Condiciones, besos y más...


La música sigue sonando, ¿Joropo? ¿Vallenato? ¿Cumbia? ¿Tango? ¿Bachata? ¡Qué más da lo que es! Mi cuerpo, solo responde al ritmo cadencioso de sus caderas. Yo, jamás había hecho nada similar en mi vida, pero, me siento en mi elemento, meneándome, a criterio de mi madre si me viera, como una gata en celo.

¡Me vale! me entrego al momento y sigo bajando, subiendo y curvando mi cuerpo entre sus manos a mi antojo, mientras su respiración en mi cuello, aviva el fuego lujurioso que corroe mis entrañas.

― ¡Ven, salgamos de aquí! — dice Luifer de pronto, tomándome de la mano y arrastrándome a la zona de los reservados.

Mis piernas, temblorosas, lo siguen sin resistirse a su dócil fuerza, aunque, no nos detenemos en las penumbras exclusivas a las que creo nos dirigimos, en vez de eso, seguimos de largo hacia una adyacencia detrás de esta y luego subimos unas escaleras.

¡Dios! ¿En qué lío me estoy metiendo ahora?

Quiero preguntarle a dónde vamos, pero estoy bloqueada, muy, muy, muy bloqueada. Mi cerebro y mi boca están desconectados del todo. No sé qué hacer, ¿parar? ¿Seguir? decido hacer lo último, porque, lo admita o no, en el fondo más libidinoso de mis entrañas, lo dejaría arrastrarme al mismísimo infierno.

¡Estás loca! ¡Loquísima de remate, Elizabeth Marcano!

Sumida en un mutismo absoluto, observo como frente a nosotros, después de haber subido todos los escalones, aparecen dos pasillos en forma de "V" semejantes a los de un centro comercial, pero, estos están ocultos tras un grueso panel de vidrio polarizado, a través del cual, se ve casi en su totalidad el hervor de gente en la planta baja de la discoteca.

Sigo caminando.

¿Nerviosa?... ¡Uff! ¡Hasta las trancas!

No sé con exactitud dónde estoy, y verme de la mano de Luifer me pone más cardíaca. No me creo lo que está pasando: él y yo agarrados de manos y aventurándonos a quien sabe qué, cuando hasta hace poco nos considerábamos enemigos jurados... ¡Qué locura!

Me concentro de nuevo en el lugar. Por la pinta, el sitio donde hemos entrado, es una zona de reservados más exclusiva y privada, todo es silencioso y hay cubículos dispuestos hasta el final de ambos pasillos.

De repente, mis piernas pierden fuerza ante la idea de que los cubículos no sean eso, sino, otra cosa... ¿Habitaciones? ¡Mierda! y segura de eso, siento como mi corazón comienza a bombear a mil por segundo. ¡Santo cielos! si lo que pienso es cierto, entonces... ¡no, no, no, no, y noooooo! me resisto a creer, Luifer, no puede estar pensando lo que creo que está pensando... ¿o sí?

¡Madre mía, sexo a la vista!

Palidezco, parezco la prima perdida de Gasparin. Comienzo a sudar frío y las vísceras a darme vueltas, siento que en cualquier momento caigo al piso convertida en una tortilla, pero, con Dios y su ayuda, logro seguir tambaleándome sobre mis pies hasta detenernos frente a la puerta del sexto cubículo del pasillo a la derecha. ¡Oh Dios Santísimo! la poca cordura que me queda en ese momento, me grita «sal corriendo» y mi lujurioso cuerpo insiste a su vez «sigue, sigue» pero este último, es quien es gana la batalla, por lo que, temblando más que un pedazo de gelatina, me planto frente a la entrada agarrada de su mano y espero los siguientes acontecimientos.

¡Uff!... un repentino bajón me sorprende ¿qué rayos...? Mi vejiga se contrae de forma instintiva en un intento por detener lo que creo es un escape de pis. No estoy segura. Me sonrojo. En ese instante, la mirada penetrante de Luifer me atrapa y sus labios de bordeado perfecto se curvan traviesos, creo que se burla de mí, pero no, el gesto alegre en estos es una franca muestra de su felicidad, sí, felicidad de que yo esté allí y eso me relaja un montón.

Su risa, se hace más amplia al pasar los segundos y, sin dejar de verme de esa nueva forma que, ¡Oh Dios! me consume y devuelve a la vida al mismo tiempo, envuelve el pomo de la puerta con su mano, lo gira y echa hacia atrás el rectángulo de madera oscura frente a nosotros.

― ¡Adelante, Señorita Marcano! — me invita a pasar, y sin que lo vuelva a pedir, arrastro mis pies al interior del lugar con el corazón hecho una locomotora.

¡Vaya!

Para mi sorpresa, alivio y decepción, el interior del cubículo no es lo que mi cabecita calenturienta sospechaba. El acogedor cuadrado, parece una mini sala de estar de paredes lustrosas y blancas, adornadas con algunos cuadros abstractos, y cuyo espacio es abarcado en gran parte por un enorme sofá de cuero negro en forma de ‟Lˮ y una pequeña mesa de centro de granito... ¡De lujo!

Casi suelto un silbido.

El suave atracar de la puerta, me devuelve a la realidad del momento: Luifer tomado de mi mano, y yo, con él encerrada en aquel... ¿cómo llamarlo? ¿Súper reservado o reservado 2, 3, 4, 5 estrellas?

― Es una sala V.I.P —responde él a mi interrogación mental.

Me impresiono, quién no, ¿acaso lee la mente? pero luego, me doy cuenta que mis ojos están tan abiertos admirando el lugar que es fácil leer en estos lo que pienso.

― Es muy... muy bonita — digo con voz apagada, es la única tontería que mis labios pueden articular.

― Sí, es muy... ¡Hermosa! — coincide, inflando la última palabra, y no sé por qué me da la impresión que no se refiere a la sala V.I.P. — ponte cómoda — me ordena después, soltando mi mano antes de dirigir su atlético y espigado cuerpo hacia una pequeña licorera adosada a la pared del fondo.

Suspiro alucinada. Su seguridad al caminar es de infarto.

No puedo evitar que mis ojos lo detallen de arriba abajo. «¡Qué extraño!» pienso, al notar que va vestido con un elegante traje, demasiado formal para una nochecita movida en un antro como este, al que le falta el saco y la corbata; que con rapidez, ubico encima del sofá junto a un manojo de llaves y un bolso pequeño.

