Piedra azul.

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Abroché los protectores para los brazos por encima de la tela del uniforme de guarda. Era de alguien con bajo rango, se marcaba en las seis flores de las mangas, y el único que me servía de los que estaban guardados en la sala que utilizaban los vigilantes. Intenté visualizar al propietario del traje, sin éxito.

Lirio había recogido a Zanate, la espada que ofrecí a Invierno y que no tenía intención de usar. La coloqué en el cinturón y me agaché para anudar los cordones de las botas.

El sol estaba alto en el cielo cuando bajé la escalinata que llevaba al embarcadero. Hubo un tiempo en el que esta isla estaba unida a la principal a través de un puente, cuando la reina olvidada fue expulsada, este se destruyó aislando el lugar.

Había dado instrucciones a Lirio e Invierno sobre lo que debían hacer a continuación. No era ilógico pensar que el rey enviase un pequeño destacamento al palacio olvidado. Al caer la barrera, todo Astria era vulnerable y el monarca no querría ceder ni un pedazo de sus terrenos a los hambrientos lobos shiranos. Precisaban estar atentos y esconderse. Si lo consideraban oportuno, escapar a cualquier lugar también era una opción.

Los fragmentos de barrera seguían cayendo desde todas partes, en un espectáculo abrumador. Comprobé que la vela de la embarcación estaba en perfectas condiciones para inflarse con la brisa marina.

Cuando fui a desatar el amarre, Invierno me detuvo. Se había sumido en el silencio desde que hablamos sobre las posibles rutas de escape y los posteriores puntos de encuentro.

Lo miré incapaz de decir absolutamente nada y él me devolvió la mirada. Moví mis pies hasta quedar tan cerca de él que podía sentir su calor. Reposé mi frente sobre la suya, sus pestañas aletearon un par de veces antes de que cerrara los ojos.

Quería sumergirme en aquel mar de sensaciones que me provocaba su mero contacto.

Quería besarle hasta que el mundo se apagase por completo.

Tenía tanto que decirle que al final nada salió.

Me separé y terminé de soltar el amarre. Escuché a Lirio despedirse desde las escaleras, al parecer había preferido darnos algo de privacidad. El hecho de haber descubierto que yo era un hierbarosa no semejaba afectarle lo más mínimo.

La embarcación comenzó a moverse, al principio con lentitud, hasta que fue ganando velocidad. Eché un último vistazo atrás, su expresión era realmente insondable.

El mar estaba en relativa calma, el oleaje se tropezaba con el mascarón del barco y se rompía en una blanquecina espuma. Por suerte, aquel tipo de barco era bastante fácil de manejar; una vez la vela estaba abierta, podías dirigirlo sujetando el timón que se encontraba en la popa.

Al cabo de un tiempo, pasé por al lado de la torre del templo hundido. Era el momento de desviar la barca para bordear el palacio Nenúfar. Mi intención era atracar en una escondida zona que se encontraba al sur de la capital; una pequeña playa circunvalada por los bosques de ciervos.

Hacia el atardecer, puse los pies en tierra firme y arrastré el barco hasta dejarlo sobre la arena.

Un enorme ciervo estaba de pie a una corta distancia. Por las flores de su cornamenta, distinguí que se trataba de Cerezo. Caminé hundiendo mis botas en la arena hasta que pude palpar el lomo del animal.

Este se acercó para olisquear el bolsillo izquierdo de mi chaqueta. Al ver su insistencia, metí la mano para comprobar qué es lo que había. Mis dedos rozaron algo redondo, lo saqué y alcé para verlo mejor. Se trataba de una piedrecita redonda de color azul claro, por su toque parecía haber sido pulida por el mar. Emitía una tenue luz propia, como si un fragmento de estrella se hubiese quedado atrapado en ella.

Cerezo lo olisqueó un par de veces más hasta satisfacer del todo su curiosidad.

—¿En qué momento puso esto ahí? —pregunté al aire sin esperar respuesta.

Seguí mi camino, esta vez acompañado por la montura de la princesa. Salir del bosque de ciervos fue mucho más sencillo en su compañía.

Era bien entrada la noche cuando llegué a la puerta sur de la ciudad. Esta se encontraba cerrada, custodiada por dos guardas que permanecían atentos a todo lo que se movía.

—¡Alto! —gritó uno al avistarme.

Me detuve.

—Las puertas de la ciudad están cerradas hasta el amanecer, vuelva para entonces con su pase.

Así que habían sellado la capital. ¿Para que los desgarrados no salieran o para que la gente común no supiese lo que se cocía dentro de las murallas?

—Soy Iris Calei, guarda personal de la princesa Lume de Astria —indiqué a viva voz—. Si tenéis a bien de informar a vuestro superior, esperaré paciente aquí.

