Sus ojos, vacíos como un lago en invierno.

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Desperté entre los brazos de Iris, con el sonido tranquilo de su respiración y un fuerte dolor en el cuello. Me aparté un poco para poder ver su rostro dormido. La calma había relajado su expresión; posé un par de dedos en su mejilla y recorrí la incipiente barba con parsimonia hasta llegar a su mentón. Él respingó y buscó mi cuerpo para empujarme contra su pecho.

Me reí por lo bajo antes de volver a escapar de su agarre. Estaba sediento, por lo que decidí levantarme y buscar la alacena en la que, esperaba, hubiera agua potable.

Todavía podía escucharse la ventisca azotando el barco y la madera crujía con los embates del viento. Subí las escaleras para encontrar a Lume sentada en la penumbra de la estancia principal. Sus pequeñas manos estaban sobre su regazo y en cuanto me vio, señaló el asiento que había frente a ella.

Sacudí mi cabello y me aproximé para quedar de pie, renuente a sentarme.

—Ya he tomado una decisión. —Sus palabras fueron pronunciadas con parsimonia—. Voy a volver a palacio.

Para pensar esa mierda, es mejor que no hubieras pensado.

—Si crees que puedes enfrentarte a eso sola, adelante.

Una suerte de sonrisa amarga cruzó sus labios.

—Iris vendrá conmigo.

¿Cómo?

—Eso tendrá que decidirlo él.

Se incorporó de golpe. Había cambiado su ropa por una más cómoda y casual, su aspecto era el de un pequeño campesino y no el de la nueva reina. Caminó hasta quedar a mi lado.

—Iris me juró lealtad —dijo—. Y la cumplirá.

—Una cosa es lealtad y otra servidumbre.

—Lamento que estés tan ciego. —Reposó una mano en mi pecho—. Espero que cuando este reino vuelva a brillar, comprendas que lo que voy a hacer era necesario.

La magia se revolvió y su crepitar llenó mis oídos. Lamió nuestra piel, dispuesta a llevarse un buen bocado. Trastabillé hacia atrás, pero Lume hundió sus dedos y un dolor insoportable me atravesó.

Le asesté una bofetada que ignoró por completo. Se concentró en introducir su mano en mi alma y arrancar la flor con la que había enlazado mi corazón al de Iris. Esta se había vuelto enorme y repleta de pétalos brillantes.

—Devuélvela —jadeé, desplomándome contra el suelo.

Ella se limitó a acuclillarse a mi lado y levantó las mangas de mi camisa para investigar algo. Sus ojos castaños se posaron en la pulsera con la piedra azul, la arrancó y se la guardó en un bolsillo.

—No lo necesitas —murmuró—. E Iris tampoco.

Intenté ponerme en pie, sin éxito. Ella aprovechó ese gesto para golpear mi estómago repetidas veces con fuerza. La bilis se derramó desde mi garganta e impregnó la madera.

—Iris...

Agarró mi pelo, tirando de mi cabeza hacia arriba.

—No te va a socorrer. No despertará hasta que yo quiera. —Esta vez su sonrisa era triste—. Ayer os lo pasasteis en grande, ¿verdad? Ni siquiera os enterasteis cuando entré en el camarote hacia el amanecer.

Imperé a la magia que atacase, sin embargo, no escuchó. Ni siquiera se molestó en cuanto le supliqué. Aquel día, la magia estaba solo obedeciendo las órdenes de la única que podía comunicarse con ella.

Sentí que mi cuerpo se ponía rígido y era incapaz de moverme. Boqueé tratando de hablar, sin éxito.

—Necesito el trono para salvar lo que me importa —iba diciendo Lume mientras recorría la estancia —. Pero, por desgracia, Iris Calei es el único que tiene contactos. Él tendrá aliados con pronunciar una sola palabra, así que...

Se dirigió hacia abajo.

Suéltame, hija de la gran puta.

Toma mi alma. Come todo lo que quieras. Disfruta de mí.

Suéltame.

—¡Suéltame! —grité rompiendo el hechizo y un estallido hizo volar la mesa con sus sillas, que se destrozaron contra la pared.

Me apresuré tambaleándome hacia el camarote principal. La puerta estaba abierta y Lume se encontraba sobre Iris.

Sin mediar palabra, intenté abalanzarme sobre ella. Tropecé con una especie de barrera y salí despedido hacia atrás, rompiendo el estante con las jarras y los libros. El dolor me dejó aturdido.

