peligroso amor, recuesta mi rostro en su pecho.
¡Oh sí! Justo lo que necesito.
― Creo que mejor vamos a que te revise un doctor - me sugiere, mientras con mimo sus dedos acarician mi mejilla.
― No exageres, cuando coma algo me sentiré mejor, ya verás - le aseguro con voz opaca.
Mi respuesta no lo convence, pero no insiste.
Minutos después, otra chica lleva a nuestra mesa el pedido, y al mirar el exagerado sándwich, mi estómago suelta un sonoro gruñido... ¡Qué oso!
Sonrojada, miro a Luifer, quien me sonríe esplendoroso, y restándole importancia al asunto, me ordena.
― ¡Come, hermosa!
― ¿Tú no vas a comer?
― No, yo comí en casa temprano antes de salir - me confiesa.
Dicho esto, ni corta ni perezosa, le clavo los dientes a todo lo que él me pone en frente. Media hora más tarde, abandonamos la panadería tomados de la mano como dos felices enamorados, sintiéndome mucho mejor, y de allí, vamos directo en busca de su auto. Él como todo un maniático de la castración, se opone a que continúe caminando bajo el sol inclemente del mediodía, y yo, a decir verdad no me opongo, lo menos que quiero es que discutamos por tonterías y terminar arruinando nuestro primer día juntos... ¡Uao! de solo pensarlo me estremezco toda por dentro.
Ya montados en el carro, un Luifer aún intranquilo, me informa.
― Tengo que ir a recoger una ropa en la tintorería, después de allí pensaba llevarte de paseo a la posada de un amigo, pero mejor lo posponemos.
¡¿Cómo?! ¡No, no, no, no y no!
― ¿Por qué? - protesto al instante.
Frunce su ceño, me observa con expresión de no comprender mi exagerada reacción y me explica.
― Todavía te ves algo pálida, lo mejor será que descanses.
¡Ah no, eso sí que NO!
El humor se me oscurece, súbitamente.
― Estoy bien - le gruño, y como niña malcriada, agrego - además, pensé que habías dicho que pasaríamos juntos todo el día.
― Y lo pasaremos - me confirma - claro, si quieres.
¿Cambio de planes? Ahora, sí que me perdí.
Me tranquilizo un poco.
Confundida, lo miro a los ojos y pregunto.
― ¿Dónde?
― En mi casa, te prepararé un rico almuerzo ¿Qué dices? - me específica.
¡Vaya... vaya...vaya!
Mi buen humor regresa, y las pulsaciones en mi entrepierna no se hacen esperar. ¡Dios! su oferta pone a volar mi mente otra vez. Él, yo, solos y juntos en su casa... ¡Qué tentación!
― ¡Genial! - sonrío, incapaz de ocultar lo encantada que estoy con la idea.
Una vez ajustada la bitácora, Luifer, enciende el auto y en menos de lo que canta un gallo, estamos parados frente a la tintorería. Quiero bajarme con él para acompañarlo pero no me deja, me ordena, cariñoso, continuar sentada frente al aire acondicionado hasta que me restablezca por completo. ¡Qué mandón y exagerado es! aunque a decir verdad, me gusta verlo tan pendiente de mí.
Mientras lo espero, el incidente con la tal Sonya regresa a mi mente, de solo recordar a la lagarta esa se me calienta la sangre de nuevo, pero también, me da un poco nervios, sé que lo que pasó en la joyería ha sido una pequeña muestra de lo que me espera cuando la lagarta mayor, la fulana Tatis, se entere de lo ocurrido.
¡Menudo rollo se me viene encima!
Esas bichas, son unas verdaderas mapanares cuando quieren. Dedo tener cuidado. De pronto, mi peligroso amor, aparece a través de la puerta del auto y todo aquel tormento desaparece de mi cabeza cuando me sonríe de esa forma tan tierna y sexy que me desarma por dentro.
― ¡Listo! ahora sí, a prepararte ese rico almuerzo ¿Qué quieres comer?
De momento nada, mi estómago está que explota de tanto que comí en la panadería, pero, incapaz de rechazar sus atenciones, le digo sonriente.
