Magia.

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Después de tantos días sin usar mi cuerpo para un trabajo físico común, mis manos se movían con cierta torpeza. Recogí las hojas de papel que se habían desperdigado por todas partes y las coloqué en un pequeño motón sobre la encimera.

Lume estaba procurando volver a situar las plantas en sus respectivas macetas. Tenía el ceño fruncido y las mejillas hinchadas, un gesto que parecía poner siempre que necesitaba pensar en algo complicado.

Ese algo complicado seguramente era yo.

Rebusqué un poco hasta que encontré una vieja escoba de paja y comencé a barrer con cuidado los cristales. A mi mente vino el recuerdo de una casa acomodada en la que había trabajado cuando era un adolescente. Por aquel entonces, ya tenía asumido que mi vida estaría siempre rodeada de mugre y miseria, pero cuando me metía de lleno en las tareas diarias, mi mente permanecía callada y eso era algo agradable.

Y durante esa tarde, recogiendo y organizando la casa de Xistra, volví a desconectarme del mundo. Limpié los cristales, ordené los libros en las estanterías, sacudí la tela suave que cubría el jergón, lavé los utensilios de cocina y finalmente pasé un paño húmedo por las superficies y el suelo.

Cuando terminé, la pequeña casa tenía mejor aspecto y la luz había desaparecido. Salvo por las ventanas rotas, todo estaba ordenado y olía a jabón de moras.

Lume se encontraba sentada sobre el jergón, con la cabeza apoyada en las rodillas, sin perderme de vista.

—¿Te gusta limpiar? Estabas tan absorto que incluso has arreglado el baño —dijo ella en cuanto me senté con un vaso lleno de agua. Lo bebí de cuatro tragos y me quedé mirando el vaso antes de responder.

—Supongo.

—Siempre supones —resopló ella.

Me rugió el estómago. Llevaba demasiado tiempo sin probar bocado y comenzaba a sentirme algo mareado. Lume pareció escucharlo porque se levantó y de un mueble de la cocina sacó pan y un queso que tenía frutos secos. Se me antojó un manjar.

—¿No le importará que tomemos parte de su comida?

—Hemos roto sus ventanas, un trozo de queso va a ser la menor de sus preocupaciones. De todos modos, le daré pétalos de cristal para que pueda repararlas y reponer lo que gastemos.

De nuevo, mi sonrisa torcida salió a relucir. Tener la bolsa llena de pétalos significaba poder destruir sin preocuparte por las consecuencias. Al menos, no demasiado.

Engullí el queso y el pan, presa del hambre. No pude apreciar el sabor al tener la boca reseca, aunque estaba seguro de que era algo que me gustaría volver a comer.

—¿Qué sabes sobre la magia?

Viendo que el pan seguía allí, arranqué otro pedazo. Lo llevé a la boca con cierta satisfacción al ver que Lume no me regañaba por coger más.

—Poco —admití—. Las fae son las únicas que pueden usarla.

—¿Y sabes por qué?

Me encogí de hombros y atrapé otro trozo de queso. Estaba comenzando a sentirme mejor.

Lume mordisqueo su comida como si no tuviera apetito.

—Algunos fae sangramos una vez cada veintiocho días.

Entonces eran prácticamente igual que los humanos en eso. Asentí para que continuase.

—Solo esos fae pueden comunicarse con la magia y usar su poder —explicó—. Es como si la sangre la llamara, en cierto modo. Todavía no tienen muy claro por qué sucede esto. Pero los fae que no tienen sangrado lunar son incapaces de comunicarse con ella.

—Pues siento decírtelo, pero yo no tengo sangrado lunar.

—Y eres un humano.

Dejó su pedazo de pan sobre la tela del jergón y lo único que pasó por mi cabeza es si no iba a terminar su comida.

—Hablas de la magia como si tuviera consciencia —hablé y señalé hacia el queso embutido entre dos trozos de pan. Lume hizo un gesto con la mano indicando que me lo podía terminar y así lo hice.

