26:♡El vecino de abajo♡

☆☆☆

Colgué la video llamada con Ivan y suspiré. Escuché ruidos en la cocina así que me puse de pie y salí de mi recámara rumbo a dicha estancia, con un bate de béisbol en la mano.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté a Dave, quien giró la cabeza por sobre su hombro y sonrió cuando me vio parada al otro lado de la barra de la cocina.

Dejé el bate cerca del comedor. El hombre me sonrió y siguió en su trabajo.

—Preparo la cena, ¿no es obvio?

Rasqué mi ceja.

—No tengo hambre. —solté tajante.

Lo vi detener sus movimientos y pude percibir como su espalda se tensó y sin decir nada, apoyó sus manos en la encimera y bajó la cabeza. Me llevé las manos a la cabeza y exhalé con frustración.

—Dave, lo siento, yo...

Resopló y se repuso, dándose la vuelta hacia mí.

—Tranquila, amor. Solo quería que supieras lo mucho que te amo y que de verdad me importa nuestro matrimonio —rodeó la barra y en cuestión de segundos ya estaba junto a mí y me tomaba de las mejillas —. Te amo, Nerea, no sabes cuanto lo hago.

Me alejé de su tacto y acomodé mi blusa del pijama.

—¿Es por eso qué te niegas ha firmar el divorcio? —lo cuestioné mirándolo fijamente.

—Sé que puedo enamorarte otra vez.

—Ya lo intentamos. —refuté agotada.

Dave soltó mis mejillas y miró hacia el techo, llevándose las manos a la nuca.

—¡No, yo lo intenté! —exclamó de repente con dolor, haciéndome exaltar. Exhaló con pesadez al verme asustada y palmeó con rudeza la barra de la cocina —. De verdad te amo, Isla —no me miraba —. Incluso acepté todos los cambios que traías contigo cuando nos casamos y te di todo el tiempo del mundo para que te entregaras a mí, jamás te insistí para follarte a pesar de que eras mi mujer ante los ojos de Dios.

—Dave...

Se dio la vuelta y volvió a encararme.

—¿Es por él? Después de todos estos años, ¿sigue siendo por él?

Bajé la cabeza sin saber que decir, pues temía que si lo hacia, le rompería aún más el corazón.

—Por favor, solo firma los papeles del divorcio. —imploré agobiada.

Me observó furibundo.

—¡Para hacerlo, merezco saber la jodida verdad! Dime, amor, ¿mi esposa sigue enamorada de su ex? —sus ojos azules ahora enrojecidos me rogaban, pero simplemente mi lengua estaba entumida dentro de mi boca —. Responde, aún lo amas ¡¿si o no?!

Salté mi mirada café por todo su rostro, mientras la vista se me empezaba a nublar por las lagrimas acumuladas.

—¡Síii! Por más que quise ya no hacerlo, simplemente en el corazón no se manda y de alguna forma sigo anclada a él y sé que tal vez no es sano pero así es y lo siento. —sollocé cubriéndome el rostro con ambas manos.

Maldijo embravecido.

—¡¿Entonces por qué decidiste casarte conmigo si seguías tan enamorada de él?!

—¡Por estúpida! ¡Por favor, perdóname,  Dave! —grité sin dejar de llorar y sin saber como contenerme de este puto gusano intruso que me comía por dentro —. Te juro que te quise y aun lo hago, en eso no te mentí. Pero nunca te amé de la forma que tú esperabas y de verdad lo lamento por haberte hecho perder diez años de tu tiempo, pero yo estaba confundida.

Negó mirándome lacónico.

—Ahora también dirás que sólo estabas agradecida por mi ayuda y que por eso aceptaste casarte conmigo cuando te lo propuse, ¿no? —rió con amargura y negó frotándose la barbilla —. ¡Soy un estúpido!

No dije ya nada, opté por callar y llorar en silencio. El ojiazul suspiró quejumbroso, se quitó el mandil de cocina y lo puso en la barra.

—Fuí testigo del amor que él y tú se tenían. Pero también vi en tu cuerpo el infierno que era estar con una persona psicológicamente mal y simplemente con él tampoco ibas a ser feliz, no después de lo que te hizo —y dicho eso tomó su chaqueta y antes de salir, agregó —. Te preparé el Omelette con queso y champiñones que tanto te gusta, cómelo antes de que se enfrie.

