fifteen - breakdown

chapter xv.
( iron man)

todos decís que
he cruzado la línea
pero lo más triste es
que he perdido la cabeza
beekeeper ─── keaton henson

malibú, california
14 de mayo, 2010

 ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

 ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Dejo caer mi mochila en la puerta de casa. Es difícil cruzar la puerta y estoy segura de que es por varias razones. Culpa. Ira. Vergüenza. Y la que sigo tratando de rechazar: el miedo. Cuando entro en esta casa, entro en la misma situación en la que estaba hace solo dos días. Ahogándome en pensamientos de muerte. Atrapada en las garras de Edgar Frost. Me estremezco al pensar en el acto. Y me odio a mí misma por pensar que la única razón por la que decidí cruzar el mundo para ayudar a refugiados inocentes fue para olvidarme de él. Lo único decente que podría hacer y ni siquiera lo hago por decencia.

—¿Lisa? —la voz de Pepper llama mi atención y me levanto para verla de pie con una expresión confusa en su rostro—. ¿Dónde estabas? Me tenías preocupada.

Mi barbilla tiembla cuando hablo con voz ronca.

—Hola, Pepper —mi voz es tan obvia que decido omitir 'hace mucho que no te veo', dándome por vencida tratando de encontrar una excusa.

Sus ojos se arrugan en preocupación mientras se dirige hacia mí.

—¿Qué pasa, cariño?

Sacudo la cabeza rápidamente, sin mirarla a los ojos.

¿De qué tengo tanto miedo? Siempre lo tengo. Siempre lo he tenido. Si este viaje a Afganistán me ha enseñado algo, es que nunca he dejado de tener miedo. Llevo catorce años aterrorizada. Catorce años.

—Nada, estoy cansada —bueno, esa última parte es cierta.

¿Por qué siempre les miento?

—Lisa —toca levemente mi brazo, pero yo retrocedo instintivamente.

—Ugh —empujo mis puños contra mis ojos, tratando de luchar contra las lágrimas y la ira—. Lo siento, Pepper, lo siento...

—Eh, cariño —me frota los brazos y me quita los puños de los ojos—, ¿por qué no bajas y hablas con tu padre? Puede que eso ayude. En realidad, sé que será así. Puede que no sea muy —pausa y hace una mueca— agradable, pero, con lo que le pillé haciendo hace un tiempo y por cómo habéis estado actuando, creo que tenéis mucho de lo que hablar.

Asiento lentamente y mis ojos arden mientras susurro en voz baja:

—V-Vale.

Besa mi mejilla antes de salir y cerrar la puerta detrás de ella. Sin duda, esto es lo último que quiero hacer. ¿Hablar con papá? ¿Y si no? De alguna forma, mis pies me llevan por la escalera de hormigón. Las puertas de cristal están delante de mí y puedo verlo. Se está inclinando sobre su mesa, trabajando en el familiar traje rojo y dorado. Probablemente parcheando los agujeros de bala. Frunzo antes de sacudir la cabeza lentamente. No, tengo que mantener la calma. Una vez más, estaré tranquila para que él se mantenga igual. Bueno, espero que funcione de esa manera, de todos modos. Trago saliva, me paso el cabello castaño detrás de las orejas y escribo la contraseña antes de entrar con lentitud. Él mira por encima del hombro y su rostro se oscurece antes de volver a mirar su traje.

Me paro en el centro, sintiéndome aún más pequeña y débil de lo que ya estoy. Ni siquiera me mira ni dice nada. Sigue trabajando. Se siente peor que si me estuviera frunciendo el ceño, ni siquiera me daría la hora del día para mirar en mi dirección.

—Papá, p-por favor, mírame —tartamudeo, recordando cómo solía hacerlo cuando era mucho más pequeña y seguía aprendiendo a usar mi voz de nuevo.

—No puedo. Estoy ocupado. Trabajando. En el traje.

Aprieto los ojos.

—Por favor.

—Ah, lo siento, pero no pensé que eso es lo que hace esta familia.

—¿Eh? —miro mis ojos abiertos hacia él, confundido.

—Pensé que nosotros nunca escuchamos cuando alguien dice 'por favor'. Por terquedad o estupidez, quién sabe —él todavía no me mira, hablando de una manera tan indiferente.

—Estaba ayudando, papá, ¿por qué es tan malo?

De repente, golpea la herramienta sobre la mesa antes de acercarse a mí. Me apresuro a retroceder, tropezando con mis propios pies. Estaba equivocada. Creo que prefería cuando ni siquiera me miraba. Su ceño es mucho peor. Me dan ganas de correr y llorar.

—Sabes lo que te iban a hacer, ¿no? —él chasquea, con los ojos ardientes de rabia—. Matarte o violarte, o puede que las dos —mi boca se abre, mi estómago cae—. ¡Si no hubiera estado allí al segundo, es lo que habría pasado! ¡¿Es que no lo puedes comprender?! ¡¿Tu cerebro lo analiza o es que eres demasiado estúpida para entenderlo?!

