Invierno ❈ No tengo dueño.

──────── ✧ ──────────

A pesar de la afirmación de Lirio, el clima empeoró. Nubes de un gris oscuro recubrieron el cielo en su totalidad y la grieta se extendió hasta el viejo molino. Era como si alguien hubiera trazado una línea con un pincel fino, apenas podía verse si no prestabas atención.

El viento recrudeció en cuanto Lirio quiso que nos encamináramos a las afueras de la capital.

Acaricié el morro de Cerezo y me recosté contra él mientras veía las ventanas agitarse con tanta violencia que parecían a punto de desmoronarse. Mi corazón también estaba a punto de desmoronarse.

Estaba harto de esperar a que otros me llevaran de la mano.

Lirio caminaba de un lado a otro por la habitación y Xistra estaba cosiendo una vieja capa para mantener las manos ocupadas.

—Admítelo —dije después de un buen rato de silencio.

Lirio se detuvo.

—¿Cómo?

—Admite que te has equivocado. —Mis palabras salieron como un pellizco—. El clima no se ha estabilizado, ni lo va a hacer. Esto va más allá de lo que había esperado.

Xistra se incorporó, dejando a un lado la prenda de ropa.

—Por favor, no peléis dentro —instó.

Con un par de zancadas, Lirio ya se encontraba frente a mí. Acercó su rostro demasiado, por lo que suspiré con disgusto.

—Sí, me he equivocado —gruñó—. ¿Es que tú nunca cometes un error?

Puse la palma de mi mano en su cara y lo empujé hacia atrás.

—Por supuesto. No he dicho lo contrario —asentí. Me giré hacia Cerezo—. Pero este error es demasiado grande, ¿no piensas solucionarlo?

—¡No sé cómo hacerlo! —gritó de pronto. La confianza y calma que había mostrado hasta el momento se estaba desmoronando—. Espero que mi madre haya podido salir de Nenúfar. Si se queda más tiempo...

—¿Eso quiere decir que mi hermano está en peligro?

Alcancé un pequeño saco que permanecía tirado cerca de la chimenea. Lo habíamos usado para recoger leña y era lo suficientemente grande para guardar algunas mantas raídas y comida. Comencé a acomodar todo lo que me parecía útil en silencio, de forma metódica y sin pensar demasiado en ello.

Estaban discutiendo, pero aquello ya no me importaba lo más mínimo. Si no hacía algo, Iris iba a morir. En realidad, todos acabaríamos muriendo a causa de la sustancia que caía de la grieta. Después seríamos levantados como la reina, una isla de cadáveres.

En mi interior, sabía que debía cerrar la grieta. Desde que se había extendido hasta el molino, escuchaba el sonido que desprendía como un recordatorio constante de mi propia ineptitud.

—Quería ir a palacio y salvar a Iris —dije por encima del griterío que se había formado con la discusión de Iris y Xistra. El silencio invadió por completo la desvencijada sala de estar—. Pero no es el momento.

—¿Qué pretendes hacer? —inquirió Lirio, acomodando el cabello que había sido despeinado por Xistra cuando lo agarró con histeria.

—Esa pregunta ya te la respondí en su día —me limité a decir.

—¿Cómo?

Palmeé con suavidad la espalda de Cerezo. Este abrió los ojos y se levantó, una vez en pie, se dirigió hacia la entrada del molino.

—Espera, no irás a marcharte con esta tormenta, ¿no? Iris puede esperar —rebatió Lirio.

—¿Puedo ir contigo? —suplicó Xistra a su vez.

Até la bolsa con un par de nudos y alcancé la gruesa capa que me había regalado Lirio.

—Iré solo —sentencié.

—Pero...

Abroché la capa. Me ofrecía un agradable calor que pronto desaparecería.

—Lirio no sabe resolver su propio problema y tú debes estar atento al clima. En cuanto esté despejado, intenta ir a palacio.

—No vas a ir a ningún lugar —rugió Lirio con los puños apretados. La temperatura de la estancia bajó de golpe en cuanto el hielo se deslizó por debajo de sus botas.

Una sonrisa cruzó por mi rostro.

—Tú no eres mi dueño —subrayé encogiéndome de hombros, mi sonrisa se ensanchó—. Yo no tengo dueño.

Empujé la puerta con esfuerzo, ya que estaba atascada por culpa de la nieve que se había acumulado. Dejé espacio suficiente para que Cerezo y yo pudiéramos pasar.

