Pétalos de cristal

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Iris abrió la puerta y una oleada de frío entró en la estancia, agitando las llamas del fuego fae. Sacudió la cabeza para dejar caer parte de la nieve que se había acumulado en sus rizos.

—Venid —imperó y se adentró en la noche sin esperar respuesta.

Lume movió su mano derecha y el fuego saltó de su lugar para quedarse retozando sobre la palma.

—Pensaré en tu consejo —susurró Lume antes de salir al exterior.

Eché todo el aire que tenía en los pulmones. Lo que menos me apetecía era meterme en una ventisca a buscar algo de comer, pero tampoco es que tuviera más opciones, por lo que me puse la asquerosa manta por encima y seguí a Lume.

La nieve parecía caer con más fuerza esa noche; la helada me arañaba las mejillas y el vaho blanco se elevaba desde mis labios hacia el firmamento. El clima era cada vez más inestable, aunque no estaba del todo seguro de si era a causa de la grieta del cielo o de la caída de la barrera.

El brillito azul se tambaleaba unos pasos más adelante, apenas iluminando nuestro camino.

—Maldita nieve —refunfuñé en voz baja—. Maldito frío. Maldita hambre. Maldito reino.

—¡Aquí! —Se hizo oír Iris en medio del vendaval.

Lume aumentó un poco más la llama para poder iluminar bien lo que Iris señalaba. Se trataba de un barco de tamaño medio escondido entre dos formaciones rocosas. Se podía apreciar que había sido arreglado hacía poco, pues la madera estaba lijada y barnizada, sin ningún ápice de deterioro.

Iris se encaramó al barco sin esfuerzo alguno, como si no hubiera estado luchando por su vida sin dormir, y ayudó a Lume a subir.

—Toma mi mano —dijo—. Da un salto y agárrate. Yo te levanto.

—Peso bastante más que Lume.

—Sé cuánto pesas, te he llevado en brazos.

Me encogí de hombros y tiré la manta, que fue arrastrada por el viento. Di un salto y atrapé su mano. Él se apresuró a sujetarme de tal manera que pudiese llegar hasta la parte superior sin abandonar mis brazos por el camino. Una vez arriba, posó con suavidad su mano en mi espalda para dirigirme a la puerta ovalada que llevaba al interior del barco, en donde Lume estaba concentrada mirando los relieves del marco.

—Son ciervos —comentó—. Y estos motivos me recuerdan al Palacio olvidado. ¿Es posible que este barco haya sido restaurado?

—Me da igual, me congelo. —Abrí la puerta. El interior no estaba cálido, pero al menos no daba esa sensación de humedad como la vieja cabaña.

Una vez dentro, nos encontramos con una acogedora sala. En las paredes, a ambos lados, había bancos de madera forrados con algo mullido, perfectos para reposar. También había una cocina pequeña y una mesa con cuatro sillas. En la mesa descansaba un sobre sellado con cera.

—Es para Invierno —señaló Lume arrugando su roja y redonda nariz. Su ceño había vuelto a fruncirse.

—Ah, mi primera carta —exclamé fingiendo interés—. ¡Qué emoción!

La agarré. El sello era una flor que nunca había visto antes y el sobre pesaba demasiado para ser solo un papel. La abrí y me encontré un gran papel bien doblado, otros tres más pequeños y un saquito de terciopelo.

—Iré a comprobar si hay algo de abrigo y revisar el interior —dijo Iris—. Lume, dame una de tus luces.

Lume dividió la llama en dos, completamente distraída.

—¿Qué pone?

—La acabo de abrir.

—Perdón.

—No te perdono, siéntate y calla.

—No lo dices en serio, ¿no?

Negué con la cabeza evitando no reír, me senté y abrí el saquito. Numerosos pétalos de cristal cayeron en la mesa y emitieron ligeros brillos con la luz fae que pendía sobre nuestras cabezas. Nunca había visto la moneda que se creaba en nuestro reino y que aparentemente era usada en el mundo entero. Era de cristal duro y ligero, con una forma similar a la de un pétalo de cerezo. Aquella cantidad podría alimentarnos durante una buena temporada.

Desplegué el papel grande. Se trataba de un detallado mapa de la isla principal que conformaba el reino de Shira, en él se dibujaban los pueblos y ciudades, así como los ríos y las zonas de bosque y montaña. Lo deposité en la mesa junto con los pétalos de cristal.

—Esto es increíble. Parece un mapa antiguo, pero ha sido repintado para agregar zonas nuevas —murmuró Lume.

Los otros tres papeles eran una carta que estaba escrita con una letra pequeña y redondeada.

"Si has llegado a esta carta es que Lirio ha cumplido con su parte del trato.

¿Cómo puedo seguir? A estas alturas parece que todo lo que deje por escrito no será más que una tontería.

Desde aquí veo el palacio, ese lugar que se llevó un pedazo de mi vida y mi corazón. Sé que la reina ha muerto. Y también sé que se levantará. He dejado que el cielo se abra en dos solo para que eso suceda. He matado con mis propias manos a las sacerdotisas del templo y mataré a cualquiera que me cruce en cuanto la reina se levante.

Este reino debió dejar de existir hace tiempo. Todo lo que yace bajo él está podrido.

Siento haberte mentido cuando te vi aquel día en el jardín. No quiero que mueras por este reino. Sin embargo, nada de lo que escriba en una mera carta podrá compensar mi abandono.

No podía tenerte en palacio. Ni siquiera cerca. Por una parte, me sentía asqueado al recordar que tú habías salido de mi interior. Por otra, la persona que amaba y amo solo piensa en ti como una herramienta. Incluso trajo a tu otro padre; lo seleccionó para poder engendrar a alguien que tuviera la mayor entereza. Así que apenas siendo un recién nacido te envié lejos. Esperando que de alguna manera dejases de existir para Astria y que tu nombre se perdiera para siempre.

Sé libre. Abandona este reino en declive. En este barco encontrarás todo para poder cruzar el mar hacia cualquier lugar de tu elección, incluido tu título de noble de Shira. En ese reino encontrarás una familia dispuesta a conocerte. Empieza una nueva vida.

Tu padre. Kalmia."

Algo cálido me cubrió los brazos. Era una suave manta, olía a flores dulces. Iris me frotó la espalda y se sentó a mi lado, ojeando los pétalos de cristal.

—¿Estás bien? —musitó Lume—. Te has quedado pálido. ¿Son malas noticias?

El trozo de papel comenzó a arder entre mis dedos.

—Nada que me importe.

https://youtu.be/sNmmBtzEmRQ

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Xistra: Chicos, no os iréis sin mí, ¿verdad?

Lirio: Yo todavía estoy en Astria, tranquilo.

Xistra: Por alguna razón eso me hace sentir más incómodo.

Invierno:

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