Capitulo XXIV: Miedos

Zlata se encontró en ése periodo corto de tiempo en el que aquello que es real y aquello que es un sueño no parecen estar claramente diferenciados. Incluso se llegó a preguntar si todo a su alrededor: lo que oía, lo que sentía, lo que a sus ojos llegaba, eran una pesadilla.

El caminar no le era fácil, pero regresar no era una opción; se internó en un bosque, siguiendo los pasos de esa ave vuelta mujer; recorrer un claro significaría estar expuesta a un peligro mayor.

—¡Por favor! ¡No te retrases! —escuchó de su boca.

Pero no estaba segura en realidad que podía confiar en ella, o para el caso, en sus sentidos. La siguió porque alternativa no existía.

¿O sí?

—¿Qué pasa? —el ave, tratando de no sentir sus pies más hundidos en la nieva, preguntó tras pararse, al notar que la princesa había detenido sus pasos.

—¿Cómo pudiste? —Zlata cuestionó.

—¿Cómo pude qué?

—¿Qué le hicieron a Katya?

—¿Quién perdón?

—¡Mi amiga! ¡Quizá la única que he tenido! —se le acercó incriminatoriamente —. ¡¿Qué le han hecho?!

—No...no sé en realidad —el ave respondió intimidada.

—¡Exacto! ¡Ahora, por tu culpa y por seguir ésta locura ella está...!

Y Zlata cayó de rodillas, y a pesar que no deseaba hacerlo, el llanto indicaba que su orgullo, al igual que su confianza, estaban abollados, y no sabía si algún día podrían encontrar reparación.

—Yo entiendo que es algo difícil, pero...

—¡Callate! —gritó, tratando de sobrellevar el nudo en su garganta y el ardor inextinguible que sentía en su alma —. ¡No quiero oír cosa alguna de ti!

—P-pero...

Zlata respiró con enorme intensidad y dificultad, y sintió que el peso del mundo se colocaba en sus hombros: se inclinó, y sus manos desnudas tocaron la nieve. Sintió el toque helado de un suelo invernal, y al mismo tiempo, no: podría encontrarse en la tundra más hostil, o entre las mismas llamaradas del infierno, y no lo sentiría. Nada podía, ni podría compararse con la amalgama de miedo, coraje e incertidumbre que tomó el poder en su corazón.

Y aunque eran emociones muy humanas, el ave las conocía muy bien.

—Sé que parece que no hay esperanza —le dijo, colocando su palma por sobre la espalda de la princesa —, pero...tu hermano.

—¿Mi...hermano? —dijo Zlata, con mayor claridad.

—¿Quieres verlo?

—No hay otra cosa que desearía más en el mundo.

—Ahora estamos luchando a su lado; lo que a él le quieren hacer, también te lo querrán hacer a ti, y si hay que pelear, lo mejor es pelear juntos.

Zlata se limpió el rostro húmedo por tanto la nieve como por las lagrimas.

—Papá se fue...Katya se fue...sólo...s-sólo me queda él —apenas pudo decir.

—Y por eso hay que encontrarlo.

Y Zlata se puso de pie nuevamente, y dio una limpiada más a su rostro con la tela de su manga.

—No hay otra opción. ¿Verdad? —preguntó al ave.

—Me temo que no.

—¿Sabes cómo encontrarlo?

—¡Claro que...no!

—¿Tenemos que seguir corriendo al menos para no ser capturados?

—Yo diría que sí, digo, también está el detalle de no congelarnos. Como la niña que vende cerillos. ¿Sabes cuál es no? ¿La que murió?

—Sí...pero un detalle nada más.

—¿Qué sucede?

—Si tratas de engañarme, o de pasarte de lista, voy a hacerte sufrir: tal vez tengas magia de tu lado, pero eso no quiere decir que no tenga un par de trucos yo misma.

—Sí, pero...de acuerdo —el ave suspiró—. No te culpo por no confiar, pero —vio el ceño fruncido y los brazos en cruz de la princesa —, bueno, no dije nada...

Y por más necesidad qué por gusto, marcharon en búsqueda de algún pueblo, una villa, una comunidad dónde pudieran ocultarse, aunque sea por un tiempo, y de ahí pensar en como encontrar a Aleksandr; algo tenía que ocurrir, algo tenía que emerger de su imaginación.




Después de ganar un poco de confianza de aquel ingenuo provinciano, Kiril vio la oportunidad perfecta para seguir hacía la segunda fase de su plan.

—Está oscureciendo —comentó mientras seguían su camino a caballo.

