El comienzo


D E S A P A R E C I D O

¿HAS VISTO A ESTA PERSONA?

Anthony Dolohov

19 años

[Fotografía más reciente]

Características físicas: Altura: 1,78. Peso: 69 kg. Cabello: Castaño rojizo. Ojos: azules, forma almendrada. Tez: Clara.

Señas particulares: Tatuaje de una serpiente en antebrazo izquierdo y media luna en tobillo derecho.

Visto por última vez: Árcade "Los Caballeros de Walpurgis".

Usaba pantalón negro con cadenas falsas en los bolsillos, chaqueta negra, camisa blanca y botas tipo militar.

Si tienes alguna información, llama al

(112) o (999) o acude a tu comandancia más cercana.


Era el vigésimo cartel de desaparición que Regulus contaba.

Veinte personas que probablemente jamás volverían.

Y el auto de sus padres no había cruzado ni siquiera la mitad del pueblo.

Había varios altares improvisados en las aceras; cruces de madera clavadas en la tierra de los jardines, flores, velas y animales de felpa sosteniendo lo que parecen ser viejas fotografías. Sin embargo, las personas que caminan en la calle lucen ajenas, con sus expresiones aparentando normalidad, mientras ignoran el pecado desarrollándose a su alrededor.

Regulus tiene la boca seca y la pesadez asentándose en la base del estómago, al pensar en la complejidad de su propia mortalidad. La indiferencia en estos extraños, lo enfermaba.

Dios parecía haber abandonado este lugar.

Un pellizco suave en el muslo obliga a Regulus a apartar la mirada de la ventana y volcar toda su atención en la persona a su lado en el asiento trasero del auto. Sirius.

—¿Por qué fue eso exactamente?

—Estás hablando entre dientes —señala Sirius, alzándose de hombros—. Poco faltaba para que te mordieras la lengua.

—Yo no hago tal cosa —se queja Regulus, arqueando una ceja—. Al menos ya no.

El bufido bajo de burla seca que escucha de Sirius, extrañamente logra calmarlo lo suficiente para comenzar a ignorar también los carteles.

Las casas que flanquean la calle son viejas, repetitivas y aburridas, todas pintadas en tonos blanco o beige, recuerda vagamente a esos vecindarios oxidados en los cortometrajes de terror que solía ver con el tío Alphard. Es un pueblo pequeño, hay una farmacia en una esquina, un cine que tuvo mejores tiempos y varios locales con las cortinas cerradas, excepto por el árcade. Más adelante, las edificaciones comenzaban a mezclarse con arbustos espesos y árboles altos con ramas retorcidas que se alzan como dedos huesudos. Eso, sumado al alentador cielo cubierto de nubes llenas y grises, solo alimentan el deseo de saltar del auto y correr de regreso. Pero no hay un hogar al cual volver.

—Respira —le recuerda Sirius, respirando junto a su cuello, su mano ahueca la rodilla de Regulus que ha comenzado a rebotar nerviosamente.

—Siri...

—Miren, esa debe ser la escuela —interrumpe Walburga, la uña de su dedo índice repiqueteando contra el cristal de la ventana en su asiento del copiloto—. Extraña ubicación, debo admitirlo.

Extraño era el eufemismo del siglo.

La escuela estaba rodeada de bosque, más bosque y sombras. Si su madre no lo hubiera señalado y su padre no hubiera detenido el auto, Regulus no habría notado que el edificio estaba ahí, únicamente la punta de una torre, con una bandera dorada con un escudo se distingue, izada entre los troncos rugosos y follaje oscuro en las profundidades. Demasiado alejado y perdido para vislumbrarlo bien, Regulus solo es capaz de distinguir los senderos en la tierra conduciendo (o eso espera), al lugar.

—Genial —respira Sirius, cómicamente.

Regulus no encuentra lo divertido en eso.

Su padre vuelve a poner en marcha el auto, reservándose su comentario al respecto.

—Sabía que dirías algo como eso —murmura Regulus, tirando de las cuentas metálicas en el rosario, rodeando la muñeca derecha de Sirius.

—Hay que ver lo positivo, ¿no lo crees?

La sonrisa relajada de Sirius, le brinda una falsa sensación de calma. Regulus puede tratar de hacer eso, ver lo positivo del pequeño pueblo atrapado en el tiempo.

Orión hace girar el volante en la próxima curva, sacándolos del pueblo y adentrándose en el bosque por una pequeña colina que hace tambalear el auto. La tierra bajo los neumáticos cruje y rasga como papel, Regulus sabe que no soportará más tiempo dentro de esa vieja cafetera. Por suerte, la tortura no dura mucho. Diez minutos después, el auto se detiene frente a una casa de tres niveles y aspecto casi elegante, flaqueada por altos robles. Una fachada oscura, adornada con enrejados de hierro forjado y ventanas de madera. Las tejas de pizarra en el tejado parecen haber pasado por mejores días y las puertas dobles de madera oscura, con sus intrincados paneles y manijas de latón en la entrada, son realmente encantadores.

—Si dices algo positivo, te arrancaré la lengua —sisea Regulus, señalando con el dedo a Sirius cuando ambos bajan del auto, tomando sus equipajes del maletero.

—Oh, vamos Reggie. Realmente podría animarte mi comentario respecto a nuestro asilo... Digo, hogar.

