Un orgasmo premeditado.

Aviso de contenido delicado: violación.

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El golpe abrió una herida en mi mejilla, la sangre se deslizó caliente, empapando la camisa que llevaba bajo la chaqueta del guarda.

Mantuve mi posición, con una rodilla en el suelo y la cabeza inclinada. ¿Cuánto más tendría que arrodillarme ante un montón de basura?

—Has dejado que un mestizo te toque —aseveró la reina con frialdad. Usó su bastón para levantar mi cabeza. No quería mirarla. Tenía que hacerlo—. Tú eres de mi propiedad. Tu madre te entregó a mí, un maravilloso regalo de piel oscura. Y por ser un regalo bonito te dejé demasiadas libertades.

Apretó el bastón contra la herida de mi mejilla. La empuñadura tenía forma de ruiseñor coliazul; el pico se enterró en mi carne e hice todo lo posible para no mostrar ningún signo de dolor.

—¿Cómo te atreves a avergonzarme de esa manera delante de toda la corte?

Pasé la saliva por mi garganta y clavé mis ojos en los de la reina. Eran de una tonalidad similar a la de Lume, sin embargo, nunca mostraron la calidez que Lume profesaba.

Asestó otro bastonazo en el mismo lugar. El lacerante dolor me hizo estremecer unos segundos, mi espalda se tensó para soportarlo tal y como había hecho tantas otras veces.

En Astria, no había personas que tuvieran un tono de piel como el mío. Todos eran pálidos, como mucho, llegaban a tener un bonito toque bronceado. La piel oscura era algo exótico que solo podía encontrarse en Shira, el lugar en el que yo había nacido.

Si tan solo mi madre no hubiera salvado la vida de esta mujer.

Si tan solo no nos hubiera regalado para conseguir una posición ventajosa.

Al menos tenía el consuelo de que mi hermano no poseía un cuerpo atractivo para la reina.

—Siempre he sido tuyo, mi reina —mentí en un susurro. Mi tono era medido—. Me temo que alguien envenenó mi copa antes del combate. ¿Cómo iba a sustituiros? Sabéis de sobra que mi alma os pertenece. Recordad todo lo que he hecho por vos hasta ahora.

Bajé la cabeza de nuevo permitiendo que la sangre gotease sobre la alfombra.

La reina emitió un sonido pensativo y comenzó a caminar a mi alrededor, el bajo de su recargado vestido se arrastraba detrás de ella.

—Es cierto que has vuelto a mí, así que, vuelve a repetirlo —imperó la reina—. Mírame a los ojos y júrame amor eterno.

Llené mi imaginación con la imagen de Invierno; desde su aspecto malhumorado cuando no entendía algo, hasta su piel pálida a la luz de la luna. Dejé que la sonrisa dulce que tenía reservada para él se mostrase en mi rostro antes de encarar a aquella mujer. Tomé su mano tal y como había hecho tantas otras veces y rocé con delicadeza sus dedos arrugados por el paso del tiempo.

—Podéis hacer conmigo lo que deseéis —hablé contemplando sus ojos—. Os amaré hasta el día en que la muerte nos separe.

Tu muerte, hija de puta. Me refugié en la protección que me ofrecían mis pensamientos.

La reina sonrío y plegó sus enormes y desgastadas alas. Señaló a una de las guardianas que custodiaban la puerta de su cuarto.

—Tú, cura su herida ahora mismo. —Tras decir eso se dirigió a su cama. Estaba llena de papeles y pergaminos, probablemente se encontraba planeando su próximo movimiento para sacar aquel reino de la decadencia. Agarró un desvencijado pergamino y lo abanicó—. ¿Qué ha pasado contigo tras la batalla? ¿Y el mestizo?

La fae se encargó de cerrar mi herida usando la magia con eficiencia. Aun así, seguramente me quedaría una cicatriz en forma de medialuna. La guardiana se retiró y yo perseveré en mi posición.

—Tras la batalla permanecí inconsciente varios días, me desperté en una orilla cerca del bosque de ciervos. Me temo que merezco un castigo por dejar escapar al mestizo —expliqué. Por mi mente se pasó el momento en el que Invierno tocó mi cuerpo y el placer que sentí. Quizás sí merecía un castigo por hacer algo así en vez de volver inmediatamente a palacio para terminar lo que había empezado.

La reina lanzó el pergamino al suelo.

—Esperad fuera.

Sus guardianas, un total de cuatro, salieron de la estancia de forma ordenada y en completo silencio. Después de la princesa, y la propia reina, aquellas eran las mujeres fae más fuertes de Astria.

Era consciente de lo que aquella orden significaba. Me incorporé con los músculos agarrotados después del largo viaje y caminé hasta la cama para recoger con calma los objetos que yacían en ella.

—Tenías razón sobre el consejero Lek —comentó la reina con aburrimiento—. Ese viejo zorro ha estado vendiendo información a Shira. Aprovechó mi enfermedad y el ridículo viaje de la princesa para encontrarse con sus confidentes.

