CAPÍTULO 8

Pasé una noche horrible. Los pocos instantes en los que permitía a mi cuerpo descansar estaban plagados de pesadillas en las que Anna sufría toda clase de tormentos por parte de mi padre y sus secuaces. En todas ellas, estaba a punto de salvarla, pero en el último momento pasaba algo que me hacía perderla para siempre.

Durante el tiempo en el que no soñaba, estaba pendiente de Stuart. Aún no me fiaba de él, estaba seguro de que algo tramaba para echar por tierra nuestros planes. No hizo nada en toda la noche, aunque podía sentir su respiración irregular en muchos momentos. Puede que, al igual que yo, estuviese teniendo algunas pesadillas. Pensar en ello me causó una especie de placer vergonzoso, pues significaba que los remordimientos le estaban jugando una mala pasada y me alegraba creer que no podía descansar tranquilo.

Nos levantamos, casi al unísono, cuando el sol aún no había salido del todo y, sin mediar palabra, fuimos juntos a la sala de entrenamiento. Allí nos encontramos con Rob. Sospeché que sabía lo que íbamos a hacer, pues había traído algo de desayuno para los tres. Estuvo hablando, con falso ánimo, durante unos minutos. Intentaba calmar el ambiente, aunque la falta de sueño y los nervios hacían que me encontrase cada vez peor y con más ganas de ir a la mansión de mi padre y ponerme a romper puertas hasta encontrar a Anna.

—Bueno, creo que iré a visitar a las chicas. Puede que ya se hayan despertado —dijo Rob mientras miraba su teléfono—. No conseguí averiguar nada de Lupin o Sonia, pero ahora que ellas saben más o menos lo que está pasando he pensado que pueden tener información.

—No saben que están del lado de mi padre —respondió Stuart, dando un sorbo de su café.

—Ya, pero puedo intentar sacar el tema de forma casual. Se me dan bien esas cosas.

—A lo mejor ya lo ha hecho Lily —dije, estirándome. Tenía los músculos atrofiados de no descansar bien.

—Es posible, entonces eso que llevo adelantado. —Se levantó de la silla y cuando nosotros hicimos lo mismo, nos detuvo con un gesto de su mano—. Será mejor que os quedéis aquí, entrenando. No hace falta que vayamos todos.

Arrugué el ceño, pensativo. Estaba seguro de que Rob estaba intentando que Stuart y yo pasáramos tiempo solos. Miré hacia mi hermanastro, que había comenzado a devorar el sandwich del desayuno, ajeno a las posibles triquiñuelas de su mejor amigo. Rob, en silencio, lo señaló con la cabeza y supe entenderle sin palabras. Quería que nuestra relación mejorase, al menos hasta que encontrásemos a Anna. Entendía que era importante para que el plan saliese bien que no hubiese rencillas entre nosotros, pero me era muy complicado fingir normalidad cuando no confiaba plenamente en él. Y tampoco entendía por qué Rob si lo hacía. Puede que estuviese fingiendo o, simplemente, que su forma de ser le hiciese confiar en todo el mundo.

Salió de la sala, con paso animado, justo cuando Kevin llegaba. Le dio la mano, sin detenerse, antes de proseguir su camino. Llevaba una sudadera azul con capucha, que tapaba casi por entero sus facciones. Parecía bastante casado y ojeroso. Ese era el aspecto que debíamos tener todos.

—No os he escuchado cuando os habéis ido —dijo el rubio mientras bostezaba—, pero me he imaginado que estabais aquí.

—Vamos a entrenar un poco, ¿te apuntas? —preguntó Stuart, levantándose de su sitio y comenzando a hacer estiramientos.

—No sé, viéndote calentar cualquiera diría que te estás preparando para una batalla en vez de para practicar con tus compañeros —contestó Kevin cruzándose de brazos.

—Esto es una guerra, Kevin. Tenemos que centrarnos en ello. No son las tonterías a las que estáis acostumbrados en el club de magia. —Solté una carcajada, haciendo que me mirase con seriedad—. ¿Qué? Deberíais empezar a tomároslo en serio.

