42:♡Quédate conmigo♡
☆☆☆
Me quedé mirando a Izan, mientras subía a su coche para ir detrás de la mujer que tiene su corazón. Limpié mis lágrimas con el antebrazo y me sobresalté al sentir unos fuertes brazos rodearme desde atrás y el pecho varonil pegado a mi espalda, mientras su tibio alimento me hizo cosquillas cuando habló cerca de mi oído izquierdo.
—¿Por qué te aferras a eso que claramente te hace daño?
Solloce en voz baja ante su pregunta.
¿Por qué me aferraba a un hombre que claramente no me amaba?
Vaya, creo que nunca me había cuestionado algo como eso.
Miré la calle oscura y desolada, y tomando aire, dije:
—Porque me di cuenta que Rhett Walker es todo lo que tuve, pero Izan James es aquello que nunca podré tener. Ahora dime, ¿soy masoquista? —giré el cuello para mirarlo, Enzo seguía detrás mío y sus manos estaban cerradas en mi abdomen.
Suspiró y depositó un cálido beso en mi mejilla, antes de decir:
—No, simplemente eres un ser humano con virtudes y defectos, y si Rhett e Izan no lo notaron, son un par de pendejos a los que no me molestaría sacarle los putos ojos por ciegos e imbéciles.
No evité reír ante su amenaza un poco macabra, aunque claramenteque ambos nombrados eran la misma persona, pero no quise entrar en detalles y lo dejé así. Enzo tomó mi cintura y me hizo girar sobre mi propio eje, a modo de que quedé frente a él; cara a cara. Mi risa se disipó y le dio paso al nerviosismo por su intensa mirada oscura.
—Enzo, yo...
—Shhh, principessa, tú mereces ser venerada y no rechazada. Estas para que te rueguen amor, no para rogarlo. —frotó con delicadeza sus labios contra los míos, pero no me besó —. Déjame demostrarte que no todo en la vida es desamor y dolor, también existen las segundas oportunidades para que una persona nos sane aquello que nos acongoja, con caricias dulces —pasó la yema de su dedo por mi espalda, haciéndome sentir un extraño escalofrío trepar desde mi cintura, hasta la nuca —. Y yo te elegí a ti para mi sanación interior y exterior, ahora te pido... quédate conmigo, Kennedy.
Enzo sonrió al ver mi reacción sorprendida.
—Solo me utilizaras y luego me desecharas. —apunté con desazón.
El italiano negó.
—Solamente he amado a una mujer en mi vida. Corinna fue el amor de mi vida, pero la tragedia nos alcanzó y el sol me la quitó. Juré que nunca me volvería a enamorar de nadie, pero sin duda tu existencia me ha puesto a prueba y sinceramente no sé si pueda cumplir esa promesa luego de conocerte... y probarte.
Sus palabras me hicieron sonrojar. Porque mi conciencia me regresó de vuelta a esa noche en el PUB swinger, la vez que conocí a Enzo y tuvimos un trío exquisito con el amigo de Vladimir. Pese a todo fue una noche memorable. Lo miré directamente a sus ojos cafés oscuros y lamí mis labios.
—Yo soy solo atracción sexual, no creo que sea la sanación que buscas.
—Dame la oportunidad de que eso cambie, principessa. Estoy seguro que eres tú lo que no buscaba, pero sin duda sí lo que necesitaba y por eso estas aquí, conmigo.
—¿Cómo? —indagué perdida en su pantano ocular.
Se inclinó, no me besó pero sus labios casi tocaban los míos y susurró.
—Hacer una limpieza exhaustiva y sacar todo lo que no sirve, para plantarme yo y enseñarte todo lo bueno que traigo entre mi maldad.
—¿Quieres que me enamore de ti?
—Quiero que seas mía, para siempre.
—Pero yo amo a Izan, no puedo simplemente olvidarlo de un momento a otro y amarte a ti solo porque me hablaste bonito. Así no funciona esto, Enzo. —tomé distancia y miré hacia la calle alumbrada por las farolas, por donde minutos atrás, Izan se había ido detrás de Isla.
—Lo sé, pero también me conozco y sé que puedo convertirme en tu todo, solo dame una oportunidad y verás de lo que hablo.
