Gatomorfosis

—¡Adriana! ¡Adri! ¡Adriana!


Adriana escuchó la voz de su gato, a un volumen que le pareció intolerable, y al abrir los ojos lentamente lo descubrió agachado frente a su rostro. Se veía enorme.

—¿Frankie?— preguntó, tratando de recordar lo que había sucedido.

Recibió como respuesta que el gato le lamiera la cara, ronroneando. Pero la sensación era nueva: sentía que de un par de lengüetadas alcanzaba a cubrirle toda la cara.


—No se murió, qué aburrido.— escuchó una voz más, que la hizo recordar.

—¡Óyeme, tú, gato feo!— gritó poniéndose de pie, aunque no lo logró más de dos segundos, yéndose de bruces al suelo.

—¡Cuidado!— exclamó Frankie saltando a su lado, mientras Gasputín se reía a pierna suelta.

Adriana bufó, quedándose un instante con cara de terror al escuchar que de su boca había salido un bufido gatuno.

—Tómalo con calma.— indicó su gato antes de lamerla un poco más —Los gatos no aprendemos a andar en dos patas de un momento a otro. Tendrás que ir en cuatro.


La antes-chica-ahora-gato se quedó echada en el suelo, pensando qué demonios había hecho. Sólo había reaccionado a las provocaciones de un viejo gato con quién sabe qué intenciones.

—¿Voy a quedarme así?— preguntó con desesperanza.

—No, tranquila.— ronroneó Frankie —Gasputín es un pesado, pero no te causaría daño.

—Pues lo que sea que me hizo, no se sintió como una caricia.

—Los humanos son unos debiluchos.— se quejó el aludido —En todo caso, yo no te transformé, sólo hice la solicitud. Y si funcionó, es porque El Gato De Las Dos Tierras te encontró digna de ello.


Adriana se quedó un momento preguntándose qué clase de ser era El Gato De Las Dos Tierras; finalmente decidió que no valía la pena perder el tiempo, sería una gata sólo por unas horas y debía aprovecharlo.

—El Sol se está poniendo, Adri. No quisiera carrerearte, pero la boda es en cuanto se oculte el Sol.


No le quedó más que levantarse, razonando como una similitud comprensible que iba a gatear para desplazarse... "Gatear", ahora tenía sentido.

Y sí: la sensación era parecida, le dio un par de vueltas a la azotea, subió y descendió de las macetas, dio algunos brincos, y los gatos la dejaron hacer, para que se sintiera segura.

—Bien, hora de irnos.— indicó Frankie por fin.


—Diviértanse.— se despidió Gasputín —Y no olviden que ningún gato aparte del testigo debe mirarte al alba, cuando regreses a ser humana.

—¿No irás?— preguntó la gata temporal, molesta de haber sufrido tanto para que al final su atormentador no los acompañara.

—Claro que no, odio esas cosas.

—¡Vámonos, Adri! ¡Tenemos que ir despacio por ti, no estás acostumbrada a tu tamaño!— urgió Frankie, ya en la orilla de la azotea.


"¡Pues ya qué!"

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