CÍRCULO VICIOSO

          «Nada como un buen sueño para ver los problemas de una forma diferente» decía siempre mi abuelita Mirta, y vaya que tenía razón, pues me siento como un bebé luego de haber dormido como tal, tras lograr despejar mi cabeza de tantas estupideces.
Aún recordaba al chico de mirada asesina, por supuesto que sí, observándome como si yo fuera su peor enemiga, un repudio que hasta cierto punto me había ganado, pero lo cierto es que el siniestro gesto de sus ojos, que le había arrancado algunas lágrimas a los míos durante la noche,  hoy, esta linda mañana de Septiembre, solo parecen los restos de una fotografía envejecida por el polvo y el tiempo. 
          ¡Mi ánimo es estupendo! ¡Mi espíritu alegre y ansioso de libertad ha regresado! razón suficiente para tomar mi morral llena de energía y salir de la residencia con una franca sonrisa en mi rostro, a eso de las 06:20 a.m., rumbo a la parada del autobús. Y durante todo el camino, tecleo en mi teléfono al menos una docena de mensajes a mamá, mientras a su vez, escucho a través de los auriculares de este «Mi corazón insiste de Jean Carlos Canela» una de mis canciones favoritas ¡y ni hablar de él!
          Es llegar a mi destino y abordar el transporte justo a tiempo, 06:40 a.m., y para mi alivio, Adriana y Diana, ya vienen subidas. «¡Genial!» celebro al verlas y avanzo hacia ellas por el largo pasillo abarrotado de estudiantes hasta el final, desde donde mis nuevas amigas, me hacen señas con sus manos. 

-¡Hola chicas! ― las saludo, apenas las tengo cerca.

- ¡Hola Liz! ― me responden a coro.

- Pensamos que te habías quedado dormida ― agrega Diana, sin pausa.   

- Estaba escribiéndole a mamá por eso no te contesté ― le explico, ya que unos minutos antes, me había escrito un mensaje que no tuve oportunidad de responderle.

- ¿Ya te reportaste? ― se burla, Adriana, después. 

- Sí ― le sonrío, y ella prosigue. 

- ¿Investigaste los puntos que dejó la profesora Fernanda para hoy?

          ¡Rayos!
          Su pregunta, me deja descolocada.
          Ni siquiera recuerdo de qué fulanos puntos me habla.
          Apenada, la miro y le confieso. 

- No, ni uno solo, lo olvidé por completo.

- ¡Tranquila! no fuiste la única que lo olvido ― me dice, con cierto tonito misterioso en su voz.

- ¡Ah no! ― reacciono, disimulando mi intriga.
   
- No, al parecer no eres la única que tiene la mente ocupada en otras cosas ―  insinúa, mirando de soslayo a Diana, quien al notarlo, le tuerce los ojos en respuesta y finge no haberla escuchado. 

          ¡Chanfle!»
          ¿Qué rayos les pasa a estas dos?»

- ¿Tú tampoco investigaste nada, Diana? ― le pregunto con sutileza,  evitando imitar el comportamiento indiscreto de, Adriana. 
No me dio tiempo ― me confiesa, dedicándome una sonrisa gentil, en la que leo con claridad un enorme «gracias por no seguirle la corriente a esta loca» 

- Mejor di que no te dejaron ― pero Adriana, suelta otro de sus comentarios mal intencionados, que termina acabando con la poca paciencia de, Diana.

- ¡Quieres dejar de ser tan boca floja! ― quien le reclama entre dientes, indignada.

- ¡Yaaaa, deja el drama!  ¿Acaso tiene algo de malo que te gusta ese chico? ― y, su delatora, se defiende como al parecer es su costumbre, desatando aún más su venenosa lengua.