― No sé, lo que tú quieras ¡Sorpréndeme!
Dicho esto, en cuestión de veinte minutos, nos encontramos atravesando la enorme verja negra frente a su casa, que parece más acogedora a la luz del día. Al entrar al garaje interno los recuerdos me asaltan, la última vez que estuve allí fue por razones muy diferentes.
Me estremezco. De no haber sido por Luifer, quién sabe lo que ese taxista psicópata me hubiera hecho.... ¡Qué horror! Y mi cara debe decirlo todo, porque apenas me bajo del auto, Luifer, rodea mi cuerpo de inmediato con sus brazos y, contundente, me asegura.
― Jamás dejaré que nadie vuelva a ponerte un dedo encima, Pequeña.
Le creo. ¿Cómo no hacerlo si gracias a él sigo con vida y libre?
Durante largo rato, permanecemos abrazados en silencio compartiendo solo el calor de nuestros cuerpos, hasta que de pronto, una vibración nos regresa a la realidad.
Es su teléfono.
Sin apartarme de su lado, saca el bendito aparato del bolsillo de su mono deportivo, teclea un par de veces, y tras leer lo que supongo es un mensaje, lo guarda de nuevo y me insta con la mirada dura de siempre, que me deja saber que a él tampoco le hace gracia recordar el rollo de mi secuestro.
― Entremos ya.
Lo obedezco.
Colgada a su brazo y sintiéndome más tranquila, camino a través del pasillo que da a la cocina, y una vez allí, me siento en uno de los taburetes que rodea el desayunadero, mientras el anfitrión, pasa directo a su cuarto. Cuando vuelve a salir de este, con una expresión extraña en sus ojos, me ofrece.
― ¿Quieres descansar un rato mientras preparo el almuerzo?
¡¿Descansar?! ¿Qué rayos significa eso?
Me entra el vaporon en el cuerpo otra vez.
Él, que es un maestro para adivinar lo que pienso, me aclara.
― Me refiero a descansar, descansar, Elizabeth.
¡Qué vergüenza!
¿Desde cuándo me he vuelto una lobaza?
Abochornada, pestañeo en todas direcciones y me niego.
― No, quiero ayudarte a preparar el almuerzo.
― Nada de eso - se opone con rotundidad, respirando sobre mis labios, y cuando ve que el vapor de su aliento me tiene embobada, me alza en sus brazos de manera sorpresiva. Y, ya de camino a su cuarto, me advierte -usted va a descansar sí o sí mientras yo preparo algo delicioso, o de lo contrario, me veré obligado a someterla a mi castradora protección de nuevo, Señorita Marcano.
¡¿Queeeeeeeé?! ¿No hablará en serio?... ¿o sí?
Lo que dice logra angustiarme.
Volver a lo de antes... ¡NUNCA!
Presa de los nervios, enrosco con más fuerzas mis brazos alrededor de su cuello, hundo mi rostro en este y conteniendo la respiración, claudico. No estoy yo para tentar mi suerte.
― Está bien.
Satisfecho de haberse salido con la suya, celebra, dándole suaves caricias a mi mejilla con la punta de su nariz. Ese contacto me enciende, él lo nota y lo prolonga, no sé si es para torturarme o para satisfacer su propia necesidad de mí.
¡Dios, como me pone este condenado!
Tras varios minutos de dulce agonía, siento como mi cuerpo pierde altura y cae con suavidad sobre las sabanas verdes de la cama, su cama, estas están impregnadas de su olor y eso me pone más frenética. Lo deseo, lo deseo de formas que ni yo misma concibo entender.
― Luif... yo... - quiero decírselo, pero su aliento se traga mi gemido.
Sus labios toman mi boca con verdadero anhelo, yo los dejo, necesito sentir la fuerza posesiva de estos chupando y mordiendo a placer los míos, que temblorosos, responden su exigente invasión y se dejan hacer por mi Dios particular de la lujuria.
Una vez se agota el aire en nuestros pulmones, su boca y la mía terminan su hambrienta fricción. Al abrir los ojos, no sé ni dónde estoy, pero sí sé que la oscuridad insondable que enfoca mi rostro son los ojos del chico que me trae como dicen los mexicanos «cacheteando las banquetas» que tras muchos segundos de un significativo silencio, me confiesa, nariz a nariz.
