eight - where we are

chapter viii.
( iron man )

el tigre que acecha
al este del edén
viene a por ti ahora
east of eden ─── zella

lugar desconocido, seguramente afganistán
26 de enero 2010
( treinta y siete horas después )

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Me quitan la bolsa de la cabeza cuando me llevan a una cueva muy oscura. Rápidamente miro a mi alrededor para ver si puedo ver a papá, pero están llevando su cuerpo todavía sangrante en la otra dirección, fuera de mi vista. Intento llamarlo, pero me duele mucho la garganta y no sale nada. De repente, abren una gran puerta de metal y me arrojan al interior. Me caigo al suelo antes de sentarme rápidamente para verlos cerrar la puerta. Me quedo sola en el silencio.

Me arden los ojos y parece que no puedo respirar. Mis dedos se aferran al suelo de la cueva mientras intento llevar aire a mis pulmones. Me arrastro, chocando con los objetos cercanos en busca de algo que me ayude mientras continúo jadeando. Mis dedos capturan una bolsa de papel marrón y la acerco hacia mí. Mi respiración sigue acelerándose demasiado rápido y puedo sentir mi cabeza marearse. No puedo entrar en pánico. Tengo que recordar lo que papá siempre me dice cuando siento que se acerca un ataque. Comenzaron a llegar cuando tenía unos cinco años y la primera vez que sucedió a él casi le da uno igual. Después de un gran susto un poco más tarde, decidió que aprendería todo lo que pudiera para ayudarme. Siempre me dice que cierre los ojos para que no me distraiga, que mueva y estire los hombros hacia atrás para que mis pulmones tengan espacio para trabajar. Luego, juntos, comenzamos a contar.

Pero no estamos juntos.

Nos separaron.

Estoy sola.

Así que lo hago sola.

Llevo la bolsa a mis labios y respiro con dificultad en el papel. Cuando puedo llevar un poco de aire a mis pulmones, la dejo a un lado y sigo con el resto de la rutina.

—Uno —mi voz sale ronca—, dos, tres —siento que las lágrimas amenazan con formarse y mi pecho empieza a saltar con rapidez—, vamos, Lisa, cuatro, cinco, seis, siete —las lágrimas caen, pero mi respiración agitada comienza a disminuir—, ocho, nueve —ya puedo respirar—, diez.

Mi cabeza asiente lentamente mientras continúo siguiendo mi patrón de respiración. Lo estoy haciendo bien. Pero papá no. Está sangrando mucho. No pude detenerlo. Ni siquiera estoy segura de dónde está. Levanto mis piernas hacia mi pecho y balanceo mi cuerpo un poco, tratando de mantener la calma. Las horas pasan y mis temores aumentan cuando trato de hacerlos retroceder. Necesito una distracción. Me obligo a ponerme de pie y giro en círculo, estudiando mi prisión. Sorprendentemente está llena de cosas. Hay dos catres, un espejo colgando de un poste, algunas mesas y equipos médicos.

De repente, la puerta detrás de mí se abre y me giro para enfrentar a los atacantes que vienen por mí. En lugar de los hombres armados veo a uno alto, del Medio Oriente con gafas mirándome. La puerta se cierra de golpe, haciéndonos saltar antes de que volvamos a estudiarnos. Trago con dificultad, buscando alrededor de una mesa cercana algo que pueda usar para defenderme si es necesario. El hombre observa mis acciones con cautela.

—No le haré daño, señorita —el hombre me mira con cautela—, también soy un prisionero.

Mis ojos se entrecierran.

—¿Cómo sé que no está mintiendo?

De repente extiende sus manos hacia mí. Instintivamente retrocedo antes de estudiar sus palmas. Están cubiertas de sangre, mucha sangre. Lo único es que no es suya. Mis ojos se deslizan lentamente de sus manos a su cara triste.

—Acabo de operar a un hombre con una herida muy grande en el pecho. ¿Está contigo?

Asiento rápidamente, luchando contra el temblor en mis labios.

—S-Sí... —no puedo terminar.

—Está vivo.

—¿Dónde está? —presiono, manteniendo mi distancia.