Regulus casi sonríe por la broma mal disimulada, casi. Niega lentamente, tratando de mantener la mueca de exasperación sobre sus labios mientras sigue a sus padres y a Sirius al interior de la casa. Adentro es incluso peor, el aire apesta a fría humedad, cera de vela y madera antigua. Los muebles están cubiertos por sábanas blancas arrastrándose por el piso. Dos grandes espejos reflejan la luz tenue que se filtra entre las cortinas cubriendo las ventanas. El suelo cruje bajo sus pasos, las chimeneas de ladrillo están apagadas y los tapices oscuros cuelgan de las paredes, con sus patrones florales y ramificaciones desvaneciéndose, como la vida de Regulus contemplando su nueva morada.

—Suban y desempaquen, los llamaré para cenar —indica Walburga, con tono profundo y descontento mirando a su alrededor y hacia Orión.

Su padre le guiña un ojo al encender un habano.

Regulus se pregunta que se podría cocinar ahí y en esas condiciones, pero no exterioriza el pensamiento, simplemente asiente tomando su equipaje con una mano y el brazo de Sirius con la otra, comenzando a arrastrarlo por las escaleras hacia el segundo piso. Un pasillo tan lúgubre y apestoso como el resto de la casa conduce a cuatro puertas diferentes, dos habitaciones, un baño y lo que Regulus supone es el acceso al ático. Se hace una nota mental para explorarlo más tarde.

Su alcoba es de techos altos con vigas a la vista y una araña de cristal colgando en el centro, cubierta de telarañas y velas mohosas y paneles de madera tallada cubriendo las paredes. Hay dos camas desnudas, sin doseles, una en cada extremo de la habitación, separadas por un tocador de caoba con espejo ovalado y varias cajas de mudanza (que llegaron dos días antes). Junto a la única ventana en la habitación, hay una silla con una pata más corta que las otras, su asiento de terciopelo rojo y el respaldo con ciervos tallados apoyado contra la pared.

—Esto apesta como a la abuela —se burla Sirius, pasando junto a Regulus para abrir la ventana y ventilar un poco.

Regulus no se sorprende al visualizar el enrejado detrás de los cristales emplomados, ni de que su único paisaje sea, << vaya sorpresa >> el lúgubre jardín trasero con su límite, desdibujándose en el bosque con las raíces de un gran roble.

—Al menos la vista es buena.

—Estás bromeando —farfulla Regulus, incrédulo.

—No, soy Sirius.

Regulus pone los ojos en blanco con fuerza, escuchando el ladrido de risa de Sirius rebotar en las paredes cuando le da la espalda para comenzar a revisar las cajas, tratando de averiguar por donde comenzar a desempacar.

—Espero que un oso te coma ahí afuera.

—Uhm, encantadora perspectiva, pero creo que no hay osos aquí —murmura Sirius, sentándose sobre la cama más cercana a la puerta.

—Compraré uno y lo liberaré en el bosque para qué te devoré.

Sirius tararea, completamente despreocupado. Cruza las piernas y observa a Regulus abrir la primera caja con sus decoraciones y fotografías. Tan pronto como la abre, la vuelve a cerrar y pasa a la siguiente. Sabanas y fundas de almohada. Él las arroja directamente a la cara de Sirius.

—¿Y eso por qué?

—Necesitas ser útil —señala Regulus, levantando la mirada —. A menos que desees ayudar a madre con la cena.

Sirius gruñe y se pone de pie con la velocidad de un rayo, tomando las almohadas en su lado y una de las fundas verde musgo.

—Estoy siendo útil, pequeño mocoso traidor.

Regulus sonríe orgulloso de sí mismo, preparando su propia cama, siendo tal vez demasiado quisquilloso con el polvo cubriendo el colchón en una fina capa. Sirius tararea en voz baja, llenando apenas el silencio formándose entre ellos. La repentina calma golpea a Regulus con fuerza, recordándole todas las cosas extrañas que lo habían inquietado en el camino. Desde el gran arco con el letrero en la entrada del pueblo...

"¡Bienvenido a Hollow Valley, el lugar dónde existirás para siempre!".

Hasta los inquietantes carteles de desaparición cubriendo cada esquina.

El constante riesgo de salir de casa para no regresar jamás no era algo que mencionará la guía turística, o la demasiado amigable agente de bienes raíces. Regulus no es consciente de que se había estado mordiendo el labio hasta que siente el sabor del óxido en la boca, es solo una probada, un segundo, y tan pronto como está ahí, desaparece. Sirius le está limpiando la herida con el pulgar.

—Oye, dime que pasa —exige él, lento y paciente.

—¿No crees que es extraño?

—¿Qué cosa?

—Las desapariciones —respira Regulus, siguiendo la forma en que Sirius lame la sangre en su dedo y sus cejas se arquean con entendimiento.

—Creo que estás nervioso por la mudanza, Regulus. Es normal sentirse inquieto.

—No es eso, Sirius. Algo realmente malo está sucediendo en este lugar.

—No seas paranoico, Reggie. Dale una oportunidad a este pequeño pueblo de mierda. Inténtalo —susurra su hermano, abrazándolo por los hombros, apoyando la barbilla en la cabeza de Regulus—. Necesitábamos un cambio, al igual que nuestros padres.