― Yo también te deseo con locura, Elizabeth - y, sin dejar de mirarme como si en el mundo solo existiera yo, continua - no tienes idea de lo mucho que me encantas, niña. Jamás me perdonaría si te hago algún mal, si por mi culpa sufres.
Sus palabras, me conmueven inexplicablemente. ¡No llores! ¡No llores! Y, mirando de lleno la sinceridad en sus ojos, le hago mi propia confesión.
― Que me prives de ti es mi mayor sufrimiento.
¡Sí, lo dije por fin!
Con ternura acaricio su mejilla, y al sentir mi contacto, su oscura mirada se enciende, me devora, pero el resto de su cuerpo no reacciona. El mío en cambio sí, con urgencia rodeo su cintura con mis piernas, y él, al ver que mis brazos van a la caza de su cuello, se los impide, sujetándome de las muñecas, y tras aprisionarlas contra el colchón lado a lado de mi rostro, murmura pasional.
― El sufrimiento es mutuo, Señorita Marcano.
Pero, si yo no lo estoy privando de mí, al contrario.
Confundida y dispuesta a esclarecer todas mis dudas, le pregunto.
― Sí ya sabes que voy a decir sí a tu condición ¿por qué prolongas esta tortura entonces?
Su boca, colgando a centímetros de la mía semejante a la manzana prohibida del Edén, me recuerda.
― Ya te dije, quiero que estés clara en lo que te estás metiendo, Elizabeth.
Ofuscada por su cercanía y convencida de lo que voy a decir, le aseguro.
― Estoy clara en lo que quiero y te quiero a ti.
Pero mi respuesta, no lo satisface como imagino.
Angustiado, como si le hubiera dado la peor noticia de su vida, deja caer su rostro entre mis pechos y me confiesa con un hilo de voz.
― Elizabeth... - comienza, y tras varios segundos en los que su respiración se descontrola más, prosigue - yo soy más oscuridad que luz, y esa poca luz que me queda dentro es lo único que puedo ofrecerte. Solo eso tengo para darte. Soy un demonio, no un ángel como te empeñas en creer, pequeña.
Pero... pero... pero... Bloqueada, estupefacta, conmovida, y todo lo que termine en ‟a" que se aplique a este caso, así quedo yo. No sé qué decir, ni qué pensar. ¡Qué fuerte es todo esto!
Silencio.
Silencio.
Y más silencio.
Hasta que por fin reacciona, y noto como su cuerpo pierde fuerza poco a poco y cae vencido sobre el mío. No puedo ver su rostro, pero sé que sufre, tiene miedo, todo mi cuerpo lo percibe y eso me desgarra por dentro. Me deshago de su agarre y lo abrazo.
Y totalmente convencida de que él no es el demonio que se empeña en creer que es, le abro mi corazón.
― Yo solo veo al chico que me gusta. Que ángel o demonio, le entregaría mi vida porque esta ya le pertenece.
¡Listo!... lo he dicho, no he dejado nada por fuera.
Mi sinceridad lo desarma, el agitado pálpito de su corazón chocando contra mi vientre me lo grita y poco a poco hace que su mirada regrese de nuevo a mi rostro, y tras apoyar su barbilla en medio de mis pechos, me pregunta con expresión de fascinación.
― ¿Eso es un sí?
¡Sí!
Sonrío en asentimiento.
Dudoso de mi respuesta, insiste.
― ¿Estás segura? ¿no quieres pensarlo un poco más?
Convencida, de lo que voy a decir como nunca antes en mi vida, le confirmo.
― No tengo nada más que pensar, mi respuesta es sí y será la misma más tarde, mañana, pasado mañana y siempre.
Alucinado, igual que yo, por la contundencia de mi afirmación, rodea mi cintura, flexiona sus rodillas y de un solo impulso alza mi cuerpo junto con el suyo, sobre el cual quedo sentada a horcajadas.