—Me imagino que lo están obligando a hacer un vídeo de rescate —me dice honesta pero amablemente.

Siento que mi corazón da un vuelco.

Un vídeo de rescate. He visto suficientes de esos, incluso de los padres de uno de mis amigos ricos del colegio que fueron secuestrados debido a la riqueza. Aunque no he ido a un colegio real en mucho tiempo, aún puedo recordar vívidamente la primera vez que vi llorar a uno de mis amigos mientras a ellos los sostenían a punta de pistola y cómo papá se aseguró de que Happy me acompañara por el resto del mes. Buenos tiempos. ¿Pero el rescate? ¿En serio? No debe tratarse de eso en realidad, ¿verdad?

El hombre y yo hablamos unos minutos más sobre la condición de papá antes de que la puerta se abra una vez más y dejen entrar a mi padre. Me aparto cuando lo acuestan en un catre y colocan lo que creo que es una batería de automóvil en la mesa. Mis pies me llevan hacia él cuando la puerta se cierra. Tomando suavemente su mano, me arrodillo junto al catre. Tiene cortes en toda la cara y una colección más seria en el costado cerca de la oreja. Su pecho está envuelto en una extraña formación en X que cubre la herida.

—¿Se pondrá bien? —pregunto en voz baja, agarrando su mano.

El hombre me mira y asiente, en silencio.

Respiro aliviada.

—Gracias, muchas gracias.

—Ahora es tu turno —dice con seriedad.

Mi mano instintivamente toca mi labio hinchado y dolorido.

—Estoy bien, de verdad.

—Cuando se despierte, ¿no crees que querrá que me hayas permitido curarte eso? —el hombre pregunta mientras se limpia la mano en el cuenco de agua, como si ya supiera cuál es mi respuesta final.

Mis ojos vuelven a la cara inconsciente de papá.

—Está bien.

Me siento en una silla junto a un escritorio mientras el hombre se cierne sobre mí. Me estremezco por tener a alguien que no conozco tocándome, y tengo que clavar las uñas en el fondo de la silla para resistirme. Suavemente gira mi cabeza de un lado a otro, estudiando mis heridas. Luego limpia algunos de mis cortes más pequeños. Al rato se pone a trabajar en mi labio lesionado. Su rostro es serio y centrado, lo que me preocupa.

Parece sentir esta preocupación porque finalmente me dice lo que quiero saber:

—El corte es profundo. Necesitará puntos.

—Oh —hago una mueca mientras lo veo limpiar una aguja y enhebrarla con un hilo oscuro.

Él se encuentra con mis ojos cuando comienza a bajar la punta de la aguja hacia mi carne rota.

—Aquí no hay nada que lo adormezca. Te va a doler.

Trago saliva y hago mi mejor cara Stark.

—Mira, he tenido un día realmente malo. Cualquier cosa va a parecer un picnic en comparación con la bomba que explotó a mis espaldas esta mañana.

Él me da una pequeña sonrisa, pero no puedo decir si le hizo gracia o si lo está haciendo para hacerme sentir mejor. De cualquier manera, la sonrisa se desvanece rápidamente y se reenfoca. Me estremezco cuando siento que la aguja me pincha en el labio y luego la cuerda tira, causando una sensación terrible. Mis puños se aprietan en los bordes de la silla con incomodidad.

—¿Cómo te llamas? —el hombre pregunta, viendo que necesito una distracción.

—Lisa. ¿Y usted?

—Yinsen.

—Es bonito —mi respuesta es interrumpida por el pequeño grito que sale de mis labios.

Él frunce el ceño con simpatía.

—Lo siento, lo siento.

—No pasa nada —le susurro en voz baja.

—¿Cuántos años tienes?

—¿No sabe que a una dama no se le debe preguntar su edad? —intento sonreír antes de recordar que esto probablemente no sea aconsejable cuando está pasando una aguja en mi labio—. Cumpliré catorce el próximo jueves.

—Lo siento —hace una mueca de enojo y simpatía por mi comentario antes de atar un nudo en el extremo de la cuerda—. Listo.

