Palabras pronunciadas tiempo atrás.

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Albor contempló el pergamino sin tener la menor intención de recogerlo. La punta de su espada todavía estaba cerca de mi pecho y su mano se aferraba al colgante.

—Di lo que quieras decir y márchate —siseó Albor—. Como puedes ver, estoy ocupado.

Lume bajó la mirada hasta el rollo de papel que yacía cerca de mis botas. Después de tanto tiempo sin verla, descubrí que no sentía ningún tipo de alegría.

—Voy a ir al templo de la luna que se encuentra en el Bosque de ciervos para restaurar la barrera. Iris va a venir conmigo.

El príncipe aflojó su agarre.

—Ciertamente, eres un hombre deseado —susurró de forma apenas audible—. Recoge la misiva.

Retiró su mano para que pudiera inclinarme y tomar el pergamino. Se lo entregué. Albor dejó mi espada a un lado mientras leía lo que el consejo había decretado. Atisbé la firma del regente al término del documento.

—Entiendo... —dijo Albor—. Es maravilloso que por fin quieras hacerte cargo de tus responsabilidades como princesa, pero aquí no dice nada de que Iris Calei deba ir contigo.

Las mejillas de Lume se colorearon con vergüenza y sus zapatos pisotearon la delicada alfombra que había a la entrada de la habitación.

—Puedo escoger a los guardas que quiera para que me protejan.

—Iris es mi guardián personal y no tengo la intención de entregártelo —rio Albor y le lanzó de nuevo el pergamino—. Ten una buena noche, hermana.

—Tú no lo necesitas. Devuélveme a Iris, por favor.

Escuché el intercambio de palabras con la sangre hirviendo en mi interior. Dentro de aquellas paredes de cristal era un objeto que sería vendido al mejor postor. Ni siquiera tenía derecho a elegir a quién servir. Todos querían utilizarme para sus propios intereses. El rey pretendía acabar con la amenaza que suponían los desgarrados y debía luchar a su lado como parte de su ejército. Lume ansiaba ser reina y buscaba constantemente mi ayuda para allanar el camino. Albor anhelaba el trono y había visto en mí a alguien inteligente. Su madre me usaba como desahogo sexual. Hasta aquel mismo instante, no me había detenido a pensar en mi esclavitud.

Respiré hondo, buscando concentrarme en lo que tenía que afrontar. Si me alejaba ahora del príncipe, las vidas de mi hermano e Invierno estarían en peligro. Lirio quizás pudiera librarse del castigo, al ser parte de la guardia real.

No estaba en posición de ayudar a Lume a restaurar la barrera.

—Bien, ya que insistes, te ofreceré un intercambio justo. —Albor se sentó en la cama y paseo sus dedos por el lado de la cara cubierto por cicatrices.

—¿Qué es lo que quieres?

Albor sonrió con tranquilidad.

—Muy simple. Haz que Iris retire su acusación y libera a Cade. —Procuré por todos los medios que mi expresión permaneciese neutral, aunque estaba a punto de perder el control—. No es algo tan complicado, la palabra de Iris Calei tiene suficiente peso. Un guarda por otro.

Lume cruzó los brazos sobre su pecho, cavilando la decisión. Independientemente de que ella no supiera que Cade había violado a Invierno, era bien sabido que sus abusos brutales habían terminado con la renuncia de un soldado, un mozo de cuadra y un sirviente de cámara.

—De acuerdo. Lo hará —sentenció al cabo de un rato.

—No. —Mi negativa hizo que Lume me contemplara con genuina sorpresa. La sonrisa de Albor se ensanchó.

—¿Cómo? —Su estúpida pregunta crispó todavía más mi delicado estado de ánimo. Tenía la sensación de que lo que pulsaba mi corazón en aquel instante era el alma de Invierno.

—He dicho que no —repetí—. No voy a retirar mi acusación.

Desde que había vuelto a palacio, me arrastré por el fango haciendo lo que nadie en su sano juicio haría. Acaté órdenes, permití que utilizasen mi cuerpo de la manera más asquerosa. Aparté a un lado todos los deseos e ilusiones que guardaba en mi corazón. Pero aquella orden no iba a cumplirla. Dejar a Cade libre sería traicionar a Invierno. Cade debía morir y si no era yo el que cortase su cabeza, al menos me encargaría de que este reino de mierda lo hiciese.