          ¿Qué le pasa? ¡Qué no puede cerrar el pico!
          Aunque ¡Ojojojojo!
          ¿Qué es lo que ha dicho? ¿Qué a Diana le gusta un chico?
          Tentada estoy de preguntarle a la agraviada quién es el afortunado galán, pero contengo mi curiosidad, suficiente ya tiene la pobre con soportar las impertinencias de, Adriana ¡Qué pesadita resultó la enana esta! Ganas no me faltan de mandarla a freír espárragos por lengua suelta y entrometida y, estoy a punto de hacerlo, cuando de pronto, el transporte se detiene de golpe y el impulso del frenazo me desestabiliza, impidiéndomelo.
          Casi de inmediato, un tropel de estudiantes, se sube a este y ocupa todo el espacio vacío al final del pasillo, aplastándome contra el vidrio de la puerta trasera. Parezco la propia sardina enlatada, cosa que me incomoda, y mucho, aunque luego de dos cuadras, comienzo a sentirme más a gusto atrapada entre aquel tumulto de brazos que mirando la cara de hiena de Adriana. Pero, mi momento de paz dura muy poco, pues tras una nueva parada del autobús, frente a una hermosa casa de dos plantas, blanca y de enrejado negro con un letrero plateado que reza «Sta. Elena» encima de la puerta principal, los ojos me queda  en la cara como panderetas al ver
         ¡Nooooo puede seeeeer!
         Es es es ¡Él!  
          Sí, nada más y nada menos que el rubio neurótico subido en una  espectacular y reluciente Harley Davidson, y para colmo de todos los colmos, está mirándome con su implacable ferocidad directo a los ojos. Sí, directo a mis ojos, justo a mis ojos. Pero pero tragoneo espeso y mis pestañas aletean frenéticas ¡¿Qué rayos?! Y de inmediato, sin darle oportunidad a mi cerebro de procesar la nefasta visión, doy media vuelta y recuesto mi espalda contra el vidrio de la puerta con el corazón apenas latiéndome y, permanezco así, mientras además un sudor frío y una palidez fantasmal se apoderan de mi rostro.
En ese instante, el transporte se pone en marcha de nuevo y ...

- Liz, ¿estás bien? ― Adriana, me pregunta a través de la gente al notar que estoy a un paso del desmayo.

          Quiero decirle que no, que todo me da vueltas, que me falta el aire y apenas si puedo coordinar las ideas, pero, el episodio de hace un rato, me basta para estar segura de que la discreción no es lo suyo. Así que, respiro lo más profundo que puedo, le sonrío y miento.

- Sí.

          Para después, con incomodidad, volver a girarme y tumbar mi frente sobre el vidrio duro y frío de la puerta y, me mantengo en esa posición hasta llegar a la universidad. 
         ¡Qué manera tan espantosa de comenzar el día!
         Más tarde, ya en la facultad, el panorama sigue sin mejorar, me encuentro al neurótico ese en todas partes; en la cafetería, el estacionamiento, el pasillo y frente a mi salón de clases, paseándose   como si fuera el amo del universo. Y todas las veces, trato con todas mis fuerzas  de ignorarlo, pero, en ese agotador intento termino volviéndome más susceptible a su existencia, que se proyecta sobre mí semejante a una sombra maléfica vaya a donde vaya.
         Pasado el mediodía, por fin mis clases terminan y huyo de la universidad lo más rápido posible, urgida por alejarme de toda esa tortura. No sé a ciencia cierta el por qué pero el aire se torna intragable de solo imaginarlo cerca.
 
Miércoles…

          Esa mañana, a diferencia del día anterior, despierto con unas ojeras que me caen hasta el piso. He dormido, sí, aunque, los ojos llenos de odio de aquel chico atormentaron hasta la saciedad mi  inconciencia.

- Me muero de sueño ― de una patada, me quito de encima la sábana y camino después directo al baño. 

          De solo pensar que voy a encontrármelo de nuevo hoy, mañana, el siguiente día  y quién sabe cuántos más se me quitan las ganas de ir a clases. Pero, no puedo darme ese lujo, además ya es tarde, el reloj dispuesto sobre mi mesita de noche marca las 06:15 a.m., y por el tono gris que se filtra por las desgastadas cortinas de la ventana,  intuyo que va a comenzar a llover en cualquier momento.
Mientras me ducho y el agua caliente alivia mi jaqueca, no puedo evitar reprocharme «¡Qué estúpida soy! ¡Olvídalo yaaaa!  ¡Si me odia, pues que lo haga!» Cuando salgo del baño, ya ha comenzado a lloviznar… ¡Demonios!