Regulus es consciente de ello, de la misma forma en que conoce el significado oculto detrás de esas palabras "Adáptate, no podemos volver".

Eso no significa que le agrade.

—¿Para eso debíamos recluirnos en un sitio olvidado por la mano de Dios? La escuela está en medio de un bosque, Sirius.

—Eso es más una ventaja que un problema.

—Sirius.

—Relájate, ¿sí? Mañana es nuestro primer día en la nueva escuela. Será bueno, harás amigos, y serás el mismo cerebrito de siempre. Todo estará bien, pero si te hace sentir mejor, no voy a dejarte solo.

Regulus quiere creerle, desesperadamente, pero no puede. Sin embargo, se permite hundirse en la seguridad de los brazos de su hermano, aspirar el aroma puro en su cuello, justo sobre su punto de pulso.

—No lo sé, Sirius. Tengo un mal presentimiento.

Sirius tararea, acariciando su cabello, con una gentileza que solo alguien como él podría conseguir. Las cuencas del rosario se sienten frías contra la frente de Regulus.

—Vamos, Reggie... ¿Qué es lo peor que podría pasar?

¿Qué era lo peor que podría pasar?

Regulus repasa las posibilidades, mientras Sirius se aparta y termina de preparar sus camas, ignorando el resto de las cosas por desempacar, a excepción de un reloj que deja sobre las cajas cerradas. Cuando los llaman para cenar, Sirius toma su mano, guiándolo por la casa para reunirse con sus padres en el comedor.

La habitación está considerablemente más limpia y agradable que esa tarde. Hay una hogaza de pan crocante, sopa caliente —que Regulus asume proviene de las latas que vio en el portaequipajes del auto—, la vajilla buena está decorando la mesa y velas fuera del alcance de Regulus iluminan todo con una luz mortecina acompañando el aroma de la comida. Madre les ordena lavarse las manos antes de ocupar sus asientos.

Sirius se deja caer pesadamente en la silla a su derecha, apoyando los codos sobre la mesa con el rosario entre sus manos entrelazadas, imitando el gesto de Orión y Walburga. Cabezas gachas, ojos cerrados, oraciones soplándose en susurros sobre las cuentas de plata. Regulus también lo hace, presionando sus labios con fervor contra el crucifijo al final de la cadena en su cuello. Reza con mayor ahínco que el resto de su familia. Más alto, más rápido, más vehemente.

Dios no puede abandonarlo, no ahora. No a él.

Después de la cena, sus padres los llevan al sendero en el bosque, señalando todo lo que debían recordar al día siguiente para ir y regresar de la escuela. Si ellos notan lo extraño que resultaba que ese camino conectara directamente con el patio trasero en su casa, se abstienen de mencionarlo. Sirius parece particularmente encantado de ser obligado a caminar por ese lugar el resto de su vida y madre debe recordarle sus modales.

Ser buenos.

La noche se desliza con la neblina, abrazando el hogar en su manto oscuro. Sirius, de espaldas a Regulus, tararea nuevamente la melodía de esa tarde: una antigua canción de cuna francesa. Mientras se desviste para ponerse el pijama, la habitación se llena de notas suaves y nostálgicas y un tic-tac mecánico. Regulus evita mirarlo, enfocándose en su lugar en contar las pequeñas cornamentas talladas en los postes de su cama: 1...2...

—Puedo escuchar los engranajes en tu cabeza.

4...5...6...

—Se llama pensar, Sirius, deberías intentarlo alguna vez.

—Y tú deberías tratar de relajarte —contraataca Sirius, impasible.

9...10...11... Las astas se detienen en eso. Once.

—Extraño al tío Alphard —susurra Regulus.

Y la canción se detiene. La tensión en los hombros de Sirius desde la otra punta de la habitación es palpable como una bruma.

—Igual yo. No pienses en eso y trata de dormir, Regulus ­—insiste Sirius, metiéndose bajo las mantas, cubriéndose con ellas hasta la barbilla—. Por mí.

Regulus puede hacerlo, haría cualquier cosa por él. Sirius le murmura un suave buenas noches, extendiendo su brazo para tomar la lámpara junto a su cama y apagarla antes de darle la espalda y quedarse dormido, o eso cree Regulus, cubriéndose bajo su propia manta. Todo a su alrededor se convierte en sombras y tablones oscuros rechinando por la humedad almacenada. Las manecillas del viejo reloj de Alphard sobre las cajas de mudanza se detiene cerca de las nueve en punto, como siempre. Y Regulus finalmente consigue conciliar el sueño, empujando el mal presentimiento hacia abajo.

Y abajo.

El viento azotando la ventana lo despierta, el repiqueteo del cristal aflojándose del marco. Sirius gruñe, entre sueños. Regulus no quiere despertarlo, afuera aún está oscuro y hace frío. Con cuidado, se levanta, sintiendo el suelo frío bajo sus pies, la madera cruje en protesta al acercarse. Su mano detiene el marco, empujándolo de vuelta contra el alfeizar lentamente, con su cuerpo letárgico evaporando el sueño con lentitud. No hay estrellas en el cielo, solo una luna grande y brillante entre nubes grises. El silencio es ensordecedor.

Regulus no sabe que es lo que le insta a bajar la mirada hacia el patio, pero cuando lo hace, el miedo lo paraliza. Su corazón comienza a bombear furiosamente.

