La alcoba del príncipe.
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La decisión fue la siguiente: las fae que fueran expertas en combate capturarían al desgarrado que se había escondido en las alcantarillas. La princesa tendría permitido salir de su confinamiento para poder aislar al monstruo en la zona de contención que se encontraba en las profundidades de las mazmorras del palacio nenúfar.
Creí que podría unirme al equipo de retaguardia, no obstante, la reina tenía otros planes para mí.
—Te encargarás de proteger a mi hijo mientras el embajador de Shira se encuentre en palacio —indicó cuando le trajeron el almuerzo a su alcoba—. Hemos recibido una oferta de enlace bastante interesante y no queda más remedio que escuchar lo que tengan que decir.
Matrimonio. Una alianza entre Shira y Astria ayudaría a solventar la creciente deuda del reino. Por no hablar de la pérdida estratégica que significaba tener la barrera rota, precisábamos un aliado fuerte antes de que otros se percatasen de la brecha.
Shira era lo suficientemente grande como para equivaler a todos los territorios que Astria había ido ganando a lo largo de su vida como reino. La propia Albora había intentado invadirlo una vez, sin éxito. A pesar de esa afrenta, el reino shirano no había dejado de comerciar con Astria, puesto que el cristal fae que se fabricaba en la isla principal era el más exquisito y apreciado en todo el mundo.
—Mi pobre niño —siguió hablando ella—. A pesar de que no lo dice, debe sentirse traicionado al saber que su protector y amigo era en realidad un sucio hierbarosa.
Enarqué una ceja mientras agitaba la pequeña botella que contenía el veneno. Hasta donde yo sabía, por la alcoba de Albor pasaba cualquier tipo de persona para ser sometida a sus retorcidos gustos. Albor era tan hierbarosa como Cade.
Entregué con cuidado el brebaje y esperé a que lo bebiera con avidez antes de hablar.
—Por supuesto, su majestad —concedí—. Cumpliré mis obligaciones para con el príncipe. ¿Hasta qué punto debo servirle? No me gustaría dejar vuestras necesidades sin atender.
La reina miró la botella vacía, sus ojos se mostraban algo vidriosos tras ingerir la mezcla de flores.
—Sírvelo en todo lo que te pida y protégelo. —Arrastró las palabras con languidez—. Quiero que te presentes cada cuarto de luna para entregarme mi remedio.
Entre líneas podía leer que también pretendía que le informara de todo lo que sucedía cerca de su amado hijo.
—Marcha, pues. —Me despidió con una mano y me retiré.
Una vez fuera de la habitación de la reina llené mis pulmones de aire. Albor era un hombre difícil de tratar. De naturaleza caprichosa, inteligente hasta el punto de no mostrarlo jamás en público y un maldito sádico. Le gustaba la sangre, todos los encuentros "afectuosos" de los que había tenido conocimiento, habían terminado en heridas graves. Al príncipe no se le podía tocar, solo podías ser tocado por él.
Los únicos que se habían mantenido firmes en su cama habían sido Hera y Cade. Ahora Cade estaba encarcelado a la espera de una sentencia, por lo que Albor se encontraría de un pésimo humor.
Un beso de Albor significaba como de lento iba a despedazar tu alma. La destrucción del salón acristalado, con la posterior huida, salvó la vida de Invierno antes de que Albor comenzase a preparar su tela de araña.
Primero, me dirigí a las cocinas. Mi hermano había sido castigado con unos golpes y su rango bajó hasta ser un simple cocinero. No era algo que a Xistra le importara demasiado.
En cuanto me vio, preparó todas sus tareas a una velocidad pasmosa antes de plantarse ante mí y asestarme una fuerte bofetada.
—Sabía que eras un egoísta. Me has dejado solo demasiado tiempo —recriminó al borde de las lágrimas—. Ni siquiera he sido la primera persona a la que has ido a ver la noche de tu vuelta.
Lo abracé sintiéndome desbordado por primera vez en mucho tiempo. Era algo más bajo que yo, por lo que hundió su cara en mi cuello y dio rienda suelta a sus lágrimas.
—Lo lamento. Sabes que me importas —me disculpé y lo aparté para limpiar sus lágrimas de las mejillas. Tomé su brazo para llevarlo hasta un recatado recoveco, lejos de cualquier mirada.
—¿Invierno está vivo?
—Sí. —Dirigí una última mirada al pasillo para comprobar que nadie estuviese atendiendo a nuestra conversación—. Escúchame bien. Necesito que me obedezcas sin rechistar.
El rostro de Xistra se congestionó con el miedo que crecía en su interior.
—Tienes que marcharte de palacio —expuse—. Ve hasta el Bosque de ciervos y usa la barca que hay allí para navegar hacia el palacio olvidado. Hazlo hoy. Vete ya.
Parpadeó intentando comprender la magnitud de lo que le pedía. Toda su vida estaba en aquella isla, en aquella ciudad, en aquel palacio. No conocía nada más. Ni siquiera estaba seguro de que pudiera encontrar el camino al palacio olvidado, así que le entregué dos pergaminos: un mapa y un salvoconducto para salir de la ciudad con el sello que había robado de la reina.