- Elizabeth, ¿estás allí? ― la voz rasposa de mi casera, suena de repente tras la puerta de mi habitación.

- Sí ― le respondo, de inmediato.

- Te espero allá abajo, tu mamá me pidió llevarte a la universidad para que no te mojes.

          ¡¿Pero, cómo es que mi…?! Parpadeo a toda mecha.  ¡Olvídalo!
          El asombro de que mi madre, sepa que a kilómetros de Calabozo llueve me dura muy poco, pues basta ver en la pantalla de mi  Sony Ericsson las 14 llamadas perdidas que tengo de ella para comprenderlo todo. De seguro, al no contestarle, ha llamado a su amiga, que no es otra que mi carcelera ¡Uff! digo a mi casera, y esta la ha puesto ya al tanto hasta del más mínimo de mis movimientos.      
     
- Ok ― le grito de regreso.

          Escucho sus pisadas alejarse. 
          Sin perder más tiempo del que no tengo, comienzo a vestirme a toda prisa y, al terminar, le doy también una arregladita veloz a mi cabello antes de salir escopetada de mi cuarto, pero, luego echarle cerrojo a la puerta, me detengo unos segundos  en las escaleras atraída por el eco apagado de una canción proveniente de las habitaciones externas de la residencia, tras el enrejado azul eléctrico.
Es el cuarto de Leonardo, «seguro aún no se ido a la Universidad» supongo y sigo mi camino. Es atravesar el umbral de la entrada principal y escuchar la corneta  del auto de la Señora Prudencia, llamarme ¡Qué trasto! Es una verdadera reliquia por no llamarlo cacharro, apenas si se nota que alguna vez fue rojo. De solo verlo, me asaltan las dudas de que aguante si quiera el viaje de ida a la Universidad ¡Voy a tener que averiguarlo!
         Subo la capucha de mi chaqueta y corro hasta el cachivache. Contra todo pronóstico, el Chevete de mi casera marcha a las mil maravillas, el sonido del motor es apenas un silbido ligero y sigiloso, sin embargo, todo el trayecto, como sospeché es una verdadera tortura. La señora Prudencia, no es la conductora más parlanchina del mundo. Silencio, silencio y más silencio es lo que nos rodea mientras avanzamos por la enchumbada carretera, que combato, enviando textos a mamá y a las chicas. A la primera, avisándole que ya iba sana y salva rumbo a la Universidad, y a las segundas, que olvidé investigar oootra vez los puntos para la discusión de Lenguaje y comunicación.
«¡Qué irresponsabilidad la mía!» murmullo por lo bajo, pero, no es la falta de compromiso con mis estudios lo que me tiene angustiada, es otra cosa: cierto personaje detestable y su mirada iracunda, reproduciéndose como remolino en mi cabeza. «¡Sí serás idiota, Elizabeth!» vuelvo a reclamarme, y sin entender la razón, me descubro deseando saber el nombre de ese maniático. 
          ¡Genial, más masoquista y no nazco!
          Por fortuna, ese día el causante de mi desvelo no va a clases. Supongo que la lluvia, como a muchos estudiantes, le impidió salir de su casa o de la catacumba donde seguro vive, por lo que, despreocupada paseo a mis anchas por la facultad, a pesar de que una vocecita aguafiestas, me advertía a cada rato que no me confiara. 
          Y en efecto, esa paz no dura mucho
          Ese mismo día, en la noche, para mi salvación y alivio, las chicas me envían un texto invitándome a comer hamburguesas, propuesta me cae como anillo al dedo, pues tengo una flojera astronómica de bajar a la cocina y prepararme algo de comer.   
          A la velocidad de un rayo, me echo encima lo primero que encuentro en mi pequeño armario y, de la misma forma, segundos después atravieso la sala donde mi casera está arrellanada en su sillón viendo la televisión. Ya fuera de la residencia, de inmediato, me subo a un taxi y le indico al chofer la dirección dada por las chicas. Es un lugar muy popular de comida rápida en la ciudad llamado «la calle del hambre» al que llego en cuestión de minutos. Parece una plaza con muchos quioscos y personas desperdigadas por todos lados.
Mis amigas, al verme bajar del auto, me hacen señas con sus manos enseguida y animada por una sensación de libertad máxima, comienzo andar hacia ellas con una enorme sonrisa de oreja a oreja. Pero, unos cuantos pasos bastan para que toda esa eufórica emoción en mi cuerpo sea sustituida por porno sé qué rayos. 
           ¡No puede ser!  ¡¿Otra vez él?!
           Mis pies se paralizan al instante. Sí, es el lunático ese de nuevo, y para colmo, también camina directo al quiosco donde las chicas ocupan una de las mesas.  ¡Genial! ¡Esto tiene que ser una maldita broma! 
          «¿Y ahora qué rayos hago?» me pregunto al instante, conteniendo el gesto de asombro en mi rostro, y la respuesta, llega a la misma velocidad a mi mente: seguir caminando, ya es demasiado tarde para darme la vuelta y desaparecer de allí. Así que, tras recomponer mi expresión, finjo no verlo y reanudo mi marcha, aunque, después de instalarme sigilosa alrededor de la mesa junto a las chicas; a quienes les dedico una silenciosa sonrisa como saludo, ya no estoy muy convencida de haber hecho lo correcto. Si el rubio psicópata se gira, a diferencia de la última vez, ni tiempo voy a tener de pestañear, y a decir verdad,  dudo mucho si quiera poder defenderme del efecto paralizante y venenoso de su mirada. 
Apenas, logro mantener mi repentina y tortuosa ansiedad a raya.  