—Nos lo tomamos en serio, capullo —respondí sin intentar contenerme—. No todos necesitamos estirar los músculos para no atrofiarnos en la batalla.

—Tú mismo. —Puso sus brazos tras la espalda, enlazando las manos—. ¿Empezamos?

Kevin, notando la tensión que había en la sala, se apartó colocándose en una de las sillas más alejadas del centro de la sala sin mediar palabra. Stuart movió el cuello de un lado a otro, haciendo sonar un leve crujido. Se colocó en posición de ataque y tuve que centrarme para no ponerme a lanzar luces a lo loco. Mi mente sabía que era solo un entrenamiento, pero algo en mi interior tenía ganas de hacerle mucho daño.

Comencé a canalizar mi don en mis manos, creando unas pequeñas bolas con rapidez que lancé hacia mi hermanastro. Estaba preparado, tal y como imaginé, por lo que las esquivó con facilidad. Al hacerlo, aprovechó para atacarme con luces rojas de un tamaño mayor que las mías. Pude bloquearlas con un pequeño escudo de luz, por lo que comprobé que, al igual que yo, no estaba usando todo su potencial.

—Gastas energía innecesaria, Peter —dijo Stu poniendo las manos en la cintura—. Podías haberlas intentado esquivar en vez de crear el escudo, eran débiles y lo has visto venir.

Tenía razón, pero mis movimientos estaban siendo más torpes de lo normal, pues el cansancio hacía mella. No iba a admitir que tenía razón, en vez de ello quise probar mi punto y obligarlo a utilizar un escudo. Gruñí y, en respuesta, lancé más luces esperando que alguna diera en el blanco. Ninguna le rozó, pues sus movimientos atléticos hicieron que pudiese evitarlas todas.

Cambié mi táctica, creando una luz mucho más grande que las anteriores, y lanzándola mientras las demás aún estaban en movimiento. Al final, tuvo que utilizar un escudo de luz roja, lo que me sacó una pequeña sonrisa. Pude ver como gotas de sudor perlaban su frente, pero no parecía enfadado, más bien divertido.

—No está mal —dijo, lanzando una luz en mi dirección que esquivé con facilidad.

Aprovechando la amplitud de la sala de entrenamiento, comenzó a correr alrededor de mí, lanzando pequeñas bolas que me obligaban a girar sobre mí mismo para detenerlas. Sabría que mi mejor opción ante esto era obligarlo a detenerse, pero su velocidad y reflejos hacían imposible que siguiese su ritmo. Lo único que podía hacer era protegerme y rezar para no terminar mareado.

—¿Esa va a ser tu táctica? ¿Dar vueltas como un cobarde? —pregunté, intentando ganar tiempo—. Seguro que nuestro padre agradece que hayas aprovechado tan bien sus entrenamientos.

Se paró en seco y noté que la mención le había molestado por la mueca en su rostro. Aproveché esa desestabilización para acercarme a él, lanzándole luces a ambos lados y obligándole a retroceder hacia una zona donde no podría tener tanta movilidad. Sabía que, a esas alturas, el color fucsia había acudido a mis ojos. Notaba el poder en todos los poros de mi cuerpo e incluso el cansancio había desaparecido un poco. Stuart estaba acorralado en una de las esquinas bajo el escenario. Me erguí, acariciando la victoria.

—¿Te rindes? —pregunté mientras jugueteaba con una luz fucsia entre mis manos.

En respuesta, una sonrisa se dibujó en su rostro y comenzó a correr hacia mí. Me sorprendió tanto su acción que comencé a atacarle, pero creó un escudo y al tenerlo cada vez más cerca me era imposible apuntar a otras partes de su cuerpo. Antes de que pudiese pensar otra táctica, acabó embistiéndome con fuerza haciendo que acabase en el suelo. El duro suelo golpeó mi espalda y tuve suerte de que no me di en la cabeza.

—¿Te rindes? —dijo con sorna sentando en mi estómago y apuntando una de sus luces rojas a mi cara.

—Levántate, idiota.

