Preludio.

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Cuando desperté, el profundo silencio que reinaba me desconcertó. Me incorporé con parsimonia mientras observaba la estancia en busca de Iris. El guarda se encontraba dormido enfrente del montón de mantas, con la cabeza apoyada en su rodilla y sus cabellos negros revueltos ocultaban parte de sus ojos.

Las vendas que cubrían sus brazos estaban manchadas de un tono rojo oscuro y al verlo mi estómago se apretó. Suspiré en un burdo intento de alejar la culpabilidad muy lejos y cotilleé un poco los diferentes objetos que estaban guardados en aquel pequeño almacén.

Había cajas con diversos cristales empaquetados, lámparas de aceite viejas, unos cuantos cuadernos con cubiertas de cuero gastado, platos, vasos, tazas... Realmente aburrido de ver.

Bajé la mirada para coger uno de los libros que estaban al lado de la cama. La luz del candil era tenue, pero podía distinguir bien el título: Amor encadenado. Mis cejas se fruncieron al ver semejante porquería de nombre, aun así, abrí el tomo para comenzar a leer. Estaba escrito en el idioma común; en la primera página había un sello con forma de nenúfar y unas letras que indicaban la prohibición absoluta de leer este título.

Si Iris no tuvo problema para leerlo, yo no iba a ser menos. Pasé la página y empecé. Al inicio, a mi cerebro le costaba descifrar las letras y convertirlas en algo coherente, ya que en mi vida de esclavo apenas había tenido que leer.

Era una lectura sencilla, cargada de encuentros casuales entre los dos protagonistas. Tenían una especie de imán para terminar el uno sobre el otro de una forma poco realista. Por fin, había llegado a una parte interesante en donde le cortaban la cabeza a un imbécil cuando Iris habló.

—No deberías leer eso, pueden encarcelarte —dijo con un amago de sonrisa bailando en sus labios.

Levanté la mano para pedir silencio y poder terminar de leer como colgaban la cabeza del hombre desde lo alto de la torre de la justicia de esa ciudad ficticia.

—¿En qué parte vas? —Iris se desperezó y se movió para sentarse a mi lado. Pegó su cuerpo contra el mío para ojear por encima la página en la que me encontraba—. Ah, cuando matan al noble.

Dejé de leer para enfrentar los ojos oscuros de Iris.

—¿Está prohibido porque matan a un noble?

Él abrió otro libro para extraer una flor seca y la puso entre las páginas del que estaba leyendo.

—Porque se aman dos hombres.

—¿Y qué problema hay con eso?

—A la reina le da aversión. —En cuanto sus palabras salieron, mordió sus labios como si estuviera dolido por algo que yo desconocía—. Si son dos mujeres también le da asco.

—Esa señora sí que da asco.

Cerré el libro y lo dejé sobre la pila. El sol comenzaba a despuntar en el horizonte y se podía apreciar como el agua del mar chispeaba a través del cristal fae.

—La primera obra que se publicó de este estilo es Hierbarosa —explicó Iris, todavía pegado a mí. Su calor era, en cierto modo, reconfortante, y no sentía la necesidad de apartarme.

—Entonces ser un hierbarosa es que te guste alguien de tu mismo sexo. —El nombre era bonito, aunque me hacía imaginar prados de color rosa. Pensé en la acusación de Cade; era risible que lo encerrasen por hierbarosa y no por violador.

Iris asintió y se apartó de mí para incorporarse con agilidad. Hice lo propio, pero mis músculos estaban agarrotados, por lo que solté un gemido seco y amarré la ropa de Iris para evitar caer.

—Quizás debas quedarte aquí hoy.

La preocupación estaba pintada en su rostro. Resoplé para apartar un mechón de pelo que se empeñaba en meterse en mi ojo derecho.

—Quiero ver a Lume.

Era el día en que se celebraba el gran baile de palacio y en cuanto salimos del cuarto, nos encontramos con el bullicio de los preparativos. Los sirvientes correteaban de aquí para allá y había flores frescas colgando del techo en los pasillos principales.

