Estás buenorro y eres un amor.

Estoy nerviosa. Mis dedos tamborilean sin descanso sobre la barra. Sé que no debería estar así de ansiosa, porque además voy a llamar la atención de Víctor, que está por ahí atendiendo mesas o, peor aún, de Aída, que no parará hasta sonsacarme toda la información que ella quiera. Aunque tampoco es que sea muy difícil que le cuente nada.

—Uy, uy, uy. —Escucho que dice Víctor apoyándose sobre los codos—. Estás con el ansia viva, por lo que veo.

Cuando enfoco la vista y salgo de mi apollardamiento veo que Aída se ha unido. Es el problema de que sea un miércoles de lo más flojito, no tenemos gran cosa que hacer hasta que esto se anime un poco. Solo cotillear.

—Desembucha —me insta Aída—. ¿Vas a salir hoy con el guapito?

—Ya sabemos que el guapito tiene nombre, ¿sabes? —la regaño.

—Pero le puedo seguir llamando así, ¿no?

—¡Qué remedio! Lo vas a seguir haciendo... —Es la verdad. A no ser que sea en su presencia va a continuar llamándolo así, cuanto antes lo asuma mejor.

—¿Y qué vais a hacer? ¿Dónde vais? ¿Por qué no te veo con la locura a tope? —pregunta Víctor sin apenas respirar.

—No tengo ni idea. Creo que vamos a ir a cenar a algún sitio. Y...

—¿Y? —pregunta Aída frunciendo el ceño.

—Que no estoy segura de que esto vaya a salir bien —reconozco por fin.

—Chiquilla, solo va a ser una cena. Seguro que el sitio te gusta y si no, pues se lo dices.

Todo lo listo que es, se pierde a veces cuando dice chorradas de este tipo.

—No, Vic. No por el sitio. Pero lo habéis visto, y... ¡me veis a mí! ¡Y deja de mirarme con esa cara de mala leche! —me dirijo luego a Aída, que la verdad es que me está queriendo matar con su mirada.

—Es normal que te mire con esa cara, ¿sabes? Yo también lo haría si fuera tan agresivo como ella —añade Víctor, que se lleva una colleja de nuestra amiga, totalmente merecida sin duda.

—Y tú deja de decir este tipo de gilipolleces. —Aída en estado puro—. Sí, os hemos visto a los dos y no le veo el problema que tú estás creando.

Ahora quien frunce el ceño soy yo. No estoy creando ningún problema, simplemente tengo ojos en la cara y lo veo.

—No te sale la cara de odio como a Aída, creo que tendrías que mejorarla —observa Víctor metiéndose con ambas—. Si quieres practicarla conmigo te diré que también pienso que dices una gilipollez.

Si quería que lo mirara con odio lo ha conseguido. Resoplo frustrada. Sé que tengo unos amigos maravillosos que me quieren tal y como soy, pero es necesario que sean objetivos con respecto a esto. Porque Quique es un bombón y yo, por el contrario, parece que me he comido la caja de bombones. No tenemos nada que ver y cualquiera puede darse cuenta.

—En serio, María. Eres mi mejor amiga, pero me estás poniendo de mala leche. Voy a dar un repaso a la sala de arriba —vuelve a hablar Aída, y se marcha antes de que pueda alegar nada.

Lo peor es que ahora me siento culpable por ponerla de mala leche. Resoplo frustrada y miro a Víctor, que sigue delante de mí, con mi mejor cara de puchero para que él no se enfade también.

—Sabes que tiene un pronto, pero se le pasa ahora —me dice, sé que tratando de tranquilizarme—. Lo que sí es cierto es que tienes que dejar de pensar así. Tienes que dejar de boicotearte.

—Para ti es muy fácil. Estás buenorro y eres un amor.

—Bueno, pues sigo soltero, así que tampoco es algo infalible esa amplia descripción tuya —ironiza. Me río, porque es verdad que he sido un poco básica.

Pero de pronto cambia un poco la actitud. Víctor resopla, hace un gesto nervioso y carraspea un poco antes de hablar. Mira alrededor, supongo que para comprobar que todo en la sala esté controlado. Las dos mesas que hay ocupadas por chavales que estiran hasta el infinito sus batidos. Parece que Aída sigue perdida en la parte de arriba.

—No me gusta hablar de este tema, aunque ya esté superado, Mery —comienza, y veo claramente su incomodidad—. Pero cuando creías que estabas un poco colada por mí...

