Iris ❈ Una libélula blanca en la noche.
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Espachurré entre mis dedos una de las flores de iris que crecían detrás del gran sauce que reinaba el centro de la sala. El tinte, entre azul y violeta, se esparció sobre mi piel.
Lume dormitaba en su enorme cama, en un sueño revuelto, mientras que la nieve se acumulaba en el tejado de la habitación de las mariposas. Podía atisbar el collar, todavía en el cuello de la princesa.
De nuevo, había perdido la cuenta de las noches. Se llevaron los cuerpos y por parte del príncipe no llegó ninguna réplica. Si estaba enfadado por el final de su amante, no lo demostró. Una pena. Albor era consciente de que la alcoba de la princesa no era más que una ratonera bien ubicada, por lo que nos dejó sin más vigilancia que dos guardas que se cambiaban cada amanecer.
Cuanto más tiempo aguardase, más se relajaría Albor. Ahora lo imaginaba sentado en el trono que siempre anheló, rehaciendo el reino a su gusto y eliminando del camino todo lo que considerase un estorbo. Estaba seguro de que su intención era que Lume contemplara su coronación.
Anduve por el suelo de piedras brillantes y pulidas hasta alcanzar la doble puerta que llevaba al vestidor. Allí, junto a los vestidos y trajes, había un viejo arcón de madera con las armas favoritas de Lume. A su lado, un pequeño armario contenía ropa que había adquirido para Invierno.
Rebusqué algo que ponerme, pero todas las prendas eran estrechas, acorde con la cintura esbelta de Invierno.
—Tengo ropa tuya aquí —dijo Lume a mi espalda con la voz reseca por el sueño—. Invierno no tiene una espalda tan ancha, esa no te sirve.
Se acercó a las estanterías y sacó mi antiguo traje de entrenamiento.
—¿Por qué lo tienes tú?
Se encogió de hombros y fue hasta el arcón.
—Lo haremos esta noche, ¿no? —habló abriendo el cierre. Sacó un arco largo de madera blanca.
—¿Todavía recuerdas como usarlo? —Fui hasta su lado para ver las tres espadas que permanecían dentro de sus respectivas fundas.
—Sí, mientras el viento no empuje las flechas.
Saqué el bracamarte de su funda. La hoja de la espada se volvía ancha hacia su extremo. Esta espada pertenecía a Lun, el padre de Lume. La dejé a un lado y tomé la siguiente: una espada ligera y larga. Rosablanca, la espada de Lume. Sin embargo, mi mirada estaba sobre la empuñadura de cuervo de la siguiente espada.
—Así que ha estado aquí todo este tiempo —murmuré. Tomé con mi mano manchada la espada que me había sido otorgada cuando retorné de la primera batalla. Su filo era completamente negro, algo muy extraño en una espada forjada en Astria—. Pensé que Albor se había hecho con ella.
Lume encontró mi mirada en la penumbra.
—La ventisca ha remitido —dijo—. Esta noche saldremos de aquí. ¿Has descansado?
—Si hay fae estamos jodidos, lo sabes, ¿verdad?
—Estamos jodidos igualmente.
Solté una risa desganada.
—Sí.
—Además, alguien rompió el puente que une el palacio con la capital.
—Invierno.
—Desde luego.
—Preparémonos, entonces —dije y tras eso, salí de la estancia.
Me aseé con agua helada. El espejo de plata y cristal fae reflejaba un rostro agotado. Saqué la espada y corté el cabello que se empeñaba en caer sobre mis ojos. No necesitaba más estorbos.
El traje de entrenamiento estaba cuidado, a pesar de no haberlo usado en años. Me encontraba abrochando las protecciones de cuero, cuando Lume salió del vestidor. Se había puesto su vestimenta de combate. Por un instante, recordé la furia de la reina al enterarse de que Lume había ido a varias contiendas disfrazada.
Escondidas detrás de un zarzal cuyas moras se habían marchitado, se encontraban las plantas venenosas. Con cuidado, extraje un par y las llevé a la mesa de metal que había cerca de la cama.
—¿Cuántas flechas? —pregunté poniendo los guantes que había dejado tiempo atrás.
—Veinte.
Puso el carcaj en el suelo a mi lado.
—¿Cuántos guardas?
—Iré a comprobarlo de nuevo, pero creo que dos en la puerta de la habitación y otros dos al final del camino. Una vez en el interior, dependemos de nuestra suerte.
—Tenemos que matarlos sin que alerten a nadie —medité mientras cargaba de veneno las puntas de las flechas—. ¿Tú en el tejado y yo en la puerta?
—Ambos en el tejado. Tengo otro arco, sus cuerdas están desgastadas y no aguantarán mucho.