De golpe, recuerdo un fragmento de su mensaje de despedida «Compromisos ineludibles» con... ¿Mafiosos? ¿Estafadores? ¿Narcos? ¿Asesinos? ¡Basta yaaaa! detengo el hilo de mis pensamientos... ¡Mejor siéntate!

En tres cortos y titubeantes pasos, alcanzo el sofá y pongo mi húmedo trasero sobre este en absoluto silencio. Mis nervios están por las nubes, y como de costumbre, cuando estoy al borde de un colapso comienzo a astillarme las uñas de mi mano izquierda con mi pulgar derecho, y viceversa.

― ¿Nerviosa? — me pregunta con voz sedosa, al pillar con su penetrante mirada la lucha de dedos sobre mi regazo.

― No — miento, o eso creo hacer.

Él sonríe, no es tonto y descubre rápido lo pésima mentirosa que soy, pero no protesta, en vez de eso, pasea sus sombríos ojos por mi cuerpo con una franca confesión de deseo en estos que me pone la piel de gallina, y luego, pregunta.

― ¿Quieres algo de tomar? ¿Agua? ¿Jugo? ¿refresco? ¿Cerveza?

― Cerveza — acepto.

― ¿Smirnoff o Polar Light? — me pide escoger.

Smirnoff — decido, pues es lo que estaba bebiendo y la única divinura etílica que mi estómago acepta.

Dicho esto, Luifer, saca de la nevera ejecutiva ubicada al lado de la licorera, una botella full de mi burbujeante bebida y vierte un poco de su contenido en un vaso con hielo, después, repite el mismo procedimiento con una botella de Wisky.

Cuando termina, de preparar las bebidas como todo un bartender experto, me da alcance en el sofá y se sienta a mi lado, tan cerca que, el calor de su cuerpo, me envuelve como una colcha térmica y la nítida panorámica de sus labios, sonriendo, me ponen... ¡Uff! ¡Dios, es tan atractivo! Quiero besarlo, necesito besarlo, pero, me resisto al deseo de asaltar su boca, otro rechazo de su parte y no habrá terapia psicológica que restituya mi autoestima.

― Su bebida, Señorita Marcano — me ofrece con voz cremosa.

Bum, bum, bum y más bum.

El corazón se me va a salir por la boca.

Como puedo, agarro el vaso hasta el tope de Smirnoff que me tiende y comienzo a beber sin pausa mientras su devoradora mirada me consume viva ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Años? ¿Siglos?... no sé.

¡Dios! ¿Por qué no deja de mirarme así?

¿Qué rayos...?

Otro bajón, acompañado de un intenso escalofrío se desprende de mis entrañas, no es pis estoy segura por lo que, con disimulo, cruzo las piernas mientras mi mente, a mil por segundo, comienza a repasar la fecha de mi última regla, «¡No, no puede ser, falta más de una semana!» calculo, y tras pausar un poco mi respiración, intento pensar en otra explicación, pero es imposible, él está mirándome como si quisiera arrancarme el alma del cuerpo.

― ¿Pasa algo? — sospecha.

― Nada — miento de nuevo, luego de dar un último sorbo a mi deliciosa Smirnoff.

― ¿Segura? — insiste.

Cabeceo en asentimiento.

― Para no pasarle nada se ve usted bastante tensa, Señorita Marcano — refuta.

Quiero seguir negando lo evidente, pero al final, claudico. Giro el vaso entre mis manos como una maniática compulsiva y sin perder de vista la profunda oscuridad de sus ojos, que ponen a bailar flamenco mi corazón, le confieso.

― Un poco.

― ¿Por qué? pensé que esto era lo que quería, tenerme a su merced — me pregunta con una perversa diversión curvando sus labios.

¡Vaya con el engreído este!

Pero, tiene razón el muy descarado, lo que más deseo en este momento es tenerlo a mi merced, besarlo, respirarlo y más. Aunque... dejo fluir a través de mis labios lo que está torturándome.

― Sí, pero sigo sin saber qué quieres tú de mí.

― Pensé que a estas alturas ya lo sabía, Señorita Marcano — repone enigmático como de costumbre.

«¿Enloquecerme, tal vez?» supongo, me desespera no saber qué esperar de él, un día me odia y al siguiente... no sé. ¡Aaaaah! me provoca tirar de mi cabello.

― Ya te dije, no soy buena para los acertijos — le recuerdo.

― Creo haberle dado una pista clara y contundente cuando accedí a su chantaje, Señorita Marcano.

¡¿Chantajeeee?!

¡Dios, ¿va a seguir con eso?!

Aunque eso es lo que ha sido, un chantaje y de los buenos. Tentada estoy de comprar una medalla de oro y condecorar a su autor, Leonardo, como el alacrán más ponzoñoso de su especie. ¡Quién lo diría, con esa cara de motolo que se gasta y tan mañoso! Casi siento compasión de mi amiga Diana, lo que le espera si alguna vez se le pone difícil.

Con disimulo, contengo la risa triunfal que hierve en mis labios y refuto.

― Tus mensajes, son todo menos claros.

Y en respuesta, sus ojos; cautelosos y hasta cierto punto divertidos, escrutan mi cara interminables segundos mientras campanea su Buchanan's. Me inquieto. La paciencia no es mi fuerte y la tortura mucho menos. La carnosidad rosa de sus labios está tan próxima a mí, tentándome, que temo echármele encima en cualquier momento.

¿Qué demonios piensa tanto?

― ¿Te parecería bastante claro mi mensaje si te digo que me tienes loco, muchachita? — dice al fin.

¡Meeeee muuuu—eeeeee—rooooooo!

¡Qué alguien me dé un bofetón!

¡¿Qué es lo que ha dicho?!

Lo que escucho, me eleva al séptimo cielo. En definitivo, no es lo mismo intuir que le gustas a un chico que escuchárselo decir con todas sus letras. Soy una cursi sin remedio. «¡Calma! ¡Calma!» me ordeno, y con el corazón tamboreando más que un redoblante en el velódromo de Brasil en pleno desfile de carnaval, le respondo con cara de alucinada.

― No mucho.

Ahora el alucinado es él.

