Tu corazón. Mi corazón. (Escena inédita al final)
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—Vas a decirme que puedes caminar por tu cuenta, ¿verdad? —murmuró Iris.
Suspiré con fuerza, desviando la mirada hacia el oscuro pasillo que acabábamos de cruzar. Su sangre había dejado un rastro en el blanco suelo.
—No puedo hacerlo —admití.
Él asintió y siguió hasta que llegamos a las cocinas. La noche estaba avanzada, aun así, Xistra todavía se encontraba ultimando los preparativos para la gran fiesta del día siguiente. Había una larga fila de platos variados cuidadosamente envueltos en una de las mesas, en otra, se encontraban diferentes refrescos de frutas, así como licores.
El hermano de Iris se afanaba en colocar cerezas de un rojo brillante sobre un pastel. Mi estómago rugió de una forma audible, por lo que me encogí en mi posición, esperando que Iris no lo hubiese notado. Con su pie apartó una silla y me dejó con mucho cuidado.
Al escuchar esto, Xistra se giró con aspecto sorprendido.
—¡Por todos los ciervos sagrados del reino! ¿Qué os ha pasado? ¿Os habéis intentado matar el uno al otro? —habló mezclando las palabras unas con las otras, dificultando que pudiese entender nada de lo que estaba diciendo. Corrió hacia Iris con dos cerezas en la mano—. ¡Estás empapando el suelo con tu sangre! ¿No sabes cuándo parar?
Sacudió un trapo que llevaba colgado del bolsillo delantero de su uniforme de cocinero y lo pasó por los brazos de Iris sin saber bien qué hacer con la cantidad de cortes que había. Bajo la fuerte iluminación de la cocina, pude apreciar las profundas heridas que el cristal fae había hecho en su piel. Un vago sentimiento de culpabilidad se paseó por mi ser.
—¿Tienes algo para limpiar las heridas aquí? —pregunté. Mis ojos se posaron en una bandeja llena de panecillos y alcé la mano para tomar uno, sin poder llegar a él. Bajé el brazo con disgusto.
—¡Oh, es verdad! —exclamó Xistra correteando hacia un enorme armario que había en la izquierda de la cocina.
Iris se sentó a mi lado, con un codo apoyado en la mesa y su cabeza reposando en su mano. De nuevo sus ojos azules estaban sobre mí y el calor inundó mi pecho. Extendió el otro brazo para tomar uno de los panecillos que había intentado alcanzar antes y me lo entregó.
Metí en la boca la mitad del pan disfrutando de su sabor dulce.
Tras mucho rebuscar, Xistra regresó con varios botes, trapos y un cuenco con agua limpia.
—Yo lo haré —dije.
Xistra parpadeó con confusión y me ofreció uno de los trapos limpios.
—¿No vais a explicarme qué ha pasado?
—¿No tienes trabajo que hacer? —replicó Iris reprimiendo un gesto de dolor en cuanto mis manos agarraron su brazo.
El ceño de Xistra se frunció confiriéndole un aspecto casi cómico, pero no dijo nada más.
—Si tienes algo de comer, ¿puedes traérnoslo? —Las palabras de Iris fueron más suaves esta vez. Su hermano asintió y se retiró a la zona de los fogones. Parecía que iba a preparar una comida caliente para nosotros.
Pasé el trapo por los brazos de Iris hasta que estuvieron limpios. Sin embargo, en la zona de la espalda, su camisa blanca era ya completamente roja. Me incorporé y levanté la tela por debajo para quitársela.
—¿Qué haces?
—Ayudarte.
—No hace falta.
—Cállate.
Saqué por completo la prenda y la dejé sobre la mesa. Los cristales todavía estaban hundidos en su piel. Agarré uno de ellos y tiré con fuerza para sacarlo. Un leve gemido de dolor por parte de Iris llegó hasta mis oídos. Uno a uno fui retirando todos los cristales, un total de dieciocho. Algunas heridas eran demasiado profundas, por lo que estaba seguro de que iban a quedarle cicatrices.
Tiré el agua sucia, llené el cuenco con más y lo llevé hasta la mesa. Mis dedos apretaron el borde con fuerza.
—No pienso proteger este reino, me da igual si hay un peligro mayor o si lo único que quieren es dominar a las islas que nos rodean. Jamás daré mi vida por algo que no me importa —Las palabras fluyeron a la par que retorcía otro trapo para escurrirlo.
—Lo sé.
Me detuve un momento ante su respuesta.
—¿Vas a ser tú el que me arranque el corazón y lo lance a los cuervos?
—Probablemente seas tú el que arranque el mío primero —murmuró. Abrió su boca para decir algo más, pero Xistra ya se había acercado con dos platos de guiso que dejó sobre la mesa.