Me toco lentamente el labio y siento una cuerda que me ata la carne. No es la primera vez que tengo puntos, pero sí es la primera vez que los tengo sin luces de hospital y personas vestidas con uniformes médicos. Se da  vuelta y se lava las manos una vez más. Luego se pone a trabajar para afeitarse el vello facial desaliñado.

Nos sentamos en silencio durante unos minutos antes de que pregunte en voz baja:

—Yinsen, ¿cuánto tiempo lleva aquí?

Se toma un tiempo para responder.

Lentamente, me mira con lágrimas en los ojos mientras susurra:

—Demasiado tiempo, Lisa, demasiado.

Asiento un poco, mirando mis manos temblorosas mientras sueltan la silla y caen en mi regazo. De repente hay un fuerte jadeo de aire y un movimiento salvaje. Yinsen y yo nos volteamos rápidamente.

Una voz muy aterrorizada, pero cansada, grita:

—¡Lisa, Lisa!

Salto de detrás de Yinsen y me pongo de rodillas junto a papá.

—Hola, estoy aquí. Soy yo.

Él me mira con ojos incrédulos.

—¿Estás bien, Lees?

—Sí, estoy bien.

Él deja escapar un gran suspiro de alivio antes de recostarse en el catre. Levanta la mano y comienza a sacar el tubo de su nariz. Me dan náuseas, por lo que tengo que mirar hacia otro lado. Finalmente, lo tira y respira hondo. Coge una taza de agua de la mesa, pero su brazo queda atrapado en los cables de la batería, haciendo una mueca al tirar de su cuerpo. Lenta y terriblemente, sigue los cables hasta su pecho vendado. Sus ojos se abren de terror y, jadeando, comienza a revolverse un poco.

—¡¿Qué me han hecho?! —demanda saber—. ¡¿Qué me han hecho?!

—Papá —susurro, pero no me escucha.

Comienza a rasgar la venda hasta que obtiene una visión clara del objeto redondo de metal implantado en su pecho.

Se apresura a arrancar los cables de la batería cuando Yinsen habla desde detrás de mí.

—Yo que usted no lo haría —dice con indiferencia.

Mirando, papá se levanta y balancea sus piernas alrededor del otro lado del catre.

—¡¿Esto qué es?!

—Un electroimán —responde Yinsen— junto a una batería de coche para evitar que la metralla entre en su corazón.

La mirada de papá se dirige a mí para que le explique, así que lo intento.

—La bomba lanzó metralla a tu pecho. Yinsen quitó todo lo que pudo con la cirugía, pero aún hay muchas cosas que no pudo. Supongo que aún va a alguna parte de tu corazón.

—Al tabique interatrial —Yinsen asiente.

Asiento también y digo en voz baja:

—Sí, eso.

Papá lo mira irritado con desinterés.

—Mira, ¿quiere verla? —Yinsen se acerca a la mesa y recoge un pequeño frasco de vidrio—. Tengo un souvenir.

Yinsen sacude los fragmentos de metal en el frasco y se lo arroja. Papá lo atrapa fácilmente con una mano y lo mira con esa misma expresión en blanco, irritada. Descanso los codos sobre el catre mientras lo veo girar los fragmentos de metal en el frasco.

—En mi pueblo los llamamos los muertos vivientes —los ojos de papá miran fijamente un punto en el suelo, sin expresión— porque las púas tardan más o menos una semana en llegar a los órganos vitales —concluye Yinsen.

Entonces, básicamente, mi padre es un hombre muerto.

Respiro hondo. Papá se aclara un poco la garganta, reajustando los hombros y abrochándose la chaqueta.

Luego él nos mira y pasa la vista al techo al ver las cámaras de seguridad conectadas a la esquina de la sala. Yinsen y yo seguimos la mirada de papá.

—Eso es —Yinsen asiente y dice sarcásticamente—: ¡Sonría!

Papá frunce el ceño y vuelve a estudiar nuestro entorno.