—¿Cree que es momento de detenernos? —Ruslán preguntó.

—No podemos arriesgarnos, menos aún a como está el reino.

—¿Qué quiere decir?

—¿No oyó algo del rey, acaso?

—Ah, claro...se refiere a todo lo del...regicidio.

—No deben llegar muchas noticias por dónde vive. ¿Cierto?

—Es un pueblo algo remoto...

—Volviendo a lo que realmente importa, mira; un pequeño hostal —señaló—. Podríamos quedarnos aquí y retomar el camino mañana.

Aunque Ruslán sentía que había actuado demasiado tarde, la lógica estaba del lado de su guía, y aceptó la sugerencia.

—Supongo que no tiene caso seguir por el momento —el joven comentó.

—Tenga paciencia: yo sé que cuándo se trata de asuntos del corazón, uno desea que todo ocurra ya —Kiril argumentó con falsa afabilidad—, pero es mejor tomarse el tiempo, pues después de todo, alguien lo está esperando.

Él dirigió su bestia hacía el refugio, y Ruslán lo siguió: dejaron sus animales en los establos, e ingresaron hacía una humilde pero resistente edificación llena de viajeros, mercaderes, y otros aventureros que, por necesidad o por locura, habían decidido marchar en campos nevados invernales por los caminos largos y solitarios de Vasilea.

—¿Quién está a cargo por mientras del trono? —escucharon a alguien preguntar, alrededor de un círculos de trotamundos intercambiando las últimas historias y rumores a las periferias de una caldera.

—Todos parecen hablar sobre eso —dijo Ruslán.

—No puede culparlos de ello —justificó Kiril—. Es, después de todo, un tema importante.

—Vaya que sí, aunque de momento tengo otra prioridad...

—¿Por qué no se pone al tanto con las noticias, joven? Yo pediré un buen dormitorio, porque además, ¿quién sabe? Tal vez alguien tenga noticias de esa chica...

Ruslán asintió; no era probable, pero si existía una posibilidad, por más diminuta que sea, de tener una pista más de Irene, valía la pena el intento.

—¿Una habitación, viajero? —la posadera preguntó a Kiril, curioseando un poco, tratando de ver al otro lado de la barra.

—Por supuesto —contestó con una sonrisa—, pero además, quisiera saber si tiene algo...

—¿Algo? ¿Cómo qué?—

—No estoy de todo bien —dijo mientras se tallaba los ojos—. Tengo un poco de insomnio, llevo un par de días sin dormir, ¿tiene algo que pudiera?

—Veré que tengo en la bodega.

Y entre tanto, Ruslán siguió aquel consejo: tomó una silla, y la arrastró cerca del circulo de huéspedes, primero a escuchar, y luego a hablar.

—...pero, ¿no es muy joven la princesa? —preguntó un hombre mayor—. ¿Cuántos años debe de tener?

—Sí, pero no gobernará sola, ¿o si? —sugirió un hombre robusto—. Deben tener a algún noble para guiarla.

—El reino puede irse al demonio si tenemos un líder débil, eso es todo lo que sé.

Y el grupo entero asintió.

—Disculpen, amigos —Ruslán pidió la palabra, acercando un poco más su silla—. No quisiera interrumpir su conversación, pero me gustaría preguntarles algo.

—¿De qué trata? —un viajero con el rostro adornado con un sombrero de apariencia oriental y una capa larga y negra preguntó.

—Verán, estoy buscando a alguien, es una chica, es de mi pueblo, uno muy pequeño al este, y hace semanas que lo la veo, y quisiera saber si alguien pudiera ayudarme con un detalle. Sé a la perfección que muchos de ustedes tienen sus propios problemas, pero en más de un sentido, esto es de más importancia de lo que creen.

—¿Cómo se llama?

—Irene. Irene es su nombre y...daría todo, por saber dónde está en estos momentos...

Una colina en el horizonte más superada en el trineo, y Aleksandr aprovechó para divisar que camino se cernía frente a su mirada.

—¿Por qué te detienes? —Irene preguntó.

—¿Ves eso?

Irene siguió la seña del conductor; había un par de letreros.

—Señales—ella murmuró—. Entonces, debemos estar cerca del camino principal.

—El camino está cubierto de nieve, pero si lo usamos cómo guía, llegaremos a la capital en poco tiempo.

—Sí, ¿pero no es peligroso? ¿No crees que deben estar por allá afuera todavía gente viendo tu cabeza con símbolos de denarios en sus ojos?