—Quiero hablar con Iris a solas —pidió Lume. Sonaba desesperada.

—Parece que no entiendes que Iris ya no es tu protector personal. —Albor se incorporó y caminó hasta el diván. Una vez allí tomó una túnica que había dejado sobre el respaldo.

Se vistió poniendo cuidado en pasar las alas por los agujeros preparados en la prenda.

—Puedo convencerlo de que retire su acusación —apuró ella.

—Lo dudo mucho —dijo Albor atando con calma los numerosos lazos que cerraban la parte delantera de su túnica—. Aun así, voy a ser muy generoso. Os dejaré un rato para discutir la propuesta. De todos modos, he de comprobar algo.

Enfundó sus pies en unos zapatos bajos y se acercó hacia la pesada puerta de madera.

—Me pregunto quién está protegiendo el palacio olvidado —comentó como por casualidad al posar sus largos dedos sobre la hendidura que ayudaba a abrir la puerta.

Ese hijo de puta iba a verificar sus suposiciones. Todo por un simple abalorio. ¿Tan especial era la piedra que llevaba colgada al cuello?

Una vez el príncipe se hubo marchado de la estancia, Lume se acercó con pasos ligeros hasta mí. Tomé las prendas del suelo y procedí a vestirme sin ofrecerle ningún tipo de conversación.

—¿Estás enfadado?

—Sí.

—Yo también estoy molesta contigo.

—¿Sabes dónde está mi hermano? —inquirí, ignorando lo que acababa de decir.

—No.

—¿Has mantenido el contacto con Invierno?

Soltó un largo y sonoro suspiro.

—No le llegan mis mariposas mensajeras.

La luz que había en mi piel desaparecía. Mi conexión con Invierno se estaba desvaneciendo.

—¿Has roto el hechizo que me une con Invierno? —cuestioné antes de que ella pudiese hablar.

Negó con la cabeza. Las lágrimas rodaban por sus redondeadas mejillas confiriéndole un aspecto lamentable.

—Estoy cansada de lidiar con todo sola —sollozó como una niña—. Te necesito a mi lado.

Terminé de abotonar la chaqueta ocultando el brillo bajo oscura prenda. Ser capaz de saber lo que Invierno sentía me había mantenido a flote. Era la esperanza de que en algún momento volvería a su lado.

Todo se desintegraba en mi interior.

—Estás sola porque te has escondido en tu jardín en vez de buscar aliados y fortalecer tu posición como princesa heredera. —No limpié sus mejillas como hubiera hecho antaño. La rabia que contenía en mi interior comenzó a salir—. Has pasado media vida imaginando un mundo ideal sin pensar en soluciones reales. La fantasía no ayudará a nadie. Tus ilusiones matan a gente. Tus decisiones hacen daño.

Ella se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y mordió su labio inferior.

—Sabes de sobra por qué no he buscado aliados.

—Porque cuando te introdujiste en el mundo de la política preferiste perder el tiempo escondiéndote con tu enamorada. —Era vagamente consciente de que todo lo que salía de mi boca estaba dañando a la princesa—. Tu amor provocó que cortasen la cabeza a aquella mujer. Tu amor hizo que te arrancasen las alas. No sabes ocultar lo que sientes ni proteger a los que te importan. Y desde entonces vives con miedo.

Alzó una mano para asestarme una bofetada y la detuve sujetando su frágil muñeca.

—Aquella noche, cuando quemaron mis brazos, prometiste que me tratarías como a un igual. Dijiste que eras mi amiga. —La atraje hacia mí—. Y ahora solo soy un peón que utilizas a tu antojo. No tengo poder de decisión a tu lado. ¿Cuál es tu excusa? Sí, he matado. He engañado. He estado haciendo todo lo que está en mi mano para convertirte en reina mientras tú has estado fingiendo ser una buena persona.

Un chispazo sacudió mis músculos por lo que tuve que soltarla. Ambos nos alejamos el uno del otro, respirando con agitación.

—Cállate. —Su cabello se revolvió con la corriente mágica vibrando—. Yo no tengo la culpa de lo que te ha sucedido. A veces parece que se te olvida que prometiste recuperar mi confianza.

—Y yo tampoco tengo la culpa de que no valores nuestra amistad. No tengo la culpa de que no sepas darme tiempo y espacio.

