Una sutil luz.

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Albor quería conocer a su enemigo y aprovecharse de él. Ante el embajador, se comportaba como un príncipe mimado, dispuesto a escuchar cualquier consejo que le diera un poco más de poder. A solas en su cuarto, sin embargo, pasaba horas recabando información. No compartía con nadie los caminos que trazaba en su mente.

Debía admitirlo, era cruel, pero tenía claros sus objetivos. Había sido capaz de manipular a la corte y al consejo para que acordasen dejar que Lume liberase a los esclavos. Con ese movimiento, las finanzas del reino se vinieron abajo.

Los opositores decretaron que la princesa viajaría con la escolta reducida y en la mente de Albor el asesinato de su hermana era casi un hecho. Quién iba a decir que un mestizo torcería todos sus planes.

Mi trabajo era más sencillo de lo que esperaba, debía contarle sobre Shira y limpiar su estancia. Ni siquiera precisaba ayuda para vestirse o quitar las prendas de ropa.

No me permitía tocar ningún alimento que entraba por la puerta de su habitación y también me vigilaba a la hora de servirle agua. Jamás bebía algo que no fueran zumos o agua pura del manantial de palacio, entregados siempre por un hombre de confianza.

Estaba muy convencido de que iba a envenenarlo. Ciertamente, fue lo primero que se me pasó por la cabeza hasta que vi sus hábitos. Ahora estaba seguro de que matar al príncipe Albor requeriría dejar tu vida a un lado y usar un momento de debilidad para rebanarle el cuello.

El tiempo iba demasiado rápido entre aquellas paredes. Lume se encontraba en confinamiento mientras el consejo deliberaba qué hacer con la rebelde heredera. Ya habían transcurrido dos lunas enteras tras la entrada de los primeros desgarrados en palacio. Albor no me dejaba ni un momento a solas; sabía que en cuanto me abandonara, iría a hablar con la princesa.

Cuando no estaba en compañía del príncipe, uno de sus guardas me seguía constantemente. Incluso a la hora de dormir, se apostaba en mi puerta para dar a entender que no tenía el lujo de permitirme deambular en plena noche.

Había decidido no utilizar mi habitación, la cual todavía estaba destrozada a causa de la destructiva magia de Invierno. Por el momento, empleaba el pequeño almacén en el que tenía guardadas algunas de mis pertenencias, junto con otras cosas.

Si Albor sabía que Xistra había desaparecido, no había dado muestras de ello. Cada día me encontraba más tenso ante la falta de espacio para recibir noticias, pues Lume era la única que podía comunicarse con Xistra e Invierno.

Invierno. ¿Seguiría esperando por mí? De vez en cuando posaba la mano en mi pecho para comprobar si estaba bien. Lo único que llegaba hasta mi corazón era el sentimiento de frustración.

El verano había alcanzado su final y pronto se abalanzaría un largo invierno sobre la isla. En cuanto comenzase a enfriar el ambiente, todas las cosechas serían ser recogidas y la gente humilde se prepararía para recibir las grandes nevadas.

Muchos esclavos liberados morirían en cuanto la nieve cuajase.

Eso es lo que estaba barajando Albor aquella noche, mientras miraba por la ventana.

—Debió exterminarlos a todos en vez de dejar que vagabundeasen por ahí —musitó—. Apuesto a que ya se les habrán terminado los pétalos de cristal a la gran mayoría de ellos.

Permanecí en silencio, alejado lo suficiente como para hundirme en las sombras de la estancia.

—Voy a intentar capturarlos de nuevo y poner las cosas en su sitio, ¿qué opinas? —cuestionó y se giró. Apoyó los hombros contra el cristal. Desde su estancia se apreciaba el mar y la torre del templo hundido. Tenía las alas plegadas, algo traslúcidas al brillo de la luna.

Puse la mano sobre mi pecho e incliné la cabeza.

—Haced lo que creáis conveniente, su majestad.

—Bien, ahora dime qué es lo que piensas.

—Este humilde subordinado no tiene suficientes conocimientos como para compararse.

Albor meneó la cabeza con divertimiento.

—Los esclavos dan esperanza a los demás ciudadanos. Hacen el valioso trabajo que nadie podría —recitó con parsimonia la antigua ley de esclavitud de Astria—; todo aquel que haya sido capturado por este nuestro gran reino debe jurar lealtad y entregar su vida. El título pasará de padres a hijos sin posibilidad de cambio alguno.

Gracias a la insistencia de Lume, aquello había sido transformado a una mera ley de vasallaje en la que debían cumplir con el pago de los impuestos anuales, al igual que todos en Astria. Aun así, las garras de la princesa eran demasiado endebles como para derrocar a la jauría de lobos hambrientos de poder que vivían en palacio.

No dije nada y esperé a que el príncipe cambiase de tema. Los esclavos eran el menor de mis problemas. En cuanto lograra sustituir la cadena de mando del reino, ya habría tiempo para encontrar un futuro justo dentro de las posibilidades realistas para cada uno.

Albor entrelazó su cabello castaño claro en una trenza que ató con un lazo de fina seda. Por un instante, me recordó a Lirio, ya que él siempre iba con los mismos lazos.

—Entiendo el porqué todos se desviven por tenerte de aliado —habló con pereza mientras se quitaba la ropa—. Eres inteligente. Sabes comportarte y adaptarte a casi cualquier situación. Salvo cuando ese mestizo está en medio.

