Último aliento.
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Alcancé a la princesa antes de que bajara las escaleras y la retuve sujetando su mano.
—¿Vas a enfrentarte a todos? ¿De frente? —mascullé acercando mis labios a su oreja puntiaguda para que solo pudiera escucharme ella—. Lo más inteligente es separarlos sin que sospechen nada y matarlos uno a uno.
Lume respiró hondo antes de guardar la espada.
—¿Y cómo pretendes hacer tal cosa?
Puse las manos en sus hombros para llevarla de nuevo hasta la habitación. Ese gesto hacía que la piel se me erizara de una manera desagradable, pero intenté contener mi rechazo.
Cerré con cuidado la puerta para no alertar a nadie.
—Puedes pedir que solo uno te acompañe al exterior con alguna excusa que sea mínimamente creíble —insté, sentándome en la cama—. Es una manera de empezar. O también usar tu poder como princesa cuando lleguemos a palacio. Aunque para eso, hemos de conseguir llegar.
Lume se movía de un lado a otro en la estancia, mientras se rascaba el brazo con nerviosismo.
—Cerezo ha ido a investigar la zona —explicó—. Puedo pedir que me acompañe algún guarda cuando sea el momento de llamarle.
Elevé las piernas para ponerlas sobre la mullida cama.
—¿No se puede llamar de una manera normal? —curioseé—. Es decir, como cuando llamas a los caballos.
Ella negó con la cabeza.
—Tengo que recoger una flor de ciervo. —Dejó de caminar y rebuscó algo en su morral. Sacó un pequeño bote vacío—. Y ya no me quedan.
Después extrajo otro frasco relleno de un espeso líquido verdoso y me lo lanzó. Lo recogí con inusitada destreza.
—Mañana por la noche iré a buscarlas, entretanto es mejor que recuperes fuerzas y comas algo.
—No tengo hambre —repliqué a la par que abría el bote. Desprendía un fuerte olor a hierbadulce.
—Eso te ayudará a quitar el mal sabor de boca —explicó Lume y se acercó con un vaso vacío y un cuenco lleno de agua—. Es una mezcla fae para limpiar los dientes.
Una arcada me sobrevino junto con el recuerdo. Asqueado, sorbí un poco de líquido.
—No te lo bebas, enjuaga contando despacio hasta sesenta.
Tras el tiempo transcurrido, escupí con una extraña sensación de frescor. Me llevé la mano a los dientes y noté que ya no tenían suciedad acumulada.
—Es increíble que no los tengas amarillos, a los humanos suele pasarles muy a menudo —comentó Lume sentándose a mi lado—. Y parece que los tienes todos.
Me encogí de hombros. Procuraba mantenerme más o menos limpio en la medida que podía.
Lume pidió comida a través de la puerta y solo abrió cuando Iris trajo una bandeja con viandas. Él mismo probó unas cuantas delante de ella, intuyo que para demostrar que no contenían veneno alguno.
Intenté ingerir algo a pesar de que tenía el estómago completamente cerrado.
El día discurrió lento, encerrados en aquella habitación. Nadie nos molestó después de que la princesa alegase falta de descanso y lo cierto es que suspiré con alivio. El sol llegó a su punto más alto y bajó de nuevo. Lume se quedó dormida a media tarde, por lo que yo me dediqué a contemplar sus diminutos pies mientras por mi mente pasaban diversas maneras de clavar mi recién adquirida daga en el pecho de mi atacante.
La luna se hallaba muy alta en el cielo cuando desperté a Lume y ambos nos preparamos para lo que estábamos a punto de hacer. Ella cogió su morral y metió casi todas sus pertenencias dentro.
Bajamos las escaleras con parsimonia. Mi corazón había comenzado a golpear con fuerza mi pecho y notaba como el sudor recubría mis manos, por lo que las froté contra la tela del pantalón.
En la sala solo se encontraban Iris y Hera. El primero estaba apostado junto a las escaleras y nos miró con el ceño fruncido. Habíamos estado demasiado tiempo a solas y no parecía agradarle.
Hera estaba sentada en uno de los sillones, limpiando la espada con un paño. Se había soltado la trenza y su cabello negro caía largo por la espalda.