Abrió la puerta y salió del apartamento con un ligero azotón.

Me quedé callada sollozando por las palabras de mi aún marido que repercutirán en mi estabilidad emocional. Temía que todo mi trabajo psicológico que trabaje con Winona, se fuera a la basura.

♤♤♤

Tres semanas después:

Salí del apartamento, bajé por el ascensor y al llegar a la planta baja, la rubia y su pequeño hijo estaban ahí, esperando la caja de metal. Sonreí para no parecer una vecina mezquina y es que a pesar de que yo ya llevaba casi un mes en el edificio, no los veía muy seguido pero cuando llegaba a pasar (esta era como la tercera vez) me portaba amable aún a cuesta de que a la mujer parecía no agradarle y no lo disimulaba al verme.

Aunque llegué a la conclusión de que posiblemente no le agrade por el ruido que estuve haciendo cuando me mudé.  Y a pesar de que ella nunca me lo reclamó, las muecas que me hace con los labios cada que me llega a ver, son muestras de que le caigo mal. Pero su pequeño siempre me sonríe genuino cuando me ve, al igual que su abuela.

—Buenos días. —dije amable.

—¡Hola, señora del periódico!

—Alan. —le llamó la atención su madre.

La mujer me miró ahora un poco avergonzada y se llevó la mano a la cabeza de su pequeño hijo que siempre lograba sacarme una sonrisa y a su madre parecía sacarla de sus casillas.

—Lo siento, mi hijo es un tanto... extrovertido.

Oprimí el botón rojo cuando las puertas metálicas estaban por cerrarse.

—No te preocupes, yo mejor que nadie sé como suele ser un niño pequeño con una gran curiosidad. —admití ante el recuerdo de mi hijo a la edad del pequeño Alan.

La rubia frunció el ceño y pasó su oscura mirada de mis pies a la cabeza y lo admito, me incomodó así que carraspeé y ella sacudió ligeramente la cabeza.

—¿Tienes hijos?

No me dio confianza tampoco la forma en como lo preguntó, tal vez esté siendo paranoica pero decidí negarlo, al fin de cuentas tenia que dudar hasta de mi propia sombra y ciertamente esta mujer no me daba buena espina como para hablarle abiertamente de Ivan.

—No, pero cuando era niña conocí a un chico que era así, como Alan.

—¿Inmiscuido? —preguntó el infante.

Lo miré y negué con una pequeña sonrisa.

—Curioso. —dije amena.

—¿Y cómo se llamaba tu amigo? —preguntó el niño, logrando que su madre lo volviera a regañar.

—Tenemos prisa, la veré luego, señora...

—Nerea, soy Nerea Malfoy. —dije con amabilidad, usando mi nombre protegido en combinación con el apellido de Dave.

—Hope Lennon. Supongo que la veremos luego. —señaló el elevador con la barbilla y espabilé.

—Oh, si, claro. Hasta luego.

La mujer asintió y en cuanto yo salí de la cabina, ella entró y el pequeño agitó su manita despidiéndose antes de que las puertas se cerraran. Le devolví el gesto y suspiré cansina.

Salí del edificio y me llevé la mano derecha a la frente al recordar un pequeño pero importante detalle.

—Dios, tengo que tener un puto mapa para saber ha donde tengo que ir cada que quiera salir de casa, ¿dónde quedará el centro comercial más cercano?

♤♤♤

●Hola, mi amor.

Lo escuché suspirar.

●Hola, mamá. ¿Cuándo vaís a venir? Te extraño.

A sus tres años, lo había llevado a vivir a España y como tal, el acento se le pegó rápido y ahora al escucharlo hablar así, si que parecía un español nativo; aunque el haya nacido en los Estados Unidos.

●Yo también te extraño, cariño. ¿Y tu abuela?

●Está en la sala, la tía Lucy la ha llamado por el móvil y justo ahora están charlando. ¿Quereís qué la llame?

●No, deja que hablen. Tal vez vayan a quedar, espero que compartas tiempo con Noah, recuerda que eres el primo mayor y tienes que cuidarlo a él y a Miranda.

Miranda era la hija de Isaac, y era la nieta menor de mi madre, a pesar de que era hija de su hijo mayor.