—Que lo creía no, bonito —interrumpo para llevarle la contraria—. Estaba muy colada por ti. —En fin, las cosas mejor claras.

Él niega con la cabeza, con su expresión de que no tengo remedio.

—Vale. Pues imagina que tus locas elucubraciones hubieran sido ciertas, y te hubiera pedido una cita.

—Te voy avisando de que, no por usar una palabra más larga, no me voy a dar cuenta de que me estás diciendo que estoy chalá perdía.

Víctor suelta una carcajada, que por lo menos lo relaja un poco.

—Vale, imagina que tu chalaura no hubiera sido tal y comenzamos a salir. ¿Me habrías rechazado? —finaliza fingiendo indignación.

—¡Cómo te voy a rechazar! Estaba elucubradoramente... ¿eso no existe, no?

—No —responde escueto mientras me mira con los ojos entornados.

Ya me parecía a mí.

—Bueno, pues eso. Que no. ¿Por qué? ¿Te lo estás pensando ahora? —bromeo parpadeando rápido. Pretendo ser coqueta, pero no es mi fuerte.

Víctor niega con la cabeza. Creo que la conversación le está pareciendo un poco absurda, por lo divertido que se le ve.

—Pues resulta que tú estás igual que entonces. No, rectifico. Estás mejor. Estás más guapa aún que entonces. Y yo no he cambiado, así que estoy igual de buenorro que antes. No te habrías planteado estas dudas con un hipotético nosotros dos.

—Vas a saco, ¿eh? Ahora metes hipotético, para que ni siquiera me haga ilusiones —bromeo.

Él sigue mirándome, con su eterna sonrisa en la cara, esperando que le dé la razón.

—Tal vez mi subconsciente me decía que no tenía ninguna posibilidad contigo, que estabas bien metido en el armario —intento explicar encogiéndome de hombros.

Le vuelvo a hacer gracia a juzgar por la carcajada que acaba de soltar.

—Tal vez —continúa cuando deja de reír—. O a lo mejor antes te querías un poco más de lo que te quieres ahora. A lo mejor en estos años lo que has hecho ha sido idiotizarte.

—¡Eeeeh! —Todo iba medio bien hasta que al final me ha insultado.

—En serio te lo digo, niña. No te veas con tus ojos. Pregúntale cómo te ve él, ya te digo yo que es quien sale ganando —finaliza guiñándome un ojo.

Ni me he percatado de la campana que él parece escuchado, pues se da la vuelta y va hacia la pareja que ha entrado en el local para ayudarles a ubicarse.

Necesito que entre más gente, no solo por hacer caja —que también— sino porque necesito no pensar. Sé que tendría que hacer caso a mis amigos. Valorarme un poco más y no tener tantos complejos, pero eso es algo que no se puede controlar. Víctor ha dado en el blanco, porque es cierto que me veo con malos ojos, pensando que no soy lo suficiente para alguien.

Pienso en Quique y lanzo al aire un suspiro involuntario. Me siento bien con él, me siento a gusto, y creo que a él le pasa lo mismo conmigo, pero no sé hasta qué punto eso vale.

Pego un repullo cuando Víctor vuelve, poniendo la comanda en el tablón que tenemos en la pared. Aída también aparece un segundo después, retira otra de las comandas para hacer la cuenta y llevarla. Por su cara parece que se le ha pasado el enfado que tuviera.

—¿Mejor? —le pregunto para confirmar.

—¿Has dejado de decir gilipolleces? —Vale, a lo mejor no se le ha pasado tanto.

—Nop —reconozco haciendo una mueca con la cara—. Sabes que es mi trabajo a tiempo completo y que me lo tomo muy en serio.

La broma parece que funciona. Niega con la cabeza, pero ya se ve que sí que se le ha pasado.

—Vamos, Aída. Sabes lo que me cuesta. Es difícil verse suficiente al lado del guapito —lo llamo con el apodo.

Suspira, y creo que me da por imposible.

—Y tú sabes lo que me cuesta no pegarte ahora mismo.

—Lo sé —contesto alegre.

Alegre porque sé que no me va a pegar, y porque es la mejor amiga que se puede tener, a pesar de sus ansias violentas.

Coge el ticket, ya impreso, para marcharse de nuevo cuando la sujeto del brazo.

—Trataré, ¿vale? —digo sin más.

No sé si sabe qué trataré, ni siquiera sé si lo sé yo. Pero parece quedarse un poco más tranquila porque me sonríe y asiente levemente. Suspiro de nuevo. Trataré.

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