Iris ❈ Sin cadenas. Sin reina.

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Invierno mirando las tijeras que le había traído con una expresión irónica.

Invierno al lado de Cerezo acariciando su pelaje.

Invierno bajo la tormenta, con el agua recorriendo su rostro y deslizándose hacia su garganta.

Invierno con sus ojos azules llenos de temor y rencor.

Invierno sujetando su pecho, molesto por la flor que se acababa de enredar en su alma.

Invierno bajo la puesta de sol y su mirada nublada.

Invierno con un pétalo en su cabello.

Invierno en medio del palacio ensangrentado.

Quería gritar su nombre mientras mi cuerpo se alejaba cada vez más de él. Mi conciencia se hundía en la oscuridad y lo único que la mantenía a salvo era un pequeño pétalo que se había quedado atascado en el agujero de mi corazón.

Las imágenes pasaban inconexas. El palacio, los soldados, los nobles, Albor, Cade, el rey que una vez serví y que jamás volvería a servir. Lume lloró sobre el lecho de flores en el que su padre sería incinerado. ¿Qué importaba?

Las noches estaban plagadas de sueños vacíos a la espera de ser liberado.

El pétalo eran los retazos de momentos que había vivido con Invierno. Si desaparecía, ¿Se desvanecerían mis sentimientos por él? Ese miedo me consumía con lentitud mientras dejaba que la vida pasara sin más delante de mí.

—¿Crees que nadie descubrirá lo que has hecho con Iris? —Escuché una voz en medio de mi penumbra. Tenía un tono altivo. El príncipe—. Si yo me he enterado, cualquiera puede.

—Lárgate, tengo cosas que hacer —demandó Lume.

—Usar a un humano de títere y escudo está prohibido —siguió hablando Albor—. Pero no voy a quejarme, estás encendiendo tu propia cremación.

No pude escuchar más, pues mi mente se hundió en un frío lago de oscuridad. Sus aguas querían atraparme con memorias despedazadas.

Xistra y yo nos subimos al barco que la reina había dispuesto. El viaje fue largo y tedioso.

Xistra. Los marineros consideraron que llevar a una mujer a bordo era de mal agüero, así que lo vistieron como un hombre. Era lo que él siempre había querido.

Bajamos en la capital de Astria sin nada más que la ropa puesta. Los edificios eran diferentes, el calor pegajoso hacía que el sudor fuera una segunda piel.

El rey dijo que yo tenía las aptitudes para convertirme en un buen guerrero. Era verdad. Aprendí el manejo de la espada en la mitad de tiempo que los demás.

Entré a formar parte del ejército real. Protegí a la princesa mientras no estábamos en alguna campaña para ampliar el territorio.

Crecí. La reina, envuelta en un retorcido deseo, me llevó a su alcoba. Era una orden que no se podía rechazar.

Descubrí que me gustaban los hombres. Lo escondí.

Me enamoré de un escritor. Vivía en Ixora y era un hombre tímido. Nos encontrábamos en la segunda librería más grande de Astria, ahora no más que pasto de las cenizas.

Le cortaron la cabeza por incentivar a la población a tener relaciones ilícitas.

Ni siquiera se defendió, su mayor alivio fue ver que yo estaba a salvo.

¿Invierno sería igual bajo una sentencia de muerte? Por supuesto que no. Se llevaría por delante a todo aquel que buscase aplastar su libertad. Era fuego y hielo.

Los recuerdos me estaban asfixiando. Necesitaba respirar y no podía hacerlo en aquel vasto lago negro.

Parpadeé con cansancio. Ante mí se dibujó una escena que podría pertenecer al mundo real. La nobleza humana estaba en la sala de audiencias, vestidos con sus mejores galas y acompañados de los guardaespaldas más eficientes.

—Mi reina, alguien nos dijo que Iris Calei fue dañado en la batalla y que no puede emitir sonido alguno, pero... —aventuró un viejo hombre que portaba una túnica azul oscuro. Por su nariz afilada y el escaso cabello, supuse que sería el noble a cargo de la ciudad de Rosa.

—El príncipe Albor ha pedido que se emita un juicio ante el uso de un hechizo prohibido —balbució un joven al fondo. Llevaba los colores que representaban a Orquídea.

—Mi señora, libere a ese hombre. Ya tuvo suficiente con la anterior reina. —Esta vez, quién habló fue Zan, apoderado de Nenúfar. Se encontraba a un lado, con sus ropas negras, destacando sobre el resto. Sus ojos acerados se cerraron con visible decepción—. No puedo tolerar esta hipocresía.

—¿Cómo se atreve a hablarle así a la última descendiente fae?

—Escuché que la reina lo obligó a consumar relaciones con ella, ¿era cierto?

—Entonces su hija...

—Qué descaro.

—Fue usted, princesa Lume, quién me pidió apoyo para liberar a los esclavos —continuó hablando Zan—. Fue usted quién dijo que la gente común y los fae podrían convivir. Fue usted la que luchó contra su madre y ahora se encuentra sentada en su trono con un títere sin alma a su lado. Es más que evidente que Iris Calei ha sido desprovisto de razón.