●Eso lo sé, soy un niño de trece años, no hace falta que me digaís mis deberes.

Sonreí enternecida al escuchar su voz ronca, propia de un niño de su edad.

●Aquí viene la abuela, te la paso. Te amo.

●Yo también te amo, mi amor.

Escuché los cuchicheos al otro lado de la línea y enseguida la voz de mi madre se transmitió por el auricular del teléfono.

●Hola, hija.

●Hola, mamá. Me dijo Ivan que estuviste hablando con Lucy. ¿Van ha viajar a España?

Suspiró.

●No, ellos no vendrán. Pero hija, tengo que decirte algo.

Su tono me preocupó, así que me levanté del sofá y me quedé parada cerca del ventanal que llevaba a un pequeño balcón, donde había puesto unas pequeñas macetas como decoración.

●Ivan y yo volveremos la siguiente semana a los Estados Unidos.

Sabía que esto no me iba a gustar, deslicé el ventanal y salí al balcón, me acerqué al barandal y apoyé mi mano izquierda ahí. Mi olfato se agudizó cuando un manto de humo se difumino frente a mí. Alguien estaba fumando y el olor al tabaco me traía recuerdos de cuando Izan fumaba; por que su aroma siempre era de nicotina y menta.

Carraspeé para poder concentrarme nuevamente en lo que estaba pasando.

●No, mamá. Aquí no es el lugar apropiado para que mi hijo esté...

●Diana está enferma, sabes que es mi mejor amiga y necesito verla por que no sé si su enfermedad sea de gravedad. Y además, quiere verlo, Isla. Tiene derecho.

Su respuesta me sorprendió y no por lo de los derechos que tenía, sino por la salud de mi ex suegra y a la que siempre vi como a una madre más.

●¿Cómo qué está enferma?

Sin querer, pateé una de mis preciadas macetas que cayó estrepitosamente en la cabeza de un hombre que gritó fuertemente y quien al parecer era quien estaba fumando.

—¡Ahhh, mierda! —exclamó adolorido, el vecino de abajo.

●Mamá, te llamo luego. Manténme informada con lo de Diana, por favor.

Colgué la llamada y me eché para atrás un tanto avergonzada en cuanto el hombre de cabello largo y barba de candado (con gafas de sol en plena noche) miró hacia mi dirección mientras se sobaba la cabeza.

—¡Me has descalabrado, mujer, baja y hazte responsable!

Arrugué el ceño y me acerqué de nuevo al barandal para ver al dueño de la voz que removió cada fibra de mi cuerpo con solo esas palabras recriminatorias. Y solo había una persona en este mundo que causaba ese efecto en mí.

—¿Qué pasó? —la rubia salió al escuchar los quejidos del hombre, a quien le revisó la cabeza y al verme mirándolos, rápidamente dije.

—¡Lo siento, Hope, no fue mi intención, fue un accidente!

—¿Por qué te disculpas con ella? Si al que le has tirado la maceta fue a mí. —su voz ahora era más rasposa.

Creo que no era la persona que creí.

—Lo siento, señor. —dije apenada.

Hope me miró.

—Descuida, es mi hombre, yo lo revisaré. —dijo, mientras metía al que supuse era su marido, y quien parecía un tanto mareado posiblemente por el golpe que recibió con mi maceta favorita.

No vi el rostro de él, pues llevaba la cabeza agachada, dejando que su melena larga y castaña, cayera por sus hombros.

—Si necesitan algo, no sé, como un doctor, me avisan, mi esposo es...

—Descuide, yo lo cuidaré, adiós. —ambos ingresaron y el balcón de su piso quedó despejado.

Suspiré un tanto avergonzada por el incidente y me llevé las manos a la cabeza, negando ante el recuerdo de esa voz que me hizo casi lanzarme del balcón para verlo mejor.

—No era él, claramente escuché mal. Ni siquiera sé en donde está ahora. Tal vez ya esté casado y tenga hijos, después de todo, yo ya tengo uno y él también merece ser padre. Pero aun así quiero verlo y saber que está bien.

Suspiré entristecida ante esa creciente probabilidad.