Negué.
—No puedo, lo siento.
—¿Es un no definitivo?
—Sí... o al menos por ahora —añadí rápidamente, haciéndolo sonreír. Carraspeé y continúe —. Primero necesito sellar el amor que aún fluye en mi sangre por un hombre que no debí amar en primer lugar. Tal vez más adelante sea nuestro momento y por muy retorcido que sea el destino, no descarto que posiblemente mi felicidad sea a tu lado, Lorenzo Moretti.
Sonrió de lado y acunó mi rostro.
—Espero que el tiempo se vaya rápido y que en un pronto mañana ya estés conmigo, Kennedy Leah Anderson.
La sonrisa se me borró al escucharlo pronunciar mi nombre completo con tanta familiaridad y confianza.
—¿Cómo...?
—Te investigué —iba a refutar, ya que nisiquiera mi biografía estaba en el Internet y no sabia como es que él lo había investigado, pero él me ganó y continuó con tranquilidad —, no por las razones que crees. No es una obsesión como la que tiene Vladimir por ti, lo mío es más como una curiosidad por saber quien era esa periodista tan importante que tuvo que proteger la DEA y la interpol.
Sonreí ladeada y me llevé las manos a la cara.
—Debes estar decepcionado. Solo era una periodista local, que por chismosa, publicó lo que no debía y casi le cuesta la vida.
—Al contrario, me sorprendió ver con que huevos hablaste de los mafiosos más buscados por la interpol.
—¿Y aún así quieres estar conmigo? —Enzo asintió sin dudarlo. Suspiré —. Pues tal vez nisiquiera funcionemos.
—Claro que sí, no importa lo que hayas hecho, yo quiero estar contigo, Kennedy.
—¿Tú nombre estuvo en la lista? —le pregunté por curiosidad, ya que había olvidado que nombres anoté en el listado de mi nota.
Lorenzo suspiró y luego exhaló, su sonrisa se borró y me quedó mirando impasible.
—Mi padre si estaba en tu lista, pero como te lo dije antes, ya no hablo con ellos. Me exiliaron de la organización familiar, así que yo creé mi propio imperio y creo que todo me salió bien —señaló su increíble mansión con orgullo —. Sin duda me fue mejor solo, soy más importante que ellos, varios empresarios y capos importantes me admiran. Claramente mi familia es inferior a lo que ahora soy, comparado con mi fortuna. —sonrió orgulloso y eso le restó puntos a lo que veían mis ojos en él, momentos antes.
Resoplé y rodé los ojos, me alejé un poco más y él frunció el ceño al ver eso.
—A esto me refería con que no creo que tú y yo funcionemos.
Él me miró.
—¿De qué hablas? ¿Por qué no?
—Porque odio a los machitos narcisistas.
Enarcó las cejas.
—Entiendo, y al parecer tú eres una persona muy ecuánime. Siempre justa, por eso te tomas en serio ese papel, pero creo que te equivocaste de carrera, amor.
—No, de hecho soy más una persona injusta y desaforada. Y créeme, el periodismo siempre fue mi pasión.
—Hubieras intentado el ser juez, eres buena para juzgar a los demás. —añadió.
—No cambiaría mi carrera por nada, y si te molesta lo que dije pues lo siento, pero me cae como grano en el culo ver y oír como te vanaglorias por tu riqueza ilícita.
—Yo no me he vanagloriado.
—¿Ah no? Y tener ese aire de superioridad irrazonable y necesitar constantemente la admiración excesiva de los demás ¿eso no es narcisismo? Claro, que va, porque tú no necesitas sentir que mereces tener privilegios, ni recibir un trato especial por los demás porque no esperas que se reconozca tu superioridad, incluso sin haber logrado nada —reí sin gracia y seguí, en este momento yo era como un carro sin frenos y arrase con todo a mi paso —. Y por supuesto que eres un puto narcisista de mierda, porque quieres hacer que tus logros y talentos parezcan más importantes de lo que en realidad son. Pero aquí está la verdad, a nadie le importan tus mierdas y yo creo que por eso tu familia te botó de sus putas vidas, por tu superioridad inalcanzable. Eres igual que el diablo, ambos unos hijos de perra que se niegan a inclinar ante lo justo y lo sencillo. ¡Malditos mafiosos y ex mafiosos de mierda, todos son iguales!
