Invierno ❈ El inicio de una revolución.
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Una sensación de soledad perforó mi alma en cuanto la conexión que me permitía hablar con Iris se desvaneció. Nunca había experimentado algo similar. Escuchar a Iris llorar dejó a mi corazón en un estado precario. Tapé mi cabeza con la manta y esperé hasta que mis sentimientos se fueron apaciguando.
Me recosté contra la pared helada, arrebujado en las mantas que Lirio había adquirido en un diminuto pueblo al pie de las montañas Corvo usando su insignia de guarda real. La magia estaba masticando alegremente el pedazo de alma que había arrancado para permitir que el mensaje llegase a su destinatario. El chispeo eufórico no hacía más que enfurecerme.
Al principio no me preocupé por Iris. Era un hombre capaz de defenderse sin necesidad de que nadie estuviera a su lado. Me concentré en descansar, algo difícil cuando llevas toda una vida trabajando bajo el filo de la espada.
Conforme pasaba el tiempo, dejaron de llegar noticias sobre el palacio. Ni siquiera las mariposas mensajeras revoloteaban ya por la isla del Palacio Olvidado. Lume nos había abandonado por completo. Supuse que aquello significaba ser libre al fin.
La noche en que la primera nevada cayó, comencé a recibir sensaciones que no pertenecían. Miedo, angustia, tensión, furia. El desesperado anhelo de ser amado.... Me derrumbé en la alfombra de la habitación, aferrando la tela que cubría mi pecho. El brillo podía verse a través del patrón de enredaderas.
El hechizo de Lume se había invertido. Ahora era capaz de saber todo lo que se ocultaba dentro de aquel hombre de bonitos ojos añil.
Dejando mis recuerdos de lado, miré hacia mis pies. En algún punto de la conversación con Iris, el suelo se había llenado de escarcha. No podía soportar sus mentiras. Odiaba la idea de saber que su pretensión era sucumbir por una causa demasiado grande para un hombre.
Iris vivía en la oscuridad e iba a morir en ella.
Me incorporé dejando caer la manta, las piedras que conformaban el suelo estaban tan pulidas que podía ver mi reflejo bailotear a la luz de las velas que habíamos colocado para iluminar la estancia principal.
Para acceder al templo, debías bajar un largo tramo de escaleras acristaladas y atravesar un pasillo flanqueado por tallados de árboles. Un arco que terminaba en pico invitaba a entrar en la cámara principal. La estancia tenía una forma triangular y las paredes estaban repletas de mariposas de piedra que se posaban de tal manera que daban la impresión de que saldrían volando en cualquier momento. En el centro, la estatua de un ciervo sobre en un campo de delicadas flores. A un lado podías ver una fuente con agua fresca y un cuenco para lavar tus manos antes de ofrecer varas de incienso en el incensario que se hallaba justo frente a la estatua.
Había otras dos cámaras que antaño se utilizaban para albergar a los que cuidaban el templo. En una de ellas se instaló Xistra y en la otra Lirio. Yo prefería la compañía del enorme ciervo de piedra.
Caminé hasta el montón de cosas que robé de la reina olvidada. Jamás me había interesado la ropa, pero las vestimentas de aquella desconocida se me antojaban cómodas y hermosas. Me incliné y doblé las prendas una por una, dispuesto a guardarlas en el zurrón.
El día que la nieve cayó y mi corazón se volvió uno con el de Iris, Lirio decidió que no estábamos seguros en la isla. Trazó un plan de huida que implicaba el mínimo contacto con la gente. No esperó órdenes, actuó por voluntad propia.
Lirio. Conocía la magia tan bien como un fae. Me explicó cosas que Lume ocultó, o no había querido confesar. Comenzamos a buscar una manera de que la magia obedeciese mi voluntad mientras recorríamos el largo camino hasta aquel templo en mitad del Bosque de ciervos.
—¿Invierno? —murmuró Xistra con voz adormilada. Había salido de su refugio cubierto con demasiadas mantas. No estaba llevando nada bien el frío.
—He conseguido hablar con Iris.
Se apresuró a situarse a mi lado. Él siempre intentaba adoptar una actitud optimista a pesar de lo evidente: este reino se iba a destruir, por una razón u otra. Estábamos viviendo el final de una era.
Lágrimas de alivio inundaron su rostro.
—¿Está bien?
—No. —Metí un par de prendas de abrigo en el zurrón—. Se encuentra atrapado.
Bajó su cabeza y apretó con fuerza las mantas entre sus manos.
—¿Lume no lo ayuda?
—A Lume le importa una mierda Iris.
—Pero han sido siempre amigos.
