Paso de gato
—¿Y esto qué es?
—¡Espera, Adr...
Frankie no pudo evitar que su dueña se bebiera un dedal lleno de líquido color ámbar de una sentada.
Adriana se arrepintió en un par de segundos, cuando todo empezó a darle vueltas.
—No le advertiste...— se burló Gasputín con ironía.
—¡Se me olvidó!— susurró Frankie, alarmado —¿Y si suelta la lengua?
—¡Le tiras un ratón en la boca y verás que se le baja!— el viejo gato ya no disimuló una franca carcajada.
—Pues hay que cuidarla. Sabes que no puede decir la verdad.
—Bien, ¿y dónde está?
El pobre gato pasó unos segundos de infarto al no encontrar a su dueña junto a él.
Tras mirar a su alrededor, la divisó bailando junto a Omelette, en un corro de gatos que maullaban y daban vueltas en círculos.
—¡Ese condenado gigoló!— siseó Frankie entre las risas del gato pardo.
Salió corriendo y en un ágil salto, terminó en medio de su vecino y su dueña, siguiendo el compás del resto.
—¡¿Qué haces?!— preguntó alarmado.
—¡Bailando!— rió ella.
—¿Pero qué haces lejos de mi, borracha?— regañó enfadado.
—¡Bailando borracha! ¡Wuuuuu!— exclamó dando una vuelta y acabando por tropezar sobre él.
—¡Eges un aguafiestas!— se quejó Omelette, también parecía ya estar un poco subidito de lo que fuera la bebida —¡Deja bailag a la petite! ¡Esto es una boda!
—¡Pues si puede levantarse, tal vez!
—¡La petite puede!— dijo Adriana entre risas, tratando de acomodar sus pies en el suelo.
Frankie terminó por reírse también, ayudándola con empujoncitos de su cabeza. En un momento estaban bailando los tres.
Y la noche pasaba volando.
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