Cuando terminé de gritar todo lo que me estaba ahogando, respiré hondo y luego de un par de minutos en los que ninguno dijo más nada y el hombre solo se dedicó a mirarme sin ápice de rencor, me eché a llorar así... de la nada.
Hipeé, mientras las lagrimas caían en cascadas por mis mejillas. Enzo rodó los ojos, dio esos dos pasos que nos separaban y tomó mis mejillas entre sus grandes manos. Me sorprendió cuando sacó un pañuelo de tela blanca y con sumo cuidado, limpió mis lágrimas saladas que bañaban mi rostro progresivamente enrojecido por el llanto.
—No entiendo por qué lloras, si el que debería de llorar por todas esas mierdas que dijiste, debería ser yo.
—Perdón. Creo que fuiste mi desahogo, lo... lo... lo si...si...siento taaanto... —dije entre el llanto.
Enzo apoyó mi cabeza en su pecho y me ayudó a calmar, y juro que esa acción tan simple, me hizo sentir una tierna y cálida sensación. Luego de unos largos minutos, mi llanto pasó y fue reemplazado por suspiros que salían muy seguido de mis labios rojos.
—¿Estás mejor? —me preguntó el hombre, mientras me entregaba una taza de té de frutos rojos, humeante.
Olía delicioso.
Asentí con la cabeza, recibí la taza y le di las gracias. Estaba sentada en la cama de la habitación que me ofreció luego de mi llanto incesante por la culpa que sentí al hablarle tan mal. Cuando subimos, le dije que me iba a meter a la ducha, pero Enzo me convenció de tomarme primero una taza de té, para calmarme un poco.
—Enzo, en serio lamento...
—No pasa nada, no me lo tomé a pecho, sabía que tenias razón pero tampoco iba a hacer una tormenta en un vaso de agua. Dicen que las verdades no duelen, pero como incomodan. Ademas, creí haberte dicho que me gusta tu honestidad, Kennedy. No la cambies nunca, porque eso te hace única.
Reí sin mucho ánimo.
—No soy circunspecto, fui cruel y despiadada y me desquité contigo, Enzo, sé que no lo merecías. Perdón.—bajé la cabeza al líquido humeante.
Escuché como suspiró con su resoplido grave, varonil y sexy.
—Para mí esa es una virtud y amé la forma en que hablaste, sin filtros, me gustó. Así —me dio un pequeño golpecito en la nariz con su índice, de manera juguetona —, que deja de ser dramática y bebe eso, antes de que se enfríe.
Se puso de pie y caminó hacia la puerta, pero antes de salir me miró sobre el hombro y dijo:
—Casi lo olvido, la ducha ya está lista, en cuanto termines tu té, puedes tomar tu tan anhelante baño. Oh y avísame si necesitas que te talle la espalda. —me guiñó y dicho eso, salió, dejándome con una sensación agobiante que abarcaba por todo mi interior.
Me llevé la taza a los labios y le dí un pequeño trago al brebaje que me hizo jadear cuando el líquido entró en contacto con mi boca, me escaldó la lengua al beberlo aún caliente y quemó mi garganta. Luego de diez minutos en los que me acabé el té con sumo cuidado, me fuí finalmente a la ducha, me desnudé e iba a meterme bajo el chorro de agua caliente. Pero había un pequeeeño problema; no había shampoo ni jabón corporal.
Resoplando tomé la bata de baño, me cubrí con ella y salí descalza por el pasillo, anduve así, hasta la habitación de Enzo que era la última y la única con puerta de madera oscura. Con los nudillos llamé a su puerta, pero no recibí respuesta, insistí un par de veces más, con mi oreja izquierda pegada a su puerta, pero no había nada.
Armada de valor, tomé el pomo y abrí, descubriendo que Enzo no dormía con el seguro en la puerta. Italiano descuidado ¿Qué tal que yo era aún la espia de Vladimir y me mandaba a matarlo? Pues bien, al parecer seria muy facil hacerlo.
Cuando ingresé un poco dubitativa, miré la luz tenue de su habitación y miré que el italiano no estaba en su cama.