—Espero que esa escalera de mierda no se rompa ahora.
—Casi hablas como Invierno.
El silencio llenó la estancia en cuanto me acerqué hacia el sello. Deslicé mi mano entre los rosales y alcancé el interruptor. Los rosales volvieron a su sitio y aguardé con el corazón palpitando en mis oídos. Los guardas seguían dormitando en sus posiciones, arrebujados en las gruesas capas. No se habían percatado.
Indiqué a Lume que abriera la trampilla que llevaba al tejado y que se utilizaba para limpiarlo. La pequeña escalera crujió bajo mis pies y decidí concentrarme en el tintineo de la espada.
Aquella noche no había viento. La nieve seguía cayendo, en diminutos y ligeros copos que amenazaban con hundir todo Astria bajo una capa helada. Aseguré mis pasos detrás de Lume, procurando pisar la estructura de hierro y no el cristal fae, algo difícil, pues la nieve lo cubría casi todo.
Nos arrodillamos. El aliento que salía de entre nuestros labios se elevaba blanquecino. Albor había permitido que sus guardas tuvieran una pequeña fogata para calentarse y esta crepitaba en la noche.
Lume elevó el arco para tensarlo y yo hice lo mismo. Tenía que apuntar al cuello, no podía permitir que mi presa emitiese un solo quejido. En algún lado de mi mente, recordé a Invierno intentando acertar el enorme punto rojo que le había puesto por blanco.
Intercambié una mirada con Lume. Asentí y ambos disparamos. Mi flecha atravesó limpiamente la zona descubierta del cuello del guardia. La flecha de Lume se hundió en el ojo del otro guarda y antes de que fuera capaz de emitir un quejido, una segunda flecha se clavó en su boca abierta.
Retrocedimos hacia el interior y nos apresuramos a salir. La distancia que separaba la alcoba de la princesa con el palacio era bastante, así que todavía no se habían percatado de que algo iba mal.
—Pégate a ese muro —susurró Lume—. Yo iré al otro lado.
—Siempre en la oscuridad.
—Siempre en la oscuridad —repitió ella.
El muro, liso y alto, estaba construido de tal manera que fuese casi imposible de escalar. Y lo único que había al otro lado era un escarpado acantilado. Sin duda, el rey pretendía que su hija fuera un objeto inalcanzable.
Era difícil caminar sobre la nieve, y aún más complicado no hacer ruido. Tras un buen rato me acerqué hacia la verja custodiada. Uno de los guardas poseía una piel oscura típica del desierto shirano y estaba leyendo algo bajo la escasa luz de una antorcha. El otro dormía de pie.
Se escuchó el trino de un pájaro. Tensé el arco. La cuerda estaba tan gastada que podría aguantar como mucho dos tiros más. Apunté hacia el cuello y al segundo gorjeo del pájaro disparé. La flecha rasgó la carne del hombre, pero no se hundió.
—Joder —mascullé.
El soldado que leía se desplomó. Una flecha había atravesado su nuca. El dormilón abrió la boca para gritar, sin embargo, no llegó a emitir ningún sonido, pues el vómito emergió de entre sus labios. El veneno había comenzado a hacer efecto.
Me acerqué a tiempo para ver cómo Lume retiraba su espada del cuello del soldado.
Una libélula traslúcida revoloteó entre nosotros, rozando con suavidad la mejilla de Lume.
—¿Sigues con vida? —vaciló Lume dando un par de pasos hacia atrás—. Creí que habías fallecido con la caída del palacio.
Más libélulas blanquecinas atravesaron la verja y se posaron en la ropa de Lume.
—Por supuesto que sigo con vida. —Se escuchó una suave voz que provenía de las libélulas—. A pesar de que mi amada princesa nunca vino a buscarme, yo he estado siempre aquí.
—¿Quién es? —lancé la pregunta hacia Lume.
—La persona que protegía a mi madre. —Tragué saliva al recordar a una mujer fae con los ojos vendados—. La hermana de Kalmia.
https://youtu.be/iDNeFGWTPME
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Lectores: ¡Qué alguien salve a Iris!
Iris: Bueno, ya me salvo yo solo, gracias.
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Invierno: ah, florecillas. *Las tira con enfado.* ¡Se supone que vine aquí a cerrar esa mierda!
Cerezo: No me mires, solo soy un ciervo.
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¡Muchas gracias a todes les que habéis llegado hasta aquí! Gracias por el apoyo y por acompañarme en esta aventura rara y aleatoria que ha salido de mi cabeza, xD Yo tampoco tengo ni idea de qué va a pasar, pero aseguro final feliz.
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