No hay nada que ninguno de nosotros pueda decir. Él está pensando y sé que cada vez que tiene un pensamiento tan profundo tengo que dejarlo solo. Miro mis zapatos Converse y deslizo mi pulgar sobre la estrella a un lado de mi tobillo, frotando la suciedad y la sangre. Sorbo un poco la nariz, tratando de contener mis lágrimas. El pánico vuelve a surgir cuando me doy cuenta de lo que podrían hacernos, incluso si papá está aquí ahora. Lucho contra los recuerdos que llueven sobre mí, recordándome mi existencia antes de que mi padre entrara en mi vida. El terror que sentí me resulta extrañamente familiar. Pero no puedo entrar en pánico. Tengo que mantener la calma. Por papá. Por mí. No ayudará si soy un desastre emocional.

Siento dedos suaves tocando mi barbilla, levantando mi cara. Papá estudia mis heridas y luego apunta hacia mi labio cosido.

—¿Te lo hicieron ellos?

No respondo, pero eso es todo lo que él necesita saber.

Aprieta la mandíbula y mira a la puerta cerrada.

—Voy a sacarte de aquí. Lo prometo. No dejaré que te hagan daño otra vez.

Miro su rostro decidido y enfadado.

—¿Vale? —dirige su atención hacia mí.

—Vale.

Me toma la cara entre las manos y besa mi frente.

—Súbete al catre y descansa un poco.

Asiento antes de subir al delgado colchón y deslizarme a su lado. Me rodea con el brazo y suelto el suspiro que no sabía que estaba conteniendo. En lo que parece ser la primera vez en mucho tiempo, me permito relajarme. Finalmente me siento segura mientras apoyo mi cabeza contra su brazo. Cierro los ojos y acurruco mi espalda en su costado, recordando cuando solía hacer esto de niña. Me hizo sentir a salvo, igual que ahora. Pero, aunque me sienta protegida por el momento, aún no estoy lo suficientemente tranquila como para dormir.

—Eres Tony Stark, ¿verdad? —la voz de Yinsen entra en mis sentidos.

Papá lo mira sin responder.

—Nos conocimos una vez, en una conferencia técnica en Berna. En 1999, creo recordar.

—No me acuerdo —responde papá.

—Claro que no —dice Yinsen con una pequeña sonrisa—. Yo estando tan borracho no me hubiera mantenido en pie, y menos dar una conferencia sobre circuitos integrados.

Yo sí lo recuerdo. Ocurrió dos semanas después del accidente de coche. Papá estaba fuera de control. Estaba solo. No quería traerme con él a Suiza, pero Pepper lo convenció. Le había dicho que necesitábamos estar juntos en Año Nuevo. Mientras caminábamos por la fiesta después del discurso de papá, me separé de él, Happy, y una amiga suya. Pasé el año nuevo con un completo desconocido y papá ni siquiera se dio cuenta de que me había ido hasta la mañana siguiente. Cuando me encontró y nos fuimos a casa, Pepper y tía Peggy gritaron lo suficiente como para sacarlo de la rutina en la que se encontraba. Las dos me lo devolvieron, pero entonces supe que mi padre estaba más roto por la pérdida de sus padres de lo que pude imaginar.

Papá no dice nada, probablemente recuerda lo mismo que yo.

—La siguiente vez nunca hablamos, pero recuerdo haberle visto. Fue en una convención de armas en Wakanda, creo. Estaba muy distraído —sigo sin escuchar ninguna desaprobación en la voz de Yinsen—. Se fue temprano, a mitad de su explicación de los beneficios del 'miedo' y el 'respeto', si recuerdo bien.

—Ah, ya —dice papá, algo pensativo—. Me acuerdo. Eso fue hace unos años. Lisa intentó llamarme y enviarme mensajes durante aquello. Me fui porque incendió la cocina de la suite de nuestro hotel.

Me sonrojo de vergüenza, a pesar de que ninguno de ellos puede ver mi cara.

—¿Incendió? —pregunta Yinsen, divertido.

—Sí, quería hacer una bomba casera, pero estalló en la cocina antes de estar lista —dice papá con una leve sonrisa en su tono y luego hay una pausa—. ¿Tienes familia, Yinsen?

—Sí, y la veré cuando salga de aquí —responde Yinsen con seguridad—. No sabía que tenía una hija. Es suya, ¿verdad?