Me estremezco ante sus palabras, pero estoy demasiado enfadada para quedarme callada.

Él me interrumpe:

—¿Crees que lo que hiciste puede compararse? Yo soy adulto y voy totalmente equipado para hacer lo que hice. ¡Y tú —se acerca, mis pies parecen pegados al suelo— eres una cría! ¡Ni siquiera puedes escuchar instrucciones simples y hacer algo que no me cause problemas! ¡Lo siento, pero es verdad! ¡Ni siquiera mereces hablarme ahora mismo!

—No lo merezco —repito su frase, dándome cuenta de lo ardiente que está mi cara y cuánto me arden los ojos—. ¡No te atrevas a decirme lo que hago y no merezco! ¿Quién eres tú para decírmelo? Te casaste con mi madre, la abandonaste cuando te diste cuenta de que era psicópata y me dejaste con ella.

—Algún día —me mira profundamente a los ojos— es lo que exactamente pasará. Alguien te hará tanto daño que desearías que tu madre te hubiera matado ese día hace diez años —me quedo sin aliento y me doy cuenta de que estoy llorando—, y luego te matarán. ¡Tus grandes estupideces y tus malas decisiones harán que te maten y yo tendré que sufrir por ello! No es de extrañar... —se detiene de repente y su rostro se contorsiona de dolor, dándose cuenta de cómo debe haber sonado.

—No es de extrañar qué, papá. ¡No es de extrañar qué! —sollozo, pero digo las palabras—. ¡No es de extrañar que me hubieran echado veneno por la garganta, no es de extrañar que me hayan hecho dormir debajo del fregadero, no es de extrañar que ellos me hayan golpeado, es de extrañar que ella haya intentado matarme!

Papá sacude la cabeza rápidamente.

—No, no me refería a eso. No era eso. Iba a decir 'no es de extrañar que seas mi hija'; vamos, Lees, yo no diría eso.

—¿Es lo que realmente quieres? —mi voz susurra entrecortadamente y no puedo mirarlo a los ojos—. ¿Es lo que todos quieren?

Quiero escapar y encerrarme en mi dormitorio. Quiero escapar y nunca volver a esta casa en el océano. Quiero hacer algo infantil y rebelde, pero todo lo que hago es sollozar más fuerte, mis hombros empiezan a temblar. Aprieto los ojos y levanto las manos, apretándolas lentamente contra mi cabeza como lo hacía cuando era pequeña, cuando no quería nada más que hablar. Pero ahora es diferente. No quiero nada más que olvidar que soy yo.

—Basta —papá me quita las manos de la cabeza y su voz es aguda y asustada—. ¡Ya es suficiente!

—¡No! ¡Déjame! —grito, tirando de mis manos hacia atrás y golpeándolas contra su pecho—. ¡Déjame! ¡Déjame en paz! ¡Por favor, déjame morir aquí, por favor, Dios, por favor! —me empuja con fuerza contra él. Empiezo a gritar—. ¡Te odio! ¡Te odio! —puedo sentir su pecho temblar contra mí mientras continúo—. ¡Odio a todos! ¡Odio tu traje! Odio a Pepper, odio a Rhodey, odio a Happy, ¡te odio! ¡Me odio! —mi voz se rompe en sollozos y siento que mis rodillas ceden.

Papá me abraza mientras me inclino hacia adelante, incapaz de soportar más mi peso corporal.

—Me odio, Tony —mi cabello cae en mis ojos—. Por favor, por favor.

Ya ni siquiera sé lo que estoy preguntando. Solo estoy rogando.

—Sh, sh —su rostro presiona mi cabello mientras continúa sosteniéndome—. Sh, cariño, ya pasó.

—Me odio, te odio, me odio —me aferro fuertemente a sus dedos.

—Sh, sh —continúa suavemente, besando mi cabeza a través de mi cabello y empujando su rostro hacia él.

—Tony, por favor —susurro—. Nos odio.

—Nope —añade "pe", tratando de encontrar algún medio para recordarme quién soy realmente.

—Me odio tanto —mi cabeza tiembla repetidamente y papá la obliga a quedarse quieta—. Por favor, ayúdame, por favor, no puedo soportarlo más. Tony —suplico—, ¡ayúdame!

—¿Ayudarte con qué, bebé? —susurra papá de vuelta, con dulzura.

Suavemente bajamos al suelo. Sigo encorvada sobre sus brazos que me impiden caer. Él estira sus piernas y se asegura de que me sienta cómoda. Luego me acuna como cuando era pequeña.

—No puedo hacerlo —me muerdo el labio, sacudiendo la cabeza—, tengo mucho miedo. Tengo mucho miedo.

—Sh, sh, no pasa nada —papá me abraza aún más—. Ya te tengo. No tienes que tener miedo. Estoy contigo.