—Yo no sé demasiado sobre la amistad, pero trata a Iris como si fuera un objeto. Algo que se puede usar y tirar. —Lancé una de las prendas con furia y posé mis dedos sobre mi pecho, en la zona del hechizo—. Espero que tenga una buena excusa o le romperé la cara.
—Invierno, no puedes ir pegando a la gente. Y menos a...
—A qué. ¿Mujeres? ¿Hombres? ¿Gente? ¿Gilipollas? —Respiré hondo. Nadie más era consciente del desconsuelo que Iris soportaba.
Xistra se sentó a mi lado, temblando de frío. Desde la caída de la barrera, el invierno se había adelantado de tal manera que la isla estaba prácticamente cubierta de nieve.
—A la princesa —expuso Xistra con paciencia—. Si golpeas a la princesa seguramente te corten la cabeza. Por no hablar de que Lume puede partirte la cara también.
Refunfuñé y volví a incorporarme. Tomé unas cuantas ramas secas y las preparé en la abertura que había en la pared derecha que en su día debió ser una chimenea. Allí cocinábamos lo que íbamos encontrando por los alrededores.
Haz que esta puta mierda arda. Ordené a la magia.
Una explosión se escuchó en la estancia de que solía utilizar Lirio.
—Espero que esta vez no hayas quemado sus pergaminos —rezó Xistra. Correteó para comprobar el calibre del destrozo y en cuanto abrió la pesada puerta de piedra el humo invadió la sala principal—. Por todos los ciervos, Lirio se va a enfadar.
—No estoy enfadado. —La voz de Lirio me sobresaltó de tal manera que lancé un absurdo grito—. La próxima vez prueba a usar una orden concisa sin insultar a nadie.
Xistra fue hacia Lirio para abrazarlo. Le gustaba demasiado expresar su cariño a los demás. La capa de Lirio estaba cubierta de nieve y cargaba con varios bultos. Tenía las mejillas y la nariz rojas por el frío. Dejó su equipaje con dificultad después de soportar el abrazo de Xistra.
El sonido de unos cascos moviéndose en el pasillo llamó mi atención. Al cabo de unos instantes, Cerezo atravesó el umbral. Llevaba a ambos lados de su lomo más equipaje.
—Provisiones y cosas necesarias —comentó Lirio.
Saludé al ciervo acariciando su morro y él olisqueó mi muñeca, en el lugar donde estaba la piedra azul que utilizaba como una pulsera. Me percaté de que las flores de su cornamenta habían desaparecido por completo, quizás por culpa de aquel extraño invierno. Al menos estaba vivo y sano.
—Invierno ha hablado con Iris —informó Xistra al recién llegado.
—Voy a ir a buscarlo —dije casi de forma inmediata.
Lirio sacudió su capa y se aproximó al hogar. Sacó su espada de la funda y golpeó su piedra de afilar varias veces contra el filo hasta que las chispas saltaron. El fuego pronto cobró vida.
—Pensé que no querías volver a pisar Nenúfar.
—Él está en peligro.
—Muchas personas estaban en peligro y aun así no lo acompañaste. A veces me cuesta entenderte.
—No tengo por qué justificar todas las decisiones que tomo. Ni a ti, ni a nadie. Ni siquiera a mí mismo.
Con sus pálidos dedos deshizo la trenza y dejó que los cabellos negros se deslizasen sobre su hombro.
—¿Y qué puedes hacer tú? —preguntó, ignorando por completo lo que acababa de manifestar. La seriedad había cubierto su semblante—. Llegarás allí, consumido por la ira y no lograrás nada. Ni siquiera podrás verlo. Y lo sabes. Hay cientos de personas entre tú y él.
Miré hacia sus ojos ámbares, tan claros que podrían ser un rayo de sol en el amanecer.
Tenía razón. Tenía tanta razón. Yo no era un héroe.
Xistra estaba entre nosotros, sumido en sus pensamientos. Secó sus mejillas con la manta que todavía arrastraba.
Lirio retiró los guantes que vestía, con parsimonia.
—Tu gran problema es que siempre atacas de frente —caviló Lirio. Guardó los guantes en el bolsillo—. ¿Quieres salvar al capitán? Yo te ayudaré.
—¿Cómo? Seguimos siendo solo dos.
—Tres —intervino Xistra.
—Un guerrero, un cocinero y un esclavo. —Me reí con fuerza ante la locura.
—Es sencillo, liberaremos a todos los desgarrados que tienen encerrados en las profundidades de Nenúfar.
https://youtu.be/HK2uKG099DE
Mini teatro:
Xistra: ¿Cómo puedo pelear?
Invierno: A sartenazos.
Lirio: Podría ser efectivo. Una sartén de hierro forjado hace daño.
Invierno: Yo también quiero ir repartiendo sartenazos.
Lirio: ...
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