Es acomodarme sobre él y notar como su sensible zona comienza a hincharse bajo el algodón blanco de mis pantaletas... ¡Qué caloooor! Mi sexo, también se deleita del suave contacto y poco a poco se humedece mientras las manos de mi atormentado amor, deslizan cuesta arriba la tela azul de mi vestido, desnudándome... ¡Qué placer!
Una vez me libera de este, me ordena con voz sensual.
― Entonces, siendo esa tu respuesta, ya puedes tomar todo lo que quieras de mí, hermosa. Soy tuyo, completamente tuyo.
Sin necesidad de que lo repita, doy rienda suelta a mis impulsos. Mirándolo directo a sus ojos, le hago saber lo que quiero, y él, que es un as para leer en los míos, me complace.
Levanta sus brazos.
Cardíaca, tomo el dobladillo de su franela y la saco en volandas por su cabeza. ¡Me da!... ¡Me da!... y ¡Me daaaaaaaaa! con el pulso a punto de explotarme en las sienes, observo aparecer frente a mí...1 chocolate, 2 chocolates, 3 chocolates... 6 chocolates. Su abdomen parece una deliciosa tableta Galax. ¡Me entra el calentononón! Y, cuando creo que mi visión no puede mejorar, el par de placas que Dios le dio por pectorales, me dejan sin aliento... ¡Pedazo de cuerpo!
Como si de un espejismo se tratara, acerco el temblor de mis dedos hacia la atlética protuberancia que cubre su corazón, y temiendo que mi solo contacto la haga desaparecer, la froto con sumo cuidado. La piel en esa zona de su cuerpo es dura y esponja a la vez, es como tocar acero cubierto de terciopelo. Ese íntimo roce de mi mano lo enciende aún más, su mirada hambrienta de placer me lo grita, me pide más, más y más... y ansiosa por darle lo que me exige, incorporo mis labios al ataque.
Lo beso con auténtica entrega. Lo acaricio con devoción.
Y él, entregado a mis mimos, cierra sus ojos, afinca sus codos en el colchón y se tumba sobre estos para facilitarme el disfrute de su cuerpo, al que le doy incontable besos y caricias y, tras dejarme recorrer y beber el afrodisiaco sabor de su piel, un Luifer, de respiración profusa, decide entrar en acción.
¡Oh sí! ... el calor en mi sistema sube de nivel.
Con ojos ardientes y salvajes toma mi cintura, y de un giro certero, como todos sus movimientos, me empotra en la acolchada superficie. ¡Oh...síííííí! Ahora, es mi cuerpo el que está a merced del suyo, de sus manos, de su boca, de su lujuria. Y sin preámbulo, se sube a horcajadas sobre mí, y al repasar mi cuerpo con su mirada de lobo hambriento, bromea con ese deje desgarrador en su voz que me retuerce las entrañas.
― ¡Qué lástima! ha dejado usted su vaquita, Señorita Marcano, y tanto que quería besarla.
Sonrío.
Es inevitable no encontrarle la gracia a su depravado chistecito, pero la curva de mis labios se transforma en una acalorada ‟O" en el mismo instante en que sus manos comienzan su vuelo sobre mis pechos, y en reflejo después, apretó mis labios, aunque lo que siento es tan intenso que la tensión en estos se rompe de nuevo.
Gimo y me retuerzo entre sus dedos como una gata en celo. Lo miro, y en mis ojos, él como siempre, descifra lo que quiero y me complace. Extiende sus caricias hasta mi espalda, y de forma muy hábil deja libre para su disfrute mis duros y excitadísimos pezones, que sin tregua rodea con sus labios y los chupa de uno en uno, con una fuerza pasional que se proyecta en lo más hondo de mi vientre con deleite.
¡Qué calor! ... no... ¡Me quemo!
La sangre me late endemoniada por todo el cuerpo, siento el vigoroso efluvio romper como olas hasta en la vena más diminuta de este, en mi cabeza, en la punta de mis dedos, en mis labios... en todos lados, pero sobre todo en la cúspide de mi lubricado sexo, donde las pulsaciones son asoladoras y exquisitas a la vez.