Ingresé de nuevo al apartamento cuando una rafaga de viento fresco golpeó en mi piel tibia. Me quedé recargada en el cristal del ventanal, pensando en todo lo que pasamos y lo malo que fue el destino con nosotros al ensañarse de esa manera en nuestro amor.

Una semana después:

Las puertas del ascensor se abrieron en el piso once, y el pequeño y su abuela, subieron a la caja metálica.

—Hola. —saludé con amabilidad.

—Hola, querida. ¿También vas de salida?

—Así es.

—Hola, Nerea. —dijo el pequeño, mientras abría un paquete de gomitas y estiró la bolsita para invitarme de su golosina.

—Gracias, pequeño.

El niño asintió con una amplia sonrisa, mientras que su abuela le acariciaba la cabeza con cariño.

Guardé la gomina de dulce en el bolso de mi chaqueta y carraspeé un tanto avergonzada ante el recuerdo de lo sucedido la semana pasada.

—¿Cómo siguió su yerno?

La mujer adulta me miró sorprendida y luego arrugó su ceño.

—¿Mi yerno?

Asentí ante su duda y le aclare.

—La semana pasada sin querer, le... tiré en la cabeza una de mis macetas al esposo de su hija. —la mujer parecía confundida.

—Oh, ¿hablas de Rhett?

—Creo... que si. —dije sin saber si Rhett era al hombre que casi desmayé con ese macetazo, o si era alguien más —. Era un hombre de cabello largo y castaño. —lo describí ante el recuerdo nítido de la noche.

La mujer le restó importancia con la mano.

—Si es Rhett. Descuida, hija, él está bien. De hecho si mal no recuerdo, dijo que gracias a ti se le habían aclarado las ideas. —encogió su hombro derecho.

—Me alegra que algo bueno haya salido de ese trancazo. —metí un mechón tras mi oreja por lo inapropiado de mi comentario.

—Ya lo creo, querida.

Reí junto a la mujer que soltó una carcajada, aunque yo reí un tanto apenada, justo en el momento en que las puertas del ascensor se abrieron y los tres bajamos de la cabina.

—¿A dónde vas? —preguntó el pequeño Alan, mientras masticaba sus gomitas.

—Iré a recoger a unos familiares al aeropuerto, ¿y ustedes?

—Vaya. Bueno, mi abuela irá a comprar material para tejer, hace unas carpetas muy bonitas.

—Bueno, pues si las vende, me gustaría verlas, a mi madre le encantan y me gustaría regalarle algo de lo que hace.

—Claro que si, niña. También hago zapatitos para bebés y ropita hecha con estambre.

—Genial, en cuanto haya tiempo me paso por su apartamento.

—Claro, cuando quieras ir, mi apartamento es el 211.

—Lo sé, acuérdese que soy la vecina del 231 y que justo está arriba del suyo.

Nos despedimos y cada quien tomó su camino. Cuando llegué al aeropuerto, me acerqué a la sala en donde llegaría mi madre y mi hijo. Espere pacientemente a que ellos aparecieran, pero como eran las ocho de la mañana y al parecer su avión aun no aterrizaba, me di la tarea de ir y desayunar algo al pequeño restaurante que había en las instalaciones.

Comí solo un emparedado y un jugo de naranja. Pagué y salí de ahí, iba revisando mi teléfono, por que Ash me estaba contando del pequeño que había adoptado; me sentía muy feliz por mi amiga. No vi y sin querer choqué con alguien, sin apartar la mirada de mi teléfono me disculpé con la persona que supe era un hombre por la estatura  y la corpulencia que sentí ante el choque y el olor de su perfume que para nada me llamó la atención; y seguí mi camino.

Media hora después, finalmente mi madre y mi hijo aparecieron en mi campo de visión. Ivan dejó caer su equipaje y corrió hacia mí con una mochila colgada en su espalda.

—¡Mamá! —exclamó mi adolescente favorito, mientras me abrazaba con fuerza —. ¿Por qué llevaís lentes oscuros y gorra? ¿Te ocultaís de alguien?

Lo recibí más que gustosa y besé su frente ante sus preguntas que me hicieron recordar a mi pequeño vecino.  Cuando me despedí de Alan y de su abuela, me dispuse a usar mis gafas negras y una gorra negra con el logotipo NY en letras blancas. Y si, quería pasar desapercibida por si alguno de esos infelices andaban merodeando por aquí.