- ¡Por fin llegas, Elizabeth!  ― me dice, Adriana, terminando con mi silenciosa llegada.   

          Y su voz, provoca lo que tanto deseo evitar, por una desconocida, maléfica y sorpresiva razón, el susodicho, al escuchar mi nombre parece reconocerlo y, en cuestión de segundos, tras volver su rostro en nuestra dirección y apuntarme con los látigos que tiene por ojos, como sospeché, toda yo me vuelvo un latido gigante. Me palpita incluso el alma, y durante lo que parece una eternidad, todo lo que veo es un castigador negro tratando de consumirme viva, hasta que, así sin más y dejándome boquiabierta, vuelve su altivo e intimidante gesto al frente.

- ¿Qué fue todo eso? ¿Acaso nos perdimos de algo? ― me susurra de inmediato Adriana, encimándoseme, al percatarse de lo ocurrido. 
«Eso mismo quisiera saber yo» pienso y…

- Ni idea ― le confieso, mientras contengo la humillante amenaza de llanto en mis ojos y observo como Diana también, me mira desconcertada.

          No sé qué rayos decirles, no logro precisar ni qué es lo que estoy sintiendo, ¿Rabia? ¿Tristeza? ¿Miedo? O tal vez todo eso junto y más, pues su exagerado repudio me resulta tan perturbador e indignante como mi incomprensible y pasiva reacción, y el caos de confusas emociones en mi interior empeora, mientras lo observo alejarse de forma intempestiva del lugar rumbo a su imponente Harley Davidson estacionada a unos cuantos metros de allí, en la que se sube en un abrir y cerrar de ojos y se pierde por la larga y angosta avenida Francisco de Miranda.
Esa horrible noche, luego de regresar de mi paseo con las chicas y antes de ser vencida por el sueño al fin, paso horas haciéndome la misma e inquietante pregunta ¿Acaso él sabe mi nombre?

Jueves

          El día comienza con un madrugador mensaje de Diana, que dice:

De: Diana.
26/09/2013
05: 10 a.m.