—Creo que si nos mantenemos a una distancia prudente, sin alejarnos demasiado...nos hemos perdido ya mucho para este punto, quizá lo mejor sea empezar a tomar el toro por los cuernos.

—¿Estás demente?

—¿Crees que no tengo miedo acaso, Irene? —el heredero planteó, sujetando con mayor fuerza inconscientemente las riendas del trineo —. Pero...tu no tienes una hermana sola, en manos de quién sabe quién.

—Te recuerdo que no es como si yo no hubiera tenido que darle la espalda a ciertas personas también, pero supongo que sólo tú has hecho sacrificios.

Los dos no tardaron en recapacitar, y reflexionar breve pero intensamente que lo que sus bocas habían soltado fueron palabras demasiado ásperas, y que lo mejor hubiera sido habérselas guardado.

—Oye, mira —ambos balbucearon apenados al unisono—. Disculpa.

Y el que reaccionaran de un modo paralelo los avergonzó un poco más, aunque la naturaleza de tal emoción fue distinta, y para ambos era palpable.

—Ya en serio —Irene tragó el nudo de su garganta—. ¿Qué es lo que debemos hacer?

—Sigamos el camino, al menos eso...eso pienso yo.

—¿Estás seguro?

—No.

—¿No?

—No.

—¿¡No!?

—Irene...ya le he estado dando demasiadas largas a todo ésto. Es mejor ser capturado intentando llegar a quizá nunca llegar de todo.

—Aun así...

—Aun así, sea cuál sea lo que elijamos, estamos en problemas, pero yo más qué tú, y por mucho.

—¿Qué significa eso?

—He estado pensando que...no sé si de hecho podamos lograr recuperar el trono, y limpiar mi nombre, y además...todo lo que te ha pasado...¿importa lo que a mi me suceda? Es mi problema, yo soy el que está metido en todo el revoltijo en el que nos hemos visto hasta ahora. Pero tú no tienes nada que hacer en esto, y todavía puedes volver.

Volver. Por primera vez, esa idea pasó por la mente de Irene. ¿Volver a Ensk? ¿A su vida? Ciertamente era aburrida, lejos de emociones, pero no podía negar que por primera vez en su vida, el temor real fue sentido en su corazón. Aún no llegaban a destino, y todo lo que pasaron en ése momento ya superaba casi todo riesgo que había conocido antes. Reconocía que desde que está a su lado, le tiemblan las piernas con más frecuencia, y el latido de su corazón ha sido acelerado cada vez más y por más tiempo.

Volteó hacía sus espaldas por un instante, a ver el camino recorrido: las huellas del trineo aún se notaban, pero la nieve no tardaría en hacerlas desaparecer para siempre. Y aunque se encontraban muy lejos, casi podía sentir cerca a su padre, a su aldea, a Ruslán...

...todo indicaba que lo que la cabeza, la razón dictaría era “regresa ahora que todavía puedes”.

Pero la decisión no fue tomada de todo por ellas.

—Dije que te acompañaría —Irene dijo—. Y...vamos, que la fiesta todavía no ha empezado realmente...

—¿Quieres seguir? —Aleksandr preguntó, con su rostro sonrojado.

—Soy una mujer de palabra; dije que lo haría, y eso tengo pensado hacer.

—¿Estás segura?

—No.

—¿No?

—No.

—¿¡No!?

Y ambos se rieron.

—No vale arrepentirse —Aleksandr le recordó.

—Mucho ruido y pocas nueces, mi rey.

—Bueno, allá vamos.

Y pronto retomaron el camino; siguieron hacía una arboleda dónde acamparían por la noche, y al día siguiente se guiarían por el camino principal.

—¿Te dijeron algo? —Kiril cuestionó, tras ver a Ruslán unirse al lado contrario del vestíbulo, en una mesa vieja y rustica.

—Nadie la ha visto.

—No te desanimes, que quizá en la capital la puedas encontrar.

—No lo sé...he oído tantas cosas de ellos...me es difícil ver mi problema como algo importante, comparado a todo lo que ha estado ocurriendo.

—Todo es importante para quién le afecta. Y sé muy bien por lo que estás pasando, muchacho.

—¿Ha estado en la búsqueda de alguien?

—En cierto modo. Y en cierto modo, ¿quién no lo está? —Kiril argumentó antes de dar un sorbo a su copa.

—¿Qué estás bebiendo?

—Un té de hierbas; pasamos mucho tiempo afuera en el frío, deberías tomar un poco tu también, sírvete de la jarra, que lo último que deseas es congelarte en esa loca aventura tuya.

