Medialuna.
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Me incorporé en cuanto el efecto de la droga hubo pasado. Fui a enjuagarme la boca una y otra vez, todavía con el regusto amargo en mi paladar.
¿Creían que eso bastaba para doblegar mi voluntad? Aferré las piedras que bordeaban el pozo hasta que las uñas comenzaron a sangrar.
¿Matar a la princesa? No era tan estúpido como para considerar que eso iba a salvarme. En cuanto la vida de Lume se hubiera extinguido, la mía iría detrás.
Eran ellos los que iban a sucumbir. De momento, no sabía cómo iba a hacerlo, pero encontraría la manera.
Me moví con pesadez de vuelta a la casa. Hera estaba sentada en la sala, disfrutando del fuego de la chimenea como si no acabara de ayudar a violar a alguien. Iris y Cade se encontraban en la cocina comiendo algún tipo de estofado que habían preparado mientras estaba dormido. Cade hablaba animadamente con un taciturno Iris.
—¡Invierno! —Sonrió Cade al verme entrar—. ¿Te encuentras bien? Estás terriblemente pálido.
Mis labios se alzaron en una sonrisa torcida. Si había sido Cade, era un buen mentiroso. Su voz sonaba con genuina preocupación.
—Solo necesito dormir más. —Subí las escaleras, sin escuchar lo que fuera que tuvieran que decirme.
Podría usar la espada de Lume para degollar a Hera. No, no tenía la destreza suficiente como para poder combatir si se diese el caso. Tendría que recurrir a mi ingenio.
Entré en el cuarto que compartía con Lume, procurando no hacer demasiado ruido. Sin embargo, ella se despertó de golpe y se incorporó con el cabello enredado de tal forma que parecía un nido de pájaros.
—¿Te encuentras bien? —La misma pregunta que me había hecho Cade, pero dicha por Lume me afectó de forma diferente. Noté como las lágrimas se agolpaban de nuevo en mis ojos, por lo que tuve que morder el interior de mi mejilla para evitar que se escapasen. Ella salió a trompicones de la cama con la sábana enredada en su pierna.
Se acercó hasta que estuvo a escasos centímetros de mí. Me estremecí involuntariamente cuando llevó las yemas de sus dedos hacia el borde derecho de mis labios.
Odiaba el contacto físico. Desde que era pequeño, no me resultaba agradable que me tocasen. Era consciente de que toda aquella repulsión venía del día en que fui vendido como esclavo. El día en que dejé a Aine a su suerte.
—No me toques. —Retiré con rudeza su mano. Me sentía demasiado asqueado. Conmigo mismo. Con todos.
—Qué te han hecho. —No era una duda, hablaba como si se tratara de una afirmación. Sus ojos almendrados se entrecerraron unos instantes mientras observaba mi rostro.
Me quedé en silencio. Estaba mareado entre haber pasado tantas horas sin comer y la tensión recibida. Me tambaleé un poco en cuanto intenté ir hacia la ventana para respirar aire fresco. Lume alzó los brazos para sujetarme y se quedó paralizada a medio camino. Su esfuerzo por respetarme me estaba haciendo sentir peor.
—¿Has comido? —Intenté no reír y ella ladeó la cabeza como lo hacen los perros cuando quieren entender las estupideces de los humanos—. Creo que deberías tomar algo.
—Si como ahora voy a vomitarlo —sentencié. Me acerqué como pude hasta la ventana y la abrí, dejando que el aire nocturno se filtrase en la habitación. No tenía ni la menor idea de cuánto faltaba para el amanecer, aun así, la brisa fresca me reconfortó lo suficiente como para mantenerme de pie—. Lume.
—Dime —musitó desde la puerta. Se había quedado en la misma posición. Le indiqué con la cabeza para que se acercara hasta mí y así lo hizo, procurando mantener una distancia entre su cuerpo y el mío.
Con el pelo revuelto, tenía las pequeñas orejas al descubierto. A diferencia de las orejas de los humanos, las suyas acababan en una redondeada punta. No había duda de que se trataba de una fae. Era la princesa que algún día heredaría la isla que formaba su reino. Aunque nada de eso parecía importar ahora, ya que quienes debían protegerla la querían muerta antes de que llegara a palacio.
Estaba tan atrapada como yo.
—Tus guardas quieren matarnos.
—Soy consciente. —Se apoyó en el alfeizar.
—Entonces evitémoslo antes de que suceda —solicité—. Acabemos nosotros con sus vidas antes de que sea tarde.
Lume retorció las manos sobre el regazo. Llevaba puesto un camisón largo de color rosa pálido, a pesar de eso, podían verse sus anchas piernas, así como los diminutos pies. En uno de ellos tenía una marca con forma de mariposa. Curioso. Yo también tenía un lunar así en el talón derecho.
—No estoy segura de quién es el traidor, ¿y si mato a alguien inocente? —Negué con la cabeza varias veces ante sus palabras.
—Te puedo asegurar ahora mismo que Hera no es inocente. —La rabia quería apoderarse de mi garganta. Mordí con fuerza mi labio inferior, todavía recordando la sensación de impotencia—. Va a matarte. Y también va a acabar conmigo.
La sangre cálida comenzó a brotar de la herida y Lume se apresuró a usar su magia para desvanecer el dolor físico. El corte se cerró poco a poco hasta que solo quedó una extraña sensación.
—Tú no sabes lo que son capaces de hacer para conseguirlo. Dame un arma y yo mismo lo haré.
Ella me contempló largo rato, buscando entender qué es lo que había pasado.
—Dependo de ti —volví a hablar, aparté su mano para evitar que siguiera tocando mis labios—. Si tú no vas a defenderme, lo haré yo mismo.
Lume respiró hondo antes de tomar su espada. Después rebuscó en su morral hasta que sacó una daga. Era alargada, con una funda negra en la que se mostraba una mariposa blanca sobre lo que parecía una media luna. La sacó para enseñarme una reluciente hoja ligeramente curvada. Volvió a enfundar el arma.
—Es Medialuna. —Me puso la daga en las manos. Apenas pesaba y daba la sensación de ser fácil de manejar—. Es una hoja fae, además de cortar envenenará al adversario. Es tuya.
La moví un par de veces intentando saber cómo sujetarla.
—Es mejor que te enseñe antes de que te enfrentes a alguien.
—No hay tiempo —repliqué.
—Un solo movimiento —pidió.
La princesa me ayudó a adoptar la postura indicada para atacar. Su cuerpo se pegó contra el mío y me sentí mareado de nuevo. El sudor comenzó a cubrir mi nuca y parte de la espalda.
—Yo mataré a Hera. —Su voz tenue reverberó dentro de mí con aquellas palabras. Después añadió algo, pero no entendí nada. Estaba hablando en el idioma de los fae.
Sujetó su espada y salió de la estancia.
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