Un día cualquiera. (Escena inédita al final.)
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Me despertaron los rayos de sol filtrándose por el hueco que había entre las cortinas, pesadas y tupidas, que Iris había dispuesto en su cuarto. Levanté la mano para evitar que me diera en los ojos y parpadeé soltando un largo suspiro.
Al incorporarme, me percaté de que Iris se había dormido en la silla, con la cabeza apoyada en uno de sus ridículos libros. Su cara, completamente relajada con el sueño, me hizo recordar a la risa que soltó ayer ante mis comentarios.
Caminé despacio para no despertarlo y quedé de pie a su lado. En algún punto de la noche, se había quitado la chaqueta de guardia y la camisa de manga corta dejaba ver las manchas que tenía en su piel. Alcé los dedos para comprobar si esa piel sería suave o tendría un toque rugoso como la cicatriz de la quemadura que tengo en la parte baja de mi espalda.
Mis yemas sintieron la suavidad y recorrí la mancha hasta que se tornó en el marrón oscuro del resto de su piel. Cuando retiré mi mano, Iris me estaba mirando con el ceño fruncido.
—Esto —dije señalando la mancha que acababa de tocar—. Pensé que era una cicatriz de quemadura.
Apoyó con pereza la cabeza en su mano antes de responder.
—Lo es.
—Pero las mías son rugosas.
Una leve sonrisa acudió a sus labios.
—No todas las cicatrices son iguales.
Sus palabras parecían tener un significado oculto que no lograba alcanzar.
Recordé el intenso dolor que sentí cuando aquel noble decidió castigarme por haber comido unas cuantas nueces que iban a usar para cocinar. Agarró el atizador de la chimenea y lo hundió en mi carne. No era la primera vez que me castigaban en aquella casa por robar alimento, aunque sí fue la última. Después me mandaron a los campos de arroz a trabajar.
—¿Estás bien? —La preocupación de Iris parecía genuina, pero mientras la flor estuviera enterrada en su pecho para mí no era más que una ilusión. A pesar de todo, comenzaba a desear que no fuera una simple fantasía.
Asentí con la cabeza y agarré la parte de arriba de mi uniforme.
—¿Hoy vamos a entrenar?
Él se desperezó con calma y abrió las cortinas para ver el amanecer.
—Pareces muy dispuesto, ¿algún cambio mientras dormías?
Sacudí la cabeza con un mohín de disgusto.
—Odio tener las manos desocupadas. —Después de estar toda una vida trabajando, no tener nada con lo que entretener mis pensamientos era extraño. Sentía que se desbordaba lo que había encerrado en mi interior.
—Está bien si descansas —apuntó Iris pasando por mi lado para ir al baño.
—No quiero —objeté con tozudez.
Tras asearnos y pasar por las cocinas para tomar un desayuno ligero, acompañados de Xistra, recorrí los puestos de vigilancia con Iris. Su trabajo era comprobar el estado y posición de los soldados que custodiaban el palacio de Nenúfar.
Salvo los sirvientes y trabajadores, no había ningún fae a la vista. Era extraño pasear por los recovecos del palacio sin encontrarse con alguno de los alados habitantes. Apunté mentalmente el amanecer como un buen momento para moverse sin que los nobles lo notasen.
Llegamos al portalón principal, en donde unos carros hacían fila para poder pasar hacia el patio que había en el lado derecho. Los guardias revisaban con cierto aburrimiento la carga antes de permitir su avance.
—¡Capitán! —Uno de los guardias se envaró al avistar a Iris. Así que era el capitán de la guardia, por eso todos le mostraban respeto.
Iris cabeceó a modo de saludo cordial un tanto seco. Si no lo hubiera visto sonreír, juraría que no era capaz de hacer tal cosa.
—¿Están ya con los preparativos?
—¿Preparativos para qué? —interrumpí. El guarda me miró de arriba abajo y arqueó una ceja al ver el blasón de la princesa impreso en mi chaqueta. Sí, muchacho, yo también estaba sorprendido de pertenecer a la guardia de la princesa.
—Para la ceremonia de nacimiento del príncipe Albor —explicó Iris con tono paciente.
Mi cara de asco debió hacerse claramente visible porque el guarda tuvo que llevar el puño a su boca para evitar que una risa saliese de entre sus labios.