Su cara de ‟no entiendo nada" no tiene comparación.

― ¡¿No mucho?! — repite, desencajado.

― No, sigo sin saber qué quieres de mí.

¡Sí, ¿qué quieres de mí?! ¡Dilo! ¡Dilo! ¡Dilo!

Él me mira, piensa, piensa y piensa sin quitarme el aplastante negro de sus ojos de encima, y cuando la confusión en estos aclara, sus labios; ahora sonrientes, me confiesan.

― Lo quiero todo de usted, Señorita Marcano, que no le quede la menor duda de eso.

¡Madre mía!

¡Lo quiere todo, todo, todito todo de mí!

¡Calor! ¡Sofocón! ¡Me quemo! ¡No! ¡Me derrito!

Mis entrañas se retuercen, y a través de mi sexo brota deseo líquido, sí, eso es lo que ha estado lubricándolo, deseo en su estado más puro y animal.

¡Uff, que fuerte!

Sí, yo le daría ese todo y más, la pregunta del millón de dólares era... ¿me daría él su todo a mí? y el presentimiento de que "no" me asalta enseguida, por lo que, dispuesta a explorar las aguas turbulentas de una vez., le pregunto.

― ¿Y yo obtendré lo mismo de ti?

Como supuse, mi pregunta le descuadra el semblante ipso facto. En cero coma un segundos, su ceño se frunce y la curva divertida de sus labios desaparece.

― Creo que ya sabe la respuesta — me lanza otra de sus indirectas, en la que veo cristalizada mis sospechas ‟no, claro que no obtendrás lo mismo de míˮ pero, dispuesta a dar la pelea, insisto.

― Mi recién adquirida liberación me dice que sí.

― Pues, lamento ser portador de malas noticias, Señorita Marcano. Pero, mi aceptación a su habilidoso chantaje solo incluye su derecho a disfrutar de mi boca todo cuanto quiera, nada más — refuta, y de la misma forma contúndete, agrega — ahora, si usted quiere algo más de mí solo es cuestión de incluir nuevas condiciones a su liberación.

¡¿Qué, qué?!

¡¿Nuevas condiciones?!

¡¿Qué solo puedo besar su boca?!

Lo miro perpleja.

Quiero protestar, necesito protestar o explotaré, pero, cuando empiezo a despegar mis labios para hacerlo, la puerta del cubículo y mi teléfono se antojan de sonar.

Me contengo.

― Adelante — dice Luifer, ocupándose de lo primero.

Y yo, saco mi celular del bolsillo de mi vestido para ocuparme de lo segundo.

Un mensaje; es Leo:

De: Leonardo Ferrer

07/02/2014

11:08 p.m.

Cabezota ya nos vamos, ¿Luifer te llevará a la residencia o te vienes con nosotros? Es preferible que te vayas con él, Adriana está que echa espuma por la boca por tu rollito con el trastornado, ya sabes el cariño que le tiene ¡está loca! En fin, le ha cagado la noche a todos y Antonio está que tampoco se la aguanta.

*Leo*


¡Anda!

Adriana, se está pasando de intensa, tengo que hablar con ella, o pelear, discutir, lo que sea. Y mientras, analizo qué responderle a mi amigo, los ojos de Luifer me taladran inquietos, y el mesonero; un señor entre los cuarenta y pico, termina de colocar sobre la mesita frente a nosotros varios platillos con camarones cubiertos de salsa, ensalada cesar, pasticho y pan con mantequilla de ajo.

¡Mmm! ¡Huele delicioso!

Sin que pueda evitarlo, mi apetito se despierta un poco.

― ¿Pasa algo? — manifiesta su curiosidad.

― Los chicos se van y... — comienzo a explicarle.

― Tú te vas conmigo — sentencia autoritario, interrumpiéndome.

¡Niño pero que mandón! ¿Quién se cree que...?

¡Olvídalo!... Es Luifer.

Frunzo los labios, finjo no disfrutar de su impulsivo ataque de posesividad sobre mí y tecleo a Leo:

Para: Leonardo Ferrer

07/02/2014

11:12 p.m.

Luifer me llevará cabezota... lamento lo de Adriana, hablaré con ella y Diana apenas pueda, discúlpame con los chicos también, sobre todo con Archi, dile además que Gracias!!! Te escribo cuando llegue a la residencia, y te prometo que mañana desmenuzamos el chisme...

*Liz*


Oprimo la tecla de «enviar mensaje» y deposito mi teléfono en el pequeño bolsillo de mi vestido otra vez. Un Luifer, mucho más intrigado, sigue observándome de forma intensa.

¡Dios!

No sé si intenta hipnotizarme o intimidarme, pero antes de que logre ambas cosas a la vez, retomo la conversación justo donde la dejamos cuando veo salir del reservado al mesonero.

― ¿Lo de las condiciones no es en serio, verdad? — le suelto con brusquedad.

Y él, al escuchar el deje censurador en mis palabras, me quita el vaso de las manos y, luego de dejarlo junto con el suyo sobre la mesa de centro, vuelve a mirarme como si quisiera apoderarse de mi voluntad y a extender tras mi espalda su brazo sobre el filo del mueble. Me estremezco. No llega a tocarme, pero percibir su calor basta para ponerme la carne de gallina, por lo que, inquieta y agobiada por la cercanía de nuestros cuerpos, me arrellano en el sofá y espero que hable.

― Claro que es en serio —me confirma, con una seriedad incuestionable.

¡Y zas!... Mi enfado se esfuma al darme cuenta que está dándome una cucharada de mi propio chocolate.

Ahora, la chantajeada soy yo... ¿Cederé?

― ¿Y qué condiciones son esas? — exijo saber enseguida.

― En realidad es solo una — me aclara. Hace una pausa para darme chance de decir algo, pero, al ver que ni siquiera parpadeo, prosigue — si acepta esa única condición podrá obtener de mí todo lo que le plazca, Señorita Marcano.

Bum, bum, bum, bum... y bum.

«¿Lo que me plazca?» se hace eco en mi cabeza.

¡Me da el infarto!

Mi boca se seca de solo escucharlo y mi húmedo sexo comienza a palpitar enardecido en medio de mis piernas. No hablo, no respiro, no puedo ni pensar. Estoy bloqueadísima. Y él, consciente del estado en el que estoy, le agrega más leña al fuego.