De pronto, el ataque posesivo de su boca contra mis pechos cesa y, tras arrodillar sus piernas entre las mías, apunta su oscura mirada directo a mis ojos con esa intensidad feroz que me cocina por dentro.
― Sube las piernas, princesa - me ordena después.
Su petición, me remueve las entrañas de nuevo, sé lo que quiere hacerme, y yo, me muero porque lo haga. Y, sin rechistar, hago lo que mejor sé hacer: obedecerlo. Elevo mis piernas frente a su magnífico torso desnudo y, apoyándolas en uno de sus hombros, dejo que el carnal brillo en sus ojos me consuma mientras sus expertas manos hacen desaparecer mis pantaletas, que una vez están en sus manos, lleva hasta su nariz y aspira su olor, mi olor, como si se tratara del perfume más exquisito del mundo.
Calor.
Hormigueo.
Latidos.
Ardor.
Y más... se apodera de mi cuerpo.
Quiero dejar de observar el bochornoso espectáculo, pero honestamente, no puedo. Me gusta, me gusta y mucho verlo embriagarse de mi esencia más íntima.
Desnuda, estimulada hasta más no poder y aturdida por lo que estoy viendo, me apoyo en mis codos e intento acompasar mi respiración. Pero... ¿cómo coño lo logro si la intención que leo en sus ojos es mucho, mucho más depravada y excitante? Bum, bum, bum y buuuuuuuuum... es todo lo que escucho en mis oídos, toda yo soy una gigantesca pulsación. Estoy tan caliente que en cualquier momento cojo fuego.
Nerviosa y excitadísima por mis sospechas, intento negarme.
― Luif... yo... yo... - balbuceo, la falta de aliento termina por ahogarme.
Pero él, que intuye a la perfección lo que quiero decirle y sabedor de cómo doblegar mi voluntad, me suplica con ese fascinador tono en su voz que me vuelve añicos.
― Quiero probarte, pequeña ¡por favor! déjame hacerlo ¿sí? - y con su mirada depredadora sobre mi rostro, me reclama, imitándome - que me prives de ti es mi mayor sufrimiento.
¡Ufffffff!... sí, no, sí, sí, no, ¡Aaaaah!
¡Este sí que es listillo!
Víctima de mis propias artimañas, no tengo más opción que acceder a lo que quiere. Con mis nervios al límite, igual que mi excitación, abro mis piernas para él y con un gesto angustioso, le indico que proceda.
¡Dioooooos!
Estoy abierta de par en par, expuesta como nunca antes en mi vida y dispuesta a que él haga y tome de mi cuerpo lo que quiera.
¿Loca? ... Sí, y de remate.
Mi aceptación se hace su urgencia. Con arte, desata de alrededor de mis tobillos las correas de mis sandalias y al dejarlas tumbadas en el piso junto al resto de mi ropa y su franela, embiste con su boca como un innato depredador, mi húmedo y acalorado sexo.
La sensación es inigualable, si antes sentía calor, ahora, yo soy el fuego. Deliciosos lametazos suben y bajan sin piedad entre mis labios vaginales, y cuando creo que la sensación no puede ser mejor, su lengua; con maestría, tras dibujar círculos alrededor de mi hinchado y palpitante clítoris, se introduce en mi interior.
¡Ufffff!... lo que eso me hace sentir es alucinante, me doblega, y necesitada de más, más y más de esa deliciosa invasión, como una posesa lo tomo del pelo y, apretando más su boca contra mi sexo, muevo mis caderas en busca de esa profundidad que anhelo.
No me reconozco.
Él responde a mi exigencia.
Me explora...
Me chupa...
Me lame...
Me muerde...
Me penetra...
Su lengua hace lo que quiere conmigo y yo me dejo a placer. Gimo, me retuerzo y disfruto cada uno de sus contactos, hasta que de pronto... todo cesa.... ¿Qué pasa? Respirando como si acabara de echarme un maratón, busco saber qué sucede mirando sus ojos, pero estos... ¡Oh Dios! parecen un par de azabaches impenetrables.