—¿Enzo? —lo llamé pero no recibí respuesta.
Observé la puerta entreabierta del baño, en donde la luz y el vapor de la ducha se escapaba con ese exquisito olor a jabón varonil.
Mordiendo mi labio inferior, me acerqué a al baño solo para pedirle un poco de jabón, sin espiarlo ni nada. Pero un gemido de sus labios, me hizo tragar grueso y detenerme a centímetros de la puerta abierta. Enzo no estaba solo, al parecer había alguien más con él en el baño, así que retrocediendo por dónde venía, me comencé a alejar de puntillas. O al menos lo intenté, pero el gemido que soltó a continuación acompañado del nombre de la mujer que embargaba sus deseos, me hizo frenar en seco.
—¡Oh, Kennedy, vorrei sprofondare ancora nel tuo ricco interno. Ma questa volta solo io e nessun altro! —pese ha que estaba hablando en italiano, mi nombre sin duda fue el que no me pasó desapercibido.
"¡Oh, Kennedy, me gustaría hundirme otra vez en tu rico interior. Pero esta vez yo solo y nadie más!"
Estaba pensando en mí.
Finalmente la curiosidad que siempre me caracterizó me invadió, así que me acerqué de vuelta a la puerta y miré con descaro lo que en su interior ocultaba. Observé a través de las puertas de vidrio empañado de la regadera, al italiano masturbándose con una mano puesta sobre la loseta del baño y con la otra agarrando su pene venoso, duro y vigoroso mientras lo subía y lo baja bombeándolo para sacar su liberación lechosa. El agua caliente caía por su cuerpo tonificado y por cada músculos exquisito de su persona. Sus tatuajes y los vellos que cubrían parte de su cuerpo, me hicieron tragar en seco.
Era sexy y muy caliente.
—Dios mío. —jadeé en voz baja cuando miré el tamaño de su verga jugosa, que incluso ni su grande mano se la cubría por completo.
El italiano estaba sumido en su neblina de placer, no dejaba de subir y bajar de la base a la punta, donde claramente la cabeza rosada de su polla brillaba con ese liquido blanquecino conocido como preseminal. En serio y por muy puta que suene, pero tenia unas inmensas ganas de suplantar su mano por mi boca y que nada de ese falo se desperdiciara cuando alcanzara su clímax.
—¡Ahhh!
Sacudí la cabeza cuando gimió más fuerte y me obligué a calmar mis hormonas calientes. Miré fascinada mientras el orgasmo lo atacaba y bombeando una vez más con profesionalidad, su leche salió a borbotones y manchó la pared grisácea del baño, que se enjuagó con el agua que caía de la regadera.
Apreté las piernas cuando sentí ese cosquilleo en la vagina y obligándome a salir de ahí, movi mis pies y troté de puntillas a la salida, o de lo contrario, haría una estupidez. Cuando estuve de regreso en mi habitación, sentía un nudo doloroso en el clitoris y el corazón acelerado, todo por culpa de esa necesidad que solo el sexo calmaba.
—Tranquila Kennedy, fue solo un hombre masturbándose. Tampoco es como si nunca hubieras visto un pene alzado y venoso. —me dije a mi misma, tocando mi pecho que subia y bajaba de una manera errática.
Dios, no voy a poder con esto y no quiero cometer una locura de la que sé más tarde me arrepentiré. Pensé en mi mente a sabiendas que si me quedaba, iría a por Enzo para que me follara y en la mañana me sentiría terrible por haberlo usado para saciar mis ganas.
Suspirando con pesadez, me vestí nuevamente poniéndome la pijama que me prestó la mucama de Enzo. Boté la bata de baño al piso y sin detenerme a darle las gracias al anfitrión por su hospitalidad, salí de la mansión, esquivando a los guardias de seguridad que custodiaban la mansión, con mucho éxito. Anduve caminando sola por la calle en la madrugada, varias veces quise llamarle a Izan y pedirle que viniera por mí, pero eso seria una pésima idea, ya que posiblemente estaría con ella... con Isla.
Apartando ese dolor en el pecho, llamé a la única persona en kilómetros a la redonda que sin duda vendría a por mí. Cuando me dijo que ya venía en camino, guardé mi teléfono en el bolso y froté mis brazos rígidos por el frío, ignoraba el tiempo que llevaba esperando, hasta que las luces de su auto me cegaron y arrugué la nariz por el destello.