― Aunque, ahora que lo pienso mejor, tal vez debería añadir una más.

― ¿Cuál? — tragoneo, con los labios temblorosos al recuperar un poco el aliento.

― Una que le prohíba desde hoy y por toda la eternidad besar otros labios que no sean los míos —especifica.

¡Jesucristo!

Un rojo escarlata se instala en mi rostro. Siento una vergüenza tremenda de que piense que soy una churnia que se besa con cualquiera por lo sucedido con Archi, pero también, me pone frenética saberlo atormentado por los celos y queriendo someterme a sus instintos más posesivos.

¡Anda, ¿pero desde cuando te volviste masoquista?!

― Ya te dije, el que ponga mis labios en los de otro hombre dependerá solo de ti, de cuánta disponibilidad tenga de los tuyos — le recuerdo, y él sonríe al reconocer mi vieja artimaña.

― Bueno, siendo así eso nos lleva al principio de nuevo. Mi boca y todo lo que quiera de mí será suyo si acepta mi condición, Señorita Marcano — insiste.

¡Dios!

¿Por qué todo tiene que ser una guerra de misterios con él?

― ¿Y a qué es lo que tengo que decir sí? — le exijo.

― ¡Tranquila! todo a su tiempo, Señorita Marcano, ¿qué le parece si antes cena conmigo y después hablamos de ese tema? — me propone.

¿Cenar? ¿Habla en serio?

Veo la mesita llena de esa comida tan deliciosa, pero ya no se me antoja nada, a duras penas si me pasa aire por la garganta. De lo que estoy hambrienta, es de respuestas.

― Ok — termino aceptando con una flácida sonrisa en los labios.

Suspiro. Trato de tranquilizarme, pero él nota lo tensa que estoy, y tras cubrir con su mano el nudo de dedos peleones en mi regazo, sonríe tranquilizador... ¡Oh por Dios! Su suave contacto, electrifica todas las células de mi cuerpo y dispara mi pulso al instante.

― No voy a pedirte que hagas nada que no quieras hacer, Elizabeth — me asegura con ojos sinceros. Y por alguna razón que no logro entender, le creo, le creería que el sol es negro si me lo dijera.

Apuño mis labios en aceptación.

Durante los siguientes veinte minutos, logro relajarme un poco. Cenamos. Intento negarme, pero, bajo su mirada penetrante y risueña, termino comiendo los camarones que sus largos e insistentes dedos me ofrecen, y tras estos, unos cuantos trozos de pasticho y varios sorbos de mi deliciosa y refrescante Smirnoff.

¡Estoy que reviento! Además, de sorprendida de verlo sonreírme tanto, me parece increíble que esos mismos labios; de un rosa cardíaco, hayan sido los mismos que hace días se negaran a besarme. Y sus ojos; que me miran maravillados sabrá Dios sabe por qué razón, sean los mismos que hasta hace poco parecían querer matarme cada vez que me veían.

― ¿Alguna otra cosa, Señor Fernández? — le pregunta el camarero mientras recoge la mesa.

― ¿Quiere algo más, Señorita Marcano? — me pregunta a su vez el aludido.

Cabeceo en negativa.

― No, Marcos, nada más ¡Gracias!

Dicho esto, el atento hombre desaparece a través de la puerta en un abrir y cerrar de ojos, dejándonos solos. Y, la impaciencia, vuelve a hacerme su presa.

Es hora de saber cuál es la fulana condición.

Aclaro mi garganta.

― ¿Y bien? — suelto sin anestesia.

Su mirada risueña desaparece en ese instante, no necesito ver más para saber que él ha interpretado a la perfección mi tono exigente.

― La paciencia es una virtud, Señorita Marcano, ¿lo sabía? — evade.

«Sí, y la poca que tengo se me agotó» pienso.

― Creo que ya te he tenido bastante y has abusado de todas las formas posibles de esta — arremeto.

― Bien, ya que he excedido el kilometraje de su paciencia, entonces vamos directo al grano, Señorita Marcano — accede por fin, yo asiento con un leve cabeceo y él prosigue — vera, como ya sabrá, porque yo mismo se lo he dicho, usted me importa y mucho. Y aunque todavía estoy en ese proceso de descubrir por qué me enloquece tanto, ya no puedo ni quiero hacer nada más por evitar lo que usted me provoca — ¡Dios Santo, le importo! ¡Sííííííí! Pestañeo como cenicienta y sigo escuchando — pero, el que haya aceptado caer en su embrujo, como ya le dije, no significa que la expondré a riesgos innecesarios.

¡Toma tu tomate!

― ¡¿Qué?! — exclamo, consternada por lo que acabo de oír.

¡Maldita sea, volvemos a lo mismo! ¡NOOOOOO!

― ¡Calma, Señorita Marcano! — intenta tranquilizarme, al escuchar mi impetuosa protesta — ¿Siempre es así de impulsiva?

― Solo cuando algún listillo intenta verme la cara de tonta — le suelto, con los labios fruncidos por la irritación.

― Tonto el que crea que usted lo es, Señorita Marcano, y en mi caso particular, yo jamás me atrevería a dudar de su astucia después de lo que ha logrado conseguir de mí —se defiende risueño. ¿Qué he logrado conseguir qué? ni puta idea de lo que está hablando, lo miro como si le hubiera salido otro ojo en la cara y espero a que se explique, pero no lo hace, solo agrega — en fin... este listillo intentará ser lo más claro que pueda ¿preparada para escuchar mi condición?

Asiento con uno de mis adormilados parpadeos.

― Vera, Señorita Marcano, como ya se imaginará por lo que acabo de decirle, yo me muevo en un ambiente bastante turbulento, en el que ni de chiste quiero que se vea envuelta, también hay cosas de mi vida personal de las que no hablo ni quisiera hablar nunca, y otras que usted no entendería ni debe saber — anuncia de entrada en un tono bastante sombrío, mientras sus ojos estudian en detalle mi rostro en busca de alguna reacción, pero, al ver que está más tieso que el de un muerto, continua — esa parte de mí es la quiero que quede fuera de este ‟nosotrosˮ si es que acepta claro que haya un ‟nosotrosˮ, esa es mi única condición.

¡¿Queeeeeeeeeeé?!