Bajo el imponente sauce, hay un hombre apoyado contra el tronco, su silueta desdibujándose con las sombras de la noche. Está ahí, observado. Sus manos ocultas dentro de los bolsillos de su sudadera y su rostro por la capucha. Regulus no distingue casi nada de él, pero lo qué si ve, es la sonrisa: depredadora y oscura, cuando nota a Regulus en la ventana.

Con el aliento cortándose en su pecho, da un paso atrás buscando alejarse de ese acecho, y otro, y otro más, hasta que sus pantorrillas chocan con la base de la cama de Sirius. Regulus se arrodilla a su lado, para sacudirlo con fuerza, en un intento de despertarlo. Funciona.

Sirius gruñe, malhumorado, tallándose los ojos con el puño mientras se incorpora sobre sus codos.

—Joder, Reggie... ¿qué hora es?

—Hay alguien afuera.

Las palabras suenan gangosas, forzadas a pasar a través del nudo en su garganta. Su hermano parpadea, lentamente; extrañado, confundido.

—¿Qué?

—Hay alguien afuera, observando la casa —repite Regulus, sentándose sobre sus talones, conforme la lividez llena la expresión de Sirius.

Sirius se levanta de la cama, cuidando no golpear a Regulus en el proceso de acercarse para comprobar. Sus pasos son silenciosos, cuidadosos, incluso al moverse por una habitación a oscuras. Al llegar al cristal de la ventana, su ceño se profundiza. Regulus lo nota, pese a la oscuridad: el surco en el medio de sus cejas y su labio tirando infelizmente hacia abajo.

—Regulus, no hay nadie afuera.

El corazón le da un vuelco en el pecho.

<< No, no, no >>.

—¡Juro que lo vi, Sirius! Había alguien ahí, estaba de pie en el maldito árbol, mirando nuestra ventana. Sé que me vio también porque estaba sonriendo. Sé que estaba... Sé que...

No podía estarle sucediendo de nuevo. Aun en el suelo, junto a la cama de su único refugio seguro, Regulus hiperventila. El aire que entra en sus pulmones es caliente, como respirar humo directamente de una fogata. Sirius está a su lado en un segundo, acunando el rostro de Regulus entre sus palmas.

—Oye, oye, te creo —susurra Sirius—. Tal vez lo asuste y se fue. Te creo, Regulus. Sígueme y respira.

Regulus se burla, llevándose una mano al pecho, contando en silencio sus latidos. Contando en silencio las respiraciones pausadas de Sirius hasta que la suya iguale el ritmo. Sirius lo sostiene por los hombros ahora, manteniéndolo cerca al ponerlo de pie. Manejándolo. Manteniéndolo a salvo.

Respira.

—No estoy loco —musita Regulus, permitiendo que Sirius lo arrastre con él hacia el colchón.

Sirius es gentil al recostarlo a su lado en la cama, al abrigarlo y tararear para él la canción de cuna de antes. Abrazándolo pese al reducido espacio que comparten. Regulus exhala, ocultando su rostro en el pecho de Sirius, enterrando la nariz en el cuello de su camiseta.

—No estoy mal, Siri.

—No, no lo estás —concuerda Sirius, apoyando la barbilla en la coronilla de Regulus, sus brazos rodeando su cintura—. Duerme, Reggie. Estoy aquí.

Las vibraciones de la melodía se sienten en cada poro, el tarareo ronco de Sirius lo envuelve como la neblina a los árboles. Los minutos transcurren y nada cambia. Cuando Regulus está seguro de que Sirius no lo dejará ir, permite que la canción y los recuerdos lo sumerjan de vuelta a su estado somnoliento.

Esa noche, sueña con sonrisa de dientes blancos, un hombre persiguiéndolo por el bosque y brazos fuertes, presionándolo contra un tronco hueco.

Por la mañana, ninguno menciona el incidente a sus padres. Walburga mira fijamente a Regulus durante todo el desayuno, en silencio. Esperando por algo. Pero una sonrisa suave de Sirius y su mano apretando su rodilla bajo la mesa, mantienen a Regulus fuera de su cabeza, concediéndole un descanso de la paranoia. Y simplemente deja ir la mala experiencia, prometiéndose no volver a pensar en ello. Fingir que no sucedió hasta olvidarlo.

Regulus no sabía cuánto se iba a arrepentir de esa decisión.

—Que tengan un buen día —desea Orión, levantando su taza de café en un gesto solemne al verlos tomar los cuadernos que Madre les ofrece, faltando quince minutos para las ocho de la mañana.

—¿Están seguros de que no prefieren que los acompañemos el primer día?

—Madre, estaremos bien —asegura Sirius, con ritmo pausado—. Solo es un bosque y una escuela.

Walburga presiona sus labios en una línea tensa. Su mano sube para apartar un cabello cayendo fuera del peinado engominado y rígido de Sirius, aplanándolo hacia atrás junto al resto. Madre jamás permite que su cabello crezca más allá de las orejas, siempre deben estar peinados. Presentables.

—Recuerda seguir únicamente el sendero y, al llegar a Hogwarts, pedir sus horarios. No deben tener problemas para las clases, su padre resolvió todo antes de venir aquí —murmura ella—. Cuida de tu hermano, Sirius. Sabes que es frágil.

Frágil.

