Un lirio en la nieve.
(Este es Lirio.)
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Lirio atendió a mi explicación mientras regresábamos al templo escondido. Nuestros pies se hundían cada vez más en la nieve, el frío se metía por los pliegues de la ropa que llevaba y me costaba respirar. Coloqué la capucha, forrada de pelo de algún animal, sobre mi cabeza para mantener el calor corporal.
—Entonces, eres capaz de contactar mentalmente con Iris gracias a esa piedra —murmuró él, sus frases eran arrastradas por el vendaval que se había levantado.
—Sí, ¿quieres probar? —sonreí al hacer la pregunta.
Ni se te ocurra, replicó Iris.
—Mis pensamientos son privados, no tengo la menor intención de compartirlos con nadie —respondió Lirio apartando una rama cargada de nieve—. Supongo que a ti no te importa porque abres la boca y sueltas todo lo que llevas dentro sin temor a las consecuencias.
Sí, acordó Iris.
—Por supuesto que me importa. —Me detuve. Los copos de nieve danzaban desde el cielo gris hasta posarse sobre la tierra—. Siempre habrá algo que no desees sacar de tu interior. Quizás porque no lo comprendes, quizás porque no hay palabra alguna para describir lo que sientes. O simplemente necesitas un refugio alejado de este mundo de mierda.
Elevé una de mis manos para atrapar un copo de nieve. Se derritió al contacto con mi piel. La humedad, tan similar a la que sentí aquella noche en la playa escondida tras el Palacio olvidado, trajo de nuevo las sensaciones que se habían quedado estancadas en lo más profundo.
Mis recuerdos se mezclaron con los de Iris.
Todavía sigo sin comprenderlo, cavilé al azar.
¿El qué? Iris intentaba eliminar la imagen mental del lunar que había a un lado de mi ombligo.
Por qué sentí la necesidad de besarte. Ni siquiera me interesan los besos. Siendo sincero, la primera experiencia fue bastante repulsiva. Similar a que te restrieguen babosas por la cara.
Iris se imaginó la escena antes de echarse a reír.
No fue gracioso.
Lo cierto es que no. Y menos siendo Albor.
—¿Estás hablando con Iris? —Lirio también se había detenido. Su cabello negro estaba suelto, azotaba su rostro de una manera que parecía bastante molesta.
Asentí de forma distraída.
Me gustó besarte. Es algo raro. Es decir, no me atrae tu cuerpo. Más bien me da igual.
Sí, me he dado cuenta.
A pesar de todo, quiero que me beses. Volver a sentir tus labios sobre los míos y no dejar que esa sensación se marchite con el paso del tiempo. No acierto el porqué. No tolero verte sufrir. Deseo que seas feliz. Libre.
Iris permaneció en silencio un buen rato sin mostrarme nada. Bajé la mano y la metí dentro del bolsillo del abrigo. En cierto modo, siempre buscaba la tonalidad añil de sus ojos en aquel asqueroso lugar repleto de enemigos.
Te gusta el color de mis ojos. El tono que usó fue de sorpresa.
Lo has visto en mi interior. ¿Hasta dónde puede llegar esta puta magia?
En mi pasado había momentos que convenía mantener encerrados bajo capas y capas de oscuridad.
—Necesitamos saber la posición exacta en la que se encuentra, así podremos trazar un plan. Más bien podré —farfulló Lirio.
Seguimos nuestro camino con Cerezo al lado. Contemplé los restos de la civilización que se había extinguido mucho antes de que yo viniese a este mundo. Todo tenía un principio y un final.
Iris volvió a hablar.
Esta magia solo muestra pensamientos superficiales. Lo que tengamos en mente de forma inmediata.
¿Cómo estás tan seguro?
Si hubieras hurgado en mis recuerdos, tirarías la gema.
El fragmento de una memoria se instaló en mí. Volví a detenerme y cerré los párpados. Iris estaba haciendo todo lo posible para intentar controlar lo que ocultaba, sin embargo, falló por completo.
Apreté las manos dentro de mis bolsillos.
La reina clavando las afiladas uñas en su pecho.