Mis ojos, por poco salen volando de sus orbitas.

¿Qué hago? ¿Qué hago?

¿Qué hago? esto no es una condición, ni un chantaje, es un... un... no sé cómo demonios llamarlo. ¿Qué clase de broma es esta? ¡Porque tiene que ser una broma! ¿No estará pensando en serio que yo diga sí a esta locura? ¡Cualquier mujer en su sano juicio no lo haría! ¿Qué clase de relación tendríamos entonces?» ¡Aaaah! pero, yo no soy cualquier mujer, soy la retonta masoca que está enamorada de él y al parecer dispuesta a ir en contra de cualquier creencia y muestra de sensatez por tenerlo.

― ¿Puedo pensarlo al menos? — logro expulsar fuera de mi boca.

― ¡Claro! Es justo lo que quiero que haga. Estoy consciente de todo lo que implica mi condición, Señorita Marcano, y por lo mismo quisiera que usted también esté consciente de ello al momento de decir que sí.

¿WHAT?

― Al momento de decir que sí — repito, y seguido, murmuro con el reto ardiendo en mis ojos — ¿no se supone que deberías estar preocupado es porque diga que no?

― Sé que terminará diciendo que sí, Señorita Marcano — alardea y yo... yo...

Parpadeo más confundida e indignada que antes.

¡¿Qué se creerá, la última gota de agua dulce del mundo?!

― ¡Ah sí!

― Sí, soy un hombre de mucha fe, Señorita Marcano — presume de nuevo sin una pizca de humildad en su voz, y a mí el «Señorita Marcano» y todas sus pendejadas comienzan a sacarme de quicio.

Ataco otra vez.

― Y si está tan seguro de que mi repuesta va a ser sí, ¿por qué debo perder mi tiempo pensando en una respuesta que ya sabes?

― Ya le dije, porque quiero que esté clara en lo que se va a meter, Señorita Marcano.

¡Señorita Marcano, una mierda!

«¡Calma! ¡Calma!» trato de tranquilizarme, ya pensaré en frío todo el asunto, ahora, hay que explorar otro terreno.

― ¿Y qué pasará cuando diga que sí, digo... qué cosas compartirías conmigo entonces?

― Ya le dije, todas las que usted quiera, Señorita Marcano.

¡Otra vez mi abuela enferma con lo de Señorita Marcano!

― ¿Te cuesta mucho llamarme, Elizabeth?

Sonríe de mi poco tacto y me explica sonriente.

― Tengo por regla general tutear solo a mujeres con las que me he besado, acostado y con las que me han dado su autorización para hacerlo, y con usted, no se ha dado ninguno de los tres casos.

Bum, bum, bum y más bum.

Esa sexy y linda sonrisa Colgate me mata.

Mi sexo comienza a latir enloquecido de nuevo.

― Ya me has llamado por mi nombre otras veces —le recuerdo, sorprendida de su poder para alterar mis emociones en un segundo.

― Lapsos mentales — me confiesa, y sin despegar su mirada penetrante de mi enrojecido y excitado rostro, agrega — pierdo la noción de todo cuando sus ojos me miran así — «¿Así cómo?» se forma en mi cabeza, y tal como si hubiera verbalizado la pregunta, él la contesta seguido — como si pudieras ver mi alma.

¡Uao!

He quedado como poco fascinada, siento que floto en una nube, y aunque intento mantenerme lucida para poder formar una frase coherente en mi cabeza, no lo consigo, mis neuronas se han ido de vacaciones, hasta que, tras varios segundos de dulce agonía en el planeta de las cursis enamoradas, reacciono por fin y le pregunto.

― ¿Qué incluye eso de ‟todas las cosas que yo quieraˮ?

― Supongo que todas las cosas típicas de una pareja — responde a la primera.

― ¿Cómo cuáles? — le exijo. Si me voy atrever a pensar en su absurda propuesta, de la que no estoy nada convencida por cierto, entonces tengo que prestar atención al más mínimo detalle.

― ¿Quiere que le muestra una, Señorita Marcano? —me dice provocador, al tiempo que cuela sus manos bajo la falda de mi vestido y estas rodean mis muslos.

¡Mi maaaaaaadre!

Y antes de que, mi mente procese únicamente el delicioso hormigueo que su posesivo agarre le provoca a mi cuerpo, protesto.

― ¿Sexo? ¿solo eso? — me niego en redondo a ser otra tonta más con la que se divierte.

Es escucharme y él detener la placentera tortura en mis piernas, y luego, de retomar la distancia que antes nos separaba, me aclara en un tono bastante contundente e indignado.

― Señorita Marcano, si solo viera en usted la oportunidad de pasar un buen rato no estaríamos aquí hablando de condiciones ni de lo loco que me tiene, estaría usted entre las sábanas de mi cama con mi verga clavada entre sus piernas.

¡Por los clavos de cristo!

Pero que boca tan... tan... pestañeo a toda mecha aturdida y avergonzada. Estoy en shock. Sé que debo darle un guantazo súper apoteósico, sin embargo, la mayor parte de mí cuerpo lo que desea es echársele encima a ese boca sucia y darle cancha para que haga conmigo lo que dijo y más.

¡Estoy loca, sí, loquísima!

Convencida de mi padecimiento mental, respiro lo más pausado posible, e intentando controlar además los abrumadores pálpitos de mi sexo, le pregunto con cautela mientras él continúa mirándome acusador.

― ¿Qué ibas a mostrarme entonces?

No responde.

Me mira, me mira y me mira ceñudo durante insufribles segundos como si quisiera tragarme viva, y cuando ve que estoy a punto de arrancarme todas las uñas de mis manos de la impaciencia, por fin me sonríe y susurra.

― Por ahora, que soy capaz de tutearla.

Para después, sin ningún preámbulo, acercar el gesto malévolo y divertido de sus labios a mi cuello, y tras depositar allí un beso que logra erizarme todos los vellos del cuerpo, continúa ascendiendo por este en línea recta rumbo a mi boca, dejando en el camino una deliciosa estela de mimos.

¡Qué calor! ¡Me quemo!

