Iris ❈ Seda sobre la piel.
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Invierno cerró la puerta de golpe. La pared se agrietó todavía más y un pedazo de piedra que debía tener al menos quinientos veranos, cayó al suelo.
Una sonrisa atravesó mis labios, por lo que llevé mi mano hacia la boca para recobrar la compostura con un carraspeo. Era el hijo de Kalmia, si él se enterase de lo que estaba pasando por mi mente, acabaría con mi vida sin dudarlo. En sus planes no había cabida para una relación entre el guarda y aquella filosa arma.
Y, sin embargo, mis pensamientos retornaron al mismo punto una y otra vez. Se hundieron en su piel suave y su voz vibrante para no salir a flote.
—Capitán —irrumpió Lirio—. ¿Ha despertado Invierno?
Asentí con gesto distraído.
—Vamos a preparar algo de comer con lo que has cazado esta mañana —indiqué.
Todavía podía sentir que el efecto del veneno de Albor no se había desvanecido del todo a pesar de haber pasado ya dos noches. En sí, la toxina que me había administrado no era algo que pudiera acabar con mi vida. Tenía el objetivo de debilitar mi cuerpo hasta dejarme indefenso.
Salimos de la habitación que una vez perteneció a la reina olvidada. Por supuesto, el hecho de que aquella reina no tuviera nombre era falso. Los fae fingían no recordar el nombre de la mujer que decidió desposarse con un simple humano.
Cuando era joven, había sido enviado varias veces a este palacio como castigo por mi comportamiento insurrecto. Conocía demasiado bien las paredes rotas y los alrededores.
—Capitán —volvió a hablar Lirio al cabo de un rato. Había sustituido su habitual trenza por una coleta atada con un lazo blanco.
—Te he dicho que no me llames así —corté.
—Déjame soñar con un mundo en el que Cade no decide sobre mi vida, gracias. O ya puestos, en el que Cade no existe. —Se quejó en voz muy baja para luego alzarla—. He encontrado que los guardas han robado alcohol fae y lo han escondido aquí. ¿Pretendían venderlo?
El tono que empleó más bien parecía preguntar "¿podré beberlo?".
—Es probable —respondí en cuanto llegamos a las cocinas. Todavía no había visto otra piedra para cocinar que calentara tanto como la que se encontraba sobre el horno de leña—. A nosotros no nos importan sus intrigas, que vendan lo que quieran.
Lirio arrugó la boca en un gesto de disgusto. Aquel niño dejaba ver sus expresiones demasiado bien.
—Solo una botella —acabé por decir—. Y por lo que más quieras, no se la enseñes a Invierno.
Quién sabe lo que pasaría si Invierno se embriagaba. Por un instante, deseé mirarlo.
Lirio hizo el habitual gesto de la guardia real y salió corriendo sin prestarme más atención. Solté un largo suspiro antes de restregar una olla en el agua que caía de forma natural desde una abertura en la pared.
De alguna manera, pude preparar un guiso utilizando como acompañamiento tubérculos y raíces comestibles del bosque. Dejé una buena cantidad para Lirio, que todavía no había vuelto, y me dirigí de nuevo a la alcoba de la reina olvidada.
—Ese crío, me llama capitán, pero luego no tiene ni la menor intención de ayudarme —resoplé mientras subía las interminables escaleras del ala oeste. Era sorprendente como habían sido capaces de llevarme hasta allí, sobre todo teniendo en cuenta el tamaño de mi cuerpo.
Abrí la puerta usando uno de mis codos.
Invierno estaba toqueteando la seda azul que colgaba de las muñequeras que acompañaban al traje que se había puesto. Aquella no era la ropa que Lirio le había dejado sobre la cama, se trataba de una seda fae. Un traje de la reina olvidada.
Me quedé paralizado con el plato de comida ardiendo en la palma de mi mano.
—¿Cuántos veranos tendrá esto? —curioseó distraídamente.