Iris me lanzó una mirada de advertencia que más bien semejaba una amenaza.
—Como puede ver, todavía están llegando ingredientes y adornos para el gran banquete que se celebrará dentro de una luna.
Mi cara de asco se intensificó. El principito iba a tener una fiesta después de matar a gente probablemente inocente (que nunca se puede saber del todo), con comida que podría ser usada para los más desfavorecidos.
—Entiendo —comentó Iris ignorando mi gesto—, serán unos días ajetreados. Buen trabajo, mantén un ojo en la puerta que lleva a los muelles en cuanto puedas.
Palmeó el hombro del chico con gesto amistoso antes de seguir caminando. Me apresuré para llegar a su lado mientras avanzábamos por los jardines que había visto la primera vez que llegamos al palacio.
—Así que eres capitán —hablé rompiendo el silencio que se había formado entre ambos.
—Era.
—Pero ese guarda ha dicho "capitán".
Se paró en seco haciendo que me tropezara con él. Rasqué con molestia la nariz en el punto que me había dado.
—Cade es ahora el nuevo capitán y eso no parece agradar a los demás soldados.
Retuve el estremecimiento al escuchar el nombre de Cade, sin embargo, Iris pareció advertir lo que estaba pasando por mi interior.
—Ven.
Con un brazo entreabrió los ramajes que había a nuestra izquierda. El paso se antojaba imposible si no te detenías y observabas con atención. A pesar de que el jardín estaba pulcramente cuidado, en cuanto nos adentramos en aquella especie de bosque, todo se volvió silvestre. La cara oculta de la perfección.
Un pequeño claro se formaba entre los árboles frutales y los arbustos, en él, Cerezo comía los tréboles que crecían sin control.
Iris sacó del bolsillo de su pantalón un par de galletas de zanahoria y me las tendió.
—Pensé que no volvería a verlo.
Llevé las galletas junto al gran ciervo y este bajó la cabeza para que pudiera pasar los dedos por su pelaje. Engulló las galletas como si se tratara de un manjar delicioso y me pregunté si estarían buenas.
—Bien —murmuró Iris.
—¿Cómo?
Se sentó en la hierba y apoyó su brazo sobre una de sus rodillas. Aquellos ojos azul marino ahondaron en los míos.
—No puedo hacer nada por lo que ya ha pasado —explicó sin retirar su mirada de la mía—. Lo único que puedo ahora es procurar una manera de que apartes tu mente de todo lo malo.
Dejé que Cerezo olisquease mi cabeza.
—¿Para que no mate a todos si estallo? —repliqué con sorna.
—En parte —admitió—. Y en parte porque cuando te relajas puedo llegar a ver cómo eres sin la máscara de la ira de por medio.
—No soy interesante.
—No opino lo mismo —rebatió.
—¿Y tú? ¿Cómo eres sin la máscara de guardia real? —Procuré que mi tono de voz sonase aburrido, a pesar de que la curiosidad burbujeaba en mi interior.
—¿Cómo crees que soy?
Rasqué el morro de Cerezo con aire distraído.
—Un romántico —aventuré—. Siempre estás leyendo libros sobre amor.
Una suave sonrisa se formó en sus labios.
—Es posible, o quizás solo busque comprenderlo.
Alejé los dedos del ciervo y arranqué un trébol.
—Entonces yo también debería leer esos libros, ya que no entiendo nada sobre el amor —musité con un hilo de voz—. Para empezar, ¿por qué se besa la gente? Es desagradable.
Iris meditó mis palabras un buen rato.
—¿Lo es? —Tomó aliento antes de seguir hablando—. Un beso puede implicar deseo, amor, cariño, amistad, tristeza e incluso odio. Si te resultó desagradable, quizás no eran personas que significaran algo para ti. La próxima vez, prueba a besar a alguien por el que sientas algo agradable.
—¿Y cómo voy a saber si siento algo por esa persona?
—Lo sabrás —respondió.
Dejé que Cerezo siguiera comiendo los tréboles y desvié la mirada hacia el cielo, en busca de cualquier lugar que no fueran los ojos de aquel hombre.
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https://youtu.be/cLdr5YwXMyM
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