Y, a nada de convertirme en una antorcha humana, le permito a sus manos, aferradas de nuevo a mis muslos, subirme a horcajadas en él; quien una vez me tiene dónde y cómo quiere: ardiendo en deseo y a su merced, me pide con su voz cargada de sensualidad porque lo deje hacer lo que cada fibra de mi ser anhela también, mientras sus dedos aprietan con delicia mi carne, entrecortándome en el proceso la respiración.

No sé si estoy en el cielo o en el infierno, qué más da.

― ¿Me deja besarla, Señorita Marcano?

Besarme, tocarme, lo que quieras... quiero decirle eso y más, pero, el exceso de excitación en mi cuerpo no me deja articular palabra, apenas si puedo seguir arrastrando de a poco aire a mis pulmones, por lo que, sin perder más tiempo del ya consumido en preámbulos absurdos, encorvo mi espalda en su dirección y, tras enroscar mis brazos alrededor de su cuello, ataco sus labios como una posesa.

¡Sííííí! ¡Al fin!

Lo beso.

Me besa. Su invasión es ardiente y posesiva. En nanosegundos, enreda su lengua en la mía y tras succionarla hasta proyectar en lo más profundo de mis entrañas mil sensaciones ardorosas, la arrastra a los confines de su garganta, y yo, le correspondo pletórica.

Cierro mis ojos. Me entrego al momento, al deleite de su boca, a la locura de estar siendo manoseada con delicia por el hombre que, no solo asegura estar loco por mí, sino que además, se niega a dejarme entrar plenamente en su peligrosa vida que muero por conocer.

Y cuando creo que, mi excitación y la demencia que nubla todo rastro de juicio en mi cabeza no pueden aumentar más, estas redoblan su dosis en mi endeble humanidad al sentir sus manos deslizarse cuesta arriba por mi espalda y echar abajo luego el cierre de mi vestido con una lentitud de muerte.

Me late todo el cuerpo.

― Di que... sí... por... fa... vor... di... que... sí... —me suplica, intercalando silaba a silaba entre beso y beso.

Quiero decirle un ‟síˮ fuerte y claro, le diría sí a cualquier cosa que me pidiera, pero, el asedio de su lengua aún en mi campanilla, me lo impide. No quiero que pare, quiero que siga besándome, quiero sentirlo y que me sienta, disfrutar de las delirantes caricias que sus dedos le dan a la piel expuesta de mi espalda. Y eso hago, hasta que de pronto... él... él... aparta nuestros cuerpos con brusquedad, y tras tumbar su frente sobre mi pecho, la mantiene allí apoyada en absoluto silencio.

Me alarmo.

Mi momentazo se tuerce.

¿Qué le pasa?

― ¿Estás bien? —le pregunto enseguida, sin dejar de arropar su cuello con mis brazos.

No dice nada.

Espero, espero y espero mientras nuestras respiraciones se acompasan, y al ver que no muestra intención de responderme, alzo su rostro de la barbilla y su cabeza cae desgonzada sobre el respaldo del sofá.

De inmediato, paso del susto al terror, y justo cuando se me pasa por la mente la idea de salir corriendo como una maniática en busca de ayuda, él reacciona por fin.

― Elizabeth, estás sentada sobre una bomba de tiempo — me informa, abriendo sus ojos viciados por un gesto agónico.

Al principio, no entiendo a qué se refiere, la agradable sensación de escucharlo mencionar mi nombre de pilas con tanta intimidad acapara toda mi atención, no obstante, unos segundos después, al replegar hacia bajo mis caderas un poco en un movimiento involuntario, lo comprendo todo, todo de todo.

¡Madre Santa!... lo que está debajo de mí, hinchado y duro como una piedra a punto de explotar es... es... su... su... ¡Pene! Es tener la certeza de eso y mis entrañas cuadriplicar sus ardorosos latidos, por lo que, acalorada hasta el infinito, intento bajarme de su muy sensible zona, pero Luifer, al ver mis manos apoyadas en sus hombros, suplica con la voz llena de deseo.

― No te bajes, al menos déjame sentirte ya que no me has dado permiso de hacerte lo que llevo tiempo deseando.

Bum, bum, bum y bum.

Mi sangre late por todos lados, y hecha un tizón, vuelvo a dejar que mi sexo caiga sobre el suyo y la expresión de alivio su rostro es única, lo dice todo: en realidad está agradecido de ese contacto, y en el fondo, yo también.

Suspiramos, profundamente.

― ¿El sexo entra en ese ‟todo lo que yo quieraˮ? — indago.

― Sí —confirma, y sin quitarme su atigrada mirada de encima, me pregunta — ¿quisieras que no?

Incapaz de ocultar lo que pienso, le contesto.

― No lo sé ¿y tú?

― No estoy muy seguro tampoco — me confiesa.

― ¿Por qué lo has incluido en tu condición entonces? — insisto, y mi pregunta lo pilla desprevenido, por lo que, valiéndome de su desconcierto, añado — ¿Quieres que lo dejemos fuera?

― No si tú no quieres — niega de inmediato, y tras acercar de nuevo su rostro al mío hasta bañar mi sobrexcitada boca con su aliento, me propone provocador — pero, si quieres puedo darte una pequeña muestra de lo que te espera al decir sí. Tómalo como una recompensa por el buen juicio de tu despreocupada madurez juvenil durante mi ausencia.

Parpadeo, parpadeo y parpadeo.

No sé qué clase de trampa perversa tenga planeada, pero la deseo, la deseo y punto.

― Sí — acepto, con un hilo de voz.

Satisfecho con mi respuesta, sonríe malicioso de mi falta de juicio, y tras volver su mirada más salvaje e intensa, le da un casto beso a mis labios y reclina de nuevo su espalda en el sofá, mientras yo, alucinada de todas las formas posibles, observo como después se humedece los labios con su lengua.

― Levántate — me ordena de repente, ofreciéndome sus manos como apoyo, y sin dudar, me sostengo de estas y hago lo que me pide.

Ya de pie, sobre el tacón corredizo de mis bonitas sandalias, siento como el corazón me cae hasta la entrepierna y redobla su tamboreo. ¡Late! ¡Oh sí, late con furia! Y, a medida que Luifer me repasa de arriba abajo con el negro incitador de sus ojos, los pálpitos se hacen más desgarradores.

― Cierra la puerta ¡por favor! — imparte una nueva orden, y como un robot, lo obedezco. Camino hacia ella trastabillando de los nervios, paso el seguro, me doy la vuelta y espero.

