La ira de Invierno.
(Ya lo pongo en grande por si acaso.)
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Las calles de la ciudad estaban extrañamente desiertas, como si todo el bullicio del día solo hubiera sido un mero sueño. De nuevo, semejaba un lugar estancado en el tiempo.
Xistra caminaba a mi lado sumido en un complejo silencio. Decidí no hablar, había gastado toda mi empatía en las palabras que le había dedicado en el interior de la casa.
Observé con actitud distraída el humo blanquecino que salía entre mis labios y se perdía en el aire. La única iluminación que nos guiaba eran las estrellas del árbol celeste, que, a pesar de estar situado en el centro, podíamos apreciar sus intrincadas raíces alzándose hacia el exterior.
Para mi sorpresa, Lirio se hospedaba en un sitio bastante modesto. El edificio no tenía apenas detalles en su fachada y, a plena vista, solo contaba de una planta con grandes ventanales. La puerta de metal estaba custodiada por dos fornidos hombres de piel oscura y un uniforme blanco en cuyo pecho yacía un blasón con un lirio del valle.
Xistra se detuvo bruscamente, así que yo hice lo mismo.
—Vengo a solicitar una audiencia con su alteza el príncipe Artei.
El guarda con una barba frondosa que estaba a nuestra derecha habló con desdén:
—Está reunido.
—Dile que Invierno está aquí —solté cruzando los brazos—. Y si no sale a recibirme, entraré yo mismo.
La magia lamió mi nuca, esperando la orden que le daría un suculento bocado.
—¡Cómo te atreves!
Ambos soldados desenvainaron sus lustrosos sables curvados. Me adelanté un par de pasos.
Xistra alzó una mano para detenerme.
—Llame al menos al embajador y dígale que Xistra Calei ha venido —dijo—. Él me conoce.
Se miraron y tras un momento de vacilación, uno de ellos se introdujo en la edificación. Fue reemplazado por otro soldado, que salió apresurado para tomar el puesto vacío. Al menos eran diligentes con su trabajo.
La tardanza se hizo tan larga que terminé contando las flores que ofrecía el relieve de la acera.
—Vaya, no me esperaba ver al señor Zyan Einar aquí también.
Me giré para comprobar si había llegado alguien más. No era el caso. Centré mi atención en el hombre que acababa de salir de la puerta. Se trataba del mismo que había visto en el palacio hablando con Albor antes de que el techo de la sala de bailes se rompiera en miles de pedazos. Su ropa tenía colores llamativos y numerosos abalorios, todo un espectáculo.
—Mi nombre es Invierno —espeté.
Al ladear su cabeza, las cuentas de sus pendientes rojos hicieron un leve sonido.
—¿No has leído el papiro de nacimiento que dejé en tu barco? —preguntó con cierto desdén—. Eres uno de los grandes herederos de Einar.
—Ni lo he leído, ni me interesa hacerlo.
Xistra irrumpió antes de que comenzase una discusión sin final a la vista.
—¿Podría decirle a su alteza que deseo hablar con él? Me prometió que cumpliría una de mis voluntades.
El embajador negó varias veces con la cabeza.
—Esta noche no puede ser. Las negociaciones son largas y complejas. Me temo que estará reunido hasta alcanzar un acuerdo que beneficie a todos los nobles de Astria.
Tomé aliento buscando algo de paciencia.
—Sin embargo —continuó—, me ha indicado llevaros con la princesa si así lo deseáis.
Una suave sonrisa alcanzó el rostro de Xistra. La esperanza que brillaba en él me hizo sentir que algo iba a romperse aquella noche.
—Luna —llamó el embajador.
La mujer con la que había peleado Iris apareció. Su ceño estaba fruncido y había ganado una larga cicatriz que cruzaba su rostro de un lado a otro.
Nos llevaron hasta otra construcción cercana. Era similar a una enorme caja blanca sin ventanas, cuya entrada estaba también custodiada. ¿Cuál había sido el objetivo inicial de aquel lugar?
—¿Una prisión?
—Es por su seguridad, la gran mayoría de las personas que se encuentran ahora en la ciudad quieren cortar su cabeza —reveló el embajador—. Nuestro señor ha modificado la estructura para que no sea posible entrar a menos que se use la puerta.
El interior era un espacio amplio. En realidad, no había nada más que una mesa y una silla, en la que Lume estaba sentada. El suelo era un espejo de baldosas lustrosas.
—¡Lume!
Xistra corrió hacia ella y se arrodilló a su vera. Me quedé parado cerca de la puerta de entrada, observando el pelo blanco de Lume y el parche que cubría su ojo derecho. Ella también había pagado el precio.
