Ojos rasgados.
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El viento había comenzado a soplar y por la velocidad a la que se iban acercando las nubes, estaba convencido de que venía una tormenta veraniega. Aunque no estábamos metidos en la floresta, los rayos todavía podían presentar un peligro si continuábamos galopando por aquel camino pedregoso pegado al río.
Cade había estado hablando animadamente con Hera y ahora mantenía una conversación unilateral con Iris. Tenía apariencia afable, con una cara redonda y sonriente que invitaba confiar en él. Razón de más para desconfiar. Había algo en su mirada gris que no acababa de casar con la apariencia inocente que quería mostrar a los demás. Debíamos tener más o menos la misma edad.
Cansado de no recibir respuesta por parte de su compañero, movió el caballo hasta quedar a mi lado. La princesa se tensó sobre su montura, pero procuró seguir escuchando atentamente la verborrea del consejero.
—He estado preguntándome —comentó con una conciliadora sonrisa—, ¿tu nombre es porque tienes los ojos azul claro? Es extraño ver a alguien con los ojos rasgados por aquí y menos con ese color tan característico.
Al parecer el guarda tenía la capacidad de raciocinio de un infante.
—Mi nombre es porque nací en invierno. Sin más.
Cade asintió y se giró hacia Hera.
—Tenías razón. —Ella se limitó a seguir cabalgando sin contestar. Tenía una trenza de color azabache que llevaba hacia un lado, a pesar de la oscuridad, podía apreciar la cicatriz que cruzaba su cara desde la frente hasta el mentón—. Estaba seguro de que era por tus ojos, son como ver dos pedazos de cielo invernal.
—No se puede saber bien el color de los ojos de un bebé hasta que pasan meses. —Era algo que había aprendido tras ver los partos de las diversas esclavas con las que compartía vivienda.
—Puede ser —dijo, arrimando un poco más el caballo. Se inclinó hacia mí para hablar con la boca pegada a mi oreja. Una oleada de repulsión sacudió mis entrañas—. ¿Has visto los ojos de nuestra princesa? Tienen la misma forma que los tuyos, ¿sabes lo que significa?
Negué con la cabeza de manera casi imperceptible.
—Significa que es una fae y que solo ellos tienen los ojos así. Interesante, ¿no? Y lo que es más curioso, ella tampoco tiene alas.
—Soy humano. —Giré la cabeza para apartar su morro de mí—. No hay ningún fae que haya nacido esclavo.
Cade miró hacia el cielo con una media sonrisa en los labios.
—Cierto, todos viven en palacio. —Suspiró de forma larga, casi con exageración—. Es una pena, me hubiera gustado ver a un fae como nuestro próximo rey. Tal y como ha sido siempre.
Me guiñó un ojo y volvió a ponerse junto a su compañera.
La última frase de Cade había sonado casi como una amenaza.
Sabía que nuestro reino estaba gobernado por los fae, pero nunca había visto uno en persona. La princesa parecía una humana normal y corriente, por lo que asumí que todos serían así.
La primera gota de agua impactó en mi nariz y tras eso, comenzó a llover con fuerza. Mi campo de visión se vio limitado en cuestión de segundos.
—Vamos a tener que ponernos a cubierto —ordenó Iris, señalando la arboleda que había tras cruzar un desvencijado puente. No me parecía un plan demasiado brillante. Los árboles atraían a los rayos y la espesura podía hacer que nos perdiéramos fácilmente. Cualquiera era capaz de saberlo, ¿lo estaba haciendo a propósito?
Un trueno resonó en el horizonte seguido de un rayo que atravesó el cielo hasta impactar contra el agua del río. El consejero empezó a vociferar algunas quejas que nadie atendió.
Golondrina cabalgaba bastante bien en medio del aquel aguacero y agradecí estar subido en un caballo entrenado. No había ninguna luz, por lo que seguía a sombras inconexas que se apresuraban a avanzar por la espesura. Cerré los ojos, ya que no miraba absolutamente nada con tanta agua y dejé que Golondrina llevase la voz cantante.
Un grito lastimero se escuchó por encima de la tormenta, pero no llegué a saber si se trataba de alguien de nuestro grupo. Puede que fuera el consejero. Puede que la princesa.
Golondrina se encabritó por alguna razón y caí de espaldas; el impacto me dejó sin respiración durante un rato.
Me incorporé a duras penas, con un fuerte dolor en la parte baja de la espalda. Alguien me agarró el pelo por detrás y me arrastró hasta que escuché el sonido del agua correr. Aturdido por el golpe, no era capaz de articular vocablo alguno.
Quien fuera, me pegó de manera que caí de rodillas en la orilla del río. Tiró de mi cabello para ponerme sobre la superficie y hundió mi cabeza. Mi nariz dio contra el barro que conformaba el fondo y tragué tierra mezclada con agua.
Otro trueno estremeció las nubes cuando me sacó la cabeza para volver a hundirla.
—¡Invierno! ¿Dónde está Invierno? —Lume se hacía escuchar—. ¿Iris? ¿Hera?
Me estremecí cuando mi cabeza fue sumergida de nuevo. Sentía mis pulmones arder con la falta de oxígeno y mi estómago se revolvía con la cantidad de agua que estaba tragando.
Estaba a punto de perder el conocimiento cuando el ataque cesó. Hundí las manos en el barro para intentar levantarme y una arcada me obligó a vaciar el contenido de mi estómago.
Un rayo cayó muy cerca, partiendo un árbol por la mitad con el impacto. El olor a quemado impregnó el ambiente por unos minutos.
Alguien se arrodilló a mi lado.
—Invierno. —Lume me ayudó a incorporarme. Estaba completamente empapada y llevaba el vestido manchado. Tenía una herida profunda en el lado izquierdo de su cuello, aunque no parecía importarle la sangre que se escurría hasta fundirse con la tela del traje. Posó las manos en mis mejillas mientras evaluaba mi estado con preocupación. No quería que me tocase. Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz baja—. Qué ha pasado.
—Nada —carraspeé buscando respirar. Me sentía mareado y con las piernas temblando tras el esfuerzo.
Ella se acercó todavía más al descubrir que Iris se aproximaba al lugar en el que nos encontrábamos. En la penumbra no podía distinguir qué clase de expresión llevaba pintada en el rostro. Tomé las manos de la princesa entre las mías para apartarlas de mi cara, y para mi sorpresa, no la solté, temiendo caer si lo hacía.
—Han intentado matarnos —musitó Lume—. A ti y a mí.
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