Puente quebradizo.
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La noche era densa y pesada; las libélulas traían una calidez inesperada. Nos quedamos a medio paso de la entrada del palacio, sin saber bien si continuar o seguir escuchando lo que esa mujer tenía que decirnos.
Lume extendió su mano cubierta de sangre para permitir que una de las libélulas se posase en su palma.
—¿Vas a delatarme? ¿Vas a entregarme a mi hermano? —preguntó con cierta angustia.
Las libélulas revolotearon hasta rodear por completo a Lume. Llevé la mano a la empuñadura de mi espada, considerando comenzar a cortar a aquellos seres creados con magia.
Un simple sonido de cascabeles resonó en el patio nevado. Los insectos fantasmales echaron a volar cara uno de los muros. Antes de que pudiéramos echar a caminar hacia el lugar indicado, la nieve bajo nuestros pies se movió, como si estuviera siendo arrastrada. Poco a poco se acumuló contra el liso muro. La nevada se tornó hielo y unas finas escaleras nos indicaron la salida.
—Mi lealtad está con la princesa —dijo la mujer al cabo de un rato.
Lume empezó a andar hacia el muro, por lo que la detuve sosteniendo su brazo.
—Puede que sea una trampa.
Ella negó con la cabeza.
—Al menos podremos estar fuera de palacio.
—¡Estamos rodeados de agua!
Se giró hacia mí con expresión frustrada.
—¿Pretendes adentrarte en el palacio para buscar un pasadizo subterráneo? Es mucho más sencillo salir subiendo esas escaleras.
Resoplé con molestia y la solté.
—Si su lealtad ha estado siempre contigo, ¿cómo es que no aparece hasta ahora? Usa ese cerebro de vez en cuando. No tenemos ni idea de si hay barcos, ¿vas a ir a nado?
Lume tomó aire helado y aferró mi mano, forzándome a caminar a trompicones hasta el muro.
—Ya lo estoy usando.
—No lo parece.
Ella subió de golpe dos escalones y mis pies tropezaron con la base de la escalera. Me quedé paralizado durante unos instantes, pues la idea de adentrarme en palacio tampoco era demasiado atrayente. De seguro, Albor tendría todo un despliegue de protección desperdigado en los puntos clave del palacio. Sería duro infiltrarse y salir bien parado.
Suspiré con resignación y subí. En lo alto del muro, el viento cortaba cada parte expuesta de mi piel. Al otro lado, había otra escalera cuyo final no podía apreciarse. Las rocas puntiagudas del acantilado que bordeaba la isla del palacio se mostraban imponentes desde aquella altura.
La princesa estrujó mi mano antes de comenzar el descenso. Lancé un vistazo hacia atrás, la escalera que nos había permitido subir se había convertido de nuevo en nieve.
Ya no había vuelta atrás, aunque, siendo sincero, nunca hubo vuelta atrás para mí.
Bajé con cuidado. Las olas rugían y se estrellaban contra las piedras más bajas. El fuerte olor a salitre era en cierto modo reconfortante.
La escalera terminaba en una hendidura natural entre dos enormes pedruscos y allí aguardaba la mujer con los ojos vendados por una cinta blanca. Estaba envuelta en una capa oscura, cubriendo sus frágiles alas blanquecinas.
—Mi princesa —musitó, haciendo una reverencia.
—Aine, ¿cierto? —Lume permaneció ligeramente apartada de la mujer—. Nunca hemos tenido la oportunidad de entablar conversación.
—Es cierto, mi princesa —respondió con la cabeza todavía agachada—. Mi deber siempre ha estado con la reina.
La fae permaneció en silencio un rato antes de continuar hablando, irrumpiendo las palabras que Lume iba a decir.
—Ese deber ha terminado, ahora soy libre de hacer lo que quiera y seguir mi propia lealtad. —Sonrió con timidez al levantar la cabeza—. Quería avisaros sobre la grieta del cielo...
—Noticias viejas —espeté—. Lo que precisamos es salir de aquí.
—La grieta del cielo y la destrucción completa de la capital. —Se acercó a Lume y posó sus finos dedos sobre la mejilla sonrojada de la princesa—. En tiempos en los que los fae no sabían lo que era la magia, la grieta se abrió. Esto ya ha sucedido. Hay quienes se jactan de haberlo provocado, pero es inevitable. Es nuestro castigo.
Sin pensar en lo que estaba haciendo, agarré el cuello de la ropa de Lume y la aparté.