—No uséis la cocina para declarar vuestro amor —se burló, tras eso, agarró el trapo que tenía en mi mano y continuó con la limpieza de las heridas de Iris—. Voy a tener que coser unos cuantos de tus cortes.
Volvió a correr hacia el mueble, al parecer estaba bastante preparado por si sucedía algún accidente en la cocina. Al ser sirvientes, supuse que no les permitían acudir a los curanderos de palacio.
Mi mirada volvió a caer en la de Iris. Él entreabrió sus labios, los humedeció, volvió a cerrarlos.
—Estáis hechos un desastre —parloteó Xistra al regresar con hilo y una aguja al rojo vivo—. Incluso Lume ha resultado herida hoy. Me preguntó qué oscuridad le pasa a la reina por su mente.
Dejé la cuchara de nuevo en el plato.
—Hace días que no la veo —dije por lo bajo.
Xistra dio unas cuantas puntadas más a uno de los cortes de Iris antes de seguir hablando.
—La reina la ha encerrado en la habitación de las mariposas, solo el personal que lleva la comida ha podido verla —aclaró.
—¿Qué ha pasado? —La voz de Iris era contenida, a pesar de ello, pude apreciar la preocupación real temblando en su interior.
El hermano de Iris negó con la cabeza varias veces, su rostro se iba tornando cada vez más sombrío.
—No contenta con arrancar sus alas, le ha clavado unas de metal en su espalda.
¿Por qué? Fue lo único que pensé. Sin percatarme, me había puesto de pie. Iris también se había levantado, ignorando las atenciones de su hermano.
—A dónde vais. —Poniendo sus manos sobre nuestros hombros nos obligó a sentarnos de nuevo—. Está vigilada por demasiada gente, intentarlo es un suicidio. De todos modos, mañana van a levantar su castigo y podréis verla. Así que haced el favor de comer bien y descansar.
Me centré en el guiso, con la mente dispersa. No entendía la razón que había llevado a la reina a mutilar a su propia hija, a menos que fuese un acto de locura. Por muy rebelde que fuera, seguía siendo la heredera al trono.
Xistra se retiró en cuanto terminamos la cena, puesto que había trabajado todo el día y estaba cansado.
—Vamos —Iris me tendió la mano. Al final, había terminado con la parte superior de su cuerpo envuelta en vendas—. Buscaremos un lugar para pasar esta noche.
Apreté su mano para volver a incorporarme y mis piernas fallaron ante el agotamiento. Acabé de nuevo entre sus brazos. Era cálido.
—La verdad es que no estoy por la labor de ir muy lejos.
—Está bien.
Arrastré mis pies al lado de Iris hasta que alcanzamos una discreta puerta embutida al final de un estrecho corredor para sirvientes. Se trataba de una habitación llena de trastos con una pequeña cama hecha a base de mantas apiladas. A su lado, reposaba una pila de libros y un candil. Lo encendió, confiriendo a la pequeña estancia un aire cálido.
Me tumbé boca abajo en las mullidas mantas. Iris se movió para acostarse en el suelo, así que atrapé su muñeca y lo obligué a ponerse a mi lado.
Paseé los dedos por los absurdos nombres que aparecían reflejados en los lomos de los libros.
—Es tu escondite.
Iris pasó una de las mantas por encima de mi cuerpo para cubrirme, a pesar de que no tenía frío alguno.
—Sí.
—Me gusta. —Lo escuché tragar saliva con pesadez a mi lado.
—¿Estás seguro de que quieres que duerma a tu lado?
Asentí y me acurruqué para dejarle espacio. Se quedó inmóvil, sentado, sin dejar de contemplarme.
—No es la flor —dijo al cabo de un rato.
—¿Eh?
—No te protejo por un hechizo. Lo único que hace esa magia es unir nuestras emociones. Si tuviera efecto, cuando Cade te atacó yo hubiera salido herido también. O cualquier cosa. Nada sucedió.
—Ya, entonces lo haces porque te obliga el rey.
Se inclinó sobre mí. Mi corazón se saltó un latido.
—Hay cosas más allá de lo que puedes apreciar a simple vista. No me conoces lo suficiente.
—Tú a mí tampoco —repliqué.
Me arrebujé en la manta hasta cubrir mi cabeza. No entendía qué estaba pasando en mi interior. Quería odiarle. Quería culparle. Pero algo estaba emergiendo donde la flor se había incrustado. Nunca antes me había fijado en una persona como lo hacía con él, me encontraba buscando sus ojos de forma inconsciente.
Me destapó la cabeza.
—Quiero conocerte, Invierno. Quiero comprender qué es todo esto que se cruza por tu corazón —musitó.
—Pues lo que se cruza ahora mismo es sueño.
Volví a cubrir mi cabeza. Con el calor, me sentí amodorrado y enseguida los parpados me pesaron. Me abandoné al mundo de los sueños.
https://youtu.be/mYIfiQlfaas
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