Un fuerte dolor me atravesó las entrañas y terminé por arrodillarme. Sostuve mi vientre evitando que la bilis subiese por mi garganta.

—Vas a retirar tu acusación y vendrás conmigo a restaurar la barrera —sentenció ella—. Ahora no quiero discutir más.

En ese instante, un recuerdo distante emergió en mi mente. No quiero que me protejas porque debes. Hazlo porque quieres. Invierno había plantado una semilla dentro de mí, se adueñaba de mi espíritu tal y como él se había apoderado de mi corazón.

Solo una palabra conformaba esa simiente: rebelión.

—No voy a retirar la acusación. —Me incorporé con esfuerzo—. Si liberas a ese hombre, me encargaré de sesgar su vida con mis propias manos.

Lume lanzó una onda de energía. Salí despedido y mi espalda impactó contra la pared cubierta de pesadas cortinas. Mi aliento se cortó, resbalé hasta quedar sentado en el suelo.

—Vaya, creí que querías a este hombre de tu lado. No pensé que tu intención fuese matarlo. —La voz de Albor se hizo escuchar por encima del crepitar de la magia. Estaba apoyado en el marco de la puerta con la satisfacción pintada en el rostro.

La princesa empujó a su hermano cuando dejó la alcoba sin mediar palabra. El príncipe meneó la cabeza con divertimiento y se paseó por su opulenta estancia. La enorme cama tenía forma de medialuna, numerosos cojines se acumulaban contra la pared y algunos incluso estaban sobre el suelo.

Toqueteó los libros que se disponían en varias estanterías y luego recorrió la mesa que utilizaba para redactar documentos. Finalmente, se encontró frente a mí.

Elevó mi rostro usando la punta de su dedo, me contempló bajo su mirada ambarina.

—¿Estás seguro de que no vas a retirar la acusación?

—Sí.

—Entonces no puedo dejarte marchar.

Se inclinó hasta rozar sus labios con los míos en un toque liviano. Apenas podía moverme tras el ataque de Lume, aun así, mordí con fuerza el labio inferior del príncipe hasta que pude saborear su sangre.

Si quería torturarme, no iba a quedarme de brazos cruzados.

https://youtu.be/JQVop3-OOXc

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Una lectora me preguntó cómo serían las voces de Iris y de Lume así que aquí van.

Voz de Iris:

https://youtu.be/K3wXx3pYws8

Voz de Lume:

https://youtu.be/1jaiPUIhmFE

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Capítulo extra: Licor de cereza.

(Este capítulo es un extra que tiene lugar en un punto indefinido muy en el futuro de la historia pero que no tiene nada que ver con la trama principal.)

—¿Esto se supone que es la cena? —preguntó Iris dejándose caer en la silla más próxima. Con la punta de su tenedor toqueteó el carbonizado guiso. ¿Acaso podía un estofado calcinarse siquiera? ¿Cuánto tiempo había pasado cociéndose sin atención?

Invierno le ofreció la mejor de sus sarcásticas miradas.

—También se suponía que ibas a llegar antes del anochecer y no quedarte perdido por el bosque. —Lanzó el plato por la ventana abierta y se escuchó un ruido sordo cuando este se estrelló contra un árbol que había un par de metros más allá—. El plan era que cocinaras tú. Así que cocina.

Iris alzó de nuevo la ceja y cruzó sus brazos sin la menor intención de moverse.

—Por favor. —Terminó por decir Invierno muy a regañadientes.

El guardia se levantó y arrojó lo que fuera aquello al caldero de los desperdicios. Se remangó la ligera camisa que llevaba puesta; era de una tonalidad azul clara que casaba perfectamente con su piel.

—Y bien, ¿qué quieres? No me pidas algo muy complicado porque no sé si p...

—Quiero probar ese licor. —Invierno señaló hacia una polvorienta botella que había en una de las estanterías de la cocina. Cortesía de Lirio.

—Eso no es comida —rebatió Iris—. Así que vamos a cenar lo que pretendías en un principio, un guiso de pollo.

—Con licor.

—¿Te recuerdo lo que pasó la última vez que bebiste alcohol? —cuestionó Iris tomando una tartera del pequeño armarito, la llenó de agua y después encendió el fuego.

Invierno se apoyó perezosamente en la mesa, una sonrisa brillante floreció en sus labios.