Aquel traje cubría su pecho y dejaba ver su vientre. A pesar de que el conjunto llevaba unos pantalones, estos eran holgados y con una abertura que permitía apreciar parte de sus piernas. A un lado de su ombligo, tenía una cicatriz, y al otro, un lunar visible desde mi posición.
Mordí el interior de mi mejilla con fuerza antes de contestar.
—Quinientos, puede que más. —Cerré la puerta deseando que Lirio se estuviera bebiendo toda la caja de licor que había encontrado—. La seda fae no se estropea con el paso del tiempo.
—¿Y esto dónde se pone? —Agarró un velo que había tirado en el suelo. En ese momento me percaté de que la habitación se había convertido en un mar de ropa desperdigada.
Caminé hasta la mesa blanca cuyas patas tenían motivos florales y dejé la comida junto con la botella de agua fresca.
—Es para cubrir la parte inferior del rostro.
Contemplé a Invierno intentar colocar el velo de forma equivocada. Aquella ropa se ajustaba bien a su cuerpo, la reina fae debió haber sido una mujer alta. Me acerqué tentativamente, con el corazón revuelto.
Desde que Lume había metido la flor en mi pecho podía percibir todo lo que Invierno sentía y a veces era complicado discernir quién estaba al mando de mi corazón. Sin lugar a dudas, después de posar mis manos sobre las suyas para llevar el velo a su posición correcta, supe que aquel nerviosismo era por completo mío.
Me incliné para atar la tela en la parte posterior de su cabeza y mi piel rozó de nuevo la suya.
—Qué absurdo, así no puedo comer —rezongó.
Solté una risa que se cortó en cuanto me separé de él y mis ojos cayeron sobre los suyos.
—¿Qué tal? ¿Me queda bien? —Se rio él—. Ahora soy de la realeza.
Su risa se incrementó y se llevó la mano hacia la zona en la que estaba el llamativo lunar de su vientre.
Quería besar ese lunar.
Me arrodillé con el gesto de fidelidad de los guardas reales.
—Le queda perfecto, su majestad —dije con un ligero toque burlón.
Los dedos de Invierno atraparon mi mentón para alzar mi cabeza. El calor de mi cuerpo se concentró en mi entrepierna.
Se quitó el velo y lo puso en mi rostro.
—Creo que a ti te quedaría bien también.
—No entro en esa ropa, ¿no has visto el cuerpo que tengo? Terminaría rasgándose.
Ladeó la cabeza, intuyo que haciendo una imagen mental de lo que acababa de decir.
—Sería gracioso.
—No. —Me incorporé con agilidad—. Para ti, todo lo que se rompe es gracioso.
Se dirigió a la mesa para sentarse frente al plato de comida.
—Verte roto es lo último que me gustaría contemplar de este mundo —hundió la cuchara en el guiso.
No te ilusiones.
No lo desees.
Me senté frente a él y guardé silencio mientras comía con tranquilidad. Una sonrisa sincera apareció en sus labios. Me pregunté si era por mi presencia o por la comida.
El viento entraba por la ventana abierta haciendo que la seda de su traje danzase. Inclinó su cabeza de manera que su clavícula se marcó. Tenía una cicatriz en forma de media luna en su hombro derecho.
Cuando me percaté de lo que estaba haciendo, las yemas de mis dedos yacían sobre la piel de su cuello.
—Lo siento —farfullé con la vergüenza subiendo por mis mejillas.
Invierno se encogió de hombros restándole importancia y siguió a lo suyo. Sepulté mi mirada en la mano traicionera.
No te enamores.
https://youtu.be/7PoIisbJ7HI
Invierno: ¿Por qué ahora estás escribiendo tú la historia? Se supone que esto iba a ser MIS memorias. Memorias de la destrucción del cochino reino de Astria.
Iris: Porque no tienes ni idea de escribir, Invierno. Además, no te interesa la política.
Invierno: Falacias, calumnias, mentiras...
Lirio aparece tambaleándose: ¡CHICOS, CREO QUE HE ENCONTRADO MÁS BOTELLAS!
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