Licor de rosa pálida.
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Contemplé las cenizas durante un buen rato. Quería volver un paso atrás. Necesitaba regresar al punto en el que no tenía ni la menor idea de quién era mi padre.
Kalmia estaba muerto. Su cuerpo había quedado en palacio, junto con los demás. Pronto sería incinerado y finalmente ya no existiría. Sería consumido por el olvido.
—He investigado el barco —dijo Iris. Su voz sonaba lejana en medio de la confusión en la que me hallaba—. En la planta de abajo hay un camarote grande y una especie de baño. En la de arriba se encuentra la cabina del timón, otro camarote pequeño y una alacena repleta de comida.
—Entonces podemos usarlo para navegar —meditó Lume—. Aunque deberíamos descansar hasta que pase esta tormenta de nieve.
Iris apoyó el codo sobre la mesa y reposó su mejilla en la palma de su mano. Sus ojos se entrecerraron.
—¿Vas a venir?
Ella bajó la cabeza. Su cabello había sido cortado de forma que se arremolinaba hacia la mitad de su cuello; al menos Lirio había tenido la deferencia de hacer un corte limpio. Parecía dudar, agarrando con fuerza la gruesa tela de su abrigo.
Me levanté. Precisaba estar a solas. Deseaba que mi mente estuviese en silencio.
—¿Invierno? —preguntó Lume al verme bajar el primer escalón que llevaba hacia la zona inferior del barco.
—Quiero quitarme la ropa húmeda —dije.
—Hay prendas en el camarote —señaló Iris—. ¿Necesitas que te acompañe?
—No.
Una pequeña luz fae me persiguió, iluminando los escalones que estaban cubiertos por una alfombra oscura.
Así que este barco era mío. Mi boca se torció en una suerte de sonrisa en cuanto llegué al estrecho pasillo. No entendía por qué me había entregado todo esto, se me antojaba una muestra de caridad para alguien que no tenía nada salvo su propio cuerpo.
Abrí la puerta que se localizaba a mi derecha; entre las sombras me encontré con un aseo y bañera, elaborados de forma similar al que poseía la reina en el Palacio Olvidado. Las paredes estaban forradas con una piedra lisa repleta de motivos pintados: flores, pájaros, enredaderas.
Me dirigí a la izquierda. El camarote no era demasiado grande, lo único que destacaba era la confortable cama con un dosel para evitar la luz que pudiera entrar en desde la redondeada ventana. Cerré la puerta y apoyé la espalda contra la madera. La luz bailoteó a mi lado iluminando una estantería con algunos volúmenes y jarras cerradas.
Apreté los puños y dejé escapar el aliento. Me moví por la estancia, sintiéndome como un gato fuera de su ambiente. Además de la estantería, había un armario de dos puertas, cuyo interior estaba repleto de ropa de todo tipo.
Revolví hasta dar con un traje negro con bordados añil, similar al tono de los ojos de Iris. Me senté en la cama con la prenda en el regazo y acaricié los trazos de hilo que dibujaban pequeños pájaros volando en la noche. Mis pensamientos se fueron apaciguando poco a poco conforme más me enterraba en las sensaciones del propio corazón de Iris.
Cálido. Dulce. Amable.
Alguien dio dos golpecitos en la puerta.
—Lume ha calentado agua para la bañera —dijo Iris—. Hace un rato que se ha ido al otro camarote. Tiene mucho que pensar.
La princesa del reino haciendo tareas para el esclavo. Me reí en voz baja, sacudiendo la cabeza negativamente y con el traje en la mano hacia el baño. Iris aguardaba en la puerta, sentado en el suelo, leyendo un papel arrugado. El pasillo ahora estaba iluminado por los candiles que colgaban del techo.
A mi mente vino aquel momento en el que nos escondimos en la cabaña del bosque, escapando de la tormenta.
Antes de conocerle.
Antes de enamorarme de él.
Mis latidos titubearon un instante.
—También hemos dispuesto comida —continuó él. Levantó la cabeza con aspecto distraído. Sus rizos estaban mojados y podía apreciar un leve rastro de agua escurriéndose por su mentón en dirección a sus cicatrices—. ¿Te ayudo?
Tragué saliva, contrariado.
—No te sientes en el suelo —gruñí y me apresuré al baño.
El vapor apenas me dejaba ver nada. Quité mi ropa y me introduje en el agua cálida, hundiéndome hasta sumergir la cabeza.
Permanecí un buen tiempo bajo el agua. Mis pulmones pidieron aire y emergí boqueando. Pasé el jabón por todo mi cuerpo, absorto en la palabra que había aparecido de pronto como un golpe en medio del pecho.
Salí arrugado como un fruto seco y me vestí con parte del traje, dejando la chaqueta de lado.
El pasillo estaba considerablemente más frío que el baño.