—Fue maravilloso.

—Destruiste media ciudad.

—Maravillosamente destruida.

Iris negó con la cabeza varias veces mientras cortaba los ingredientes y los iba añadiendo a la cazuela. Tras eso, tomó unas cuantas hierbas aromáticas y también las echó.

—No creo que ese licor esté bien, debe llevar años aquí — habló finalmente. Al cabo de un rato, la estancia se llenó con el aroma de la comida y el estómago de Invierno rugió.

Los ojos azul hielo de Invierno relampaguearon con un brillo malicioso, como siempre que iba a hacer algo que no era del todo correcto. Iris suspiró y dejó que tomase la botella para olisquear el contenido.

—Huele a cerezas.

—No bebas eso, Invierno —advirtió Iris dejando de nuevo los platos en la mesa. Esta vez su contenido era algo agradable y no una masa negra.

Invierno posó la botella sobre la mesa con gesto rebelde.

Ambos se sentaron y comenzaron a comer sin mediar palabra. Entre ellos el silencio siempre era cómodo, no sentían la necesidad de estar hablando constantemente.

Su silencio derivó en un duelo de miradas que acabó por ganar Invierno. Finalmente, este se levantó por inercia para lavar los platos mientras Iris observaba la botella y, sobre todo, el polvo que la cubría. Lo limpió con el dorso de la mano y la destaponó.

—Joder —dijo al recibir el fuerte olor a alcohol.

—Eres un cobarde. ¿Qué puede pasar? —Le pinchó Invierno mientras secaba los platos—. Estamos en una cabaña aislada en medio de la montaña. Es invierno. Puede incluso que se vuelva un precioso recuerdo.

—Un precioso recuerdo de como rompiste una montaña en dos pedazos por una copa de licor de cereza.

Invierno le puso las manos en los hombros e Iris se estremeció.

—¿Y qué importa mientras tú estés bien? Da igual que el mundo se rompa en pedazos si nosotros somos felices —musitó en su oído.

Iris tragó saliva y tomó dos chupitos del estante. Estaban cubiertos de polvo y eso indicaba el número de visitas que recibía la casa. Los pasó por agua con parsimonia. ¿Qué podría pasarles? Solo tomarían un poco, comprobarían que era asqueroso y dejarían la botella en el sitio.

Vertió el oscuro líquido en los pequeños recipientes. Tenía un terrible parecido a una copa llena de sangre fresca.

—Vamos a la habitación—imperó Invierno empujando ligeramente su hombro.

Iris asintió tomando la botella y los vasos. Empezaba a estar seguro de que se iba a meter en un lío bien gordo. Por alguna extraña razón siguió. Al final, siempre acababa haciéndolo.

Una vez en el cuarto, sentados enfrente uno del otro como si se tratase de alguna ceremonia tribal acercaron las manos a los vasos y bebieron el contenido de un trago. Iris sintió algo similar a un fuego quemando su garganta y comenzó a toser. Sin embargo, Invierno mostró más entereza y sonrió como un lobo.

—Uf, en mi vida he tomado algo tan fuerte —consiguió decir Iris, ardiendo por dentro.

—Eso no es cierto —apuntó Invierno—. Me has besado.

Iris se rio ante el comentario sintiendo como el calor lo llenaba por completo. Después del mal trago el regusto que dejaba era dulce. Tomó otra copa.

—Creo que es suficiente —habló Invierno entre risas mientras se ponía de rodillas para posar una de sus manos sobre la mejilla de Iris—. Estás ardiendo.

—Una más.

El cuarto vaso bajó mucho mejor que el primero. Iris se sentía desinhibido y comenzó a reírse sin más.

—Quién iba a decir que hoy serías tú el que se emborracharía —Invierno también se echó a reír—. Se supone que debes vigilarme.

Iris volvió a reír estrepitosamente como si ese fuese el mejor chiste que había oído en toda su vida.

Al final el silencio se posó sobre ellos nuevamente, calmo. Iris alzó un dedo hasta los labios de Invierno.

—Quiero ver tus ojos. Son bonitos.

Sonaba a súplica.

—¿Tú crees? —respondió Invierno. Él también sentía que el licor le estaba calentando la sangre.

—Eres guapo —soltó Iris de pronto.

—Estoy seguro de que estás viendo borroso ahora mismo.