—Lo haré —promete Sirius.

Walburga lo deja ir, acercándose a Regulus para acomodar el cuello de su camisa con dedos que se sienten como piedra caliente.

Sé bueno, Regulus.

Regulus no recuerda su respuesta a eso.

Sirius camina a su lado durante todo el trayecto hacia la escuela, sorteando ramas en el sendero y mierda de animales. Sereno, relajado, fluyendo con lo tétrico en el paisaje como si hubiera nacido para pertenecer ahí.

Las nubes grises en un cielo abierto y deprimido abrazan las copas conforme el camino se hace más ancho, los arbustos menos espesos y el aroma a tierra húmeda se teje con el bullicio. Hogwarts Academy se alza en medio de un círculo amplio de árboles sin hojas y sin césped, como un hueco en el bosque. Es un edificio alto de ladrillo marrón opaco, ventanas rectangulares en sus dos niveles y en la pequeña torre sosteniendo la bandera, molduras blancas, una escalinata de piedra y puertas principales rojo oxidado bajo un reloj.

Hay algunas personas a los alrededores, riendo o charlando. Ninguno parece notarlos, nadie les da una segunda mirada, como si fueran tan olvidables como cualquier otra cosa.

Es agradable.

—¿Listo? —pregunta Sirius, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado, señalando la escuela.

Mira el gran reloj de madera tallada en las puertas marcando las 8:07 y de vuelta a Sirius, pulcramente vestido con su camisa blanca perfectamente abotonada sobre un chaleco aburrido, su pantalón recto negro y cabello perfectamente peinado. Se mira a sí mismo vestido exactamente igual y decide que sí, que lo está.

Regulus ofrece una sonrisa irónica, dando el primer paso hacia adelante. Prácticamente, puede sentir el orgullo de Sirius taladrando su nuca.

En el vestíbulo, nada es diferente. Una larga línea de casilleros rojos flanquean los costados y giros de pasillos, pisos de mármol blancos y negros, como casillas en tablero de ajedrez y puertas de cristal. Junto a la puerta principal, colgado de la pared, hay un tablón de anuncios; habrá un torneo de cacería al final del ciclo y el periódico escolar está reclutando voluntarios, lee Regulus.

Sirius tira de su brazo suavemente, animándolo a avanzar y dejar de bloquear el paso.

—Conseguiré nuestros horarios y tal vez nos dé tiempo a explorar un poco antes de la media hora, ¿imaginas lo humillante que sería perderse las clases en el primer día? —pregunta Sirius, sonriendo con esa peculiaridad suya.

La idea parece no desagradarle.

Sirius.

—Oye, yo solo digo —farfulla Sirius, alzando las manos en un gesto apaciguador.

Avanzan un poco más por el lugar, deteniéndose frente a una puerta en el corredor principal marcada con letras rojo y dorado en el cristal.

"Minerva McGonagall.

Control escolar - Subdirección".

Era demasiado rojo y el labio de Regulus se frunce con desagrado.

—Ahora estás irritable —señala Sirius con burla ligera, apretando sus cuadernos bajo su brazo.

Regulus olfatea—. No lo estoy.

—Claro —Sirius pone los ojos en blanco—. Solo espera aquí. Vuelvo en un segundo.

Sirius no espera una respuesta y Regulus tampoco la ofrece. Se limita a quedarse parado torpemente junto a la puerta de la subdirección, tirando de un hilo suelto en su chaleco, mientras observa al tránsito en el pasillo. Escuchando conversaciones ajenas; quejas de maestros, del clima y lo más importante de todo...

—Escuche que encontraron su zapato junto al río.

—¿Un zapato? Es imposible y lo sabes, nunca deja nada atrás. Él es muy cuidadoso al respecto. Por eso es tan aterrador.

—Bueno, eso es lo que escuche... Lástima, Greengrass no me agradaba particularmente, pero es triste que una chica como ella haya terminado así.

—¿Crees que su novio necesite consuelo?

—¡No seas insensible, Parkinson! Ella no tenía novio. Todo mundo sabe que le gustaba ya-sabes-quién.

—¿Y a quién no? Pobre, tal vez tenía una oportunidad.

Las chicas a su lado se carcajean y cierran sus casilleros con un fuerte azote, como si realmente lamentarán lo de esa tal Greengrass. Regulus exhala un bufido burlesco, observándolas marcharse. Sigue sus siluetas hasta que las pierde de vista en la esquina del próximo pasillo, donde otra pequeña multitud está reunida bajo un silencio solemne, contrastando con el ruido a su alrededor.

Sirius está demorando demasiado y, antes de que Regulus se dé cuenta, sus pasos se dirigen hacia ese lugar, atraído por alguna especie de fuerza desconocida. Permanece detrás, a una distancia segura que le permita observar sobre sus hombros y los espacios entre sus cuerpos. Su mano se cierra con fuerza alrededor del crucifijo en su cadena, al percatarse.

Era un altar, como los del pueblo.

Hay una fotografía pegada en uno de los casilleros con trozos de cinta colorida, mensajes escritos sobre el metal con tintas plateadas y negras, rosas y velas apagadas en el suelo formando un pequeño círculo alrededor de un pequeño cartel beige. Un altar para la chica de cabello oro y sonrisa amable congelada en la fotografía. Greengrass.

Desaparecida hace dos días.

