La hoguera.

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—Creo que mañana ya podremos marcharnos —dijo Lume, arrebujándose en la capa.

Había tardado dos días en poder levantarse y otros dos en moverse con normalidad. Durante ese tiempo, había terminado por conocer todos los rincones de su cuerpo sin que pudiéramos evitarlo. La ayudé a bañarse y a hacer sus necesidades, ya que estaba demasiado débil. Para ella había sido una vergüenza al principio; para mí, era algo que podría haber hecho trabajando como esclavo. Estaba habituado a ver cuerpos desnudos de todo tipo en los barracones y no despertaban en mí interés alguno. Así se lo dejé saber.

Ahora nos encontrábamos sentados al lado de una fogata, ella disfrutando de una especie de patatas que Cerezo había traído y yo dando buena cuenta de un pequeño animalito que cacé por casualidad en el bosque. Lume no comía carne, pero era casi la única fae que hacía tal cosa. Sinceramente yo me alimentaba con lo que pudiese encontrar sin muchos miramientos.

—¿Vamos al palacio? —Bebí con avidez antes de seguir comiendo.

Sus ojos castaños se centraron en mí durante unos minutos antes de responder.

—Yo debo volver a palacio —dijo—. Mi padre está allí. También hay gente a la que he cogido cariño y quiero volver a su lado por si sucede algo.

—¿Y qué hay de mí? —Me incorporé y me acerqué al regato para lavar las manos.

—¿Tú qué quieres hacer? —Cuestionó ella. Llevó sus pequeñas manos a la capucha y la puso sobre su cabeza, ocultando su expresión. No quería mostrar sus verdaderos pensamientos.

—Vivir. Supongo.

Ella meneó la cabeza con descontento.

—Me refiero a si hay algún lugar al que quieras ir. —Dejó la patata asada a un lado, apoyada sobre la hoja de un centenario—. Tengo algo de pétalos de cristal, te los daré si quieres marcharte.

Se movió para rebuscar en su morral y de un bolsillo escondido extrajo un buen puñado de monedas. Como su propio nombre indicaba, la moneda de nuestro reino parecía un pétalo de una flor convertido en cristal irrompible con la técnica de los fae. Tomé uno entre los dedos y lo hice brillar a la luz de la hoguera.

—Nunca he pensado en el futuro —susurré, devolviendo el pétalo a Lume—. No tengo ningún sueño y no hay nada que desee.

—Pero aun así te mantienes con vida —interrumpió ella.

Me encogí de hombros.

—Es un acto reflejo. Algo dentro de mí me impulsa a seguir viviendo. —Era complicado poner en palabras lo que se revolvía en mi interior cada vez que me encontraba en peligro.

Lume se incorporó para acariciar el morro de Cerezo, que se hallaba comiendo la hierba fresca que crecía a la sombra de los árboles más cercanos.

—Voy a ir contigo a palacio, creo recordar que ya te lo había dicho —afirmé.

La capucha ocultaba por completo su rostro desde mi posición, por lo que no podía discernir lo que estaba pasando por su cabeza. En los últimos cuatro días, había aprendido a leer sus pensamientos por la forma en la que hablaba o se movía. A veces era como un libro abierto.

Me acerqué hasta ella y apoyé mi cuerpo contra el tronco de un árbol. Crucé los brazos sobre mi pecho y esperé a que dijera algo. Nada salió de su boca. Retiré su capucha en un movimiento rápido; tomé su mentón para girar su cabeza hacia mi posición y poder ver lo que ocultaba con tanto esfuerzo.

Quería advertirme del peligro. También deseaba enmendar el revuelo que había ocasionado en mi vida con un simple sorteo. Pero, ante todo, anhelaba poder decirme que fuera con ella hasta palacio.

—Tengo miedo —musitó—. He estado siempre al lado de mi padre y las gentes de la capital. —Posó los dedos sobre mi mano y la retiró.

—Entonces tienes aliados allí. ¿Estarás a salvo una vez lleguemos?

Sacudió la cabeza de forma negativa.

—Ya has visto lo que han hecho mis supuestos guardianes —explicó Lume—. Mi padre y parte de la capital me apoyan. Los nobles de palacio están demasiado ocupados cuchicheando en las sombras. Si he podido liberar a los esclavos ha sido porque mi hermano ha dejado que voten, intuyo que para convertirme en el hazmerreír si cometo errores. Lo único que quiero es que todos en Astria tengan derecho a una vida digna.

Solté un suspiro al escuchar de nuevo su discurso revolucionario.

—Sé que lo ves como una estupidez —se apresuró a continuar hablando antes de que pudiese replicar—. Mi hermano también ha sido el que forzó la situación para que tuviese que casarme si quería cambiar el engranaje.

—Tienes suerte de que no saliera el nombre de alguien a punto de morir por una enfermedad o un niño. —Solté una carcajada sin poder evitarlo y Lume me fulminó con la mirada. Había descubierto que era divertido pincharla; arrugaba su redonda nariz con disgusto cada vez que lo hacía—. Al menos, parece que tenemos la misma edad.

Volvió a acariciar a Cerezo sin darme una respuesta. Sus dedos se perdían en el corto pelaje del lomo en un movimiento calmado y constante.

—Si Iris y Cade no nos han encontrado aún es gracias a Cerezo —habló al cabo de un rato—. Él nos ha traído al Camino de ciervos, la energía natural aquí es espesa y desconcentra a cualquiera que quiera pasar. También es una ruta rápida para ir a palacio, pero solo si vas acompañado de un ciervo.

La mera alusión a sus nombres me puso en tensión. Al principio, había estado pendiente de las reacciones del animal, esperando cualquier señal que indicase peligro. Sin embargo, el tiempo transcurrió y Cerezo siguió relajado, por lo que acabé bajando la guardia también. Las pesadillas eran recurrentes, pero lo habían sido toda mi vida.

—Si quieres venir conmigo, mañana en cuanto salga el sol, nos pondremos en marcha.

Todavía tenía el número 1792 tatuado en el brazo derecho, indicando mi condición como esclavo. Había matado a una guarda real y escapado con la princesa. A menos que volviera con ella, todo serían complicaciones.

Puse de nuevo la capucha sobre su cabeza.

—Iré contigo.

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https://youtu.be/24jYQrZdAy0

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