Dos por tres
—Te juro que si veo a esa gata rondar por la casa, le echo una cubetada de agua fría.
Adriana seguía gruñendo, y no era una sensación agradable.
—¡Ahora entiendo porqué muy pocos gatos quieren casarse!— bufó, tratando de calmarse, los gatos a su alrededor empezaban a mirarla —¿Quién querría pasar la vida con esa... esa.... gata loca y fea y corriente y enana y....? ¡PFFFFF!
Frankie rió, con lo que el resto de los gatos perdieron el interés, esperaban pelea.
—Voy a quedarme contigo para siempre, no más gatas.— ronroneó, acurrucándola en su pecho.
Adriana se quedó inmóvil un par de minutos, pensando en todo el tiempo que había pasado abrazando y acariciando a su mascota. Se sintió mal al pensar que nadie más tendría la oportunidad de sentir lo que ella estaba sintiendo: que su amado gato fuera más grande y fuera él quien le hiciera mimos.
Se descubrió ronroneando, y entendió el nivel de satisfacción que causaba.
—En cuanto te guste otra gata, irás tras ella.— bromeó por fin.
—Sí. La verdad es que sí. Sólo quería hacerte sentir mejor.— rió Frankie —Vamos, esto es una fiesta.
Se separaron de su abrazo y se internaron entre los gatos que charlaban, bailaban, jugaban y cantaban.
—Tges es divegtido, pego cuatgo es multitud.— Omelette los había alcanzado —Entiendo pogque dejaste a Simona.
Los dos miraron hacia donde Omelette les señalaba, y vieron a Simona riendo por algo que el contaba un enorme Maine Coon, ante el descontento de Richard.
—¡Madre mía! ¡Ese gato debe valer por tres!— exclamó Adriana, a quién ya le asombraba el tamaño de esos gatos desde su perspectiva humana, supuso que con su tamaño actual no debía llegarle mucho más arriba de las patas.
Omelette y Frankie se soltaron a reír a pierna suelta, hasta que el ruido de unos tambores los interrumpió.
—¡Es la Pareja Real!— escuchó Adriana a unas gatitas acicalándose un poco, emocionadas.
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