—Quiero ir a llamar a Cerezo —dijo Lume. Iris se movió, pero ella alzó su mano para ordenar que se quedara en su posición—. Invierno vendrá conmigo para saber cómo invocarlo en caso de que lo necesite algún día. ¿Hera? Escóltanos.
Hera posó su arma sobre la mesa y asintió. Lume se dirigió a la puerta de entrada, ignorando la expresión de desconcierto que Iris tenía plasmada en su rostro. Salimos al exterior y el frescor me despejó inmediatamente.
Seguimos a Lume entre los arces y robles hasta que por fin se detuvo en un pequeño claro con forma circular. Miré de nuevo la luna y esta se había movido hasta casi llegar al horizonte marcado por las montañas Corvo. ¿Cuánto habíamos caminado?
En el claro, unas diminutas flores rosadas emitían un ligero brillo.
Observé a Hera. Parecía estar tranquila e incluso había dejado la espada en casa. Sin embargo, sus dedos rozaban la empuñadura de su daga, probablemente de forma involuntaria.
En un movimiento raudo, Lume desenvainó su espada y posó la punta en el pecho de Hera. La mujer sonrió.
—Si vas a matarme, es mejor que lo hagas de un solo golpe. —Señaló con un dedo al lugar en el que estaría su corazón—. Aquí.
Lume hundió un poco el filo de la espada.
—Quién ha dado la orden de matarme.
La sonrisa de Hera se ensanchó.
—¿Sabes? —dijo—. Tu hermano me dio un maravilloso regalo cuando me volví su guarda.
La princesa comenzó a toser, pero siguió agarrando con fuerza la espada. La hundió un poco más en el pecho de la mujer.
—Si alguien se atreve a cortar mi piel, esa persona vomitará sangre hasta morir. —Miré a Lume, sus labios estaban cubiertos de sangre. Trastabilló y dobló su cuerpo cuando una arcada le hizo expulsar un borbotón sanguinolento.
Sin pensar, agarré la cabellera de Hera con fuerza. Impacté mi rodilla en sus piernas para hacer que cayese y después aplasté su cabeza contra el suelo. La mujer emitió un jadeo ahogado e intentó revolverse. Levanté su cabeza y la volví a impactar contra la tierra. Estaba demasiado húmeda para hacer daño. Saqué su daga de la vaina y la lancé contra la arboleda.
Si las armas no podían herirla, lo haría con mis propias manos.
Consiguió girarse y buscó golpearme a ciegas, ya que su cara estaba completamente embarrada.
Llevé mis manos a su cuello y apreté. Clavó sus uñas en mis brazos, rasgando la piel. Puse más fuerza. Podía sentir su pulso veloz bajo las yemas de mis dedos. Comenzó a resollar y su cara se contorsionó en su esfuerzo por buscar aire.
Los sonidos del mundo que nos rodeaban desaparecieron y solo podía escuchar a Hera intentando vivir. Hundí los dedos en su blanda carne sin dejar de mirar sus aterrados ojos.
Aquella mujer tenía miedo de morir. Había desaparecido todo rastro de altanería y burla. Sus ataques se fueron haciendo más dispersos hasta que los brazos cayeron pesados a ambos lados de su cuerpo.
Resoplé cuando puse más fuerza en mi agarre. Dejé de sentir sus latidos al mismo tiempo que sus ojos se volvían cristalinos. Y, sin embargo, seguí estrujando su cuello hasta que escuché a Lume toser de nuevo.
Me incorporé tembloroso y con los músculos agarrotados.
—¿Estás bien? —pregunté a Lume con un hilo de voz. Se encontraba también en el suelo, su sangre había salpicado las flores que la rodeaban. Salvé la corta distancia que nos separaba y me arrodillé a su lado. Tenía los ojos cerrados y todavía respiraba. Al menos había dejado de sangrar.
Volver a la cabaña con Lume en ese estado significaría mi muerte. Respiré hondo. Podría escapar con ella y ocultarnos hasta que recuperase las fuerzas.
Un crujido en el bosque me sobresaltó. Sujeté el cuerpo de Lume contra mi pecho en un acto reflejo.
https://youtu.be/hyn1Ew8pJ08
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