Regulus se siente vertiginosamente enfermo.

La sensación aumenta al ver al pequeño grupo de semblantes adoloridos retroceder, abriendo camino, murmurando entre ellos, pero sin mirarse realmente cuando alguien se acerca. Regulus da un paso atrás, por instinto, su espalda presionada contra la pared y sus cuadernos abrazado a su pecho. No entiende qué sucede, hasta que lo ve.

El chico, alto y de piel morena, lleva el cabello castaño en una maraña salvaje que acaricia su nuca. Sus hombros anchos se ocultan bajo una chaqueta de cuero negro, y unas gafas de montura ancha desencajan o complementan la expresión solemne en su rostro cuando se agacha, con un encendedor en la mano derecha, acercándolo a las velas. Se agacha con elegancia, sosteniendo un encendedor en su mano derecha. La llama danza cuando se acerca a las velas, y la atmósfera cambia con la primera de ellas siendo encendida. Los murmullos se transforman en suaves sollozos y susurros sobre lo mucho que Greengrass apreciaría este gesto.

Chico misterioso sonríe, con el brillo de las llamas acariciando su rostro, delineando sus facciones. Trazando la forma de su mandíbula, su nariz, la curva de sus labios y los rizos cayendo sobre su frente. Los extremos de la cruz en la mano de Regulus se clavan en su palma debido a la fuerza con la que comienza a sostenerla.

—James Potter Riddle —dice una voz tímida a su lado, soplando las palabras, el aroma a goma de mascar en el aliento golpea la mejilla de Regulus.

Su mano se afloja, sus pulmones se llenan de aire con el crucifijo golpeando su pecho, y finalmente puede apartar la mirada.

<< James >>.

—¿Perdón?

Regulus se gira hacia el extraño niño de pie, masticando ruidosamente. Bajo y regordete, ojos azules en un rostro demasiado infantil y cabello rubio opaco. No es impresionante.

—A quien miras, ese es su nombre. Todos aquí lo conocen, prácticamente una celebridad en sus días más humildes —dice el niño, parpadeando con lentitud—. Eres el nuevo, Black, ¿cierto? Creí que tenías un hermano.

<< Extraño >>, piensa Regulus, las alarmas encendiéndose en su cabeza.

—¿Cómo lo sabes?

—Pueblo pequeño, chismes grandes —se alza de hombros—. Soy Peter y debo decir que me decepcionas un poco. Cuando supe que eras de la ciudad, esperaba algo... salvaje, como Crouch o algo por el estilo.

Luego, infla una bomba de chicle y la hace estallar en un pop suave, ocultando las manos en los bolsillos de su pantalón. Regulus arquea una ceja en un gesto cargado de desdén.

—Lamento que no me interese cumplir con tus expectativas, no tenía idea de que ser el entretenimiento del citadino malo era requisito para ingresar a la escuela más aburrida en todo Escocia.

—Oh... me agradas —tararea el niño, su sonrisa es suave en los bordes.

Regulus no quiere agradarle. Su piel comienza a sentirse extraña bajo las mangas de su camisa, miles de hormigas pequeñas e invisibles escalan sus brazos. Peter sigue hablando sobre algo mientras la gente en el pequeño altar se aleja.

Todas las velas en el memorial de Greengrass están encendidas y James Potter está de pie a unos cuantos bloques de distancia, charlando con un grupo que Regulus asume, deben ser sus amigos, si las risas y bromas familiares indicaban algo. Su brazo rodea los hombros de un tipo casi tan alto como él, con las puntas del cabello oscuro teñidas de verde.

Ese es Barty Crouchseñala Peter, aunque Regulus no haya preguntado. Crouch tiene su mano sobre la cadera de una mujer pelirroja, de muslos gruesos y piel bañada en pecas—. Y esa es Lily Evans.

—No me interesa —dice Regulus.

—La pareja del año —se burla Peter, en un murmullo bajo, como el chillido de un ratón.

—No conoces la discreción, ¿verdad?

Son realmente un trío peculiar, demasiado atractivos, sonrientes y perfectos. Ninguno de ellos parece darse cuenta de Regulus retrocediendo discretamente, tirando de la manga de Peter para llevarlo con él. Alejarse de ese lugar comenzando a provocarle escalofríos.

Entonces, Sirius lo encuentra.

—¡Jesús, Reggie! Te busqué por todos lados, creí que te habías marchado o algo así —gruñe Sirius, empujando el horario acartonado de Regulus contra su pecho sobre los cuadernos—. Oh, ¿tienes un amigo?

—No —sisea Regulus.

—Soy Peter —declara él al unísono.

Sirius prácticamente comienza a vibrar de la emoción, la sonrisa abriéndose paso sobre sus labios es cegadora.

—Un placer, Peter. Soy Sirius, el hermano de Reggie.

—Sí, he notado el parecido —ríe Peter, estrechando la mano de Sirius haciendo reventar nuevamente su goma, inclinándose sobre el horario de Regulus—. Mira eso, compartimos la primera asignatura y... todo lo demás, en realidad.

—Genial —silba Sirius.

<< Dios >>, Regulus se lamenta, en silencio, ante la perspectiva. Aunque, por primera vez en su vida, agradece la insistencia de sus padres para igualar sus estudios con los de Sirius.

Su cerebro finalmente servía de algo.