—¿Sueno como una loca, Calei?
—Si vas a abrir la boca, que sea para decirnos una manera de salir de aquí —amenacé desenvainando mi espada—. Y si vas a hacer algún movimiento, que sea para lo mismo. Que yo sepa no eres una sacerdotisa.
La mujer ladeó la cabeza como si buscara entender lo que acababa de decir.
—Las sacerdotisas jamás han dicho la verdad. Siempre fieles a un ser que ni siquiera es de este mundo.
—¡Basta! —imperó Lume elevando la voz. Por suerte, esta se perdió entre el sonido del oleaje—. Si quieres que escuche tus teorías, primero ayúdanos a escapar de la isla. Por favor.
La hermana de Kalmia elevó su brazo derecho. Un destello azul brilló en su muñeca, muy similar a la piedra que me había regalado Invierno. Los copos de nieve flotaron hasta acumularse de forma antinatural frente a nosotros, el mar tembló y las olas se volvieron más agresivas.
Una capa de hielo cubrió la superficie del agua hasta la otra orilla.
Lume agradeció a la mujer antes de bajar lo que quedaba de trecho entre el acantilado y el mar.
—Ella no puede ser reina —musitó la fae cuando pasé a su lado para poder llegar al improvisado puente.
—Cállate —contesté.
—Sabes que tengo razón. —Dio un par de pasos hacia el escarpado acantilado—. Si vuelve a pisar Nenúfar, morirá. Todavía es joven, aún puede cumplir con su destino.
—He dicho que cierres la boca, ¿no entiendes el lenguaje común? ¿Lo digo en fae? Piérdete.
A pesar de mis palabras me detuve.
—¿A qué te refieres con que ya ha sucedido?
—Al este de las montañas quedan los restos de lo que aconteció la última vez.
—Está prohibido ir allí —dije meditabundo.
—¿Iris? —llamó Lume.
Decidí no prestarle más atención a la mujer y me concentré en no caer mientras me agarraba a la superficie helada de la piedra.
—Saluda a Lirio de mi parte. He cumplido con mi promesa.
—¿Cómo?
En cuanto alcé la cabeza, la fae había desaparecido de mi campo visual.
Lume me acosó a preguntas que evité mientras marchaba hacia el otro extremo del puente improvisado. Aunque las palabras de Aine parecían meras locuras, no podía negar que la famosa isla de Astria siempre había estado enredada en incógnitas que nunca se despejaban. Barreras, zonas vacías, gente sin un nombre de familia. Salvo mi hermano y yo, que nacimos en Shira, los demás astrianos no tenían un nombre de familia. Los Mythral eran denominados así por su labor como supuestos cuidadores de ciervos.
¿Cuál había sido la traición?
Revolví mis rizos con cansancio. Llegamos a los nuevos muelles de carga, ahora inútiles, ya que, con la capital sellada, no se podía navegar y tampoco comerciar. Los barcos se apelotonaban amarrados sin que nadie los vigilase.
—Ay, mi princesa, no es necesario que me apuntes con la espada —dijo una voz conocida. Dejé de contemplar mis pies para encontrarme con que la princesa estaba a punto de clavar su fina espada en el pecho de Lirio—. No te maté, podrías tener la misma deferencia.
—¡Todo esto es tu culpa!
—Sí, bueno. También ahora estáis fuera gracias a mí. —Sonrió todavía más—. Además, el que hayáis sido retenidos ha sido enteramente por tu culpa.
—¡Hermano!
Xistra se abalanzó hacia mí y se enterró en mi pecho. Acaricié con torpeza su cabeza y escuché su torrente de quejas y réplicas.
—¿Estás bien? ¿Te ha herido? —dije.
Lanzó un respingo y se apartó mientras se limpiaba los mocos con una de sus mangas.
—Nunca me ha hecho daño.
—Dicho así parece que te he coaccionado —gimoteó Lirio esquivando los espadazos de Lume—. Ya basta, en serio. No hay cura para mi maldad y tampoco para tu estupidez. Asúmelo.
—¿E Invierno? —La pregunta salió y mi pecho se resintió.
Xistra miró a Lirio y Lume bajó su espada con expresión sombría.
—Se ha ido por su cuenta a sellar la grieta —explicó Xistra.
—Y tenemos que encontrarlo antes de que haga una locura —apremió Lirio—. La grieta ya no se puede cerrar.
https://youtu.be/rPZG5Sh52vg
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