—Te desprecias y no ves cómo eres realmente. O como te veo yo.

Parpadeó pesadamente bajo la amarillenta luz de su cuarto.

—¿Ah sí? ¿Y cómo me ves? ¿Doble? —dijo Invierno con una sonrisa irónica aflorando en su boca.

Iris se arrimó poniéndose a su lado, apoyado en un codo. Él era mucho más alto que Invierno, algo que no le hacía demasiada gracia. Iris rozó con las yemas de sus dedos el cuello de Invierno.

—Como alguien especial —susurró brindándole una sonrisa. Se acercó hasta que sus alientos se entremezclaron—. ¿Puedo besarte?

—La última vez no preguntaste.

—La última vez simplemente sucedió.

—Pues que suceda de nuevo.

Lo siguiente que Invierno sintió fueron los finos labios de Iris posarse en la comisura de los suyos. Iris se quedó inmóvil, concediéndole a su corazón un aceleramiento abrupto que le sonsacó un jadeo. Cuando se entregó a su boca escuchó el sonido de una de las ventanas romperse.

Iris gimió levemente y tomó el cuerpo de Invierno para ponerlo a horcajadas sobre el suyo, intentando profundizar todavía más en ese beso ardiente. Sus dedos, libres, se deslizaron por la garganta de Invierno, que respiraba con dificultad mientras sus bocas se movían. Siguió su camino por la tela de su ropa.

De pronto hacía demasiado calor.

Invierno se separó para quitar la parte de arriba de su abrigado traje.

—Mírame —rogó Iris con su voz ahogada por la excitación. Con los labios llenos, Invierno procedió a hacerlo. Rozó su piel desnuda contra Iris en el movimiento.

Se contemplaron de nuevo. La intensidad de los ojos de Invierno era demasiado fuerte como para resistirse a desviar la mirada. Iris observó los labios hinchados después de haberlos besado y una punzada activó su conciencia, aletargada en algún lugar de su mente. ¿Qué estoy haciendo? Se preguntó en el instante que posaba su lengua en la piel cremosa de Invierno. Qué alguien me pare o este refugio se va a ir a la mierda.

El sonido que lanzó Invierno al recibirle lo dejó sin defensas. Ahora el calor dominaba y sentía como se estaba poniendo cada vez más duro.

Lo recostó en el suelo dejando que su lengua divagase por las líneas que se formaban en el cuello de Invierno, rozó sus pequeños pezones, de un tono marrón oscuro.

Invierno soltó un sonido inteligible y la segunda ventana que había en la estancia estalló en pedazos.

Aquel dulce gemido calentó a Iris todavía más mientras intentó lidiar con los botones del pantalón bajo una visión algo borrosa. Un segundo más tarde se vio recostado e Invierno tenía el control.

Abrió con facilidad el cierre de los pantalones de Iris con la calma que solo la sobriedad podía dar, los bajó sin tapujos junto con la ropa interior.

—Ya sabes que a mí no me interesa, pero es demasiado agradable ver tu expresión excitada. —La sonrisa bailó en sus labios.

Sabía que Invierno jamás utilizaría su boca para darle placer. Dejó que sus dedos rodeasen su erección y apretase. Ahora era su turno para gemir a media voz.

—Me gusta esa cara —susurró cerca de su oído mientras movía la mano de arriba abajo rítmicamente. La espalda de Iris se arqueó con tensión y sus dedos se enterraron en el cabello de Invierno.

—Más —decía una y otra vez entre estremecimientos.

Invierno se detuvo abruptamente.

—¿Más? —Rozó con uno de sus dedos la punta para luego apretarla—. ¿Estás seguro?

Un inusual calor irradió de la mano de Invierno e hizo que Iris gimiera con más fuerza.

—¿Qué es eso? —preguntó completamente aturdido.

—Magia.

—¿Estás usando la magia para...? —Iris cerró los ojos con fuerza—. ¿Eso se puede hacer siquiera?

Sus jadeos se hicieron altos y sonoros, mezclados con la respiración de Invierno que apoyó su frente contra la de Iris, observando con atención.

Iris terminó por alcanzar el orgasmo perdido entre besos.

Invierno se retiró y limpió con tranquilidad el vientre de Iris, mientras este todavía buscaba aliento.

Tras eso volvió a sus labios.

No está mal, pensó Invierno, perderme a tu lado.

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