Palacio olvidado.
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Mientras Lirio intentaba dirigirnos a un pequeño islote que se encontraba bastante alejado de la capital de Astria, me senté en el suelo al lado de Iris.
Alcé mis rodillas para apoyar la cabeza en ellas y observé al hombre que yacía inconsciente a mi lado. Su expresión se había suavizado, las vendas que cubrían parte de su cuerpo se habían ensuciado y el cabello era un mar revuelto sobre su frente.
Dormité. A veces, me despertaba con las olas sacudiendo la embarcación. Otras, mis ojos se abrían con la sensación de que el mundo se rompía a mi alrededor.
En algún punto agarré la mano de Iris.
La noche trajo consigo un cielo despejado lleno de estrellas, el viento acalló y el agua se calmó lo suficiente como para volverse un espejo.
Hacía rato que habíamos pasado la torre del templo hundido, sin embargo, todavía no habíamos alcanzado la barrera que impedía la entrada a los extranjeros.
—Invierno, ¿estás despierto? —preguntó Lirio en voz baja.
—Más o menos.
Solté la mano de Iris y me levanté para estirar mi cuerpo. Estaba agotado, incluso respirar era una tarea difícil para mí.
Lirio se encontraba fuera, por lo que salí. Ante mis ojos se reveló una isla, su tamaño era la mitad que el palacio de Nenúfar. La luna iluminaba una construcción blanquecina, derrotada por el paso de los años.
—El palacio olvidado —indicó Lirio—. Sé que no deberíamos estar aquí, pero es el sitio más seguro que se me ha ocurrido para que el capitán se recupere y manteneros a salvo. Quién sabe cómo se encontrará la capital ahora.
Miró hacia atrás un instante, desde aquí apenas se podía distinguir la grieta del cielo. La oscuridad ya se estaba derramando cuando dejamos a Lume en el salón del baile, así que, como decía Lirio, la capital se encontraría en un estado lamentable.
Amarramos el barco en un embarcadero medio roto y entre los dos cargamos con Iris. Por suerte, la luna iluminaba lo suficiente como para que pudiéramos ver hacia dónde nos dirigíamos sin tropezar con los restos del edificio que había desperdigados por el suelo. Las zarzas rodeaban la estructura de forma que parecía difícil adentrarse en el bosque que envolvía aquel palacio.
Seguimos caminando hasta llegar a una escalinata bordeada por árboles blancos secos cuyas ramas se entrecruzan formando una bóveda. Aquel terreno era, sin lugar a dudas, mucho más hermoso que el palacio fae.
Lirio resopló por el esfuerzo antes de hablar.
—Se supone que debe haber dos guardas custodiando este sitio, pero como había imaginado, al ser el cumpleaños del príncipe la reina los ha mandado volver a la isla principal —se secó el sudor con el dorso de la mano y acomodó a Iris para subir mejor las escaleras—. Espero que no mueran por una mala decisión.
La puerta de entrada estaba entreabierta, con un montón de hojas secas que indicaban que el suelo no había sido tocado en mucho tiempo. La madera de la puerta tenía diversos pájaros tallados, aunque solo pude reconocer a los ciervos que estaban pegados a las aldabas.
Esperé cargando con Iris a que Lirio abriese la pesada puerta. El interior estaba apenas iluminado por el brillo de la luna que se filtraba por las partes rotas del tejado.
Se antojaba demasiado grande para mis piernas cansadas.
—Intentemos llegar a la habitación de la reina para descansar.
—Necesito un respiro. —Sentía que en cualquier momento iba a caer inconsciente y Lirio tendría que cargar con dos personas.
Él asintió y me ayudó a dejar a Iris en el suelo. Tras eso me senté y contemplé lo que había a mi alrededor, arrullado por el silencio que se formó.
Había bancos dispuestos a ambos lados con lo que parecían lámparas cuya apariencia era la de un cisne. Unas macetas pendían del techo, su vegetación se había desbordado hasta que las enredaderas alcanzaban casi el suelo.
Toda aquella entrada llevaba a una zona circular en cuyo centro estaba el trono, hecho en piedra. Me pregunté por qué aquel palacio estaba construido en un lugar tan alejado de Astria.
—¿Has descansado lo suficiente?
