CAPÍTULO 13

Mientras me dirigía hacia la mansión Hastings tenía bastante claro que lo que estaba a punto de hacer era una locura. Conforme el atardecer iba dando paso a la noche, mis ideas se aclaraban y una parte de mí gritaba que diese la vuelta y continuase con el plan acordado con los demás. Pero no podía evitar que las palabras de Kevin se clavasen en mi mente como pequeñas agujas.
"Y nosotros somos los chicos buenos a los que todos quieren y no necesitan demostrar nada. Dejemos que el chico buenorro, inalcanzable y cuestionable queme el mundo para redimirse. Puede que Anna vuelva a enamorarse de él..."

Sabía que no tenía que demostrar nada. Que esas cosas a las que hacía referencia mi amigo solo pasaban en las películas o novelas y en la vida real las cosas eran de otra manera. Aún así, no podía evitar seguir avanzando hacia la mansión. Estaba en piloto automático.

Aparqué el coche cerca del camino, escondido entre algunos árboles y matojos que lo dejaban oculto de cualquiera que pasase por ahí. Solo tuve que caminar unos pasos más para poder llegar al muro que rodeaba la finca. Mi padre era un obseso de la seguridad, por lo que la altura de la construcción era engañosa. Solo medía unos tres metros, pero había cámaras en sitios estratégicos que delatarían enseguida a cualquiera que quisiese entrar.

Tenía un as bajo la manga, pues de pequeño había pasado bastante tiempo en esta mansión y uno de mis juegos preferidos era descubrir los puntos ciegos de esas cámaras para evitar que saltase la alarma. A mi padre no le gustaba y eso lo hacía mucho más emocionante, pues el premio por conseguirlo era evitar sus castigos. Solo esperaba que no hubiesen cambiado la posición de estas durante los años. A mi favor, la mansión no se utilizaba mucho desde que murió mi madre, así que era posible que así fuese.

Antes de acercarme, busqué uno de los árboles que utilizaba como referencia. Había pasado el tiempo, pero aún eran reconocibles. Me fue fácil encontrar el gran roble con las ramas torcidas que delataba uno de los puntos ciegos. Solo tenía que apoyar mi espalda en él y caminar en línea recta hacia el muro.

De repente, escuché unos pasos dentro del bosque y me escondí para no ser visto. El color fucsia acudió a mis ojos, pero no creé bolas de luz para no delatar mi posición. Incluso puede que solo fuese un animal, aunque en cuanto comencé a escuchar murmullos descarté esa posibilidad.

—¡Joder! ¡Maldito bosque! ¿Por qué me tengo que rozar con todas las plantas que tienen espinas?

Reconocí la voz de Rob y respiré aliviado, relajando mi posición de ataque y dejando que mi Don se calmase. No me duró mucho, pues me di cuenta de que se acercaba al muro y, por la zona en la que estaba, dispararía la alarma en cuanto tocase la parte superior de este.

—¡Espera! —Rob se dio la vuelta colocándose en posición. No me veía desde su posición—. Soy yo, Peter. No te acerques al muro. Ven.

Intenté no alzar mucho la voz y usar frases cortas para que me entendiese. Se acercó hacia el árbol y se quitó el pasamontañas que estaba usando. Su pelo rubio se encontraba apelmazado por el sudor e iba completamente vestido de negro. Me di cuenta en ese momento de que iba mucho más preparado que yo. Una sudadera gris y unos vaqueros no eran la ropa más cómoda para realizar un rescate.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, nervioso, mientras miraba alrededor.

—Tenías todo esto planeado —afirmé ignorando su pregunta.

—Por supuesto. ¿Qué te pensabas? —Se colocó a mi lado, apoyado en el árbol. No había casi espacio para los dos en el gran roble—. Mi hermana está secuestrada por tu padre. No os conozco tanto como para confiar en vosotros y siento todo el rato que me estáis ocultando cosas. Es imposible que me quede de brazos cruzados esperando a que todo salga bien.

El Don negro acudió a sus ojos haciendo un contraste bastante intimidante. Tenía toda la razón. Desde el día de la fiesta en la que supe que Anna había visto las luces fucsias, las decisiones que habíamos tomado nos habían llevado hasta este momento. Puede que si le hubiese contado la verdad desde el principio, las cosas hubiesen ido por otro camino.

—Esto es una locura. —Me llevé las manos a la frente, intentando centrarme.

—Puede, pero no estoy dispuesto a dejar que mi hermana pase un día más allí sin intentar hacer nada. No me vas a convencer.
Rob se giró y lo agarré del brazo. No tenía intención de impedir que lo hiciese, pues yo mismo tenía el mismo objetivo. Pero, si íbamos a ser dos, había que tener en cuenta muchos más factores de los pocos que había considerado en este arrebato. Me miró con furia, esperando que lo soltase. Me mantuve firme intentando ganar segundos en los que poder pensar.

—Estoy aquí por lo mismo, Rob. Sería un hipócrita si no te dejaste intentarlo. —Sentí como su cuerpo se relajaba comprendiendo que quería ayudarle—. El muro está lleno de cámaras. Te detectarán.

—No me importa. Estoy preparado para luchar contra cualquiera que se acerque.

—Sería peligroso para Anna. No sabemos qué pueden hacer. —Le solté para poder mirar tras el roble.