—Te he dejado algo de comer en la cama.
Iris ya no se encontraba en el suelo, se había apoyado contra la pared mientras leía un grueso libro.
—¿Qué haces?
—Leer.
—Me refiero, ¿qué haces ahí de pie?
—Esperar por ti. —Cerró el libro—. Quiero estar cerca. Tienes aspecto de que vas a colapsar de un momento a otro.
—Eso es porque no he comido. —Me detuve en el umbral—. Ven.
Me siguió en silencio y en el mismo silencio me observó comer las verduras encurtidas y lo que parecía una especie de carne seca.
—Di algo —me quejé.
—Algo.
Le tiré el paño que me había traído junto con la comida. Lo esquivó sin esfuerzo. Metí el resto de la carne de golpe en la boca, intentando que mis intenciones de mojar su cara con agua dulce no se notasen.
—Hay muchas botellas de licor aquí —dijo—, ten cuidado con ellas.
—Que tengan ellas cuidado conmigo.
—Invierno —aseveró.
—Iris —repliqué con solemnidad.
Una sonrisa cruzó su semblante, un estremecimiento atravesó mi alma.
Alcancé una de las jarras. Era negra y unas rosas blancas estaban pintadas con mimo. Saqué el sello que la mantenía cerrada y un olor dulzón inundó el ambiente.
—Licor de rosa pálida —indicó Iris—. Hace mucho tiempo que no bebo alcohol.
Se lo ofrecí y para mi sorpresa, él tomó un trago. Volvió a pasarme la botella y mojé los labios. Saboreé el ardiente líquido y observé la jarra.
—Este barco es mío.
—Lo sé.
—Kalmia era mi padre, pero para ti eso no es un secreto.
Esta vez Iris permaneció en silencio.
—No estoy seguro de si quiero aceptar esto —dejé la jarra en el suelo y me recosté en la cama.
—Puedes pensarlo más adelante.
Tras apartar los platos se tumbó a mi lado.
—O puedo no hacerlo nunca.
Pasé los dedos por su mejilla. Allí estaba la marca en forma de media luna que la reina le había dejado.
Él sostuvo mi mano y depositó un suave beso en la muñeca.
Dentro de toda la espiral de sufrimiento que me rodeaba, todavía quedaba un refugio. Me acerqué para esconderme entre sus brazos.
Había visto a muchas personas vivir y dejar morir el amor tras los barrotes de las jaulas de los esclavos. Siempre imaginé que todo aquello no era para mí, pues estaba claro que no era capaz de sentir como los demás.
Enterré la nariz en su fragante chaqueta. Iris me obligó a apartarme para poder ver mi rostro.
—Llorar está bien.
Quedé encerrado en su mirada. Negué con la cabeza.
Enterró los dedos en mi cabello y se arrimó para toquetear sus labios con los míos. Poco a poco, los entreabrió con su lengua. Su otra mano encontró mi espalda y volvió a apretarme contra su cuerpo. Me sentía torpe, como aquella noche en la playa.
Entre beso y beso, me moví hasta que quedó sobre mí, con una pierna entre las mías. Jadeó cuando buscó mi cuello para lanzar un pequeño y suave mordisco.
—Si quieres cenar, la comida está en otro lado —reí.
Volvió a morder y esta vez lamió ligeramente la zona. Un gemido se escapó de entre mis labios y algo estalló en la distancia.
—Eso te gusta —dijo con satisfacción y la voz ronca.
—Eso parece.
Probó con la oreja. Volví a reírme. Trató de encontrar algún punto en la clavícula.
—¿Intentas que me excite? Qué pruebas más duras te autoimpones. —Mimé su cabeza llena de rizos y bucles.
Se detuvo abruptamente.
—Lo siento, me he dejado llevar —murmuró tomando aire.
—Inténtalo.
Botón por botón fue abriendo mi camisa. Las yemas de sus dedos se deslizaron por mi piel en un toque agradable. Besó el lunar de mi vientre y me tensé cuando llegó al cierre del pantalón. Se percató y volvió a subir.
—Jamás haré algo que no quieras —habló contra mi piel, derramando su cálido aliento—. Puedo vivir sin tocarte. No es una necesidad. Ni una obligación.
—Mírame a los ojos, por favor —pedí y así lo hizo—. Bésame.
Y así lo hizo. Con avidez. Con anhelo. Con ternura.
https://youtu.be/HpxxnqE60dU
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Iris: Es decir, que Invierno es la Bestia y yo la Bella.
Invierno: ...
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Xistra: Siento que me están abandonando.
Lirio: Te he dicho que yo estoy aquí.
Xistra: Tú me das miedo.
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Lume: ¿Acaba de romperse ese jarrón? Porque aquí no pueden existir los fantasmas, de ser así estaría asustada.
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