No sé qué pasa, no sé qué quiere ahora, ni lo que piensa y eso me angustia. Sin quitarme la mirada de encima y consciente de la expectación que hierve en la mía, él se levanta de la cama, y tras romper su hermético gesto con una retorcida sonrisa que me indica lo mucho que disfruta el momento, se inclina, se quita los zapatos, las medias y, sin anestesia, se baja también su cómodo mono deportivo.
¡Puaf! ¡Puaf! y ¡Repuaf!
¡UUUU-AAAA-OOOO!
¡Tremendo cuerpazo!
Boquiabierta y a punto de un sincope, observo cómo después, sin el menor pudor, se deshace de sus sexys y ajustados Calvin Klein, dejando al aire libre... ¡Oh Cristo! ... me late todo, todito, todo.
Pero... ¡Qué paquetote!
Su... ¡Dios! ... es... jamás he visto un pene en vivo y directo y a todo color en mi vida, pero el suyo... ¡Mi maaaaaadre!... tiene muy buenas dimensiones. Se me reseca la boca de solo verlo, e incapaz de apartar la mirada de su... ¡Qué vaporón!... inhalo lujuria, inhalo necesidad, inhalo desesperación y agonía, es lo único que puedo hacer. Y mientras yo ardo en mi infierno interior, su cuerpo de infarto, ahora desnudo, se enfila de nuevo en mi contra con toda su artillería pesada, muy, muy pesada.
Al darme alcance, su estimulación se triplica. Sus labios, vuelven a esclavizar mi clítoris a punta de lametazos, y sus manos, a espolvorear el pico de mis pezones como si estos se trataran de azúcar. ¡Estoy que exploto! los múltiples focos de placer en mi cuerpo elevan mí libido de formas inexplicables. Mi vientre arde y duele al mismo tiempo, y la creciente presión que la lucha de ambas sensaciones ejerce dentro de mí palpita con ferocidad más y más a cada segundo.
Quiero que pare. Y, en busca de mi tan ansiado alivio, tras retorcerme como una ninfómana, lo tomo del cabello y fricciono con más fuerza mi sexo contra su boca, que al notar mi exigencia para su asedio.
¡No! ¡No! ¡No!
Lo miro jadeante. Me mira encendido. Sus lujuriosos ojos lo dice todo: ha entendido lo que quiero y va a dármelo. «¡Penetración!» de solo pensar en esa palabra mis piernas, sobre sus hombros, tiemblan. Y asustada, como lo estoy siempre ante lo desconocido, intento prevenirlo.
― Luifer, yo no... - pero, sus dedos me hacen callar.
Y, con esa sonrisa de sabelotodo que me desconcierta, me susurra, tras lamer de sus labios mis fluidos vaginales.
¡Qué espectáculo!
― Lo sé, pequeña, lo sé. Te penetraré de espacio, lo prometo. Si te duele mucho solo dímelo y pararé de inmediato ¿de acuerdo?
¿Dolor?
¡Ojojojojojojo! eso no me gusta nada, nadita, nada. Silencio... respiración... silencio... respiración y más silencio. Al ver que no digo ni "mu" insiste en un tono más solemne.
― ¿Confías en mí, Elizabeth?
¿Confiar?
La respuesta no tarda nada en inundar mi cabeza.
Pues... ¡Claro que sí!
Y, convencida a plenitud de eso me abro más para él y, con una mirada, que poco deja a la imaginación se lo hago saber. Satisfecho por lo que ve en mis ojos, sonríe con más salvajismo y me sugiere en un tono pasional que parece tener el poder de revivir muertos.
― Bien, nena. Entonces, intenta relajarte ¿sí?
Nerviosa y excitadííííííísima, asiento como una muñequita de feria y hago caso. Tumbo mi espalda, sudorosa y tensa, en la superficie acolchada de la cama otra vez y respiro, respiro y respiro hasta que la única sensación que soy capaz de percibir es el ardoroso latido de mi clítoris.
Mientras tanto, como un cirujano que se prepara a operar, Luifer, agarra de encima de la mesita de noche su billetera, saca de esta un paquetito plateado y, rompiéndolo, saca de adentro de este lo que identifico como un condón, con el que cubre su pene como todo un experto. Es verlo ejecutar todo aquel procedimiento y sentir que el calorón aumenta de nivel en mi cuerpo.