—Sí, es lo mejor que he creado.

Sonrío un poco mientras me acurruco más a su lado.

—Cuando le vi por primera vez, pensé que era el hombre que lo tiene todo y nada, pero ahora veo que el hombre que no tiene nada tiene algo —comenta Yinsen en voz baja antes de decir—. La madre de su pequeña debe estar asustada de su ingenio.

Las lágrimas amenazan con formarse en mis ojos nuevamente. Mi madre. Me pregunto dónde está. Han pasado doce años desde que me dejó en el basurero. Cuando se fue, me dijo que la olvidara porque ella se olvidaría de mí. Supongo que nunca pensé que en el fondo lo decía en serio. Pensé que tal vez algún día volvería a amarme. Me pregunto si está ahí afuera, escuchando lo que me pasó, aterrorizada de que yo pueda estar muerta. De alguna forma no creo que papá o yo creamos que lo está.

Era alrededor del anochecer en mi décimo cumpleaños que apagué las diez velas de mi pastel de vainilla. Cuando el humo flotó sobre mi cara, le sonreí a mi familia, aplaudiendo. Rhodey se dejó caer en la silla a mi lado cuando Pepper trajo los platos. Papi me dio un beso en la frente y me dio una sonrisa.

—¡Feliz cumpleaños, pequeñaja!

—Gracias, papi —besé su mejilla.

Me revolvió el pelo y se rió de mí antes de cortar el pastel. Happy se sentó al final de la mesa y le dio un mordisco a la masa de galletas. Pepper nos entregó un plato a cada uno mientras papá continuaba repartiendo el pastel.

—¿Qué me has deseado, Lees? —preguntó Rhodey mientras cortaba su trozo.

—¿A ti? Lo siento, estoy obligada a guardar el secreto, pero admitiré que no fue nada sobre ti.

—Ouch —papá sonrió.

—¿Secreto? —cuestionó Rhodey.

—Mmhm —asentí, lamiendo el glaseado de mi tenedor—, si le dices a la gente lo que deseas, no se hará realidad.

—Venga, pequeñaja, eso ni es verdad —papá sacudió la cabeza hacia mí.

—Uh, sí lo es, Tony —Pepper se sentó a su lado.

—Es evidente que estés de acuerdo con ella —Rhodey sacudió su tenedor hacia Pepper—, seguramente se lo has contado tú.

—No, fui yo —anunció Happy—. Y es verdad.

—¡Gracias, Happy! —Pepper le hizo un gesto, asintiendo con la cabeza.

Papá abrió la boca para replicar cuando el timbre lo interrumpió.

Su rostro se convirtió en sorpresa.

—Huh. Pep, no esperamos a nadie, ¿verdad?

—No —Pepper sacudió la cabeza.

—¿Y cómo han pasado a Jarvis? —preguntó papá, pensativo.

—¡Voy yo! —exclamé, deslizándome de mi silla y corriendo hacia la puerta principal.

La abrí y sonreí al ver a nuestro inesperado invitado. Mis ojos se abrieron y pensé que tal vez me desmayaría al ver a la mujer de pie frente a mí. Tenía el pelo rojo intenso y los ojos azules y salvajes. Sus pálidos labios se torcieron en una sonrisa cuando me vio. No estaba realmente segura de lo que pensaba cuando abrí la boca. La mujer simplemente se mofó y puso los ojos en blanco cuando el grito surgió de mis pulmones. Escuché pies golpeando el suelo hasta que una mano me agarró del brazo y me echó hacia atrás. De repente, el cuerpo de papá estaba frente al mío y Pepper me sostenía. Rhodey y Happy se quedaron a ambos lados de papá, como si estuvieran listos para una pelea.

La sonrisa en el rostro de la mujer se amplió.

—Oh, Tony, ¿no reconoces a tu ex-mujer?

—¿Ex-mujer? —Rhodey miró a mi padre.

—Sí —respondió papá distraídamente, sin apartar la vista de la mujer frente a nosotros—, estuvimos casados casi un día.

Ella parpadeó con sus lindos y salvajes ojos.