Después de un desayuno ligero, volvimos al cuarto de Iris para asearnos y vestir el uniforme para ocasiones especiales. La pared seguía destrozada, pero los cristales del suelo habían sido pulcramente recogidos, así como también los libros y hojas que se habían desperdigado por causa de mi mal uso de la magia.

Sobre la cama se encontraba la ropa que debíamos usar. Al parecer, alguien había conseguido acertar con mi talla y la chaqueta se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel. Se trataba de un traje negro con sencillos adornos plateados y el blasón de la mariposa grabado en el pecho.

—Me gusta el negro, parece que vamos a ir a presenciar la muerte del príncipe en vez en vez de vigilar su culo —hablé mientras miraba mi reflejo en el ovalado espejo que había en el baño de Iris. Mi pelo había crecido bastante desde la última vez que lo corté y ahora caía revuelto a la altura de los ojos.

Alguien llamó a la puerta de la habitación e Iris la abrió con gesto sombrío, como si al otro lado pudiera encontrarse un grave peligro. El joven guardia que revisaba el contenido de los carromatos se presentó con un saludo oficial.

—¡Capitán! —gritó e inmediatamente bajó el tono al percatarse de que se había excedido—. El señor Kalmia le está aguardando en los jardines del príncipe.

Iris se llevó la mano a la frente, agotado. El traje no llegaba a ocultar la venda del cuello y los ojos del guardia bailaban del suelo a ese punto.

—Ya no soy tu capitán.

—¡Usted siempre será nuestro capitán!

Cuanto fervor. Crucé mis brazos y me apoyé contra el umbral de la puerta que conectaba el aseo con la habitación.

—Vamos —me indicó Iris, pasando por alto lo que le acababan de decir. El chico se apartó con rapidez para dejarlo pasar y me miró con la expectación de un cordero ante un buen montón de hierba fresca. Tenía el pelo largo negro atado en una trenza que caía a un lado y una tez muy pálida que resaltaba sus brillantes ojos ámbares.

Cuando pasé a su lado se pegó a mí.

—¿Puedo preguntar tu nombre? —susurró echando ojeadas a Iris para ver si lo regañaba por hablar.

—Invierno.

Soltó un oh seguido de un ah.

—Yo soy Lirio —me informó como si me interesara conocer su nombre—, puedes llamarme Li. Aunque eres de la guardia especial de la princesa, veo que tienes el mismo rango que yo. ¡Y parece que la misma edad!

Iris carraspeó como si le hiciera gracia el comentario. Salimos a un estrecho corredor para sirvientes y comenzamos a bajar las escaleras hacia la salida del palacio.

—¿Cómo sabes que tengo el mismo rango y la misma edad?

Lirio miró de reojo a Iris antes de atrapar mi antebrazo y mostrar las flores que había bordadas. Tres en total. Tras eso, me mostró su propio traje.

—¿Y la edad?

Se encogió de hombros.

—¿Instinto? —dijo.

Su ovalado rostro parecía mucho más joven que el mío, por lo que dudaba que hubiéramos nacido bajo la misma estrella. Una sombra de sonrisa apareció en mis labios sin saber muy bien por qué.

Salimos a los jardines y Lirio se puso en cabeza para guiarnos hasta la gran fuente del cisne. Ya habían dispuesto todas las mesas, sillas y demás elementos pomposos.

Sin embargo, no presté atención a nada más que a Lume. Estaba sentada en el borde de la fuente y movía apáticamente el agua con la mano, alejando las lentejas de agua. Las alas de metal verde estaban clavadas en la piel de su espalda y desde mi posición atisbé la leve hinchazón de la carne herida.

Antes de que pudiera acercarme, el fae amargado me detuvo presionando su mano contra mi hombro. Noté como mis rodillas se doblaban ligeramente y el chispeo de la magia.

—Iris, distribuye a los soldados como veas conveniente —ordenó—. Voy a tener una pequeña charla con Invierno.

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