—Me matará —gimoteo antes de desesperarme—. Oh, por favor, déjame morir aquí antes de que tenga la oportunidad. No quiero que me toque otra vez. ¡Por favor!

Siento que papá se queda muy quieto y su voz cambia de consoladora a temerosa y urgente.

—¿Quién te matará, bebé? ¿Quién te ha tocado?

Empiezo a sollozar de nuevo, enterrando mi rostro en su camiseta.

—Él vendrá por mí otra vez. Espera que haga lo que me dice. No quiero hacerlo... Por favor, no dejes que me toque de nuevo.

—Lisa —su voz sigue temerosa y urgente—, ¿quién se acercó a ti? Necesito que me hables, pequeñaja.

En cambio, me alejo de él cuidadosamente y levanto mi camisa lo suficiente como para revelar mi estómago. En toda mi piel están las cicatrices rosadas que me prometieron que desaparecerían. Nadie me preguntó cómo los conseguí y yo nunca lo dije. Las enfermeras y los médicos prometieron que se irían, pero no fue así. Sigues frescas como el día en que salieron los puntos. Las cicatrices se entrecruzan y se encuentran en ángulos extraños. Algunas son largas y otras cortas. No hay piel que permanezca intacta durante más de media pulgada.

—También hay en la espalda —le susurro, encogiéndome de nuevo hacia mi padre—. Él dijo que le gustaba ver cómo reaccionaba la carne. Él me cortaba —mi voz se quiebra—. Me dijo que tengo que salir de mi miseria. No quiero. Pero si no lo hago, él lo hará.

Las lágrimas caen y miro hacia arriba para ver que vienen de los ojos de papá. Las lágrimas pueden reflejar su tristeza, pero su rostro muestra ira.

Sin apartar los ojos de mis cicatrices, escupe las siguientes palabras como veneno:

—¿Se llama Edgar Frost?

Me estremezco al escucharlo antes de reunir el valor para preguntar:

—¿Cómo lo sabes?

—Pepper y yo sabíamos que algo iba mal cuando recibiste esa llamada del 'señor Hinckley', así que le dije a Pep que investigara quién te llamó —responde, todavía frunciendo el ceño ante mis cicatrices.

Las lágrimas comienzan a caer más fuerte.

—Me matará, papá.

—No, no lo hará. No lo dejaré. Y no quiero que hagas nada de lo que te haya dicho. ¿Entendido?

—Entiendo —cierro los ojos y dejo que las palabras se derramen—. Estuvo en la fiesta.

—¡¿Qué?! —cuando salto ante su tono áspero, él agrega rápidamente—: Lo siento, lo siento.

Me lleva un momento seguir hablando.

—Ojalá hubiera gritado, peleado o hecho algo, pero verlo me hizo perder el control. Me agarró y me hizo bailar con él. Luego me llevó a un pasillo y mi boca me metió en problemas. Él me cortó —mi voz es baja y ronca—, dijo que era como en los viejos tiempos .

Papá vuelve a apretarme con los brazos y me balancea suavemente de un lado a otro.

—Así que, cuando te encontré...

Asiento débilmente.

Él deja escapar un suspiro pesado y triste y descansa su rostro nuevamente en mi pelo.

Después de un largo silencio, susurro:

Por favor, no dejes que me toque de nuevo, papá.

Él respira hondo, tratando de calmar su voz.

—No lo haré. Nunca más se acercará a ti.

Las lágrimas siguen cayendo, pero las míos ahora son menos pesadas.

Finalmente pregunta:

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Sabías que tenía cortes —le susurro—, pero no quería que supieras lo mal que estaban porque no quería que tú... que tú...

—¿No querías que me enfadada? —sus ojos marrones miran mis azules.

—N-no —sacudo la cabeza lentamente—. No quería que sintieras tristeza.

—Lo siento —susurra, cerrando los ojos mientras más lágrimas se deslizan por su rostro bronceado.

Mis dedos tocan ligeramente su cara mientras levanto sus labios hacia arriba en una sonrisa.

Toma mi mano y la besa.

—Lo siento, sobre todo por lo que dije, Lees. Estaba cabreado y...

—No odio a nadie. Y menos a ti —le susurro rápidamente, necesitando sacarlo antes de que se diga algo más—. Nunca te he odiado. Incluso cuando era pequeña y sabía que dejaste a mamá, lo entendí y no sentí rencor.

—Sé que no me odias, pequeñaja, sabía que no lo decías en serio —hace una pausa y luego sacude la cabeza—. Siento haberte dejado con ella.

—Ugh, tampoco era mi intención decir eso. No lo hiciste; la dejaste a ella. No a mí. Hay una diferencia —le digo antes de agregar suavemente—. Te quiero.

Y, entonces, en ese momento, me doy cuenta de lo que acontece. Él me dirá que él también me quiere. Porque sé que es así. Es obvio. Cierro los ojos, esperando escuchar las palabras que he estado soñando toda mi vida. Pero nunca llegan.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top