Sonrisa.
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Estuve vagando durante ocho días entre el mundo de los sueños y el real; ambos se mezclaban en imágenes inconexas.
Lume me ofreció y un beso en la frente. Las mariposas brillantes salían de su interior y revoloteaban por la estancia.
Iris procuró que bebiera un mejunje amargo. La flor que estaba en su pecho podía verse con claridad a través de las enredaderas que cubrían el corazón.
Había un ser oscuro que permanecía cerca. Sin forma. Sin alma. De alguna manera, atado a mí.
Cuando por fin mi mente se aclaró lo suficiente como para discernir la realidad entre los sueños, me incorporé en la cama de Lume con mucho esfuerzo.
Alcé la vista al acristalado techo y el cielo presentaba el color anaranjado típico del amanecer. Las espumosas nubes bailaban empujadas por el viento, dirigiéndose a la ciudad.
Pasé la mano por el pelo en un gesto involuntario y comprobé que alguien me lo había lavado. Mi piel también estaba fresca y desprendía un olor afrutado.
—Pareces un animalillo. —La voz de Iris me sobresaltó, haciendo que despegara la nariz de mi antebrazo. Se encontraba sentado en el escritorio que había visto entre la vegetación, cortando con cuidado el tallo de unas flores—. Perdón, te he asustado.
Negué con la cabeza y estiré los brazos hacia arriba y luego hacia delante. Me dolían los músculos, pero por lo demás me sentía descansado.
—Lume te ha dejado pan dulce y leche de cierva en caso de que te despertaras —indicó Iris señalando hacia una bandejita de plata que reposaba en el asiento que había bajo el imponente árbol que crecía en el centro de la habitación.
Estiré un poco más mi cuerpo antes de saltar de la cama. Comprobé que también me habían cambiado la ropa. La idea de que Iris hubiera cubierto todas y cada una de mis necesidades erizó el vello de mis brazos.
Atrapé el pan y lo engullí con avidez.
—¿Qué me ha pasado? —pregunté tras beber un par de tragos de aquella espesa leche.
Iris abrió el tallo de la flor y raspó con sumo cuidado su contenido dentro de una pequeña botella.
—Has usado demasiada magia, al parecer —expuso mientras cogía otro tallo—. Lume te lo explicará en cuanto pueda.
—¿Qué estás haciendo?
Me acerqué con curiosidad a la mesa en la que Iris trabajaba y alcé los dedos para toquetear una de aquellas flores rojas. Sin embargo, la férrea mano de Iris apartó la mía con gesto suave.
—Es el brebaje que toma la reina. —Apretó mis dedos unos instantes y dejó caer mi mano lejos de las flores. Con cuidado de no tocarlas, volvió a abrir uno de los tallos.
—¿Dónde está Lume?
Iris terminó en ese instante de llenar la botella con la savia rojiza y alzó sus oscuros ojos hacia mí.
—Está en la cocina, supongo que hablando con Xistra. —Cerró la botella y la agitó enérgicamente; después señaló la puerta que había al fondo—. Vístete y te llevo.
Caminé descalzo por el suelo, observando con curiosidad las flores y plantas que crecían por doquier. Había alguna que otra mariposa volando, pero ningún signo más de otro insecto.
La puerta del fondo llevaba a un enorme cuarto para lavarse. El espejo que había sobre la pileta estaba adornado con filigranas.
Contemplé mi reflejo como si observara a un desconocido. El pelo me había crecido un poco y la barba intentaba asomarse. Los círculos oscuros que solían habitar la zona que había debajo de mis ojos ya no estaban y en cierto modo sentía que había desaparecido un pedazo de mí.
Pasé un dedo por mis labios y luego lo llevé hasta la nariz torcida; acaricié los lunares que había en mi cara y me pregunté qué es lo que verían en mí los demás. Iris había recalcado que yo era atractivo. Sacudí la cabeza para ahuyentar esa línea de pensamiento.
Con la ayuda de un cuenco mojé la cara y lavé mis dientes. Tras hacer mis necesidades, me vestí con las prendas que se encontraban pulcramente dobladas en la bañera.
Jamás hubiera pensado que podría contar con distintos atuendos y allí estaba, abotonando una camisa de un tono azul helado, similar al de mis ojos.
—¿Estás preparado? —Iris se hizo oír al otro lado de la puerta.
Salí sin responder a su pregunta.
Al verme entreabrió sus labios para decir algo que no llegó a pronunciar. Se acercó y por un instante percibí como mi corazón daba un ligero vuelco, sin embargo, planté mis pies en el suelo con cierta tozudez. Con dedos ágiles abrochó uno de los botones de mi camisa.
—Iremos por los pasillos del servicio, así evitaremos encontrarnos con Albor.
Asentí, aunque por dentro ardía en deseos de encontrarme con el príncipe y terminar de quemar su estúpida cara.
—Y Cade. —Mastiqué el nombre con la ira hirviendo de nuevo en mi interior.
—A Cade es probable que lo veamos, pero no puede hacernos nada —comentó—. Sabe de sobra que sus habilidades en combate son inferiores a las mías y tampoco es que sea muy inteligente.
Volví a asentir, aunque sus palabras no me habían dado consuelo alguno. Al contrario, me hacían sentir como un despojo al haber caído en las garras de ese energúmeno.
Eché a caminar detrás de Iris con las piernas doloridas. Mi mente comenzó a llenarse de posibles escenarios en los que acababa con la vida de Cade.
Los pasillos de los sirvientes eran estrechos y estaban construidos de manera que no podían verse desde las estancias principales. En las casas de los nobles fae también se estilaba ocultar a quién limpiaba el hogar, no fuera a ser su pobreza contagiosa.
Las cocinas eran enormes y llenas de trastos. A aquella hora se encontraban afanados haciendo pan y, en general, los desayunos para los habitantes del palacio.
Discerní a Lume charlando animadamente con una persona igual de alta que Iris y con la piel de su misma tonalidad, por lo que intuí que sería su hermano.
En cuanto nos acercamos, los ojos de Lume sonrieron al verme, pero esperó paciente a que el muchacho terminase de hablar.
Xistra tenía la cara redondeada y suave, con el cabello negro ondulado, algo más largo que Iris. Se había manchado la nariz con harina y llevaba el uniforme gris perlado de los cocineros.
—Así que este es el causante de la destrucción de mi casa —susurró con voz alegre.
—Perdón —espeté.
Xistra soltó una gran risotada y me tendió un pequeño pastel.
—Tranquilo, tranquilo —dijo—. Ah, no sabes cuánto necesitaba unas ventanas nuevas y gracias a ti, Lume ha prometido pagarlas. ¡Todo ventajas! Encantado de conocerte, Invierno. Si necesitas cualquier cosa aquí me tienes.
Con el pastel entre las manos le ofrecí una sonrisa.
—Gracias.
Iris, que había cogido una taza con un líquido negro, se quedó parado a medio sorbo, mientras que Lume abrió los ojos con genuina sorpresa. Me sentí incómodo por lo que mi sonrisa se desvaneció con un carraspeo y metí el pastel en la boca.
Estuvimos un buen rato escuchando a Xistra hablar mientras terminaba una tanda de bollos hasta que estuvo tan ocupado que ya no podía hacer otra cosa que trabajar.
En cuanto lo perdimos de vista, Lume se aproximó hasta mí.
—¿Ya estás mejor?
—Supongo.
—¿Te das cuenta de que has perdido parte de tu alma al usar magia? Casi mueres —masculló ella a toda prisa, cerca de mi oído—. Es hora de que te explique cómo funciona la magia antes de que hagas otra locura.
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