Tras el rosal marchito.

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Para cuando los soldados entraron en el comedor de la nobleza, la reina no era más que un puñado de cenizas. Las llamas se habían apagado y las mesas estaban destrozadas o volcadas. Los muertos nos contemplaban con miradas vacías.

Invierno se había sentado en una de las sillas y jugueteaba con los pétalos de una flor rota. Estaba hundido en sus pensamientos y no tenía la menor intención de moverse.

—Capitán Calei, ¿podéis confirmar la muerte de su majestad? —dijo un hombre de complexión ancha y rostro de haber sido despertado de mala manera. Llevaba una pluma de garza con su punta empapada en tinta.

—Ha fallecido de forma natural en sus aposentos —indiqué, ignorando por completo el afán por seguir llamándome capitán—. Por desgracia, no quedan restos que analizar tras el desastre que se ha formado.

El hombre escribió un par de palabras y asintió.

—¿Habrá alguien que conozca el nombre de toda esta gente? —preguntó rascándose la incipiente calva—. La princesa nos ha ordenado establecer quienes han muerto para saber si hay familias que deban ser informadas.

Cerré un instante los ojos y tomé aliento.

—Intentaré ayudaros.

Antes de que pudiera moverme, Invierno ya se había puesto en pie.

—Por suerte, no ha escapado ningún desgarrado más —continuó hablando el lacayo.

Caminamos entre los remanentes de lo que fue un gran palacio en su día, ahora convertido en un mero lugar de descanso eterno para aquellos que habían perdido la vida. Las paredes, los enseres destrozados y los techos que no dejaban ver nada más que la gran nevada. Gritaban una metáfora de todo lo que había vivido en ese palacio desde mi infancia.

Algunos cuerpos eran irreconocibles. Nobles fae, guardas, sirvientes e incluso doncellas del templo sumergido; todos ellos habían muerto de la peor forma posible.

Estábamos en el pasillo que llevaba a mi alcoba cuando me detuve.

—No sé el nombre de los guardas, en esa estancia está el cuerpo de Kalmia.

Invierno se apoyó contra la pared de cristal y miró hacia arriba con sus brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Estás bien? —susurré a su oído mientras el subordinado de Zan anotaba el nombre de Kalmia.

—Por supuesto, ¿por qué iba a estar mal? Recorrer el palacio viendo un montón de miembros cercenados y vísceras es maravilloso. ¿No te entran ganas de sentarte a tomar una bebida de frutas y disfrutar de la destrucción? —murmuró con una sonrisa torcida en sus labios.

—No estoy seguro de si lo dices en serio o estás siendo sarcástico.

Su sonrisa se volvió más ancha.

El asistente de Zan salió de mi alcoba zarandeando su cabeza con disgusto.

—Era un buen hombre, de los pocos que se preocupaban por la seguridad de Astria —masculló con visible aprensión—. Si el rey también ha caído, me temo que este reino está...

—Este reino ya estaba hecho una mierda —espetó Invierno—. ¿No hay nadie más para ir anotando esto? Solo tres personas para todo un castillo, se nota que todavía estamos en la era de la esclavitud.

Posé mi mano sobre la cabeza de Invierno antes de que volviese a abrir la boca.

—¿Le importa dejarnos a solas? He de hablar con mi compañero. Me temo que está agotado y su humor es agrio —solicité con amabilidad—. Estoy seguro de que el guarda llamado Lirio podrá serle de igual ayuda.

Nos quedamos solos de nuevo en medio de aquel pasillo que invitaba a todo menos al descanso.

—Para hacer balance de bajas siempre se utilizan a dos o tres personas —aclaré—. Esto se hace así para evitar un recuento equivocado. No se trata de esclavismo. Y es normal que soliciten mi ayuda. He sido capitán de la guardia, conozco a la gran mayoría de personas que recorrían a diario el palacio.

—Lo siento —dijo Invierno frotándose los párpados con su capa.

