Invierno ❈ Traidor.
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Miré hacia la capital nívea una última vez antes de entrar. El silencio cubría sus abandonadas calles y el viento bailaba junto con los copos de nieve que se empeñaban en caer desde el infinito cielo.
Un largo suspiro salió de entre mis labios. Sentía los brazos agarrotados por el esfuerzo, mis manos estaban heladas y lo único en lo que era capaz de pensar en ese preciso instante, era en irme. Necesitaba alejarme de la ciudad y perder de vista la grieta. Esta se había vuelto mucho más grande desde la última vez que estuve aquí. Casi como si de un ojo negro y rasgado se tratase, dejaba caer lágrimas de oscuridad sobre los tejados del palacio y los jardines.
Iris posó su mano en la parte baja de mi espalda, instándome a volver al interior. Sin embargo, se detuvo antes de que pudiéramos entrar. Podía apreciar su tensión.
—Guardias de Albor —susurró arrastrándome para ocultarnos detrás de los setos secos.
—¿Te puedes creer que por un instante me había olvidado de su existencia? —mascullé en su cuello. Su cuerpo me aprisionaba contra la pared, en un incómodo intento de fundirnos con las sombras.
—Tengo un mal presentimiento sobre esto —se limitó a responder.
Me cubrió la boca antes de que pudiera lanzar alguna frase sarcástica de mi amplia colección y se movió lo justo para atisbar que es lo que estaba sucediendo tras la vegetación.
Eran tres hombres, vestidos con el uniforme real y el blasón del príncipe. Parecía que estuvieran buscando algo en el jardín del rey, sin llegar a encontrarlo. Hablaban en un idioma que no había escuchado hasta la fecha. Revisaron todo el lugar por encima sin llegar a detenerse demasiado y marcharon hacia el interior sin dejar de discutir entre ellos.
—Shira.
—¿El qué?
—El reino.
—Ah —dije fingiendo algo de interés.
Iris revolvió sus rizos con exasperación. Le había crecido bastante el pelo desde la última vez que lo había visto y ahora podía apreciar todavía más sus tirabuzones.
—Todo encaja.
—Si tú lo dices...
—Albor ha estado estudiando todo lo relacionado con Shira —comenzó a explicar Iris en voz baja—. Se ha marchado para contraer matrimonio con una de las princesas. Al gobernante de Shira le interesa que Albor esté al mando de Astria, ¿lo entiendes? Lo que ha sucedido en palacio beneficia a Albor. Si consigue culpar a Lume, el trono será suyo.
Crucé los brazos sobre mi pecho.
—Lo entiendo, pero ahora mismo el trono no es mi problema —espeté.
—Podemos llevar a Lume con nosotros y mantenerla a salvo.
—Podemos si llegamos hasta ella.
—¿La odias? —Tragó saliva al decir esa simple pregunta, como si de alguna manera también se la estuviese haciendo a sí mismo.
—No. Considero que es mi amiga. —Me detuve unos instantes antes de continuar—. Y lo mejor que puedo hacer por ella es estabilizar el clima y cerrar esa puta cosa del cielo que amenaza con comernos a todos. No me necesita para que la defienda, de hecho, se defiende mucho mejor que yo.
Un sonido similar al de los cascabeles pequeños, que se suelen colgar en las estatuas de los ciervos cuando hay feria, irrumpió nuestra discusión. Ambos bajamos la mirada hacia nuestros pies. Un traslúcido gato gris estaba allí sentado, expectante.
—¿Habéis terminado? —Lirio habló a través de las fauces del fantasmagórico animal. El desgraciado había logrado crear un gato con proporciones realistas, no como mi lobo.
—Intimidad —repliqué.
—Tengo a la princesa a buen recaudo en las profundidades de palacio —dijo, ignorando por completo mi queja—. Seguidme, os guiaré por un recorrido seguro.
La magia de Lirio echó a caminar hacia la puerta. Iris tomó mi mano y salimos de entre los setos.
—No es la magia de Lume —murmuró Iris.
—No —dije.
Serpenteamos por el palacio persiguiendo al felino. Todavía quedaban restos de la carnicería que se había desarrollado entre las acristaladas paredes.