La sonrisa de Peter se amplía cuando la chicharra del timbre escolar suena, marcando la señal para dirigirse a su primera clase.

—No se preocupen, gemelos aburridos, no los dejaré solos.

Peter les indica el camino a seguir, mezclándose con todos los demás, fluyendo en el pasillo, dirigiéndose a sus propias aulas. Siguen al niño porque es lo lógico, Sirius camina a su lado cuchicheando algo sobre la falda escocesa de la subdirectora. Al llegar al salón de clases, no es en absoluto sorprendente que algunos ya se encuentren ahí, Regulus no les presta atención mientras entra, ocupando el asiento libre en la primera fila, frente al escritorio, mientras Sirius se sienta en el pupitre detrás de él y Peter en el continuo. Un hombre entra un par de minutos después, él presenta como "Profesor Binns".

—Debes ser el niño nuevo que mencionó Minerva —señala Binns, mirando a Regulus fijamente sobre sus gafas agrietadas, sus ojos se arrastran hacia Sirius—. Los Black, sí, pasen al frente y preséntense para sus compañeros.

—¿Es necesario?

El profesor Binns arquea una ceja parduzca al dejarse caer en su escritorio, con sus manos cruzadas sobre su estómago, en un gesto claro de no aceptar reclamos. Regulus gime para sus adentros y se pone de pie, siendo seguido por Sirius. Avanza al frente, parándose torpemente delante de la pizarra. Binns ordena guardar silencio.

Y todos los ojos están puestos sobre Regulus.

—Mi nombre es Regulus Black... Tengo diecisiete años y acabo de mudarme aquí con mi familia —enumera Regulus, entrelazando las manos detrás de su espalda, manteniendo su postura recta—. Vivimos en la casa al final del sendero cruzandoel bosque y...

Cuando dice eso, Regulus cree escuchar una respiración entrecortándose. El sonido, aunque bajo e ínfimo, le provoca un escalofrío que sube por su columna. Trata de encontrar el origen de eso, mientras Sirius toma el control del resto de su presentación, Regulus no presta a sus palabras. Su mirada encuentra al chico del altar, sentado al final de su fila.

Su lenguaje es curioso, reclinado hacia atrás en su asiento, pasando su pulgar sobre sus labios ligeramente entreabiertos. Está sonriendo por algo, prestando atención, pero sin mirarlos realmente. Hay algo sobre él, que Regulus no consigue descifrar.

—... esperamos una vida tranquila. Es todo —concluye Sirius, haciendo un ademán pausado con su mano, agitando suavemente las cuentas de plata en su rosario.

Nadie comenta nada al respecto, ahora saben quiénes son, pero al igual que Peter, parecen decepcionados con lo que encuentran.

—Bueno, en nombre de todos aquí, les doy la bienvenida a Hollow Valley y Hogwarts Academy —murmura Binns, aclarándose la garganta cuando regresan a sus asientos en completo silencio—. Espero que encuentren su estadía aquí agradable, señores Black.

Nadie mira dos veces a los aburridos y recatados hermanos Black.

La clase de historia parece durar una eternidad y, cuando la próxima chicharra suena para el cambio de aulas, las personas salen en estampida, incluido Binns, excepto por Sirius, Regulus, Peter y el trío de DIAMANTES, en mayúsculas, de Potter.

—Cálculo avanzado es una pesadilla, si no llegas temprano, los lugares traseros se acaban pronto, es realmente horrible —enfatiza Peter, recogiendo los cuadernos de los tres para salir disparado del aula —. ¡Les reservaré un lugar! —grita, perdiéndose de vista.

—Me agrada. ¿Podemos quedárnoslo, Reggie?

Sirius ríe, sin embargo, Regulus no presta atención. Evans y Crouch salen, esquivando pupitres, esperando bajo el umbral por algo. Alguien.

Cuando James Potter pasa junto a ellos, sus ojos se desvían brevemente, casi por casualidad. El avellana oscuro se hunde profundamente en Regulus como cuchillos calientes en la mantequilla, cortando a través de él y Sirius.

Regulus le sostiene la mirada, con ensayada indiferencia rayando en el aburrimiento. Puede ser paranoico, puede estar un poco mal mentalmente, pero sabe que la sonrisa de satisfacción oscura curvando los labios ajenos, no es un producto de su atormentada imaginación.

Y también sabe, que acaba de cometer un grave, grave error.

Ese era el gesto de alguien que ha encontrado un nuevo entretenimiento. La expresión de un cazador contemplando a su próxima presa.

<<Mal, mal, mal >>, grita la voz del pánico.

Sirius sacude su hombro, perdiendo su gentileza habitual.

—¿Regulus? ¿Te sientes bien?

El pasillo está vacío, excepto por ellos, pero Regulus aún puede escuchar cada conversación y ruido sucediendo dentro de su cabeza. Aún puede sentir la mirada de James Potter.

—Creo que cometimos un error al venir aquí, Sirius —susurra Regulus.

Él se está alejando en la misma dirección de Peter, saliendo de la habitación, caminando un paso delante de la pelirroja y su novio. Sus manos ocultas dentro de los bolsillos de su chaqueta y su mirada fija en el frente, completamente indiferente a las personas apartándose de su camino con esas expresiones tontas en la cara.

—¿Por qué dices eso?