Sonrió mostrando unos incisivos ligeramente afilados. Ahora iba a decir algo para provocarme.

—Cade me contó lo bien que se sentía su boca cuando se la metió.

Apreté las uñas contra la piel. Debí arrancar el miembro de Cade y quemarlo en la lumbre más cercana. Quizás aún pudiera hacerlo. Procuré que mis sentimientos no emergiesen.

Albor se acercó acomodando los cordones de sus finos pantalones. No temía que pudiese matarlo allí mismo. Solo tendría que apretar mis manos contra su delicado cuello de príncipe.

—¿Tú también se la metiste hasta la garganta?

No respondí. Lo miré en silencio esperando a que dejase de soltar sinsentidos.

—¿Por qué brilla tu pecho? —Señaló hacia el lugar donde estaba enterrada la flor mágica de la princesa. Bajé la mirada; podía percibirse un brillo blanquecino a través de la ropa—. Desnúdate.

Desabroché los tres botones de mi manga derecha. El traje que debía vestir en presencia del príncipe era de color negro con intrincadas filigranas plateadas dispuestas a lo largo de las mangas y los hombros. Tras eso, quité los otros tres botones de la manga izquierda. Pasé por los treinta botones que componían el cerrado de la chaqueta y dejé caer la prenda al suelo, seguida de la camisa.

Me observó con detenimiento moviendo sus vistosas alas de vez en cuando.

—Un hechizo —musitó pensativo.

Desenvainó la espada que pendía de mi cinturón y situó la punta en el centro de mi pecho. Intenté calmar los latidos de mi corazón y buscar los sentimientos de Invierno dentro de mí. Nada apareció.

Albor deslizó la espada hacia arriba, tocó con el metal la piedra azul que había atado con cuero para llevarla siempre en contacto con mi piel.

—Una piedra de ciervo. ¿Qué hace en tu cuello un adorno de la reina olvidada?

Mi aliento se cortó por un instante. ¿Invierno había arrancado esta piedra de alguno de los vestidos? La angustia asaltó por completo mi cuerpo. Albor estaba a punto de descubrir dónde se encontraba escondido Invierno.

—Este adorno estaba en una playa cerca de bosque de ciervos. Pensé que era una piedra bonita y me la llevé sin más.

El príncipe sonrió con dulzura y atrapó el cuero entre sus dedos, tiró de él con fuerza. Me vi forzado a inclinar la cabeza hasta que nuestros ojos tomaron contacto.

—Eso es imposible, estas piedras fueron guardadas en la alcoba de la reina desterrada —murmuró—. Todas ellas.

Solté con calma el aliento que había tomado.

—Pues se ve que no se guardaron todas.

—¿Me tomas por estúpido?

Antes de que pudiera responder, alguien dio unos golpecitos en la puerta.

—Quién —dijo Albor sin soltarme. Su espada todavía rozaba mi piel.

—Lume.

Sin esperar respuesta, entró en el cuarto de su hermano. Iba vestida con unos pantalones suaves de montar, junto con botas altas ajustadas a sus rechonchas piernas. La camisa era holgada y su cabello caía enmarañado a ambos lados de su cara. Su pequeña mano apretaba un pergamino.

Contempló la escena que se desarrollaba frente a ella sin mostrar signos de sorpresa.

Lanzó el pergamino a los pies de su hermano.

—He hablado con el consejo.

https://youtu.be/nsctq0NPWGg

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Curiosidades.

Hierbarosa: no se trata de un prado de color rosa. Es un tipo de rosal que crece a ras del suelo, lleno de espinas y por el que es bastante difícil caminar.

Astria: es el nombre del reino y de la isla principal. El reino se compone de varias islas que han sido conquistadas a lo largo de los años. Dibujaré un mapa.

Ciervos: poseen cualidades mágicas, a día de hoy, se desconoce qué es lo que pueden llegar a hacer.

Shira: es otra isla, situada a bastante distancia. Muy grande y con un terreno difícil por lo que los astrianos siempre han fallado a la hora de conquistarla.

Los nobles: la nobleza en Astria se divide entre los que son fae, que viven casi todos en palacio y los humanos. En Astria hay ocho grandes ciudades, cada una a cargo de una familia de nobles humanos. La ley prohíbe que los humanos nobles se casen entre ellos, pues quieren mantener el equilibrio de poderes. Sin embargo, los fae nobles siempre se casan con los fae, por lo general, de otras islas.

También hay una pequeña nobleza que ha salido a raíz de los mercaderes que nadan en opulencia.

El culto a los ciervos: es una de las religiones de Astria. En general, no se obliga a tener una creencia en concreto.

Por si alguien tiene curiosidad, en mi mente, la voz de Invierno suena así:

https://youtu.be/H0BXMUdyIKA

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Si tenéis más curiosidades, podéis dejar las preguntas en los comentarios. Vuestras preguntas me ayudan a crear la historia y el mundo con más detalle. (Recordemos que esto es mi primer borrador, ajaja perdón)

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Mini teatro: Iris opina que Invierno fue demasiado apresurado al besarlo.

Iris: Exijo una compensación por tu apresuramiento. Bésame otra vez.

Invierno: Más quisieras.

Mini teatro: Cuando Iris llegue a junto de Invierno sin las galletas.

Iris: Lo siento, perdí todo mi dinero.

Invierno: No es excusa, róbale a la puta magia si hace falta.

Lume: La magia no tiene dinero, Invierno.

Lirio: Las promesas se cumplen.

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