Un inesperado final.
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Lume no me soltó la mano incluso cuando los demás guardas llegaron a nuestra posición, arrastrando a un conmocionado consejero, así como a las monturas. La lluvia había amainado hasta convertirse en una simple llovizna y en el horizonte se podía ver como la tormenta avanzaba rápida hacia el Hoyo.
Todos presentábamos el mismo aspecto empapado y cansado, por lo que no podía discernir quién había sido el que buscó matarme.
Iris se disculpó ante la princesa por su falta de previsión al adentrarse en la floresta, aunque para mí sus palabras sonaban huecas. Si era un soldado entrenado, tenía que saber por fuerza que un bosque en medio de la tormenta no era el lugar más seguro del mundo para meter a la heredera al trono. Había sido a propósito.
Hera se aproximó hasta Lume y cubrió el corte con un paño. Sacó de su alforja una botellita que contenía un líquido que brillaba en la oscuridad con un leve tono rojizo y echó un poco en otro trozo de tela; luego la colocó sobre la herida.
Lume apretó mi mano y se apartó de Hera con brusquedad.
—Quiero que saquéis vuestras dagas —imperó con dureza en su voz, ignorando por completo la disculpa de Iris. Los presentes se miraron los unos a los otros antes de proceder a extraer las armas. Solo el consejero se quedó con las manos flácidas a los lados del cuerpo—. He dicho todos, Lek. Sé que tú también llevas una.
El hombrecillo abrió los ojos de forma desmesurada. Parecía una rata empapada. No, las ratas eran más agradables de ver. Lo lamento, ratas del mundo.
—No sé de qué estáis hablando, su majestad —farfulló Lek. Iris se acercó a él y rebuscó en la amplia túnica hasta encontrar una fina daga en la que todavía quedaba sangre en el filo. Lek empezó a temblar—. No sé qué hace eso ahí. ¡Os lo juro!
Si de verdad había sido Lek el que agredió a la princesa, era un descuidado. ¿Quién comete un crimen y se guarda el arma manchada de sangre?
Lume soltó su agarre y revisó las dagas a una distancia prudencial, tenía una pose que parecía indicar que mataría a todo aquel que se moviese de manera sospechosa. Deseaba que así fuese.
Casi todas las armas estaban limpias en apariencia, menos la del consejero. Los dedos de Lume comenzaron a brillar y los pasó por encima de los filos. Desde mi posición pude ver como de las yemas de los dedos salieron una suerte de pequeños hilos de luz amarillenta que lamieron el acero.
Era magia. Chispeaba y burbujeaba a nuestro alrededor.
Sabía que los fae podían comunicarse con la corriente de energía que nos rodeaba y usarla a su antojo, por eso gobernaban por encima de los humanos.
La lluvia cesó de golpe, casi podría decir que había sido a causa de la magia de Lume.
Los hilos de luz rodearon la daga de Lek y ella lo miró entrecerrando sus almendrados ojos.
—Es mi sangre —se limitó a decir Lume.
Lek cayó de rodillas, respirando con la agitación de un ataque de pánico.
—¡Estáis equivocada! ¡Yo os vi nacer! ¿Cómo iba a osar mataros? —chilló con una voz muy aguda. Una fugaz sonrisa cruzó el semblante de Cade—. He venido hasta aquí porque deseo que volváis sana y salva a palacio, me conocéis. Vuestro hermano ha impedido que vengáis con más escolta, pero pensé en hablar con los soldados que tenemos apostados en Ixora para vuestra protección.
Lume desenfundó su espada y apretó el agarre hasta que los nudillos se tornaron blanquecinos.
—En realidad ha sido obra de...
El extremo de la espada de Iris se introdujo en la boca abierta del hombre y se escuchó un desagradable gorgoteo cuando lo hundió en la carne. Con un fino movimiento, Iris extrajo la espada de la garganta de Lek y este se desplomó en el barro con un sonido sordo. Tardó unos interminables jadeos en morir. La sangre que manaba de su garganta ahogó sus lamentos y todos contemplamos en silencio como se extinguía.
Lume llevó su espada al cuello de Iris.
—Nadie te ha ordenado matarlo —dijo.
Él permaneció en la misma posición, con la espada ensangrentada en su mano sin inmutarse ante el enfado de la princesa. Me ofreció una leve mirada antes de volver a enfocarse en la princesa.
—No podía permitir que manchase sus manos con un traidor, su alteza —respondió con voz neutra—. Tenía una daga con su sangre, no se necesitan más pruebas.
Ella hundió un poco el borde de la espada en la piel oscura de Iris.
—Vais a escucharme todos bien, a la próxima vez que actuéis sin mi consentimiento habrá consecuencias. —Giró la cabeza para mirar hacia los otros dos guardas reales—. Y si algo le pasa a Invierno, haré que os decapiten en la plaza mayor de Nenúfar. ¿Ha quedado claro?
Hera me lanzó una mirada curiosa, mientras que Cade se revolvió el cabello rubio con gesto despreocupado.
—¿Me habéis entendido? —Apartó la espada del cuello de Iris y la guardó con la destreza de alguien que está acostumbrado a usar armas. Los guardas asintieron sin mostrar nerviosismo alguno—. Vamos a buscar un refugio para descansar, de seguro hay una cabaña por aquí. En esta época del año no hay presas para cazar, así que estará vacía.
—Pero será propiedad de algún noble —replicó Cade.
—¿Y? —Lume caminó hasta quedar a mi lado. Me percaté de que mi cuerpo estaba temblando a causa del esfuerzo por mantenerme de pie y estar atento a todo lo que pasaba—. Por encima de los nobles está la realeza. Me deben lealtad.
Cade y Hera se marcharon por el lado derecho e Iris fue por el izquierdo sin mediar palabra. Lume exhaló el aire que seguramente había estado conteniendo.
—Sabes sacar las garras —hablé sin pensar. En todo el tiempo que habíamos viajado juntos, Lume parecía más bien una niña que no había tenido demasiado contacto con el mundo real. Ahora no estaba tan seguro de ello.
Ella me devolvió una sonrisa desvaída. Llevó su cuerpo hasta juntarse con el mío en una suerte de abrazo. Percibí como el dolor desaparecía, reemplazado por un cosquilleo. El calor de su cuerpo se fundía con el mío, reconfortándome. Quería alejarme, pero estaba demasiado cansado.
Lume era más bajita que yo, así que podía ver como el pelo se pegaba a su cabeza, revelando unas pequeñas orejas puntiagudas. Se separó y el aire se enfrió de repente. ¿Había usado magia? No estaba muy seguro de cómo funcionaba.
—Lamento haberte tocado sin permiso —se disculpó inmediatamente. Esa muestra de consideración me extrañó—. ¿Te sientes mejor?
Asentí, con un montón de preguntas bailando en mis labios, sin llegar a pronunciar ninguna.
https://youtu.be/cOyELw4Qix4
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