—El tiempo suficiente para crear a esa cosa —los ojos de mamá bajaron de papá a mí.

Apoyé mi cara contra la espalda de mi padre.

—Como vuelvas a referirte a ella de esa forma —los ojos de papá se entrecerraron—, juro que haré que te arrepientas para toda tu existencia.

Mamá se rió y los oídos me dolieron.

—A diferencia de mí, Tony, tú estás lleno de amenazas vacías.

Papá dio un paso hacia ella y Happy lo tomó del brazo, haciendo que se detuviera. Me agarré a su mano, manteniéndolo a mi lado.

—¿Cómo has entrado? —cuestionó Happy con una expresión grave y confusa.

—¿Crees que Tony se casaría con alguien que carece de habilidades técnicas? ¿Aunque fuera por un día? —preguntó ella sarcásticamente.

—Dame una buena razón por la que no debería romperte el cuello —papá la fulminó con la mirada—. Créeme, los ricos son muy buenos para esconder un cadáver.

Pepper apretó su agarre sobre mí cuando mamá se acercó, y eso no pasó desapercibido.

—Uh oh, preciosa, ¿tan rápido reemplazaste a tu madre?

Tragué saliva cuando Pepper la miró con el ceño fruncido.

Mamá se inclinó y apoyó las manos sobre las rodillas.

—Sin todos los cortes y moretones puedo ver que eres preciosa, Lisa.

Papá dio unos pasos rápidos hacia ella antes de que Happy pudiera detenerlo. De repente, la agarró por el cuello y golpeó su cuerpo contra la pared. Pepper jadeó y grité antes de enterrar mi cabeza en su pecho.

—Whoa, whoa, whoa, calma, tío —Rhodey se movió detrás de él—. Ella no vale la pena.

—¿Qué quieres? —papá siseó entre dientes.

—¿Qué crees que quiero, Tony? —ella preguntó con voz ronca.

—No sé que coño te pasa por la cabeza —papá frunció los labios—, pero estás en un nivel muy alto de psicopatía.

—Mi hija —sonrió ella.

Me aparté de Pepper para mirar a mamá con los ojos muy abiertos y aterrados.

—Me lo debes —continuó.

—¿Qué te lo debe? —pregunté en voz baja.

—Me quitaste a mi niñita, Tony Stark, y quiero que me la devuelvas.

Papá soltó una corta y amarga risa.

—No te la quité, Janice. La perdiste cuando tú y tus amigos decidisteis maltratarla. No te debo nada.

Sus ojos se posaron en mí.

—Lisa, ¿recuerdas esos tres días que te encerré en el armario?

Sentí mi rostro palidecer ante el recuerdo.

Papá apretó su mano alrededor de su garganta.

—¡No te atrevas!

—¿Recuerdas cómo dejé que Mikey te golpeara con ese bate?

—¡Haz que pare, Tony! —dijo Pepper en tono de advertencia.

—¡Deja de hablar! —rugió papá.

—Aunque llames a la policía, te buscaré tan pronto como salga. Tú no quieres que haga eso, ¿verdad, Lisa?

Mis manos volaron hacia mis oídos, así que no tuve que escucharla hablar sobre lo que hizo o quería hacerme. Papá le dio un último empujón antes de retroceder, todavía con el ceño fruncido.

—¿Cuánto quieres?

Mamá sonrió y se alisó la camisa.

—¿Cuánto crees que vale?

—Lo dudo —dice papá con amargo desapego—. Dejó a nuestra hija de dos años en un contenedor de basura hace más de una década.

—Lo siento. Ningún niño debe lidiar con la pérdida de un padre.

Papá no responde, eso me hace preguntarme qué está pensando. Me pregunto si realmente se está dando cuenta de cuán similares somos. Los dos tuvimos un familiar que no mostró amor alguno por nosotros. Quizás es por eso que papá siempre se esforzó tanto conmigo. Siempre fue muy protector y gentil; algo que nunca he visto de él con nadie más, incluso con Pepper la mayoría de las veces. Donde era descuidado con todos los demás, siempre fue muy cuidadoso conmigo. Tenía unos siete años cuando me di cuenta de lo difícil que debía ser para él ser un buen padre cuando nunca tuvo una buena figura paterna, pero fue bastante bien, para sorpresa de todos.