La princesa acarició la cara de Xistra con cariño antes de ofrecerle un abrazo. Estaba demasiado lejos como para apreciar su conversación.
—¿No vas a acercarte? —dijo burlonamente el embajador.
Negué con la cabeza. No quería romper su intimidad. Xistra era el que deseaba estar junto a Lume.
—Eres un hombre un tanto extraño —replicó.
Su mirada me resultó desagradable, por lo que busqué apartarme. Sin embargo, un fuerte golpe en mi cabeza hizo que me precipitara al suelo.
—¿Usaremos a este u al otro? —Se dirigió a alguien que se encontraba fuera de la improvisada cárcel.
—Es más sencillo que el esclavo pague por matar a la princesa y al hermano de un amado capitán.
Albor. Su suave y repugnante voz.
—¡Xistra! ¡Lume! —grité con todas mis fuerzas y recibí otro golpe, esta vez en la mandíbula.
—¿Queréis hacerlo vos, mi señor?
—Déjalos en paz —escuché decir a Lume—. Si me quieres muerta, hazlo. Mátame, pero déjalos marchar.
La guerrera llamada Luna aplastó mi cabeza contra el suelo. Pude ver los pies de Albor moverse hacia Lume y Xistra.
—¿Por qué usas tu cuerpo para salvaguardar a un cocinero? ¿Ya no tienes dignidad?
Escupí la sangre que se me había acumulado en la boca y me removí para intentar deshacerme del agarre.
—Déjalo inconsciente, sigue siendo un mestizo después de todo —ordenó el embajador.
El sonido de la carne siendo atravesada por un cuchillo se clavó en mi interior. Xistra gimió de dolor. Una y otra vez.
Debí haberos matado a todos. Debí haber destruido este reino en vez de salvarlo.
Una explosión de energía despedazó el cuerpo de la mujer antes de que pudiera volver a golpearme.
¿Hablar? ¿Para qué?
Me incorporé. El embajador se cayó sobre su trasero, temblando. Su brazo se retorció hasta quedar hecho un amasijo sanguinolento.
¿Siquiera sé el nombre de este cerdo? Ah, no importa.
Los guardas hicieron sonar una alarma y acudieron raudos a su muerte. La cabeza del primero se desprendió como si fuera una fruta podrida.
Él confió en mí.
Alguien estaba gritando. Quizás Lume. Quizás yo.
Las paredes se agrietaron antes de desmoronarse.
—¡Invierno! —alguien decía mi nombre sin cesar.
Pronto, el ejército de Shira llegó al lugar. Marché hacia ellos con la visión nublada.
Solo destrúyelos. Cómete sus cuerpos. Consume sus almas.
La carne de los soldados que estaban más cercanos a mí comenzó a burbujear, desprendiendo un desagradable olor.
—¡Invierno, tranquilízate! —imperó alguien. Una capa de hielo se extendió buscando alcanzar mis pies.
¿Tranquilizarme? No sabes lo que he tenido que soportar.
Otra onda de energía salió de mi interior. El haz cortó todo a su alcance, deshaciendo el hielo.
—¡Mi señor, póngase a cubierto!
—¡Que alguien se lleve a los heridos!
Una arcada me sobrevino y más sangre salió de mi boca.
—¡Vas a matarte, pedazo de estúpido!
¿Matarme?
Respirando de forma superficial dejé que la magia me consumiera.
Entre el destrozo, vi como Lirio se movió con agilidad y tomó mi antebrazo. Clavó los dedos en mi piel y eso me hizo parpadear. Estaba confuso y desorientado.
—No me toques —jadeé con esfuerzo.
—Mira hacia atrás.
—No.
Sentí las lágrimas escapar sin consentimiento. Un sollozo se escurrió.
Las manos de Lirio se posaron en mi cara y me obligó a girar la cabeza. Cerré los ojos con fuerza.
No podía ver a Xistra muerto.
—He dicho que mires —rugió Lirio.
Abrí los ojos. Lume estaba sosteniendo a Xistra contra su pecho, en un ademán protector. La sangre se escurría por los restos del edificio.
—Si sigues así, no podré salvarle —imploró Lirio—. Si continúas, va a morir de verdad. Déjame pasar. Déjame cuidar de ellos, por favor. Te prometo que estarán bien.
La fuerza abandonó mi cuerpo y Lirio me empujó con suavidad hacia otra persona.
—Huid —indicó Lirio echando a caminar—. Queda en tus manos cuidar de Invierno.
https://youtu.be/hg_HL8fjBcM
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Invierno:
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