—¿Qué sugieres?

Señalé hacia la zona del muro donde sabía que se encontraba el punto ciego. Iba a ser complicado hacerlo los dos y más aún cuando Rob no sabía la zona exacta por la que tenía que pasar, que era muy pequeña.

—Allí hay uno de los puntos ciegos por los que tendremos mejor acceso una vez que estemos dentro. Tienes que ir tras de mí, despacio y pisando lo que yo pise. Tocando lo que yo toque. Un paso en falso y puede que no volvamos a tener otra oportunidad.

Asintió en la penumbra mientras se colocaba el pasamontañas y me hacía un gesto para que avanzase. Volví a caer en la cuenta en lo preparado que iba. Seguro que llevaba días pensando en esto. Probablemente desde el momento en el que se enteró de lo que había pasado con su hermana.

Comencé a caminar mientras sentía su presencia tras de mí. Las ramas crujían bajo nuestros pies, pero no era algo que me preocupase. Había muchos animales salvajes por la zona, sobre todo pequeñas alimañas, y no había mucha vigilancia en esa zona. Por eso el sistema de seguridad solo se accionaba cuando te encaramabas al muro. Si no, estaría sonando constantemente cada vez que una ardilla se acercase demasiado a la mansión.

A pesar del frío que había llegado con la noche, el sudor recorría mi espalda cuando coloqué la mano en uno de los salientes. Estaba conformado por pequeñas rocas unidas entre sí en las que era casi imposible agarrarse, pero conocía bien esa zona y sabía que al ser tan irregulares había algunas que sobresalían un poco más.

—Pon las manos exáctamente donde lo haga yo —susurré mirando a Rob que asintió.

Estuve en tensión constante hasta que plantamos los pies al otro lado del muro. Suspiré, mirando a mi compañero. Por mucho que supiese que estaba en forma, pensaba que su rabia no le iba a dejar concentrarse y acabaríamos cometiendo alguna estupidez. Todo estaba oscuro en el jardín y unos metros nos separaban de la entrada.

—¿Por dónde podemos entrar? —preguntó Rob colocándose a mi lado.

—Solo hay un lugar por el que tendremos una oportunidad.

Caminé agachado acercándome a la casa. Mientras rezaba porque no nos viesen, añadía a mis plegarias que en estos años nadie hubiese cerrado por dentro la entrada al almacén. Cuando era pequeño, existía una pequeña habitación en los sótanos donde mi madre guardaba los recuerdos que había atesorado con los años. Muebles, juguetes, ropa... cosas que tenían demasiado valor sentimental como para tirarlas, pero no tenían lugar en su nueva vida. Mi padre le obligó a deshacerse de todo eso, pues decía que necesitaban mantener una imagen más seria de cara al mundo. No cabían los muebles de colores, los vestidos floridos ni mis libros de aventuras.

Por ello, mi padre nunca quiso saber nada de esa habitación. Seguramente estaba cogiendo polvo desde que mi madre murió y se rompió nuestra relación del todo.

Lo mejor era que tenía una pequeña entrada que daba al jardín. Antes estaba tapada por varios arbustos y la utilizaba para entrar a la casa cuando me escapaba para practicar tranquilamente sin que nadie me viese. Respiré cuando llegamos al lugar sin que nadie nos viese. Cada vez estábamos más cerca de poder salvar a Anna.

—¿Aquí? —preguntó Rob en voz baja.

—Esperemos que esté abierto.

—Yo no veo nada. ¿Es una cosa de esas de magia de Hechiceros que aún no conozco?

Me agaché sin responder a su pregunta. Cuando menos hablásemos, mejor. Aparté unas ramas para dejar al descubierto una pequeña trampilla pegada a la pared. La madera había visto mejores tiempos, aunque sabía que era solo decorativo pues detrás había una placa de metal.

Tiré con fuerza, pensando que era una estupidez. Mi padre se había dado cuenta en algún momento de esta entrada y la selló, haciendo que todo este plan tan precipitado se fuese al garete y nos tocaría hacer lo que dijo Rob: entrar como locos disparando bolas de luz.
Pero, por una vez, el destino quiso estar de mi parte y tras un pequeño forcejeo conseguí abrirla. Asomé la cabeza, comprobando que no hubiese nadie, y le hice un gesto a Rob para que me siguiese. No resultó fácil, durante estos años había crecido demasiado y la abertura nos hizo tener que arrastrarnos por la tierra para poder entrar.

Puse los pies en el suelo de piedra y, al momento, el olor a humedad llegó a mis fosas nasales. No quise utilizar mi Don, por si la luz alertaba a alguien, así que todo estaba a oscuras, pero recordaba exactamente dónde estaba cada cosa. La cesta de picnic con la que salía con mi madre algunos domingos de verano, mis notas y dibujos del colegio, la cómoda que guardaba con tanto cariño de su época de soltera. Los recuerdos me abrumaron durante los segundos que Rob tardó en entrar a la casa.

—Sé que estoy siendo demasiado insistente pero ¿cuál es el siguiente paso?

No me dio tiempo a responderle, pues se escuchó de repente un grito de mujer tan angustioso que me heló la sangre.
Sentí que habíamos llegado demasiado tarde.

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