― Bien, ahora súbete a la mesa.

¡¿Qué?! ¿La mesa?

Ojiplática, a causa de su nuevo mandato y mis dudas sobre estar haciendo lo correcto, subo sin rechistar un pie y luego el otro en el oscuro granito de la mesita, la altura de esta es mínima, pero siento como si estuviera parada en la cúspide del Pico Bolívar, y mientras el agobio de la espera me consume viva, lo observo inspeccionar con sus ojos llenos de un anhelo feroz todo mi cuerpo.

¡Me quemo! ¡Estoy a punto de coger fuego!

La expectación es agónica y excitante a la vez.

Otro poco de deseo líquido empapa mi sexo, que palpita frenético al borde de la combustión mientras él continúa escudriñándome hasta el alma con sus lujuriosas pupilas, y una vez calibra su siguiente movimiento, se levanta despacio sin apartar su atigrada mirada de mí y, rodeándome luego del mismo modo hasta quedar a mi espalda, me susurra desde allí con su inigualable tono subyugador.

― A partir de este momento te diré todo lo que quiero hacerte, si te parece bien y quieres solo deberás decir sí, Elizabeth, y si no, de igual forma puedes negarte ¿Entendido?

Cabeceo en asentimiento sin atreverme a mirarlo.

¡Qué comience el juego!

― Quiero quitarte el vestido ¿me dejas hacerlo? — anuncia su primer deseo, que consiento repitiendo mi cabeceo.

Segundos después, sus habilidosas y enormes manos, se posicionan en mis hombros semidesnudos, provocándome un sobrecogedor hormigueo en toda la piel, y sintiendo como además mis entrañas siguen deshaciéndose en mi interior ante su delicioso tacto, les permito a estas echar cuesta abajo mi vestido ya entreabierto.

― Sal de tu vestido, hermosa — me ordena seguido, posicionado a la altura de mis rodillas.

Y doblegada por su voz y el momento, vuelvo hacer lo que me pide, levanto un pie y luego el otro, mientras él aparta con cuidado el aro de tela alrededor de mis piernas, y al terminar, lo lanza en el sofá junto a su chaqueta.

¡Listo! ya estoy casi como Dios me trajo al mundo, cubierta solo por mi ropa interior, que para colmo de males no es la más sexy del mundo: un top blanco sin tirantes y un cachetero negro con una pintoresca e infantil vaca mugiendo en mi trasero.

¡Genial! ¡Es pa' matarme!

Pero igual, ya no hay chance para arrepentimientos de ningún tipo, el chico más... ¡Uff! buenototote del mundo, con el que he fantaseado los últimos cinco meses de mi vida está dándole deliciosos cariñitos a mis piernas desnudas y temblosas con sus labios, y yo... yo... ¡Dioooooos! lo que eso me hace sentir es de verdad indescriptible.

De pronto, siento otro bajón desprenderse de mi vientre, y la chorreante y tibia sensación deslizándose en mi interior provoca que mi respiración se torne aún más agobiante y el latido en mi entrepierna mucho más ardiente. No sé cuánto más pueda resistir tanta tensión en mi cuerpo.

Y en esas estoy, disfrutando ser torturada, cuando las suaves caricias de su boca y manos abandonan mi piel de repente, alertándome. Pero, antes de que pueda despegar mis labios para elevar una protesta o exigir saber qué pasa, él ya está de nuevo frente a mí con una expresión en su rostro que no sé a ciencia cierta cómo definir. Sus ojos; parecen un eclipse lunar en llamas, aterradores y fascinantes a la vez.

― Ahora, quítate el sostén — manda de nuevo, dejándose caer de nuevo en el sofá.

Lo miro; acalorada y afanosa.

Ardo en su mirada.

Otro bajón.

¡Cielos!

En modo robot, vuelvo hacer lo que pide, con las mejillas escociéndome llevo mis manos hasta mi espalda, sueltos los broches de mi top y sin darle largas al asunto, en un arrebato de chica mala que no sé de dónde me salió, se lo lanzo.

Él lo coge en el aire, me sonríe con una diversión perversa que me deja saber lo mucho que le ha gustado mi alocado impulso, e imitándolo después, lleva mi sostén hasta su nariz e inhala su olor, mi olor, en una inspiración profunda que me deshace por dentro.

¡Mi maaaadre!

Las piernas me tiemblan. Y, casi infartada, además de ojiplática por lo que acabo de ver, escucho su siguiente y por demás atrevida exigencia.

― Ahora tu lindo cachetero.

¿Queeeeeeeeeeé?

Esto es... esto es...

Dudo. Ahora sí dudo. Él me ha dado la opción de negarme, pero... ¿De verdad quiero negarme? El poco juicio que aún deambula en mi cerebro, me grita que no lo haga, a pesar de que todas las células de mi cuerpo, me exigen, igual que su apasionada mirada, que sí.

¿Qué hago? ¿Qué hago?

El pudor y la excitación riñen durante segundos en mi cabeza como dos monstruos feroces, pero al final... ¡Al diablo! decido que el monstruo numero dos gana, por lo que, agradecida de al menos haber tenido el buen tino de depilarme ese día, deslizo mis dedos pulgares bajo la goma de mis cacheteros y me los quito, sacándolos con lentitud a través de mis piernas, que tiemblan al totalmente quedar expuesta frente a él.

― Tus sandalias — manda a continuación, sin dejar de verme como si fuera una Diosa y no una flacuchenta tonta cometiendo la mayor locura de su vida.

En modo automático, me las quito. Doblo mis rodillas hacia atrás y me deshago de estas, una a una, dejándolas luego en piso junto a la vaquita mugiente en mi cachetero.

¡Ya está!

Estoy desnuda y excitada, y el chico que me tiene loca, me come con la mirada, ¿qué más puedo pedir? Me hago aguas, y no precisamente en mi boca.

¡Dios que calor!

― ¡Ven, acércate! — me pide con voz lujuriosa, sonriéndome.

Y, sin objeciones, hago lo que llevo rato haciendo, obedecerlo. Con cuidado, me bajo de la mesita, doy un par de pasos hasta él y, tras apoyar una de mis rodillas en el cuero del sofá y pasar la otra por encima de sus piernas, me siento otra vez sobre su sensible zona, que sigue dura como piedra bajo la tela negra de su pantalón.