—¡Mueve el culo, que me estoy congelando! —exclamó Katherine, quien venia abrigada de una manera exagerada.
—Traes las putas luces altas, bajalas. —le acuse.
—¿Para qué? si ya nos vamos
Rodé los ojos y me acerqué a ella, justo cuando una camioneta blindada y sin luces se emparejó a su lado y de ella bajaron cinco hombres armados, quienes no dudaron en apuntarnos a ambas.
—¡Puta madre! —bramé al reconocer a los hijos de puta que estaban bajando del auto a mi gemela.
—¿Kennedy? —me llamó mi hermana apoyada contra la puerta del conductor, mientras uno de los rusos le apuntaba directamente en la cabeza y ella tenía las manos alzadas al aire con sus guantes rosas puestos.
Apreté los puños y exhalé.
—Déjenla ir, iré con ustedes sin oponer resistencia. —estipulé sin dejar de ver los ojos azules de Katherine.
Al parecer tenían ordenes de cumplir lo que yo les pidiera, ya que por arte de magia todos bajaron sus armas ante mi petición. Katherine arrugó el ceño y con paso titubeante se acercó a mí.
—¿Estás loca, Kennedy? —me preguntó entre dientes, y evidentemente cabreada por mis palabras —. No dejaré que te vayas con estos malditos, así que revoca tu propuesta y pon tu culo en el auto.
—No puedo, si hago eso te mataran y no solo a ti, también a nuestros padres. No dejaré que eso pase. Ahora date la vuelta, pon tu culo en el auto y vuelve a casa —besé su mejilla y le sonreí —. Lamento haberte molestado y hacerte venir hasta acá, te amo, yo estaré bien.
—Pero...
—Por favor, Katherine, vete.
Mi hermana soltó un suspiro de rendimiento y asintió, no sin antes darles una mirada fulminante a los escoltas. Una vez que ella se fue y que me aseguré de que se fuera a salvo y sin que nadie la siguiera, miré a los hombres y bramé.
—¡Díganle a ese hijo de perra que si quiere tenerme, que venga él mismo por mí y que no mande a sus perros, aquí lo estaré esperando!
Una risa varonil tras mi espalda me erizó los vellos de la nuca. Un escalofrío aterrador me recorrió la columna y con decisión miré al dueño de tan espeluznante risa.
—Aquí estoy mi amor, y claro que vine personalmente por ti.
Maldije internamente al verlo tan casual parado ahí, en medio de la oscuridad.
—Sí, supongo que no estoy alucinando. —dije con desazón.
—¿Te drogó? —se acercó y comenzó a examinarme, pero al ver que estaba lucida, sonrió —. Veo que tuviste suerte, te has escapado de las garras de ese infeliz italiano, ilesa.
—Creí que la tenía, pero al parecer la suerte no estaba totalmente de mí lado. —añadí con un nudo en el estómago, intentado sonar frívola y decidida.
No quería que notara mi temor por su cercanía. El rubio suspiró, se inclinó y tomándome de sorpresa, me estrechó en sus brazos y besó mi frente.
—En serio estuve preocupado por ti, nena. Ese maldito te secuestró y luego a mi hermana, pero sin duda la que tenia mi desasosiego eras tú. Tan dulce e inocente, temía que él te lastimara porque sabes que solo yo puedo hacerlo. —levantó mi mentón con su dedo y me besó fugazmente, haciéndome sentir náuseas.
Nunca creí que algún día los besos de tan perfecto ser, me darían ganas de vomitar. Creo que como Vladimir Volkova era un hombre de una belleza sobrenatural, no creí que algo así pasara jamás. Pero aquí estaba yo, reprimiendo las inmensas ganas de devolver lo poco que he comido en el día de mierda, por sus labios contra los míos.
Tenia una manera retorcida de "quererme" y al parecer él lo hacia, a su modo pero lo hacia.
—Estoy bien, si me disculpas, me gustaría regresar con mi hermana.
—No. —fue rápido en su respuesta.