Lo hizo con una sonrisa, haciendo desaparecer las bolas de luz y tendiéndome una mano, que acepté a regañadientes. Toqué mi nuca, dándome cuenta de que destellos de color rojo empezaban a desaparecer de ella. Por eso no me había golpeado la cabeza contra el suelo, Stuart lo había impedido para que no me hiciese demasiado daño. Saberlo me causó una sensación extraña de la que no dije nada, porque yo no hubiese hecho lo mismo.

—¿Has visto la táctica que he utilizado? Si consigues esquivar ataques y guardas parte de tu don, en caso necesario tu escudo será más fuerte. Además, con lo grande que eres puedes causar bastante daño si impactas con tu oponente.

Asentí, dándole la razón. Era verdad que mi entrenamiento siempre se había basado en usar las luces de manera efectiva, pues era para lo que practicábamos en el club de magia. Además, la mayoría de nosotros lo utilizaba para controlar nuestro don, no para pelear. Estaba seguro de que los conocimientos de Stuart nos servirían. Que pudiese ser un sucio traidor no quería decir que no aprovechásemos sus técnicas.

—¡Yo también quiero! —gritó Kevin acercándose a nosotros. Se me había olvidado que estaba allí. Llevaba demasiado tiempo callado.

—Para ti será más complicado aprovechar tu cuerpo para derribar a alguien —contestó mi hermanastro mientras lo miraba de arriba a abajo—, pero si eres rápido puedes tener otro tipo de ventajas.

—Soy rápido. —Me miró, esperando mi confirmación—. Díselo.

—Bueno, según con quién lo comparemos.

—Soy rápido —repitió mirando a Stuart e ignorando mi comentario.

—De acuerdo. —Rio ante la seriedad del rubio—. Vamos a ver qué podemos hacer contigo.

Me alejé de ellos, sentándome en el mismo lugar en el que Kevin había estado. Los observé con las manos en los bolsillos, intentando aprender las técnicas que utilizaba mi hermanastro. Durante un instante, me recordó a mi padre en su pose y gestos, pero fijándome más comprendí que él tenía una paciencia y suavidad que Patrick Shein no había conocido nunca. Era difícil conseguir que Kevin realizase la más mínima acción sin tomárselo a broma y parecía que Stuart lo estaba consiguiendo.

Pasamos la mañana aprendiendo distintas técnicas, incluso realizando ataques en equipo combinando bolas de distintos colores, fuerza y tamaños. Incluso aprendí a hacer que alguien perdiese el equilibrio al pisar una de mis luces. Cuando nos dimos cuenta, estábamos exhaustos y sudorosos, con dolor en muchas partes de nuestro cuerpo, pero bastante satisfechos.

—Veo que habéis sabido aprovechar la mañana.

La voz de Rob nos interrumpió justo cuando Stuart y yo estábamos intentando acertar a Kevin, que se estaba escondiendo tras la fila de sillas. Parecía contento de vernos cooperar. Cambié mi pose, pues no quería que pensase cosas que no eran. Aún creía que Stuart estaba intentando aprovechar la menor oportunidad para traicionarnos de nuevo, pero no era tan tonto como para no darme cuenta de que sus técnicas de lucha nos vendrían muy bien en caso necesario.

—Tenías que haber estado, Rob. No sabes la paliza que les estoy dando...¡Ay! —Una luz roja impactó suavemente contra su cabeza, que había asomado desde su escondite.

—¡No bajes la guardia, Kevin! —gritó Stuart entre risas.

—Luego me enseñas tus trucos, Kevin. El profesor nos está buscando. —Comenzó a andar hacia la puerta y le seguimos.

—¿Ha pasado algo? —pregunté, preocupado.

—No, pero tenemos que planear el rescate. Queda poco tiempo y, aunque es importante saber defendernos, si conseguimos hacerlo bien puede que no lo necesitemos. Saldremos antes de que se den cuenta de lo que hemos tramado.

Ojalá tuviese razón, pero estaba seguro de que no iba a ser tan fácil. Moví los brazos mientras caminaba, sintiendo el dolor del entrenamiento. Al terminar, la adrenalina había abandonado mi cuerpo y volvía a sentirme cansado y ansioso.

Esperaba que Anna estuviese bien.

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