Hola Liz!!! ¿Cómo estás? espero que bien, no deberías darle tanta importancia a ese imbécil, ya sabes cómo son ese tipo de chicos, creen que por tener la cara y el cuerpo que tienen pueden tratar a los demás como basura.
*  La prince*

          En otras circunstancias, a las 05:10 a.m., no le hubiera contestado  ni al mismísimo Papa, pero, termino haciéndolo por dos razones; la primera, ya estaba despierta desde las 04:00 a.m. dando vueltas en mi cama, y la segunda, no quiero preocuparla más suficiente con la dosis de tensión de horas atrás cuando las puse a ambas al tanto por fin de lo que ocurría mientras íbamos en el taxi de vuelta a mi residencia.
Le respondo.

Para: Diana.
26/09/2013
05: 12 a.m.

Hola Diana! Estoy bien, tienes razón, no voy a dejar que las estupideces de ese imbécil me afecten. Gracias por estar pendiente…
*Liz*

         Unas horas más tarde, apenas bajo en compañía de Diana y Adriana del transporte, mi primer instinto, es mirar con disimulo hacia el lugar donde por lo general, mi enemigo anónimo, estaciona su Harley Davidson. 
No está. Respiro aliviada y sigo caminando, eso significa una sola cosa: no vino a clases, y no soy la única que nota lo mismo.   
¡Ojala se lo haya llevado un camión por delante! ― Adriana, suelta una dosis venenosa de las suyas.  
Tras el episodio en «la calle del hambre» y con todo lo que les conté a ambas sobre cómo y porqué el rubio psicópata me mira con desprecio cada vez que tiene oportunidad,  lo detestan  a morir, sobre todo ella. De solo recordar lo que pasó le rechinan los dientes de la rabia.
          A media mañana, ya no me quedan dudas de que, en efecto, el innombrable tampoco asistió ese día a clases cuando veo al exclusivo grupito, comandado por la rubia artificial de su noviecita, entrar a la cafetería sin él minutos después de que nosotros llegáramos, pero, es distinguirlos y sentir como un pesado desmayo se apodera de mis entrañas de repente, al considerar que tal vez  ― y no sé por qué esa idea se apodera de mi mente ― la razón de su ausencia se deba a otros motivos más mezquinos, «¿No habrá faltado por mi culpa?» sospecho, y negada a creer tan descabellada suposición, termino de comer mi desayuno impidiendo que una nueva y humillante tormenta se desate en mis ojos.
          Horas más tarde, llego a la residencia hecha un lío, con un dolor de cabeza espantoso y sintiéndome peor que una piltrafa humana, por lo que, sin pensármelo mucho, me lanzo con todo y bolso en la cama decidida a dormir sí o sí. Y por milagro, lo logro sin mucho esfuerzo.
Vuelvo a resucitar a eso de las 03:00 p.m.

- ¡Madre Santa! Tengo que ir al ciber ― recuerdo, apenas abro los ojos.

          Al puro estilo militar, me desvisto y con la misma rapidez me doy un baño, gastándome no más de quince minutos entre esto último y arreglándome para salir. He quedado en verme con las chicas en un ciber para hacer unas investigaciones, pero he decidido irme más temprano para chatear un rato con otras amigas de bachillerato ―Ana y Carmen― contaba con que una hora les bastara a estas para ponerme al día de todos los chismes de la farándula Calaboceña.
          Llego al sitio acordado, con una hora exacta de antelación como lo he planificado, el taxi me deja justo en frente de la enorme pecera que abarca casi todo el frente del negocio, no le presto mucha atención al nombre, pues dudo mucho que alguien más, al igual que yo, se refiera a este con otro nombre que no sea el ciber de la pecera.
          Emocionada a más no poder, por la tarde de chismografía que me espera con mis amigas, entro al establecimiento, pero una vez atravieso la puerta, deseo con todas mis fuerzas no haber puesto un pie allí nunca de todos los nunca.
          ¡Qué rayos!
          En décimas de segundos, mis ojos se ensanchan horrorizados ante la abominable coincidencia ¡no, no y NO! No puedo creer lo que estoy viendo, y menos aceptar, la forma tan descarada en la que el destino se burla de mí.
          Sí, es él de de nuevo
          ¡Esto tiene que ser un castigo kármico!
      Quiero darme la vuelta y salir de allí más rápido que Flas el rayo, pero, mis pies se han vuelto de plomo, además de que, hasta cierto punto, y no tengo idea de qué tanto y porqué, estoy disfrutando ver al rubio neurótico mientras habla con el muchacho al otro lado del mostrador, a quien le pide con toda confianza. 