Dejé el montón de papeles sobre el largo escritorio que había en la única pared de cristal que no tenía una pesada cortina y desde la que se podía ver la capital extenderse. Coloqué con parsimonia los pergaminos en su lugar.

—Su ambición le llevó querer matar a la heredera aprovechando la falta de vigilancia. —Todavía recordaba el reproche de Lume a pesar de haber salvado su vida. Sacudí la cabeza y tomé aliento preparándome para lo que sucedería en esta alcoba mientras no llegaba el amanecer.

—La heredera —masticó las palabras como si tuvieran un regusto amargo—. Si tan solo Albor hubiera nacido mujer, no tendría que haberme vuelto a casar.

Incluso la poderosa reina tenía momentos en los que se arrepentía. Permanecí en silencio, pues sabía que nada podía hacer para remediar la relación entre Lume y su madre.

—No solo ha traído un grave problema económico a nuestro reino; también ha fallado en su deber como heredera —siguió hablando—. Necesitamos la barrera, es nuestra ventaja estratégica sobre los demás. Esa niña no comprende absolutamente nada.

Dudaba mucho que Lume hubiese sido la causante directa de la caída de la barrera, pero tampoco tenía conocimientos suficientes sobre la magia como para asegurarlo.

Dejé que la reina continuase su perorata hasta que se puso de pie, en la posición que siempre adoptaba cuando quería deshacerse de sus pesados vestidos. Me acerqué para comenzar a desatar los nudos que recorrían su espalda. Percibí el ligero temblor de su cuerpo, causado por la necesidad de ingerir la droga que metía a escondidas en su brebaje. Todos los ingredientes habían sido medidos con laborioso cuidado, el porcentaje exacto de veneno para que no se percataran de su rastro en el organismo de la reina, junto con la planta de meran que provocaba una fuerte adicción.

Y a pesar de todo el veneno que llevaba en el cuerpo, era capaz de moverse y hacer imposible la vida de los demás.

Deslicé la primera capa de ropa al suelo. Desde que tenía uso de razón, había sido mandado a la alcoba de la reina para satisfacer cualquier necesidad que precisase. Dejé que la ira calentase mi cuerpo cuando saqué con intencional calma las prendas interiores.

Podría rebanar su cuello y sacrificarme.

Lo descarté, quería volver con Invierno.

—Hoy mi condición es buena —rio—. Antes de pensar en lo que haré con los desgarrados que ocupan la ciudad, quiero que me des placer.

Fui hasta el enorme cuenco de agua fresca para lavar mis manos y me pregunté qué sentiría Invierno si se enterase de todas las veces que había tenido que dejar que la reina me follara a su antojo. Desearía que se enfadase y destrozase la cara de aquella mujer, tal y como había hecho con la de su hijo.

—¿Cómo deseáis que os caliente esta noche, su majestad?

Necesitaba concentrarme. Necesitaba encontrar la manera de ponerme duro para que la reina jugase hasta agotarse.

No duraría mucho. Serían unos cuantos minutos y caería rendida.

Quité muy perezosamente mi propia ropa, la doblé y la dejé sobre la enorme silla que se encontraba frente al escritorio.

Ella se recostó en la cama y abrió sus delgadas piernas. Mordí el interior de mi labio antes de posicionarme entre ellas. La sensación de suciedad me provocó una arcada que contuve.

Posé dos de mis dedos en el punto que sabía que le daba más placer y contemplé con la vista desenfocada como se arqueaba bajo mi presión.

Desde mi adolescencia, me dedicaba a buscar libros prohibidos con contenido erótico entre hombres para tenerlos en mente cada vez que era convocado. A la reina le enfadaba especialmente que no fuese capaz de tener una erección en su presencia. Descubrí a las malas que las mujeres no causaban ningún efecto en mí.

La reina comenzó a gemir en voz alta.

¿Invierno podría llegar a sentir este placer si lo tocase? Sabía que era algo que nunca sucedería, sin embargo, mi deseo se antojaba ridículamente imaginativo. Él era atractivo, con una sensualidad natural y movimientos felinos que me dejaban ardiendo cada vez que se acercaba.

Centré mi mente en su cuerpo cubierto por el vestido de la reina olvidada, en aquel lunar cerca de su ombligo, en su aterciopelada voz diciéndome que me hubiera besado hasta su último aliento.

Anhelaba acariciarle. Ansiaba mordisquear su cuello. Deseaba dejar marcas rojas en su piel.

Quería entrar en su interior. O que él entrase en el mío. Fuerte, lento, acompasado.

Pero podía vivir sin ello. Si Invierno no quería saber nada del sexo, me limitaría a imaginarlo tal y como estaba haciendo ahora.

Cuando me di cuenta, la reina había alcanzado su orgasmo y respiraba satisfecha a la espera de que saliese de su interior y me retirase.

No tenía permitido correrme. Tampoco sería capaz de hacerlo, ya que requería toda mi concentración el mero hecho de mantener una simple erección.

Me percaté de que había clavado sus afiladas uñas en mi pecho y, por segunda vez en aquella noche, había sangre rodando por mi oscura piel.

https://youtu.be/FNTw-IDKBac

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