—No —admití—. ¿Tan necesario es llegar a la habitación de la reina?
Lirio sonrió por primera vez en toda la noche.
—Allí hay una cama enorme que todavía se puede utilizar.
—Has dicho que este lugar está prohibido, ¿cómo sabes que se puede usar? —inquirí.
—También he dicho que siempre hay dos guardas vigilando —Volvimos a levantar a Iris y nos encaminamos hacia el supuesto aposento de la reina. Lirio siguió hablando en cuanto entramos en uno de los pasillos—. Desde que he entrado en la guardia, me ha tocado lidiar con los trabajos que nadie quiere, como estar plantado en este islote.
El pasillo era amplio, se podía ver el exterior a través de los enormes arcos. Perdí el sentido de la orientación conforme nos adentrábamos en el palacio. Finalmente, nos encontramos frente a otra enorme puerta.
—Aquí es —resopló Lirio.
—Sinceramente, creo que me voy a morir si seguimos caminando.
El amanecer había llegado en algún punto, por lo que podíamos ver la polvorienta cama. Era enorme.
Lirio sacudió un poco la suciedad y tumbé a Iris. Arrastré parte del cobertor para convertirlo en suerte de bola, lo puse debajo de su cabeza para procurar darle comodidad.
—Descansa, iré a ver si hay algo que podamos usar en el castillo y de paso encontrar comida.
—¿No duermes?
—Soy un guarda real, puedo pasar mucho tiempo sin dormir —expuso antes de marcharse.
Solté un largo suspiro y me acosté al lado de Iris.
—Tienes que despertar, has prometido protegerme —susurré—. Y darme galletas.
Hundido en aquella mullida cama, me dejé llevar por el cansancio.
Cuando volví a abrir los ojos, el sol se empeñaba en darme de lleno en la cara. La lluvia se había ido a algún lugar lejano como un simple sueño. Tenía la boca pastosa y el cuerpo agarrotado por haber dormido encogido. Parpadeé y al no encontrar a Iris a mi lado me incorporé con brusquedad.
Estaba sentado en el borde de la ventana abierta. Se había aseado y su ropa era diferente. Lirio había saqueado el palacio.
Giró su cabeza dejando que la brisa meciese sus cabellos algo húmedos. Sus ojos alcanzaron los míos y me entregó una sonrisa.
El calor se extendió por mi pecho sin que pudiera detenerlo, así que aplasté mis manos contra la tela que cubría la cama.
Se separó de la ventana y caminó hacia mí, hundió una rodilla en la cama y el dorso de su mano alcanzó mi frente.
—¿Estás bien?
Aquello que ardía en mi pecho comenzaba a ser molesto, aun así, asentí con la cabeza.
—¿Tú? —musité.
Retiró su mano con un suave roce y se alejó hasta quedar de pie.
—Todavía tengo que recuperar la fuerza. —Abrió y cerró la mano varias veces—. ¿Necesitas ayuda para moverte?
Estiré las piernas un poco, antes de responder afirmativamente.
—Puedes aprovechar la gigantesca bañera de la reina olvidada para limpiarte —se río.
—Maravilloso lujo —respondí.
Me arrastré hasta el borde de la cama e Iris sostuvo mi antebrazo para ayudarme. Una vez en pie volví a quedar atrapado en el añil de sus ojos.
¿Aquel maldito calor no se iba a marchar?
—Solo tienes que salir por esa puerta de ahí y atravesar una especie de vestidor —señaló con la cabeza sin soltarme.
Me estremecí cuando retiró su mano en una caricia.
Recogí la ropa de forma descuidada y me apresuré hacia el baño. Cerré con demasiada fuerza la puerta y me apoyé contra ella unos instantes.
Toqué el lugar en el que me había acariciado por casualidad. Agradable. Demasiado agradable.
No quería afrontar aquella emoción que empezaba a tomar forma dentro de mí y a la vez deseaba hundirme en ella hasta arder por completo.
https://youtu.be/8ofCZObsnOo
Oh no, Invierno, te has enamorado.
Invierno: No alucines, eso no va a suceder tan rápido.
Iris: ¿No? Sujétame la copa.
Lirio: Oye, oye, chicos, que estoy aquí.
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