—¿Dónde estamos? —papá finalmente habla, cambiando de tema.

Yinsen parece estar a punto de hablar la puerta de metal se abre de repente. Me levanto de golpe, mirando la puerta con horror. Yinsen se aleja del fuego y corre hacia el frente del catre. Papá lo mira con los ojos muy abiertos y expectantes.

—¡Vamos, de pie! ¡Arriba! —Yinsen insta suavemente, agarrándonos.

Papá ayuda a mis piernas temblorosas a levantarse y se pone a mi lado, todavía con un brazo alrededor de mis hombros. Sus ojos miran fijamente la puerta y puedo ver que está luchando mentalmente contra el miedo.

Haced lo que yo —dice Yinsen lentamente, puedo escuchar la preocupación en su voz.

Me siento mareada otra vez y mi estómago se siente nauseabundo.

Papá lo mira como si no pudiera procesar lo que va a pasar.

—Las manos arriba —nos dice Yinsen rápidamente.

Mis manos tiemblan cuando levanto mis brazos sobre mi cabeza. El brazo de papá lentamente deja mi hombro al levantar también sus padres. La puerta se abre y esos hombres conocidos entran, armados hasta los dientes. Me doy cuenta de que el hombre calvo, el que me golpeó, no está presente. Los ojos de papá se abren mientras los mira.

—Papá —digo en voz baja, viendo lo que él.

—Son mis armas —dice papá incrédulo—, ¿cómo han conseguido mis armas?

Yinsen se acerca a nosotros, susurrando con urgencia:

—¿No lo entendéis? ¡Haced lo que yo hago!

El hombre corpulento de antes emerge cuando algunos otros hombres se alejan. Lleva papel enrollado en la mano y está sonriendo. Levanta los brazos sobre su cabeza y comienza a hablar en lo que supongo que es árabe. Temo lo que podría estar diciendo, pero papá solo lo estudia con cautela. Corpulento, como yo lo llamo, sigue hablando mientras se mueve hacia nosotros. De repente entiendo dos palabras entre su discurso: Tony Stark. Mis ojos miran aprisa a mi padre, que se da cuenta de mi mirada y trata de parecer indiferente.

—No pasa nada —me susurra, pero no creo que sea cierto.

Corpulento continúa y luego le indica a Yinsen que traduzca.

—Dice: bienvenido, Tony Stark, el genocida más famoso de toda la historia de América —nos explica Yinsen, sin apartar la vista de Corpulento por mucho tiempo.

Creo que voy a vomitar.

Papá asiente un poco, pero su mandíbula se aprieta y su expresión facial permanece igual.

Corpulento continúa mientras se señala a sí mismo y luego a papá mientras Yinsen dice:

—Es un honor —papá asiente un poco más—. Quiere que construya el misil. El misil Jericho de demostración —Yinsen coge el papel del hombre para enseñárnoslo—. Este.

Miro el papel del misil cuya demostración fue hace poco. Si solo hubiéramos sabido lo que iba a suceder, tal vez podríamos haber evitado esto. Es muy tarde. No podemos evitar lo que sucedió, pero podemos evitar lo que vendrá después. Vi lo que Jericho puede hacer y me imagino lo que harían los terroristas si lo pusieran en sus manos. Así que, si papá construye el misil, estos hombres ganan.

Echo un vistazo a la cara de papá mientras mira la foto y luego a los hombres. Está respirando pesadamente, pensando mucho. El hombre ante nosotros parece confundido e irritado por su vacilación. Los hombres agarran sus armas con más fuerza. Papá finalmente me mira y presiona sus labios en una delgada línea. Ha tomado una decisión. Presiono mi costado contra el suyo, tratando de acercarme lo más posible a él. Luego vuelve a mirarlos con una cara un poco preocupada.

—Me niego.

Ni siquiera pasa un segundo antes de que nos agarren, arrastrándonos hacia la salida, lejos del último lugar seguro que creía que teníamos.

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