—Así es —contestó ella recostándose contra la pared—. La magia es un ser vivo, como tú o yo.

—¿Entonces puede matarse? —Si era un ser vivo supuse que tendría un ciclo vital como los demás.

Lume abrió los ojos con sorpresa ante mi pregunta.

—¿Por qué quieres matar a la magia?

—¿Y por qué no? Los únicos que se benefician son los fae, ¿no? Ni siquiera hacéis cosas que ayuden al bien común. Solo mantenéis una estúpida barrera que impide la entrada a gente de otros reinos.

Me recliné hacia atrás también y agarré un mechón de su cabello encrespado para juguetear con él.

—Siento decepcionarte, pero la magia no puede morir. Se alimenta de las almas de los humanos y los fae. —Me estremecí ante la idea de ser devorado por algo invisible y eterno. Más razones para buscar una manera de exterminar a semejante bicho—. Cuando una persona muere, la magia se alimenta de su energía y pasa a formar parte de ella.

Así que la magia era una gran impostora. Los fae utilizaban la energía de millones de muertos para hacer sus bobadas. Dicho así, sonaba demasiado perturbador.

—Entiendo —opté por decir en vez de soltar las barbaridades que se estaban cruzando por mi cabeza.

—Nunca se ha sabido de un humano que pudiese comunicarse con ella.

—Realmente no puedo comunicarme con ella, solo causar esas mierdas que dices.

—Desgarros.

—Lo que sea.

Dejé de hacer tirabuzones con su pelo y pasé a retorcer la tela del vestido vaporoso que llevaba puesto.

—Por alguna razón le interesas a la magia.

—¿Y no puedes preguntárselo directamente?

Lume agarró mi mano y la alejó de su vestido antes de que siguiera arrugándolo. Alcé la mirada para tropezar con sus ojos almendrados y sus mejillas se sonrojaron.

—Cuando la luna sea llena puedo intentarlo —susurró—. Es un ser caprichoso y a veces no atiende a las peticiones. O no quiere responderlas.

Quité unas migajas de la comisura de sus labios y ella suspiró con fuerza.

—No sé cuándo será la próxima luna llena. —Por alguna razón había terminado hablando también en voz baja—. ¿En tres, cuatro días?

—Cinco. —Bajé mi mano para volver a hacer rizos con su pelo. Lume atrapó mi mano, impidiendo que me moviese más—. Estate quieto. Me pones nerviosa.

—Ah, ¿sí? —No me había percatado de que necesitaba tener algo entre manos para seguir atento a la conversación.

Lume volvió a enrojecer.

—¿Es por el beso? —Me divertí viendo como abría y cerraba la boca unas cuantas veces mientras buscaba la manera adecuada de responderme—. ¿Acaso quieres otro?

Aplastó mis mejillas con las palmas de sus manos, sin llegar a hacerme daño realmente, para luego tirar de ellas con dos dedos.

—Céntrate. Tenemos que encontrar la manera de que no destruyas el mundo si tus sentimientos se descontrolan.

—Es sencillo, simplemente tengo que dejar de sentir. Aunque destruir el mundo tampoco es algo que me disguste —farfullé, buscando deshacerme de su traicionero ataque.

—No seas ridículo, lo que tienes que hacer es aprender a sentir de una forma sana y natural.

Me quedé inmóvil, ya que no consideraba que eso pudiera aprenderse.

Antes de que fuera capaz de responder, escuchamos como alguien entraba sin llamar siquiera a la puerta. Iris cerró con cuidado y buscó una lámpara para iluminar la estancia. En algún punto nos habíamos quedado a oscuras.

Cuando el fuego alumbró su rostro pude distinguir una expresión dolida que fue ocultada inmediatamente. Se fijó en las ventanas, pero no dijo nada al respecto.

—Tenemos un problema —masculló—. Su majestad ha despertado y está furiosa por tu supuesto enlace con un esclavo. Ha mandado matar a Invierno.

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