Con la vista desenfocada, contemplé como Lume arrancaba también la enredadera que había implantado en el alma de Iris. Esta estaba llena de flores blancas, hermosas y delicadas. Fueron desintegradas con un simple gesto. Después, metió algo que no alcancé a ver en el interior de Iris.

Lume hablaba en fae y no podía entender nada.

Un cristal negro salió de ese agujero en el corazón de Iris y Lume lo tomó con cuidado.

—Ya está hecho —habló con un tono de voz neutro—. Levántate.

Iris se incorporó, frotó sus ojos y, por un instante, creí que el hechizo de Lume no había surtido efecto. Cuando miró a Lume, el vacío en ellos dejó mi piel helada.

—Volvamos a palacio.

Él asintió.

—Sí, mi princesa.

Me debatí para levantarme.

—¿Qué te crees que haces? —pregunté, incrédulo—. Tú. La que dijo que no quería ver esclavos. Eres una hipócrita.

—Cállate o tendré que lanzarte al mar —replicó—. Solo será hasta que posea el trono, después lo dejaré libre para que pueda irse a follar contigo donde quiera.

Chasqueó los dedos e Iris se deslizó de la cama y sin demora se vistió. Detuve su brazo cuando pasó a mi lado.

—Iris.

Él posó sus azules ojos en mí. Quizás fue mi esperanza, pero vi un brillo de reconocimiento en ellos, encerrado tras el velo de un hechizo demasiado poderoso.

—Libéralo —dije apretando los dientes con furia. La magia chispeó con regocijo.

—No.

—Iris no es un objeto que puedas utilizar a conveniencia.

—No es un objeto, pero ha sido entregado a mí cuando era pequeña. Él juró que estaría a mi lado.

—Asume de una vez que nadie quiere estar a tu puto lado para tomar el trono.

—No importa lo mucho que repliques, la respuesta será la misma. Iris ha traicionado un par de veces mi confianza y ahora pretendía marcharse sin prestar atención a su juramento como caballero. Estoy en mi derecho de castigarlo.

Me tambaleé hacia adelante, preso de la rabia.

—Voy a matarte.

—Dudo mucho que puedas hacer tal cosa. —Se encogió de hombros con expresión seria—. Solo necesito la presencia de Iris un tiempo, no le pasará nada.

Iris se sacudió mi agarre y salió por la puerta. Me tragué el dolor con amargura sin poder moverme de nuevo. La magia estaba ejerciendo presión sobre mí.

—Vete con este barco a cualquier lugar, Invierno.

Lume saltó de la cama para ir hasta la puerta.

—Destruiré este reino —gruñí—. Te permitiré vivir únicamente para que puedas recoger las cenizas y llorar mil años en soledad.

—Sigue hablando y no dejaré que Iris te encuentre —objetó—. Soy la princesa, espero que no se te olvide. Incluso si soy amigable, mi poder siempre ha sido superior al tuyo. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.

Grité. A Iris. A Lume. A la magia. Nadie podía escucharme.

Permanecí inmóvil durante tanto tiempo que las extremidades se durmieron junto con los músculos de mi cuerpo. En algún punto de la tarde, el hechizo perdió fuerza y me ovillé en el suelo.

Mi corazón estaba vacío de nuevo. Todas aquellas sensaciones que revoloteaban como mariposas y que pertenecían a Iris se habían dispersado. Las lágrimas saltaron y los sollozos emergieron sin que pudiera evitarlos.

Sin ser demasiado consciente de lo que estaba haciendo, me arrastré hacia fuera. La tormenta por fin había terminado y la nieve recién cuajada brillaba bajo el sol vespertino. Atravesé la playa, sin prestar atención al frío. Subí el sendero, apoyándome en las piedras de vez en cuando para poder tomar aliento.

La tarde se volvió noche. La luna, amiga silenciosa, iluminó mi camino hasta la entrada del desagüe.

Mi respiración fue cortada en dos. Lume había derrumbado el acceso, dejando una montaña de escombros.

Saqué unos cuantos pedazos de cristal fae y los aparté, a pesar de que era consciente de que con eso solo estaba malgastando energía. Desde aquella posición, el palacio era inexpugnable.

Llevé las manos a mi cara y dejé que la desesperanza y el rencor me acunasen. 

https://youtu.be/QgEleNaHdSk

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Xistra:

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Lume a Invierno: 

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Lirio:


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