—Sí, tiene razón.

—Ya lo había dicho el príncipe.

—Mis hermanos de armas, no hemos venido aquí para decidir el destino del capitán de la guardia. Es el reino el que nos preocupa —aclaró un hombre que no había visto nunca.

—Es porque el reino nos preocupa que no podemos dejar este asunto pasar.

—¿No tiene nada que decir, su majestad? —preguntó una bella mujer. Su cabello negro surcado de canas caía en cascada hasta la cintura, repleto de flores de nieve y cintas blancas.

Lume caminó hasta quedar delante de mí. El ardor me atravesó, provocando que me arrodillase en el suelo. Boqueé, buscando una salida ante tal dolor.

—Iris se siente indispuesto tras la batalla, pero por supuesto que puede hablar —se limitó a decir—. ¿Iris?

Tragué saliva con esfuerzo.

—Sí, mi reina.

La estancia se quedó en silencio mientras me debatía para levantarme. Mis piernas estaban flácidas y no querían responder a mis propias órdenes. La voluntad de Lume me forzaba a permanecer con una rodilla en el suelo.

—Espero que no tengáis más tonterías que decir —dijo agitando con desdén su cabeza—. Hemos de resolver el problema de los recursos que han sido dañados con el cambio repentino de estación. El palacio otorgará la comida que se pueda. ¿Alguna idea más?

Nadie habló. Todos los ojos estaban posados en mí. De alguna manera, había conseguido ponerme en pie. Hundí las uñas en mi pecho, queriendo alcanzar el pétalo y cubrir el vacío. La tela era demasiado gruesa.

—¿Por qué me haces esto? —conseguí pronunciar. La sangre salió de entre mis labios. Cada acción que hacía en contra de Lume llevaba como consecuencia un latigazo de sufrimiento. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas.

Lume se giró hacia mí. La confusión llenaba sus ojos.

—La ciudad de Loto ha tenido suficiente. —La mujer morena se acercó y subió los peldaños que nos separaban. Inmediatamente, los guardas salieron de su estupor y apuntaron con sus espadas—. Podéis guardar las armas, pandilla de descerebrados.

—¿Debo tomar esto como una rebelión por su parte, Enora?

La señora de Loto siguió caminando hasta alcanzarme y tomó mi mano. Llevaba una fina línea de maquillaje rojo en sus párpados.

—¡Nuestra ciudad ya no prestará apoyo a la capital! —clamó—. Hace tiempo que no dependemos de los cristales fae para sobrevivir.

—¿Cómo se atreve? —bisbisó uno.

—Sigue siendo la heredera al trono, merece respeto —argumentó otro.

Otra mujer se aceró. A pesar de que una capa cubría sus alas plegadas, reconocí de inmediato el perfil de Bruma, la matriarca de los Mithral. Aquel rostro era fino y suave, enmarcado por bucles blancos.

Lume se paralizó en cuanto la vio emerger de entre la multitud. Permaneció callada, con sus labios apretados en una fina línea.

—¿Esa no es...?

—Su hija murió por ser objeto de deseo de la princesa.

La mano que me sujetaba era cálida. De pronto, el ardor que me perforaba se detuvo. Mis piernas fallaron, pero Enora me sostuvo.

—Su majestad, este hombre defendió el honor de mi hija hasta el final —aseveró Bruma sin prestar atención al aspecto conmocionado de la princesa. El chispeo de la magia sacudió el lugar—. No me quedaré sentada a ver como lo maltratáis.

—La ciudad de Nenúfar decide no apoyar más este reinado —dictaminó Zan.

—La ciudad de Orquídea... Esto... —El joven que se encargaba de la zona más caótica de Astria retorció sus manos—. Tampoco está de acuerdo.

—¡Libere a ese hombre!

—Ay, ¿qué haremos si los fae ya no fabrican más cristales? Es el final de este reino.

—¿Qué? ¿Has visto los cultivos? Este reino está en decadencia, es mejor venderlo.

Cerré los ojos, aturdido ante el griterío. Mis músculos dejaron de estar en tensión y una suerte de alivio recorrió mi espina dorsal.

Un grito desgarrador rompió la estancia.

Zan había sido alcanzado por las agujas de hielo de la princesa. Se hundieron en su carne, traspasando incluso la armadura que portaba. La sangre salpicó el suelo acristalado en cuanto cayó.

El caos se desató.

—¡Mi querida hermana! ¿Cómo se te ocurre tratar así a un invitado? Me temo que has perdido por completo la cabeza. —Albor irrumpió en la sala en el momento propicio, rodeado por soldados de Shira.

La mujer que me sostenía apretó su agarre.

—Vamos —dijo arrastrándome hacia el pasillo que solían usar los criados.

Mi mirada se cruzó con la de Lume por un instante. Desesperación. Pánico. Todas y cada una de las malas decisiones que había tomado hasta el momento estaban ahí, dispuestas a matarla.

✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶

Invierno:

Lume:

Lirio:

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