- Me lo imprimes y envías un mensaje cuando esté listo para venir a buscarlo.

- Ok, mano, yo te aviso, le dices a Víctor que mañana le llevo la moto ― le promete este, con la misma familiaridad.

- Deberías llevársela esta noche, así aprovechas y le dices que te revise también los frenos ―le sugiere él en respuesta, mientras ambos se dan un estrechón de manos. 

          «¡Aún puedes escapar, puedes hacerlo, Liz!» intento animarme, pero mis pies siguen demasiado pesados al igual que el resto de mi cuerpo, por lo que, permanezco expectante en el umbral de la puerta a la espera de no sé qué, será que aparezca Harry Potter con su capa de invisibilidad.
      Y así me quedo, paralizada y enmudecida, hasta que por fin el rubio psicópata detecta mi presencia y su penetrante mirada comienza a oprimirme el cerebro en seguida y, conforme avanzan los segundos y sus pasos hacia mí un intenso y ardiente hormigueo se desata en mis entrañas. «¿Qué rayos me pasa?» me asusto y, sintiéndome al borde de la hiperventilación, continúo observándolo a través del aleteo de mis largas pestañas, acercárseme, pisando ligero y con el repudio encarnado en sus ojos, que desaparece junto con él tras pasar veloz por mi lado y atravesar la puerta, dejándome... 
          El cuerpo me tiembla.
          Mi corazón parece un tambor, y él él  
          Esa noche, después de ganarle la batalla al insomnio y evitar que por mis ojos brotara un indignante diluvio, me duermo convencida de que  Dios debe odiarme, odiarme y mucho.

Viernes

          Lo terrible de mi despertar, no es el hecho de parecer un zombi recién levantado de su tumba, no, lo peor es sentir aún la agobiante sensación de estar atrapada en un torturador círculo vicioso, y a pesar de eso, fingirme «Alicia en el País de las Maravillas» cuando en verdad, toda esa situación de la que yo tenía culpa en gran medida estaba afectándome de manera notable y extraña. Siento que algo está cambiando en mí, solo no logro saber con exactitud qué es o qué tanto se debe a mi absurda fijación por el rubio psicópata. 
          En fin, me quito las sábanas de encima y levanto mi moreno trasero de la cama resignada a enfrentar mi destino, lo mejor será dejar de atormentarme tanto y continuar con mi monótona vida de adolecente universitaria.
          A las 06:55 a.m., llego a la Facultad, y como supongo y temo, mi día no da señales de mejorar en absoluto, al contrario,  tras dos días de ausencia, la ostentosa Harley Davidson negra con franjas rojas en la carrocería, está aparcada en el lugar de siempre cuando bajo del transporte e, inevitablemente, mi corazón se sacude violento al ver la aparatosa máquina, y sin estar segura de por qué me siento tan aliviada por el regreso de su dueño, continúo caminando directo al pequeño edificio de tres plantas.  
          Durante las primeras horas, no lo veo por ningún lado, ni siquiera en el pasillo frente de su salón; donde por lo general se estaciona a conversar con algún miembro del grupito de presumidos. Es a media mañana que, como imagino, por fin coincidimos a fuerza en el cafetín, pero, apenas si lo miro desde mi mesa con el rabillo del ojo mientras bebo mi jugo de mora. Después, no sé más de él, y cuando termina mi última clase y salgo a coger el transporte, su moto ya no está.
          Se ha ido ...
          ... y  yo, siento un extraño peso asentarse en mi estómago.
          Ese mismo día en la tarde, me dedico a estudiar como la propia nerd, tengo tantas investigaciones pendientes como mensajes de mamá en mi Sony Ericsson, no voy a poder ir el fin de semana para Calabozo y eso la tiene con los pelos de punta. Cuando la noche comienza a caer,  por fin he terminado todas mis pendientes. Me arden los ojos de tanto leer y mi estómago gorgorea de hambre. Pienso en bajar a la cocina y prepararme algo de comer, pero, estoy tan cansada que, en lugar de eso, saco mi monedero del bolso y me voy a la panadería Las Mercedes  por algo delicioso, de preferencia dulce.
          ¡Amo el dulce!
          Es llegar al establecimiento y sentir que entro al paraíso, por lo que, dispuesta a sufrir un coma diabético voy a parar directo al mostrador lleno de tortas, dulces, galletas y panes de distintas clases en exhibición. 
 