—Claro, claro.

Ruslán tomó una copa, se sirvió de la bebida, y consumió su contenido.

—Bebe un poco más, que hay que renovar energías; iremos a dormir y luego en la mañana continuaremos.

—Has hecho mucho por mi, demasiado, casi me siento culpable.

—No es nada muchacho, créeme, todo se devuelve...

Ruslán sintió una pesadez conforme subía hacía el piso superior dónde lo esperaba el sencillo dormitorio en el que pasaría la noche. Sabía que sin duda estaba cansado, falto de energías, pero en ése momento en particular, era como si apenas pudiera mantenerse no sólo en pie, sino el simple acto de tener una mente consciente...

—¿Q-qué? —se dijo al abrir los ojos.

Algo estaba mal.

Logró recuperarse un poco; su cuerpo estaba adormilado, pero podía ver que había luz. Era de día. Intentó moverse, pero no logró conseguirlo: sintió sus manos y sus pies atados, y su boca con una mordaza.

—¿¡Qué está pasando!? —pensó con todo el horror en su cabeza al no poder dejarlo pasar por su garganta.

Habían sido días agotadores, pero su voluntad no se doblaba. Vladimir, en el fondo de su ser, casi sentía una admiración por esos hombres. Resistir y aguantar el dolor, las amenazas y la tortura, todo por una causa que no le era de todo claro.

—Si tan sólo pudiera hacer que algunas de mis tropas se comporten así —pensó al caminar hacía la mazmorra dónde los religiosos del monasterio habían sido cautivos.

Recorrió el pasillo más largo para ver en la última habitación al líder del grupo: el Padre Isidor

—Lo reconozco —Vladimir mencionó de inmediato, con un porte de seguridad casi soberbia mezclado con una falsa humildad al ingresar en el cuarto, oscuro, húmedo y alejado de miradas que ocasionen intrigas no deseadas —. Para ser un hombre mayor, tiene un espíritu de hierro.

Tomó una silla de la esquina de la habitación, y lo usó para sentarse de frente al clérigo encadenado a la pared, malherido con moretones en prácticamente todo el cuerpo, con un ojo casi inutilizado, y con una respiración agitada.

—Si tan sólo pudiera embotellar lo que usted y sus estudiantes tienen, Vasilea tendría el ejercito más poderoso del mundo —aseveró.

—Gracias —el padre replicó, con una dignidad inquebrantable que casi logró desesperar al noble.

—Pero...al mismo tiempo, así como reconozco cierta admiración en tal aspecto, en otro no podría deplorarlos más. Sabes que por más que intenten resistirse, la verdad algún día va a emerger, ¿por qué prolongar un sufrimiento innecesario? ¿No quiere servir al reino? ¿No desea ser un buen súbdito de la corona de Vasilea?

—Usted no es...técnicamente rey —Isidor le contestó—. Sólo un vulgar noble de campo...

—¿Sabe? Eso no ayuda a su causa; podría salir de aquí, podría quizá recibir el perdón de un estado en emergencia, pero no: decide seguir un juramento que desconozco por encima de su papel como habitante del reino.

—¿Y no lo hace también usted?

—Sé que ha aguantado mucho, no puedo obligarlo yo a algo si es que mi equipo no ha logrado doblegarlo, así que, lo siguiente que haré es más algo para mi qué un intento bien pensando en hacerlo ceder...

Vladimir se puso de pie, y con el puño cerrado, golpeó el rostro del religioso.

—Tal vez sea un “vulgar noble de campo”, pero eso me dejo algunas lecciones que no se enseñan en las Cortes de las capitales...como por ejemplo...no sé —volvió a golpear el rostro de Isidor, usando el otro puño —. ¡Ya sé! Que en ocasiones la diplomacia no sirve de mucho—le pateó el vientre—. Y que en ciertas circunstancias, cuándo todo lo que tienes es un martillo —golpeó con su puño de nuevo—, la fuerza bruta es la única opción.

Se tronó los nudillos, y antes de darle la espalda, le propinó una patada en el rostro; Isidor escupió sangre tras esos impactos, su expresión cabizbaja, pero seguía intentando levantar la mirada.



N/A: Agradezco su paciencia; han sido unas semans muy complicadas, de arriba para abajo, un poco de todo, pero la historia sigue. Sé que fue algo corto comparado con otros episodios, pero trato de construir algo bueno, y sé que valdrá la pena...espero.

Shalom camaradas.

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