Me estremezco. Siento la necesidad de restregar sobre esta mi sexo para aliviar el ardor en mi vientre, pero, sus manos, aferradas ahora a mi cintura, me inmovilizan.

― Él no está invitado hoy a esta fiesta, pero si me dejas te daré todo el placer que tu cuerpo necesita ¿quieres, Elizabeth? —murmura seductor cerca de mi boca, al intuir mi intención.

― Sí —consiento, mientras apoyo las mías en sus hombros.

Dicho esto, mi necesidad se convierte en su urgencia, por lo que, instantes después, mi boca gime desesperada demandando más de esa vivificante magia que, los dedos de una de sus manos, ejecutan en mi vagina. La sensación es ardiente, asoladora e intensa, y sin que pueda evitarlo, mis piernas se abren para recibir aquellas estimulaciones de muerte que saben a gloria.

Me entrego al delirio, a la nada en mi mente, solo quiero sentir, y dispuesta a lograrlo, muevo mis caderas en busca de más de su delicioso contacto, y tras acoplarlas al lujurioso vaivén de sus dedos, que se hunden frenéticos una y otra vez en mis entrañas, sigo gimiendo al compás de cada estocada.

― ¿Te gusta? —lo escucho jadear de repente.

Pero, antes de que pueda contestarle, o eso intente, sus labios se funden con verdadera pasión en los míos, que gustosos reciben su invasión. Tengo calor, mucho calor, y cuando creo que no puede aumentar más siento que caigo en las mismísimas llamas del infierno.

Chillo.

Sus dedos... ¡Oh Dios! sus dedos... el medio en mi interior trazando círculos y el pulgar masajeando mi clítoris sin piedad, y yo... yo... suelto jadeos y más jadeos a través de mis labios, hasta que de pronto, todo aquel furioso placer cesa y abro mis ojos desconcertada, descubriendo para mi sorpresa que, Luifer, me lleva en volandas a no sé dónde.

¿Qué va hacer? ¿Qué va hacer?

Llena de expectación, excitadísima y desnudísima, me agarro más fuerte a su cuello cuando veo que los dos vamos en picada directo a la mesa, sobre la que me coloca con cuidado, y tras darme otro beso en los labios cargado de deseo, desliza los suyos cuesta bajo después hasta mis pechos, dejando una estela de electrizantes caricias en el camino.

Su suave contacto allí me pone a mil.

E, incapaz de detener el asedio de su boca, dejo que esta atrape uno de mis pezones, que succiona y lame a su antojo mientras yo, echa un mar de lujuria, disfruto, disfruto de todo lo que me hace, y cuando creo que no puedo experimentar más placer, ataca mi otro de pezón de la misma forma salvaje hasta ponerlos a ambos duro como el acero.

Una y otra vez los chupa intermitente, y mis labios, temblorosos, gimen de todas las formas posibles a coro con los jadeos de mi torturador personal, y nuevos chillidos salen de estos al sentir como sus dedos también reinician su anterior ataque; entran y salen de mi sexo con pericia, se hunden en mi carne sin piedad ni descanso llevándome al límite, por lo que, con la mirada perdida en el techo blanco de aquel reservado, me abandono a mi suerte, hasta que ya no puedo más y tras una explosión de intensas sensaciones en mi vientre, que le arranca un sonoro jadeo a mi boca, convulsiono por fin de puro placer.

Desparezco del mundo.

Largos minutos después, durante los cuales, no se escucha nada más que nuestras respiraciones recuperando su ritmo calmoso, abro mis ojos y observo a mi peligroso amor arrodillado a mi lado con su frente apoyada en mi abdomen. ¡Qué lindo se ve! parece dormido, pero, segura de que no está haciendo tal cosa, le susurro acariciando su rostro.

― ¿Estás bien?

― Creo que sí, aún tengo los pantalones secos, pero por si acaso me llevaré la botella de whisky — me contesta, sonriente, sin levantar sus parpados.

Lo que dice me causa gracia y un sentimiento de culpa a la vez. ¡Pobrecito! No tengo idea de qué siente un hombre cuando llega a esos extremos de excitación y no puede desahogarse, aunque, a juzgar por su cara no debe ser nada bueno. Vuelvo a pasar mis dedos por su cara con cariño y le digo.

― ¡Lo siento!

Mi disculpa hace que sus ojos se abran y me miren significativamente. Todo está bien. Luego, da un hondo suspiro, se levanta conmigo en brazos, me planta en el piso mientras me besa en los labios y, con una sonrisa de absoluta felicidad y picardía, viste mi cuerpo con cada una de las prendas que me ordenó quitar. Y, tras recomponernos un poco, nos vamos del antro.

Media hora más tarde, su auto se estaciona frente a mi residencia, con él y una Elizabeth Marcano, ósea yo, por el momento pletórica y satisfecha, en su interior.

Le sonrío. Me sonríe. Creo que ninguno de los dos se cree todavía lo que ha ocurrido esta noche.

― ¡Bien, sana y salva, princesa! — bromea.

¡Qué mono!

Y, convencida de que él es mi príncipe encantado, me cuelgo a su cuello y estampo mis labios en los suyos segura de que son estos los que querré besar por el resto de mi vida.

Nos besamos.

Nos besamos.

Nos besamos hasta quedar sin aliento, y tras separar nuestras bocas, contra mi voluntad, me despido y salgo de su auto sintiendo que floto en una nube.

― ¡Buenas noches, nena! — lo escucho responderme antes de cerrar la puerta.

Pasado unos minutos, entro a la casa hecha todo un mar de felicidad, y luego, de escuchar el sigiloso motor de su auto alejarse por fin, subo a mi cuarto respirando flores. Y, decidida a no dejar que nada empañe ese sentimiento, me lanzo en mi cama y comienzo a repasar los acontecimientos de la noche. Punto uno: la condición de Luifer es un problema, pero de algún modo me las arreglaré para hacerlo desistir de esa estúpida idea. Punto dos: sus besos son mejor de lo que imaginé, y punto tres: ese adelanto de lo que me espera fue demasiado delicioso. En definitiva, voy a querer más, mucho más de ese más.

Y segura de eso, cierro mis ojos.




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