Quemadura.
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La muchacha que se encontraba a mi lado tenía la cara sucia; las lágrimas trazaban un camino entre la mugre y la sangre. Temblaba procurando que sus sollozos no se escucharan.
No alcancé a ver a los demás. Cade empujó mi cabeza para obligarme a mirar los ojos vacíos de un hombre joven que yacía en el suelo.
¿Por qué debía arrodillarme ante un cerdo proclamado príncipe? Únicamente quería vivir tranquilo, ¿acaso era mucho pedir?
Apreté las manos, las uñas se clavaron en mi piel hasta que la sangre se escurrió y cayó al suelo mezclándose con la de los muertos.
—Por ejemplo, no se puede descansar si no te lo han ordenado —habló Albor con voz alegre. El vello de mis brazos se elevó en cuanto la magia revoloteó con emoción a nuestro alrededor.
El príncipe fae se movió hasta el último de la fila y hundió la lanza en algún punto de su cuerpo. El grito me hizo estremecer.
—Su majestad, esas personas son libres. —Escuché la voz de Iris y alcé la cabeza. El guarda estaba sujetando la lanza de Albor, impidiendo que volviese a hundirla en la carne de un adolescente—. El rey ha concedido su libertad, ha firmado más de la mitad de la nobleza fae y la princesa les ha entregado el documento que lo certifica.
Los ojos de Albor relampaguearon con furia ante la audacia de Iris. Durante un fugaz momento, me sentí emocionado ante la rebeldía de Iris, sin embargo, el príncipe apartó la lanza con brusquedad y clavó sus largas uñas en la cara del guardián.
—Odio repetirme —masculló—. Nadie te ha ordenado hablar.
—Le he escuchado perfectamente la primera vez, majestad —dijo Iris sin moverse—, pero yo sirvo al rey de Astria y vos nos sois mi rey.
Sonreí. Aquel hombre era mucho más de lo que había imaginado en un primer momento.
El príncipe fae también sonrió de una forma torcida y amenazante. El fuego azul envolvió la lanza y algunas de las llamas se separaron para volar hacia el cuerpo del guarda. El fuerte olor de la piel quemada llegó a los pocos segundos y a pesar de todo, Iris se interpuso entre Albor y el chico.
—¿Acaso eres estúpido? —se carcajeó Albor. Yo también me estaba preguntando lo mismo. El complejo de héroe te llevaba a una muerte segura.
—Nadie merece ser torturado por descansar —sentenció Iris con voz contenida. El lado izquierdo de su pecho había sido quemado y debía estar soportando un dolor inimaginable. Todo sería más sencillo si matara a ese montón de mierda.
Albor se encogió de hombros y se retiró un par de pasos.
—¿Y qué me dices de robar? —Sus absurdas alas de mariposa monarca se agitaron un par de veces, chasqueó los dedos y Cade, se dirigió a la chica que estaba a mi lado. La agarró del pelo para arrastrarla hasta el príncipe—. Esta y las otras ratas han robado joyas de mi alcoba. Entre ellas un importante collar. Después de haberlas alimentado, ¿así es como nos pagan? ¿Robando?
Mordí con fuerza mis labios. Si por alimento se refería a sobras rancias y agua, era más que normal que la muchacha desease algo más.
Albor golpeó el rostro de la esclava y antes de que Iris se acercara, posó la lanza en el centro de su pecho.
—Cade.
El guarda se rio antes de impactar el cuerpo de la mujer contra el suelo.
Esa risa.
La misma risa que aquella noche.
La ira comenzó a hervir en mi interior, calentó la sangre y mi respiración se tornó superficial.
Merecían morir. Merecían arder.
La magia chisporroteó, me llegaba su anhelo. Deseaba alimentarse de todas las almas que había en aquella sala. Estaba hambrienta.
Haz que ardan y te daré alimento. Pensé. Quema su piel. Que sientan el fuego.
Sentí un mareo similar a cuando pierdes una cantidad importante de sangre y con un fuerte chasquido, la piel del rostro de Albor comenzó a burbujear como si se estuviera quemando.
Sus chillidos sonaron musicales en mis oídos.
Cade no había sido afectado, sin embargo. No importaba, podría encargarme de él después.
—¡Lume! —gritó Albor enfurecido. La mitad de su rostro se había convertido en una mezcla de carne quemada y masa sanguinolenta. Cade se abalanzó para sujetar a su señor—. ¿Dónde está esa traidora? ¡Le ha dado igual a quemar a su propio hermano!
El imbécil de verdad creía que la princesa había tenido algo que ver en esto. Me incorporé con las piernas flojas ante la pérdida de energía. La magia se había llevado una parte de mí.
—Será mejor que atienda sus heridas, majestad. —Iris me lanzó una mirada fugaz con el ceño fruncido—. Después tendrá que responder ante el rey.
—¡Yo no tengo que responder ante nadie! —Alzó de nuevo su arma para asestar otro golpe, pero este fue frenado por una aguja helada.
Confuso, miré hacia atrás. Lume se encontraba en la puerta jadeando como si hubiera venido corriendo hasta aquí. A su lado estaba el fae larguirucho que nos había abierto la puerta.
Las agujas de hielo se elevaron alrededor de Lume, preparadas para ser enviadas en cualquier momento.
—¡Basta! —exclamó una potente voz masculina. Lume soltó un respingo y el hielo se desvaneció. Se movió para dejar pasar a un fae enorme—. ¿Qué clase de locura es esta? ¿Te has convertido en un animal, Albor?
El fae en cuestión era mucho más grande que Iris; sus alas eran de un tono azul irisado con un borde negro y permanecían plegadas a su espalda, pero lo que captó mi atención fue la corona que descansaba en su cabeza rubia.
Aquel fae era el rey.
—Lun —farfulló Albor con desprecio—. Madre me ha dado permiso y ella es quién manda.
—Así que en vez de una bestia eres un niño mimado. —El rey entró en la sala y observó la escena, deteniéndose momentáneamente en mí y en Iris—. Ve a que te curen eso y después hablamos.
El rey elevó su mano y el fae con cara de amargado le arrebató la lanza al príncipe. Albor movió sus alas con irritación y empujó a Iris antes de salir de la estancia, como un niño mimado.
—¿Estáis bien? —preguntó Lume.
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