—Si veo a Iris antes que tú, ¿quieres que le diga algo? —habló Xistra a mi espalda—. Si se ha librado del control estará preocupado por ti.

—Todo lo que tengo que decirle ya lo sabe.

La ventisca azotó mis mejillas y los copos de nieve se arremolinaron hacia el interior de la estancia. Lirio aferró mi hombro y me obligó a encararlo.

—Este reino merece caer, es por eso que hice todo lo posible para abrir la grieta —dijo con el aliento entrecortado.

—No lo dudo, pero tengo esta estúpida necesidad de seguir viviendo —me burlé.

—Lo que quiero decir, es que se ha desgarrado de tal manera que para mí es imposible cerrarla. No quedan suficientes fae en la isla que puedan utilizar la magia y la única que la controla es una inútil —explicó.

—¿Por qué has hecho tal cosa? —replicó Xistra.

Bajó su mirada. Los ojos dorados brillaban con el reflujo de la magia.

—No me interesan tus razones. —Me zafé de su agarre y me dispuse a salir.

Una racha de viento extinguió las llamas que bailaban en la chimenea.

—La reina ordenó la ejecución de mi hermana —musitó—. La princesa dijo estar enamorada y eso no fue bien recibido. De un día para otro, mi hermana pasó a ser vilipendiada en la corte.

—No puede ser... Creía que la doncella de Mythral solo tenía una hermana —farfulló Xistra—. Hera, la guardiana de Albor.

Mis dedos se clavaron en la madera desvencijada. La imagen de los ojos vacíos de Hera me revolvió el estómago.

—Los mestizos no pueden permanecer con vida en Astria, ¿recuerdas? Todo lo que he hecho es para que la podrida casa real se reduzca a cenizas.

Cubrí mi boca para evitar que el vómito saliera y me apresuré a cruzar el umbral hacia la nieve. Cerezo tomó con cuidado la parte del cuello de mi prenda para evitar que me hundiese en el montón de nieve que había removido al abrir la puerta.

—¡Invierno! ¡Espera! —gritó Lirio detrás de mí.

Usando uno de los cuernos, me subí al lomo de Cerezo.

—¡Espera, maldita sea!

—Vamos —le susurré a Cerezo.

El ciervo brincó elevándose sobre la nieve con gracilidad. Echó a correr a través de la tormenta, dejando tras de sí un leve rastro de flores silvestres.

Las ramas bajas de los árboles golpearon mi rostro y la sangre se deslizó sinuosa hacia mi garganta. Me concentré en el frío, en las hojas viejas y nuevas, en las astas del ciervo perladas de flores. En cualquier cosa que no implicara el recuerdo de aquella mujer.

El bosque se cernió sobre nosotros, sin embargo, Cerezo parecía conocer el lugar exacto al que tenía que ir. Al cabo de un tiempo, la oscuridad llenó todo cuanto nos rodeaba y, aun así, el ciervo siguió corriendo.

Mis piernas se adormecieron por el esfuerzo y ya no sentía los dedos. A duras penas conseguía mantenerme consciente y una serie de imágenes que había empujado al interior de mi alma volvieron a emerger.

—No puedo más —dije al aire, apoyando la frente en la cornamenta de Cerezo.

El ciervo bajó el ritmo. Ya no había ventisca y nieve, además de los cascos del animal, solo escuchaba el murmullo del agua que discurría en algún sitio.

Parpadeé con pesadez. Bajo una luz azulada, una manada de ciervos aguardaba. Aquel sitio era una de las muchas ruinas que había desperdigadas por Astria. Los restos de la antigua civilización.

El techo abovedado estaba cubierto de intricados diseños florales, algunos rotos por el paso del tiempo. Una extraña vegetación brillante crecía en toda la zona y era la fuente de la luz azulada.

Varios ciervos se apresuraron a sostenerme para que pudiera bajar. Me quedé tumbado en el lecho de flores, envuelto en un aroma dulce que invitaba al sueño.

Giré la cabeza para observar de cerca una de las flores; tenía una curiosa forma con unos pétalos apuntando hacia arriba y otros caídos.

—El color de los ojos de Iris.

━━━━━ • ஜ • ❈ • ஜ • ━━━━━

https://youtu.be/pcKR0LPwoYs

━━━━━ • ஜ • ❈ • ஜ • ━━━━━

Lume:


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top