- Dígame ― me atiende amable un chico. 

- Me da un pedazo de torta de chocolate ― ordeno sin titubear y, con la boca hecha aguas, añado a mi pedido ― una bolsa de pan de coco, cuatro palmeritas y un litro de leche.

          Mientras el muchacho prepara mi orden, saco el teléfono del bolsillo trasero de mi pantalón y tecleo un mensaje a mamá para matar el tiempo, hasta que de repente, una extraña sensación enciende mi atrofiado radar de peligro,  siento como si alguien estuviera observándome. 
«¡Ya deja la paranoia, Elizabeth!» pienso, pero, por si acaso miro a ambos lados con disimulo esperando encontrarme no sé qué. No veo nada sospechoso. Las demás personas allí hacen sus compras con normalidad, me atrevería a jurar que nadie, excepto el chico que está despachándome, presta la más mínima atención a mi presencia. «¡De verdad estás de psiquiátrico!» me reprocho después, antes de soltar un hondo suspiro y continuar escribiendo el texto. 
          De pronto, el joven despachador, aparece de nuevo tras la vidriera con mi pedido y me pregunta.

- ¿Algo más?  

- No ― sonrío y cojo la bolsa que me tiende, dispuesta a devorar todo ese delicioso manjar sin ningún tipo de remordimiento, pero, al darme la vuelta ¡Zas!...

           ... negro, todo lo que veo es un negro acusador en mi horizonte e, instintivamente, doy un respigo y mis pies se paralizan de ipso facto al darle el frente a la energúmena muralla rubia frente a mí.  
          ¡¿Im-po-si-bleeeeee?!» mentalizo horrorizada, con la mirada fija en sus penetrantes ojos negros, que me observan sin el menor rastro de piedad como si yo fuera la cosa más despreciable del mundo, y así permanecen; aguzados y expectantes sobre mi atónito rostro, hasta que, harto de ver mis estúpidos parpadeos y de la incómoda situación, despega su fiera mirada de mí y fijándola después en el joven tras la vidriera, le ordena a este en un tono bastante firme y autoritario. 

- Me da un litro de jugo de naranja ¡Por favor!

          Mientras yo... yo... a merced de una debilitante sensación, continúo aleteando mis largas pestañas y observando a través de estas su pulcro rostro de facciones simétricas y cinceladas. ¡Dios! A esa minúscula distancia, su presencia es mucho más aterradora y fascinante, no había nada imperfecto en sus rasgos, excepto, la implacable dureza con la que sus ojos parecen querer lapidarme, por lo que, a pesar de sentirme tentada hacer lo que debí haber hecho hace días, es decir, exigirle me aclare de una buena vez cuál es su problema conmigo, termino actuando de modo contrario. 
          «¡Tengo que salir de allí!» exclamo azorada, al recobrar un poco el control de mi cuerpo e, indignada por mi cobarde actitud, tras esquivar su espigado cuerpo de atleta interpuesto en mi camino, me obligo a caminar hacia la caja registradora, donde rápido cancelo mi factura antes de perderme de allí como alma que lleva el diablo.  
          Esa noche, horas más tarde, tras no haber probado nada de lo que compre y  atormentarme hasta entrada la madrugada recreando una y otra vez en mi cabeza el episodio de panadería, por fin... 
          Suspiro agotada...
           .... y, cierro mis ojos, preguntándome ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo voy a permanecer atrapada en ese círculo vicioso?  

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