—No, cariño. Hace calor y por eso me puse esto.

Ivan asintió y volvió a abrazarme. Yo lo recibí más que gustosa.

—¿Estás bien? —le pregunté sin soltarlo del abrazo.

—Si te refieres a que si estoy bien por que me tuve que alejar de mis amigos, cambiarme de colegio y venirme a vivir contigo, entonces si, estoy más que bien.

Lo abracé nuevamente con amor y mi madre miró tras mi espalda.

—¿Qué pasa? —miré sobre mi hombro la dirección que ella veía y me encontré a Anahí y a Eric.

Ambos tomados de la mano y ella con una barriga enorme apunto de reventar. Sonreí con emoción y sentí los ojos acuosos. La rubia se veía igual que yo.

—¿Puedo ir por una soda? —Ivan preguntó y mi madre le dijo que fuera rápido y que no tardara.

Anahí se soltó de la mano de Eric y corrió hasta mí y ambas nos abrazamos efectivamente.

—¡Te eché de menos! —dijo ella entre el llanto, mientras su pancita se movía con emoción, así que llevé mi mano derecha a su abultado vientre y sonreí con los ojos mojados.

—Creo que no eres la única que me extrañaba. —recibí otro movimiento uterino a modo de respuesta, que nos hizo reír entre lágrimas.

—¿Y tú, no me vas a saludar? —le dije al colombiano, quién salió de su trance y caminó hasta nosotras y sin esperarlo, tiró de mi brazo y me estrechó con cariño.

—Cata, no sabe lo feliz que me hace verla ya mejor.

Nos alejamos del abrazo y sonreímos.

—A mí también me da gusto ver que ambos están bien y que el destino los tenia en la mira y ahora véanse —los señalé a la par —, le dieron vida a una personita que nacerá muy pronto.

Anahí y Eric se miraron con amor, él la tomó de su cadera, pegó su frente sobre la suya y luego procedió a besarla castamente. Sentí envidia de la buena.

—Y no sabe lo felices que ahora somos.

—Me imagino y en serio me alegro mucho por ustedes. —admití enternecida.

—Lamento la interrupción, pero siento que Ivan ya se tardó. —mencionó mi madre.

Espabilé y busqué a mi hijo con la mirada, hasta que lo localicé mientras hablaba muy ameno con alguien y frente a él, un hombre con un moño bien peinado, hablaba con Ivan y sonreía a lo que mi hijo le decía.

—¿Isla? —la voz de Anahí era lejana, me sentí mareada de ver lo que mis ojos capturaron.

No creí que los vería juntos tan pronto y mucho menos en estás circunstancias tan difíciles.

Sus ojos me buscaron cuando se sintió observado y cuando me encontró, al parecer ambos dejamos de respirar. Y dentro de nuestro asombro, él me sonrió y yo no dudé en devolverle el gesto, aunque mis ojos se tiñeron de rojo.

—Izan. —pronuncié su nombre en voz baja, al tiempo en el que él pronunciaba el mío, azorado.

—¡Madre mía! —exclamó mi madre cubriéndose la boca al darse cuenta de lo que estaba pasando.

Esto estaba más complicado de lo que creí que seria. Pues presentía que Izan no me iba a perdonar el haberle ocultado su paternidad por trece años.

—Ve por el niño, Bayron, él aun no puede saber que está hablando con su propio hijo. Te veremos en el auto.

Eric, asintió ante la petición de su mujer y caminó a paso rápido para ir por Ivan, mientras Anahí me llevó por otro rumbo junto a mi madre, pues ella mejor que nadie sabia que esto se saldría de control si él y yo nos veíamos cara a cara.

Aunque presentía que no tardaría mucho en que eso pasará, pues ahora que ambos sabíamos que estabamos en esta ciudad, no nos sería posible volvernos a encontrar en estos días. Por que lo conocía tan bien, que en sus ojos atrapé la emoción y la promesa de que no descansara hasta encontrarme.

♡♡♡

Cheobye...!

Nos leemos el miércoles con más nervios y emociones al por mayor🤪. Y recen por que todo salga bien con este par.

Espero que su domingo haya estado genial.🥰

No olviden votar y comentar. 🙏💐⚘

Con-cariño-infinito-Ana.💃🙈

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