—¿He escuchado bien? ¿Invierno disculpándose?

—Sí. Atesóralo.

—¿Quieres salir? —El brillo antinatural de sus ojos todavía permanecía cuando me miró.

Señaló arriba con un único dedo.

—Tú no lo ves, pero ahí fuera la grieta del cielo ha empezado a gotear oscuridad sobre el palacio —explicó—. Ahora mismo importa bien poco quién va a gobernar. Es posible que Astria deje de existir.

Sus palabras no me sorprendieron. El rastro que había dejado la reina no era algo habitual en un desgarrado. En aquel momento, me cuestioné si mis esfuerzos fueron en vano. Era consciente de que más allá de la pequeña isla de Astria había un mundo enorme, sin embargo, nunca había pensado en lo que se encontraba tras los barrotes de mi jaula. Concentré todos mis esfuerzos en derrocar a la reina, proteger a mi hermano y ayudar a Lume.

—Ven —dije.

Tomé su mano para adentrarnos más en el palacio, hacia el mirador tras las escaleras de caracol que había próximas a los aposentos del rey. Los soldados estaban recogiendo los restos y cargándolos en una carreta. Seguramente, Lume haría un ritual de envío para todos los fallecidos y evitar posibles desgarrados.

El aire del exterior me impactó con fuerza después de tanto tiempo aislado. El viento helado traía consigo un familiar aroma salado y agitaba los rosales muertos por la falta de sol. El esplendoroso jardín era ahora una masa de ramas secas y nieve acumulada.

Nos detuvimos en el banco donde le entregué a Zanate. ¿Cuánto tiempo había pasado desde aquello? Semejaba una eternidad.

Él se sentó de golpe, sin dejar de sujetar mi mano. Hice lo mismo a pesar del frío.

—Una vez dijiste que te quedarías para ver la destrucción de Astria —recordé tras un rato—. ¿Todavía sigues pensando lo mismo?

Mordió su labio inferior de forma pensativa.

—Me refería a los que viven pisando a los demás, no a la isla como tal —rio con acritud—. Hay más vida aparte de los humanos y los fae. No soy tan egoísta.

Solté su mano por fin. Mi piel estaba manchada de sangre reseca y ni siquiera me había percatado de ello. Invierno dejó que su capa se empapase con la nieve. Después se inclinó para limpiar las palmas de mis manos. La sangre de Kalmia. La sangre de su padre. Tendría que decírselo en algún momento.

—Los ciervos van a morir si esto continúa así. —Su voz era tan baja y grave que apenas podía discernir lo que estaba diciendo—. Cerezo me ha pedido ayuda, pero antes tenía que salvarte.

—El ciervo de la princesa te habla —dije genuinamente sorprendido.

—No como tal. Puedo entender sus intenciones y deseos.

Al terminar, sostuvo mi cara con firmeza para encararme. Su seriedad me dejó inmóvil.

—He tomado una decisión. Esta es la última vez que piso el palacio —declaró—. Iré con Cerezo a las ruinas. No me importa lo que pase con el trono. Lume tendrá que buscar otra ayuda que no sea la mía. —Se detuvo un momento, como si estuviera pensando la forma correcta de expresarse—. He venido aquí por ti. Ahora que estás a salvo, ya nada me retiene. Si quieres quedarte con Lume, lo entenderé.

Se retiró a la espera de mi respuesta.

—Creo que no puedo perderme verte realizar una labor altruista.


https://youtu.be/l9tFUGbMijo


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Lume: ¿Es decir que no me ayudas a mí pero sí a mi ciervo?

Invierno: Sí. Tu ciervo tiene más importancia que tu poder político.

Lirio mientras come palomitas desde una distancia prudencial: Pelea. ¡Pelea!

Iris: No me puedo creer que Invierno vaya a hacer algo bueno para el mundo. *Se enjuga una lágrima falsa de cortar cebollas.* Como ha crecido.

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