Albor sonriendo antes de encerrarlo.
El rey ignorando por completo su existencia.
Su vasallaje no era más que otro tipo de esclavitud decorada con falso honor.
Voy a quitarme el collar.
¡Espera!
Cuando me calme volveré a ponerlo.
¿Y si ya no funciona?
La vergüenza y la culpa se deslizaba entre los dos mediante la conexión.
Deberías estar furioso, no avergonzado. Tú no has decidido ser violado, ni golpeado, ni abandonado.
—¡Invierno! —En el exterior, Lirio me sacudió. Acto seguido me obligó a agacharme hasta que mi cuerpo rozó la nieve.
Abrí los ojos con una mezcla de enfado y confusión. El dedo de Lirio se posó contra mis labios antes de que pudiese replicar.
Señaló hacia la derecha. Una comitiva de fae caminaba entre la espesura del bosque y en cabeza se encontraba Lume. Llevaba su rojizo cabello con un intrincado recogido a base de trenzas y perlas, desde mi posición atisbé las orejas puntiagudas y su nariz redonda. La acompañaba un ciervo cuyo pelaje era negro como la grieta que amenazaba con comerse Astria.
¿Qué hace ella aquí?
¿Quién?
Lume.
Iris rememoró parte de una discusión que tuvo con ella en palacio.
—Van a reparar la barrera —susurré.
Dejo el collar. Ya hablaremos.
Mierda, espera.
—Se supone que la barrera la crean desde el templo hundido —caviló Lirio—. Parece que o no quieren ayudar a la princesa, o no tienen las fuerzas para restaurar la barrera. Eso es interesante.
Lume pasó de largo, seguida por un total de veinte fae cuyas alas de diversos colores parecían a punto de romperse ante el fuerte viento. Lirio mantuvo su brazo sobre mi espalda para que no pudiese moverme. Esperamos tanto tiempo que las articulaciones de mi cuerpo se agarrotaron y, hasta que la noche cayó, no permitió que me incorporase. Para nuestra sorpresa, Cerezo no fue a saludar a su dueña. Estaba bien oculto entre los árboles y ahora comía con tranquilidad un par de hierbas que había rebuscado en la nieve.
—¿Por qué nos escondemos? —cuestioné sacudiendo la ropa.
—Vamos a destruir el palacio Nenúfar —dijo Lirio con ligereza—. Si lo hacemos bien, exterminaremos a la mitad de la nobleza fae. Lume es un obstáculo, no una ayuda. A la princesa le interesará mantener el palacio intacto y salvar a todos.
—Pareces muy seguro de que podremos hacer algo.
Lirio también retiró los restos de nieve de su ropa.
—¿Sigues conectado a Iris?
—No.
Dirigió sus ojos ámbares al suelo durante unos instantes.
—Una pena.
Se acercó un par de pasos. Lo suficiente para que nadie pudiese escuchar, aunque estuviese oculto. Algo en su expresión hizo que mi cuerpo se tensara.
—La grieta que surca el cielo se hace cada vez más grande. Los fae son incapaces de saber siquiera que está sobre sus cabezas. —Las comisuras de sus labios se alzaron levemente—. Tienen a todos los desgarrados encerrados porque no quedan mestizos que quieran matarlos. Las cosechas se han echado a perder con las heladas y la gente común pronto comenzará a pasar hambre. Habrá esclavos como tú, llenos de rabia a la espera de cobrar venganza. Al fin se darán cuenta de que los fae no son invencibles. En el momento en que alcen inútilmente sus armas contra este absurdo gobierno, nosotros lo destruiremos. Desde dentro.
—Creí que solo yo era capaz de ver la grieta. Aquel día no dijiste nada.
Tomó aliento y este salió de forma visible ante la helada.
—Mentí.
Alzó su enguantada mano. La magia chispeó, ansiosa ante el alimento que iba a recibir.
La nieve que se encontraba a los pies de Lirio comenzó a temblar hasta transformarse en un lirio de hielo. Rompió el frágil tallo y contempló su creación. Su ceño se frunció antes de ofrecerme la flor.
—Astria caerá.
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