Observé la sangre seca y arrugué la nariz ante el olor. Hubo un tiempo en el que imaginaba la destrucción de todos aquellos que vivían sentados, disfrutando de los resultados de mi esfuerzo. Las noches en las que no caía rendido por el cansancio o alguna paliza, pensaba en numerosos escenarios. Sabía que era mezquino. Era consciente de que muchos de ellos no habían escogido nacer en una cuna pudiente. El problema era qué hacían con esa cuna de oro. ¿Para qué usaban su posición?
Ahora, esquivando los cadáveres de un reino decadente, me di cuenta de que no sentía satisfacción alguna. No sentía nada. Ni siquiera compasión. Quizás mi corazón estaba seco.
Aferré la mano de Iris como si estuviera colgando de un precipicio y cerré los ojos unos cuantos pasos. Los pasadizos de los sirvientes estaban vacíos y nuestro calzado hacía demasiado ruido.
Bajamos por una interminable escalera de caracol que no había visto durante mi estancia en palacio. Estaba en desuso, o las arañas eran muy rápidas a la hora de formar densas telas. Al llegar al final, un estrecho pasillo finalizaba en una estancia repleta de viejas cajas de madera.
El gato se sentó sobre una baldosa y la toqueteó con su pata.
—Aquí. —Se desvaneció tras hablar, similar a una voluta de humo que se desintegra en el aire.
Iris se adelantó y usó la espada que llevaba como palanca.
Una escalerilla nos dejó en un empantanado y apestoso lugar. Lirio estaba allí con Lume, iluminados por las tenues llamas de un viejo candil.
—¿Le has puesto una mordaza? —Parpadeé con incredulidad mirando el rostro surcado de lágrimas de Lume.
—No cerraba la boca. —Lirio se encogió de hombros. Tomó su espada y con movimiento fluido cortó el cabello de la princesa. Acto seguido la empujó hacia mí. Me percaté de que además de la tela en la boca, sus manos también estaban atadas—. Tengo algo que hacer en palacio. Llévatela, en este momento no me interesa que se muera.
Me interpuse entre Lirio e Iris, el cual ya se había puesto en posición de combate y amenazaba con cortar la cabeza de Lirio.
—¿Cómo te atreves? —bramó Iris.
—Atreviéndome —rio Lirio.
—Iris, guarda la espada —intervine.
—No me digas que estás de su parte.
—¿Qué piensas hacer, Lirio? —pregunté desatando las manos de Lume con calma.
—¿Y tú, Invierno? ¿Qué piensas hacer?
—Cerrar la grieta —repuse.
La magia chispeó, se revolcó en la emoción de probar otro delicioso bocado de alma mestiza.
—Matar al rey—estableció—. La realeza de Astria dejará de gobernar para siempre.
Lume se retorció y salió disparada para golpear la cara del mestizo. Iris también se abalanzó hacia Lirio. No llegaron siquiera a rozarle, pues el hielo llenó el suelo con rapidez, cubriendo los pies de Lume e Iris.
—Buena suerte —dije burlonamente cuando Lirio pasó a mi lado para subir por la escalerilla.
—Lo mismo digo.
Una vez que hubo cerrado la trampilla, el hielo se deshizo.
—¡Hijo de puta! —gritó Lume arrancándose la mordaza—. Cerdo. Cabrón. Asqueroso hijo de perra.
Se acercó a la escalerilla dispuesta a subir. Tenía un profundo corte en el brazo y la sangre se escurría sin control.
—Quieta. —La agarré por la cintura y la puse de nuevo en el suelo—. Ahí arriba solo quedan enemigos.
—Es mi padre —jadeó—. Es mi reino. Yo soy la reina.
—La reina de un reino muerto. —Atrapé su brazo para examinar el corte—. La reina a la que nadie sigue y nadie escucha. La reina a la que quieren matar en cuanto se despista. ¿Esa clase de reina? Casi prefiero que seas simplemente Lume.
https://youtu.be/u7n-_IBH7BE
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Xistra: Sí, estoy esperando a que se reúnan conmigo, estoy bien. Gracias por preguntar.
Silencio en la sala en la que Xistra está sentado.
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Invierno: jajaja buena suerte Lirio.
Lirio: jajaja buena suerte Invierno.
Iris: A mí no me hace puta gracia.
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Y hasta aquí el capítulo de hoy, espero que os vaya todo genial. Un abrazo virtual e invisible.
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