Con la respiración afanosa, sudoroso e igual de excitado que yo, mi peligroso amor, se acomoda entre mis piernas otra vez. ¡Qué sexy se ve desnudo!... pero, no es su boca la que asalta mi sexo esta vez, son sus dedos, que suben y bajan, bajan y suben entre mis húmedos labios vaginales con una lentitud de vicio y muerte, y en reflejo, mis caderas se mueven autómatas en busca de más y más placer. Y, cuando él nota que estoy bien lubricada, convierte su estimulante vaivén en certeras penetraciones.
1...gimo...
5... Me retuerzo...
8... muerdo mis labios...
16...soy yo la que se hunde en sus dedos...
No puedo más. La cara me arde, mi corazón golpea en vez de latir, sudo, tiemblo, me quemo, agonizo de tanto placer, y cuando creo que voy a explotar por dentro, él se detiene una vez más... ¡Nooooo!
Lo miro mosqueada, «¿Qué demonios?» chillo en mi fuero interno, pero, al segundo siguiente me arrepiento, pues el brillo salvaje en su mirada me anuncia lo que se avecina de inmediato, y de solo pensarlo, mis entrañas se retuercen ansiosas, y él me agita aún más.
― Ya está en su punto, Señorita Marcano, ahora, la haré pagarme el orgasmo que me debe.
Y luego, sin más rodeos, tras asirse a mi cintura con una de sus manos y rodear su hinchado y erecto pene con la otra, apunta este en dirección a mi sexo y lo empala de un solo empellón, y en reflejo, mi boca suelta un ahogado chillido y mi espalda se vuelve una rígida curva sobre la cama. ¡Duele! ¡Duele! ¡Duele endemoniadamente! pero no quiero que aquella tortura pare, la necesito, la quiero dentro de mí como necesito el aire para respirar.
¡OH DIOS!
Me abandono.
Cierro los ojos, aprieto con fuerza mis piernas alrededor de su cintura y me entrego al dolor, al placer, a lo que sea que mi cuerpo esté sintiendo en ese momento. Y sus manos, ahora, aferradas a mi cintura, se adueñan del ritmo infernal de sus acometidas, las que desesperadas por darme y conseguir su propio placer, hunden mi ardoroso y lubricado sexo, una y otra vez a una velocidad frenética en su erección.
1... dolor...
3... placer...
5... me desgarro...
9... dejo de respirar...
12... todo mi cuerpo palpita...
15... vuelve a doler...
18... el placer es máximo... y mientras, aquel demonio de lujuria continúa con su asolador ataque, yo me dejo devorar por el vorágine de confusas sensaciones que se esparcen por cada terminación nerviosa de mi ser.
Es simplemente... desgarrador.
Agotada, sudorosa, afanosa, e incapaz de terminar con la agonía a la que está sometiéndome, abro los ojos y miro directo a los suyos, y verlo así tan entregado, me reactiva y eleva mis pulsaciones a tropecientos mil.
Él, al notar que lo observo, me sonríe, y sin detener su danza castigadora, baja su boca hasta mis duros pezones y los besa de uno en uno, y de uno en uno también, chupa y tira de estos sin piedad hasta llevarme al límite otra vez, al precipicio en el que solo puedo suplicar clemencia.
Gimo...
Clamoreo...
Estoy a punto de explotar.
Mi cuerpo ya no resiste más su despiadada ofensiva.
Piedad...
Piedad... eso es lo que a viva voz implora todo mi cuerpo bajo la desnudez del suyo, y dispuesto a darme lo que ruego con desesperación, arrecia el delirante ritmo sus penetraciones, me empala una, y otra, y otra, y otra vez en su duro pene sin cesar, mientras su boca, amarrada a la mía, se bebe uno tras otro todos mis gemidos.
Sí...Sí...Sí...Sí...Sí...Sí.
Hasta que, un gruñido atraviesa sus labios y, tras una última embestida, que casi me parte en dos, ambos nos dejamos llevar por un asolador orgasmo...
... y, en los brazos de mi propia versión de Lucifer desaparezco.
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