—Mézclate con los mercaderes que evacuarán la zona a media mañana y sigue recto sin mirar atrás.
—¿Por qué? ¿Estamos en peligro? —Todo eran preguntas en sus labios. No tenía los ánimos para responderlas.
Para ser honesto, tener a Xistra en la corte era una debilidad que no estaba dispuesto a asumir. Albor podría amenazar con torturarlo para obligarme a cumplir cualquier estupidez que se le pasara por la cabeza.
—Tu vida corre riesgo aquí, ve a esperarme con Invierno.
—¿Y qué hay de ti? —Apretó los pergaminos contra su pecho.
Posé una mano sobre su cabeza y acaricié los ensortijados rizos.
—Por supuesto, nos encontraremos allí una vez termine lo que he empezado.
Mi hermano abrió la boca y volvió a cerrarla varias veces, semejaba un pez recién pescado.
—Está pasando algo grave y pretendes hacerlo todo por tu cuenta —dijo—. ¿Acaso no soy digno de confianza?
—No podrías hundir tu cuchillo de cocina en el cuello de tus enemigos —rebatí—. Y aunque pudieras, no pienso pedirte algo así.
Por supuesto que no. Xistra no era una persona que quisiera dañar a los demás. Era sencillo, tranquilo y de carácter amigable.
Él me miró un buen rato, rebuscando alguna manera de convencerme.
—Vete ya —apremié poniendo un dedo sobre su frente y empujándolo con suavidad hacia atrás.
—No sé en qué lío te has metido, pero ni se te ocurra morir —amenazó con cierta incertidumbre antes de esconder los pergaminos en su chaqueta.
Xistra dio un vacilante paso hacia atrás.
—Mi intención no es morir aquí —volví a hablar al ver que no se marchaba—. Ya no.
Lloró de nuevo y esta vez incluso los mocos se escurrieron desde sus fosas nasales, confiriéndole un aspecto lamentable.
—Cuídate —balbució él y se apresuró pasillo abajo.
Era el mejor momento, tenía que aprovechar la confusión de la ciudad mientras se libraba la lucha contra el desgarrado para evadirse.
Respiré sintiéndome algo más templado. Sin mi hermano de por medio, podría encargarme de Albor.
Distraje a los guardas de la entrada fingiendo a medias preocupación por su bienestar. Escuché como me hablaban de su vida diaria mientras permanecía a la espera de que Xistra se colara en uno de los carros que proporcionaban alimentos frescos a palacio. En cuanto el carro se puso en marcha con mi hermano dentro, me disculpé con los guardas y caminé por los acristalados pasillos del palacio en forma de lirio de agua.
Todavía me quedaba encarar la ira del rey al no cumplir mi objetivo de entrenar al mestizo. ¿Quién podría adiestrar a Invierno? Ese hombre era indomable.
También tendría que soportar la fría recriminación de Kalmia, pues me había visto recibir sin reparos el beso de Invierno.
Debía forzar mi complicada vida para poder ver a Lume lejos de miradas indiscretas.
Lo único que de verdad quería hacer, era huir al palacio olvidado y enterrarme en el cuerpo de Invierno.
Inmerso en mis pensamientos, había llegado al estrecho pasillo que llevaba a los aposentos del príncipe Albor. Llamé con suavidad a la puerta bajo la atenta mirada de dos hombres de la guardia de Albor y esperé.
El propio príncipe dijo "adelante", por lo que entré preparándome mentalmente para la escena grotesca que podría estar desarrollándose en el interior.
Para mi sorpresa, el príncipe estaba sentado en un diván. Tenía la parte delantera de su túnica abierta, como era habitual en él, y su cabello castaño caía largo a un lado de su cara. Su barbilla estaba apoyada en la palma de su mano mientras leía un pesado volumen escrito en fae cuyo título era Historia de Shira: alzamiento del emperador Rivenia.
Permanecí a la espera con las manos sujetas tras la espalda. Leyó al menos cien páginas antes de cerrar el libro con un golpe sordo.
—Acércate.
Así lo hice.
—Arrodíllate.
Y así lo hice. Bajé de nuevo la cabeza, tal y como había hecho con la reina. Él sujetó mi mentón con dos dedos y me obligó a encararlo.
—¿Ves? Al final has terminado arrodillándote ante mí. —Una risa suave emergió de él—. Me pregunto si follas tan bien como para que mi madre perdone una afrenta como la que has cometido.
—¿Queréis comprobarlo, mi príncipe? —susurré.
Anoche vuestra puta madre quedó bien satisfecha, pensé con acritud.
No me abofeteó como esperaba, se limitó a observarme un largo rato antes de reclinarse en su asiento.
—No tientes a la suerte —amonestó sin dureza en la voz.
Miró la punta de sus cabellos con hastío.
—Siéntate a mi lado —indicó. Me posicioné lo más alejado que pude—. Cuéntame todo lo que sepas sobre Shira.
https://youtu.be/OaXyuDM4m3I
Xistra intentando leer el mapa dibujado por Iris: ¿esto es una piedra o un árbol?
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