Regulus no puede poner en palabras esa sensación de peligro arrastrándose bajo su piel, la forma en que su alma se estira, persiguiendo esa oscuridad.

—No lo sé.

La expresión de Sirius se torna vuelve áspera en los bordes. Sus labios se presionan en una línea tensa, sus ojos se entrecierran con preocupación, formando pequeñas arrugas en las esquinas, escudriñando a su alrededor y de vuelta, asegurándose de encontrarse solos en el aula antes de empujar a Regulus contra su pecho. Manteniéndolo a salvo con una mano extendida sobre su espalda baja y la otra en su omoplato, anclándolo a la realidad, lejos de cualquier cosa que pueda lastimarlo.

—Estarás bien —dice Sirius, presionando un beso sobre su cabello—. Lo prometo, Reggie.

Y Regulus le cree.

No vuelve a cruzar miradas con James Potter en todo el día pese a compartir varias clases. Durante el almuerzo, Regulus está demasiado distraído por la conversación sarcástica de Peter y su ingenio afilado, inteligente, astuto y oportuno, encajando con la gentilidad de Sirius y su propio filo para pensar en él.

Peter es alguien realmente tolerable, Regulus puede acostumbrarse a él. Hace más fácil el integrarse a una nueva escuela, personas y olores. Peter siempre huele a goma de mascar de fresas y moras. Él también habla mucho.

Sabe todo lo que sucede en esa escuela.

Al terminar el día, Sirius y Regulus se despiden de Peter en las ramificaciones a mitad del sendero del bosque y se marchan a casa, siguiendo el resto del camino solos.

—Hiciste tu primer amigo —felicita Sirius, dándole un codazo amigable en las costillas.

—No es mi amigo —insiste Regulus, poniendo los ojos en blanco. La suela de sus zapatos hace crujir las hojas secas y ramitas en la tierra—. Pero es...

—Necesitas acostumbrarte a él, lo sé, lo sé.

Llegan a casa al cuarto para las 3 p.m. Pasan la tarde ayudando a Madre con la cena, terminan de desempacar al terminar y preparándose para dormir, Sirius le permite quedarse otra noche con él. No hay sueño, pero hay luces de linternas en el bosque despertándolo. Su brillo atraviesa la ventana en pequeños reflejos de luz distante.

Regulus no les presta atención y vuelve a dormir, enterrando su nariz en el brazo de Sirius.

Al día siguiente, hay una nueva fotografía en un cartel beige llenando las calles y los noticias de Hollow Valley. Mientras pone los cubiertos para el desayuno, Regulus lo ve en el periódico que su padre ha dejado sobre la mesa. Reconoce la sonrisa tímida en la fotografía eclipsada y distorsionada por un error en la tinta al imprimir.

El plato que Regulus había estado sosteniendo cae de sus manos, estrellándose en el suelo del comedor en fragmentos de cerámica. Sirius está a su lado en un segundo, su madre grita y se calla de igual forma, acercándose al notar la palidez enfermiza de Regulus, ayudándolo a sentarse en la silla más próxima.

—¿Regulus? ¿Niño, que ha pasado? —pregunta Walburga, presionando el dorso de su mano fría en su frente, comprobando su temperatura.

—Reggie... —llama Sirius.

Entonces ellos también notan la fotografía en el periódico, Sirius pierde color, está lívido. Walburga aprieta los labios, cierra los ojos y reza en voz baja, entrelazando las manos debajo de su barbilla, Regulus escucha la oración en bucle, su propia voz comienza a seguir el hilo del rezo sin ser consiente de ello.

Su madre termina y pregunta, con todo el tacto que puede reunir:

—¿Amigo suyo?

—No —responden Sirius y Regulus al unísono, sin apartar la mirada de la sonrisa congelada y ojos azules que parecen mirarlos desde el papel.

Un fantasma en un cartel.


D E S A P A R E C I D O

¿HAS VISTO A ESTA PERSONA?

Peter Pettigrew

17 años.

[Fotografía más reciente]

Características físicas: Altura:1,69. Peso: 78 kg. Cabello rubio paja, ojos azul claro, pequeños y ovalados.

Señas particulares: Cicatriz en ambos dedos meñiques.

Visto por última vez: Hogwarts Academy, alrededor de las 2 p.m.

Usaba pantalón de mezclilla, camiseta sin cuello color gris y zapato deportivo blanco.

Si tienes alguna información, llama al

(112) o (999) o acude a tu comandancia más cercana.


En el sendero, hay un paquete abierto con goma de mascar cuyo dueño jamás regresará.



Me encanta todo aquí, es la rienda suelta a todo lo que no puedo hacer en otros fanfics JAJAJAJA.

Esto solo empeora y empeora, pero te gustará. También, no soy particularmente religiosa, pero me críe en un entorno católico, la mayoría del tiempo no sabré muchas cosas, pero la intención es lo que cuenta. No pretendo ofender a nadie así que ten en mente que la religión aquí escalara al punto feo, el fanatismo o el lado oscuro.

También, ¿qué pasa con Regulus? No lo encasilles aun, espera un poco. Él es el mayor plot de este fic, al igual que Sirius.

Me encanta su relación aquí.

Y BARTY Y LILY, SEÑORES. Hace calor.

¡Gracias por leer, comentar y votar! 

Nos vemos pronto

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