Ya lo sabía, pero creí que con mi papel de sumisa, me dejaría ir a casa sin tanta acción y drama.
—Vladimir, estoy cansada...
—Te prometo que luego de recoger a una persona, vamos a volver a casa para que descanses.
A regañadientes me monté a la camioneta y esta se echó a andar por las calles de Massachusetts.
—Dame tu teléfono. —ordenó el Boss de los Volkova, mientras extendia la mano para recibir mi aparato.
Haciendo un gesto de molestia, se lo entregué y recé para que no lo necesitara más adelante, aunque lo dudaba, Vladimir nunca traía cosas buenas entre manos.
Para mi fortunio, Vladimir no me molestó el resto del camino y el viaje fue "bueno", por así decirlo. Cuando miré la ciudad con un poco de movimiento, supe que el sol no tardaría en salir. La camioneta se detuvo en un hospital y antes de preguntar el porqué estábamos aquí, fue que noté el auto de Izan, aparcado en el estacionamiento y sentí el corazón acelerado.
—Vladimir...
—Ahora vuelvo, nena, no tardo. —sin tiempo a nada, bajó del auto y con más de sus hombres, ingresaron al nosocomio.
Intenté ir tras él, pero su gente no me dejó y se pusieron un poco agresivos apuntándome con sus armas. Luego de diez minutos aproximadamente, volvieron con una mujer caminando bajo presión. La cara blanca de Isla no permitia ver si estaba nerviosa y por eso se le fue el color del rostro. Aunque no pude examinarla mucho, ya que enseguida nos pusieron un par de bolsas en la cabeza y nos llevaron a la guarida del lobo.
Cuando llegamos a la mansión Volkova, nos bajaron de la camioneta y nos quitaron las bolsas de tela negra de las cabezas.
—Nada les cuesta comprar bolsas nuevas, o lavar las que tienen —mencioné con dureza —. Huelen a mierda.
Vladimir rió largo y tendido ante mi queja, mientras que tres de sus hombres imitaron su acción y ha sabiendas de lo que pasaría, cerré los ojos con fuerza cuando les voló la tapa de los sesos.
—Detesto que se burlen de mi mujer. —dijo él, enfundando nuevamente su pistola en la cintura.
Miré a Isla y ella miraba aterrada los cuerpos inertes de los tres hombres muertos, mientras la sangre de sus cabezas ensuciaba el piso de mármol.
—Andando. —ordenó el ruso.
Busqué la mano de ella sin prestar atención, hasta que sentí la suavidad y la textura de su extremidad. Le di un apretón discreto y luego le devolví su mano. Ella por su parte me dedicó una mirada indescifrable y seguimos el camino hasta las habitaciones de la planta alta. Una vez ahí, nos detuvimos en una de las recámaras, uno de los hombres abrió la puerta y le pidió a Isla que ingresara.
—No, por favor. —rogó ella.
—Tranquila, guapa, no te va a pasara nada aún, solo quiero que descanses porque pronto serás mi esclava. —dándole una palmada en el trasero, Vladimir la metió y cerró la habitación con llave, luego me miró a mí y sonrió seductor.
—Ahora tú... ¿Qué hacemos contigo, amor? —tomó mi nuca y me besó.
Me obligué a imaginar que era el hombre que yo quería besar, para que así fuese más fácil llevarle el ritmo que marcaban sus labios. Cuando rompió el beso, me señaló con el mentón la habitación contigua a la de Isla y entré sin resistencia.
—Te quiero, pero esta noche el juego que he planeado no creo que te vaya a gustar.
—¿De qué hablas? —inquirí temerosa por su respuesta.
—No comas ansias, descansa, ya salió el sol y no has dormido nada —desbarató mi cabello de modo juguetón —, pero sin duda esta noche será memorable. Te compré un vestido y espero que lo uses esta noche.
Cerró la puerta y me dejó con ese desasosiego que solo él podría activarme. Sabia que algo malo tenia entre manos, y hasta que no supiera el que, Isla y yo estábamos en un grave peligro.
♥︎♥︎♥︎
Sé que demoré mucho, pero aquí estamos de regreso.😉
Las amo mucho y por eso con cariño les estoy dejando otro capitulo, disfrútenlo.
Con cariño, Ana.🥰
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