Quizás tuviera suerte y se tratase de algún conocido. Los guardas que custodiaban la puerta se miraron el uno al otro y comenzaron a cuchichear en voz apenas audible. Al cabo de un rato, uno de ellos abrió una portezuela y se marchó.

Cerezo volvió a tocar con el morro el bolsillo en dónde había guardado la piedra de Invierno antes de emprender su regreso al bosque.

Tras lo que pareció una eternidad, un orondo hombre salió apresurado.

—De verdad es usted, mi señor —farfulló quitándose el sudor de la frente tras comparar mi rostro con un papel que llevaba en la mano unas cuantas veces—. La reina Albora ha estado buscándoos sin cesar durante un cuarto de luna. Venga, por favor, prepararé un carro.

La reina. Su ira iba a caer sobre mí en cuanto me encontrase con ella.

No solo había sido besado por un hombre en su presencia, había perdido en un duelo contra Shira e incluso permanecí en paradero desconocido tras la batalla.

Asentí y seguí al hombre hasta el interior de la ciudad.

Las habituales luces fae habían sido sustituidas por simples lámparas de aceite, confiriéndole a las calles un lúgubre tono amarillento.

—Ha sido terrible, desde palacio salieron dos monstruos de esos. Han conseguido apresar a uno de ellos, pero el otro se ha metido en el alcantarillado —explicó con rapidez—. Nuestro bondadoso señor nos ha desplegado para proteger la ciudad junto con los pocos soldados de la corona que ya estaban aquí. ¿Es mucho preguntar por qué el palacio permanece cerrado?

Lo miré antes de responder. Estaba retorciendo el pañuelo entre sus rechonchas manos, su bigote temblaba al ritmo de su respiración. Este hombre era un subordinado directo del noble Zan.

—En efecto, es mucho preguntar —contesté con seriedad.

En vez de usar el carro que estaban tratando de preparar, escogí uno de los caballos para llegar a palacio lo más rápido posible.

—¿Puedo hacerle una humilde petición? —El hombre agachó la cabeza.

—Hable sin miedo.

—Comente a la reina que no se olvide de sus obedientes siervos. —Su voz bajó hasta convertirse en un fino hilo—. Necesitamos a una guerrera fae para combatir a ese monstruo. Precisamos el uso de la magia, mi señor.

—Se lo haré saber. Exprese mi gratitud al señor Zan, hablaré con él en cuanto pueda —apacigüé al hombre antes de espolear al corcel.

Las calles que se encontraban en la periferia parecían estar en perfecto estado. Sin embargo, cuanto más me acercaba al palacio, más destrozos hallaba. Los edificios habían sido agujereados, las piedras invadían el camino y todavía podía percibirse el olor de un reciente incendio.

El puente estaba custodiado, aunque esta vez se trataba de la guardia real. Ambos me reconocieron al instante. Yo también a ellos, Arle y Lane.

—¡Capitán! —gritó Arle con emoción al verme. Era menudo y muy ágil.

—Maldita sea, he dicho mil veces que ya no soy vuestro capitán —mascullé bajando del caballo.

—¿Ves? Te dije que no nos abandonaría —sonrió el otro.

—La reina os está esperando, mi capitán.

Dirigí mi mirada al palacio Nenúfar, el cual parecía una flor helada en medio de la noche. Invierno se decepcionaría al ver que no estaba destruido.

—¿Habéis resultado heridos en la batalla? —inquirí con genuina preocupación.

Ambos negaron con la cabeza y se apresuraron a señalar que estaban en perfectas condiciones.

Cuando finalmente alcancé la puerta principal de palacio, me había encontrado con siete grupos diferentes de guardas. La reina estaba poniendo todo su esfuerzo en la defensa del palacio.

Suspiré con agotamiento mientras abría la pesada puerta. Una fae cuyos ojos estaban vendados esperaba tras ella. Sus alas eran de una tonalidad blanquecina, como las de Kalmia. Aleteó un par de veces.

—Iris Calei —Alzó la palma de su mano para recoger una especie de libélula luminosa. En ningún momento me percaté de que ese insecto había estado siguiéndome—. La reina lo espera.

Me incliné con el debido respeto.

Iba a mentir.

Iba a deshacerme de toda conciencia.

Asesinaría a la reina.

https://youtu.be/0O3cts9uPLc

Lirio: Bueno, nos hemos quedado solos.

Invierno, trasteando con el armario de la reina: Eso parece.

Lirio: ¿Quieres probar el licor de cereza?

Invierno: ¿Eso se puede beber? Parece que lleva ahí mil años.

Lirio apoyando la mano en el hombro de Invierno: Mi querido amigo, cuanto más añejo mejor.

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